sábado, 25 de febrero de 2017

Trump y los adjetivos (des)calificativos

Dudo de los que usan adjetivos calificativos en forma constante. Desconfío aún más de los que abusan de esos adjetivos, porque tienden a exagerar, manipular o a enmascarar la realidad.

Desconfío del presidente Donald Trump. Muchos de sus discursos y acciones están teñidos de un gran repertorio de calificativos, usado indistintamente para ensalzar o degradar personas y situaciones.

A diferencia de los sustantivos que sirven para describir la realidad, los adjetivos inducen sensaciones o crean imágenes que son interpretadas en forma subjetiva por cada individuo, según sus experiencias y prejuicios. Por ejemplo, “un gran perro” se presta a suposiciones sobre el tamaño o la cualidad del animal o “mucha corrupción” despierta preguntas sobre qué nivel de podredumbre existe. Sin embargo, “un Dálmata de 80 cms. de altura” o “Odebrecht sobornó a Alejandro Toledo con 20 millones de dólares”, son descripciones objetivas que no dan lugar a conjeturas.

El vocabulario acotado pero emotivo de Trump es riquísimo en crear imágenes.  Ensalza virtudes como con el eslogan “Devolver la grandeza a América” o para enaltecer a sus allegados, “mi gabinete es el mejor de la historia”. Al mismo tiempo ofende con epítetos y debilidades que reitera hasta convertirlos en nuevas imágenes. Desde la campaña hasta la actualidad, viene apodando a sus adversarios. Bautizó a Hillary de “Debilucha”; le dijo “pequeñito” a Marco Rubio; “miente, miente y miente” dijo de Ted Cruz  y “no tiene energía” indicó sobre Jeb Bush. A los mexicanos los calificó de violadores y asesinos”; a la prensa de “basura, parcializada y deshonesta”, y a la CNN, el Washington Post y el New York Times, los apodó de “enemigos del pueblo”.

Después de los desprecios de Trump contra la prensa, su colega de partido, el senador John McCain afirmó: “Cuando miras la historia, lo primero que hacen los dictadores es reprimir a la prensa”. McCain no necesitó mirar lejos hacia atrás. La historia reciente de América Latina ha demostrado el peligro que conllevan los adjetivos calificativos cuando son utilizados desde el poder. El eslogan de los Kirchner sobre “Clarín miente”; el de “apátridas” que lanzaba Hugo Chávez a los periodistas; las demandas millonarias de Rafael Correa contra los “pelucones” de El Universo; así como las listas negras de medios que mantenía Alberto Fujimori, confirman la ecuación de McCain: Más persecución a la prensa, menos democracia.  

Antes de tomar medidas concretas contra sus adversarios, los autoritarios suelen primero descalificarlos para generar empatías en la población. Las calificaciones de “enemigos del pueblo” a la prensa en aquellos países valieron de excusa para crear “leyes correctivas” como la de Medios en Argentina, de Responsabilidad Social en Venezuela y de Comunicación en Ecuador. Solo sirvieron para legitimar la censura oficial y proteger a los gobiernos de las críticas y las denuncias por corrupción.

Es improbable que Trump pueda pasar a los hechos. En EEUU existen contrapesos y la Corte Suprema defiende la Primera Enmienda constitucional a rajatabla, una figura que prohíbe dictar leyes en contra de las libertades, entre ellas las de prensa y expresión.
Más allá de que no pueda hacer mucho, preocupan sus intenciones. Durante  la campaña dijo que modificaría las leyes de difamación para demandar y castigar a los medios con grandes sumas de dinero. También su campaña y el Partido Republicano crearon una “encuesta de responsabilidad de los medios de comunicación” en la que insinuaban que la prensa atacaba injustamente al candidato. Viendo esto en retrospectiva, no es casual que su retórica haya evolucionado hasta calificar a los medios como “enemigos del pueblo”.

Así como en el sur, los ataques de Trump contra la prensa le sirven para tapar la realidad y evitar conversaciones sensibles. Acusa a los medios de ser usina de “noticias falsas” con la intención de generar dudas sobre todas las noticias y así disimular los desbarajustes con Rusia o no revelar sus declaraciones de impuestos.


El bullying presidencial no es novedoso, pero sí preocupante en este caso. Proviene del Presidente de un país que debe tener cierto comportamiento y liderazgo; una vara de medición que tienden a usar sus colegas del mundo democrático. trottiart@gmail.com