lunes, 31 de marzo de 2014

Tolerancia con Venezuela

A pocas horas de que se conociese la posibilidad de que el Vaticano oficie de mediador en la crisis venezolana, planteé el siguiente post que habla, en realidad, de las incongruencias del gobierno de Nicolás Maduro y la poca credibilidad de su gestión. Nada cambia mucho.

Realmente el tema de Venezuela plantea los siguientes interrogantes:

¿Por qué tanta tolerancia para un Gobierno que ha reducido la democracia a su mínima expresión?

¿Por qué tanto silencio ante un Ejecutivo que viola la Constitución abusando, reprimiendo y causando decenas de muertos, que encarcela y castiga a sus opositores usando a la Justicia y al Congreso como armas propias, que se eterniza mediante reformas y elecciones viciadas, que silencia a los medios de comunicación y redes sociales, y hace propaganda a mansalva generando odio y polarización?

¿Acaso por iguales o menores irregularidades no ocurrirían cambios en Argentina, Colombia o Chile si sus gobiernos imitaran a Nicolás Maduro? ¿Por qué callan los intelectuales ideologizados que condenaron con vehemencia la opresión militar de antaño, pero apañan la de ahora?

¿Por qué la OEA sigue tan impávida para aplicar la Carta Democrática Interamericana y la UNASUR, después de una misión de cancilleres a Caracas, recomienda como solución que Nicolás Maduro cree un consejo de derechos humanos? ¿No es pura ingenuidad creer que el gobierno - que no permite la entrada al país de organismos de supervisión o que le importa un bledo lo que dice la Comisión Interamericana de Derechos Humanos - será equitativo y objetivo a la hora de autocriticarse y juzgar sus propios abusos?

¿Por qué las potencias occidentales, EE.UU. y Europa, permanecen tímidas, casi de observadoras, mirando al este sin importarles el sur? ¿Por qué Barack Obama busca consenso entre los europeos para actuar con sanciones económicas contra Rusia por la usurpación de Crimea, pero en su agenda no existe la intención de buscar el mismo fin para limitar al gobierno de Venezuela?

Las respuestas se adivinan muchas y de todos los colores. A nivel interno varios temas conspiran contra el cambio. La Constitución permite un referendo, pero en 2016. La oposición poco puede hacer. Sigue siendo diezmada por un poder político desfachatado que encarceló a tres alcaldes opositores, incluido Leopoldo López, desafuera ilícitamente a diputados como María Corina Machado, o se le achacan actitudes desestabilizadoras, acusándola de estar detrás de tres generales golpistas detenidos esta semana, parte de una estrategia propagandística en la que se tejen golpes, invasiones y conspiraciones a conveniencia.

Con las nuevas propuestas de la UNASUR, la oposición está entre la espada y la pared. Si sigue pidiendo “la salida” del régimen, se la percibirá como tozuda e intransigente ante los “diálogos por la paz” que promociona el gobierno; y si acude a ellos, pecará de ingenua y será manipulada.

A nivel externo es más complicado aún. Pese a la fachada democrática, el gobierno se legitima con los resultados electorales y ningún líder latinoamericano atina críticas para no ser tildado de antidemocrático. Además, Hugo Chávez, en pocos años y gracias a los petrodólares, consiguió internacionalizar un discurso anti imperialista y colonialista (que Fidel no pudo encausar en cinco décadas), neutralizando cualquier acción estadounidense o europea. Mientras tanto, Maduro califica de golpista a las protestas, los que los jóvenes califican de revolución y liberación. 

La inacción estadounidense es producto de sus propios vicios del pasado. Su liderazgo por libertad y democracia fueron casi siempre imposiciones de la CIA a modo de golpes, invasiones y cambios de gobierno. Pero no solo por vergüenza pasada u otras prioridades de su agenda, Washington permanece inmóvil.

Es que el chavismo para Barack Obama no representa riesgos ni para la seguridad ni para la economía, se trata solo de un liderazgo histriónico que ya no tiene dólares para tejer alianzas externas y de una ideología descompasada que ya no cubre las necesidades básicas de su población.

EE.UU. podría aplicar sanciones económicas en caso de que Maduro le cierre todos los espacios a la oposición, como anunció esta semana el Departamento de Estado. Pero difícilmente tome medidas pronto. Con los errores del pasado, Washington aprendió paciencia. Esperará a que el sistema se caiga por su propio peso o jugará a que el chavismo permanezca autoritario y pobre como la paupérrima Cuba; en definitiva, la peor propaganda para el socialismo o la mejor para promover los valores de la democracia y el libre mercado.