A pocas horas de que se
conociese la posibilidad de que el Vaticano oficie de mediador en la crisis
venezolana, planteé el siguiente post que habla, en realidad, de las incongruencias
del gobierno de Nicolás Maduro y la poca credibilidad de su gestión. Nada cambia mucho.
Realmente el tema de
Venezuela plantea los siguientes interrogantes:
¿Por qué tanta tolerancia para
un Gobierno que ha reducido la democracia a su mínima expresión?
¿Por qué tanto silencio ante
un Ejecutivo que viola la Constitución abusando, reprimiendo y causando decenas
de muertos, que encarcela y castiga a sus opositores usando a la Justicia y al
Congreso como armas propias, que se eterniza mediante reformas y elecciones
viciadas, que silencia a los medios de comunicación y redes sociales, y hace
propaganda a mansalva generando odio y polarización?
¿Acaso por iguales o menores
irregularidades no ocurrirían cambios en Argentina, Colombia o Chile si sus
gobiernos imitaran a Nicolás Maduro? ¿Por qué callan los intelectuales ideologizados
que condenaron con vehemencia la opresión militar de antaño, pero apañan la de
ahora?
¿Por qué la OEA sigue tan impávida
para aplicar la Carta Democrática Interamericana y la UNASUR, después de una
misión de cancilleres a Caracas, recomienda como solución que Nicolás Maduro cree
un consejo de derechos humanos? ¿No es pura ingenuidad creer que el gobierno -
que no permite la entrada al país de organismos de supervisión o que le importa
un bledo lo que dice la Comisión Interamericana de Derechos Humanos - será
equitativo y objetivo a la hora de autocriticarse y juzgar sus propios abusos?
¿Por qué las potencias
occidentales, EE.UU. y Europa, permanecen tímidas, casi de observadoras,
mirando al este sin importarles el sur? ¿Por qué Barack Obama busca consenso
entre los europeos para actuar con sanciones económicas contra Rusia por la
usurpación de Crimea, pero en su agenda no existe la intención de buscar el
mismo fin para limitar al gobierno de Venezuela?
Las respuestas se adivinan
muchas y de todos los colores. A nivel interno varios temas conspiran contra el
cambio. La Constitución permite un referendo, pero en 2016. La oposición poco
puede hacer. Sigue siendo diezmada por un poder político desfachatado que encarceló
a tres alcaldes opositores, incluido Leopoldo López, desafuera ilícitamente a
diputados como María Corina Machado, o se le achacan actitudes desestabilizadoras,
acusándola de estar detrás de tres generales golpistas detenidos esta semana, parte
de una estrategia propagandística en la que se tejen golpes, invasiones y conspiraciones
a conveniencia.
Con las nuevas propuestas de
la UNASUR, la oposición está entre la espada y la pared. Si sigue pidiendo “la
salida” del régimen, se la percibirá como tozuda e intransigente ante los
“diálogos por la paz” que promociona el gobierno; y si acude a ellos, pecará de
ingenua y será manipulada.
A nivel externo es más
complicado aún. Pese a la fachada democrática, el gobierno se legitima con los
resultados electorales y ningún líder latinoamericano atina críticas para no
ser tildado de antidemocrático. Además, Hugo Chávez, en pocos años y gracias a
los petrodólares, consiguió internacionalizar un discurso anti imperialista y
colonialista (que Fidel no pudo encausar en cinco décadas), neutralizando
cualquier acción estadounidense o europea. Mientras tanto, Maduro califica de
golpista a las protestas, los que los jóvenes califican de revolución y
liberación.
La inacción estadounidense
es producto de sus propios vicios del pasado. Su liderazgo por libertad y
democracia fueron casi siempre imposiciones de la CIA a modo de golpes,
invasiones y cambios de gobierno. Pero no solo por vergüenza pasada u otras prioridades
de su agenda, Washington permanece inmóvil.
Es que el chavismo para Barack
Obama no representa riesgos ni para la seguridad ni para la economía, se trata
solo de un liderazgo histriónico que ya no tiene dólares para tejer alianzas
externas y de una ideología descompasada que ya no cubre las necesidades
básicas de su población.
EE.UU. podría aplicar sanciones económicas en caso de que Maduro le cierre todos los espacios a la oposición, como anunció esta semana el Departamento de Estado. Pero difícilmente tome medidas pronto. Con los errores del pasado, Washington aprendió paciencia. Esperará a que el sistema se caiga por su propio peso o jugará a que el chavismo permanezca autoritario y pobre como la paupérrima Cuba; en definitiva, la peor propaganda para el socialismo o la mejor para promover los valores de la democracia y el libre mercado.