Con una persona negra en la
Casa Blanca, muchos pensaron en el fin de la segregación. Creyeron que con la
presencia de Barack Obama habría cambios a favor de la igualdad y en contra del
racismo. Hace 150 años se creyó lo mismo tras la abolición de la esclavitud.
Nunca ocurrió. Cada tanto un
nuevo episodio recuerda cuan profundo está el racismo enquistado en la sociedad
y cultura estadounidense. Pese a las grandes luchas por los derechos civiles en
los 70, todavía existen evidencias sobre la segregación. Algunas no resueltas a
nivel oficial, como el bajo nivel educativo y acceso a la salud que padecen los
afroamericanos; y otras a nivel social que perduran como secretos a gritos, como
la devaluación que sufren las propiedades de un barrio cuando un negro decide
mudarse a ese sector.
Sin embargo, son los
crímenes de odio, la violencia y el uso indebido de fuerza en contra de los
afroamericanos y otras minorías, los hechos que periódicamente hacen que el
país se confronte y polarice, reabriéndose viejas heridas. Esta vez el vaso lo rebalsó
el asesinato de un joven negro de 19 años, Michael Brown, a menos del policía
Darren Wilson, en el pueblo de Ferguson, suburbio de St. Louis en Missouri.
La desproporcionalidad de
seis disparos (dos en la cabeza) para detener a un chico desarmado que solo
atinó a levantar los brazos en rendición, y el posterior exceso policial para
detener a la población furiosa, parecieron echarle más leña al fuego a un caso
de racismo que otra vez terminó cuestionando al sistema de seguridad pública
del país.
Tuvo que intervenir Barack
Obama y el fiscal general Eric Holder para poner un poco de mesura, reconocer
que la fuerza policial está excesivamente militarizada, compuesta por francotiradores apertrechados y
carros blindados de última generación; demasiada contrafuerza para detener a
una población lastimada y frustrada, aún con la inclusión de delincuentes infiltrados
que desde otros estados llegaron para generar caos y anarquía.
Las circunstancias en
Ferguson trajeron a la memoria el asesinato de Trayvon Martin, un joven negro y
desarmado de un pueblo del centro de Florida que en 2012 fue abatido por un
agente de seguridad vecinal, George Zimmerman. Al igual que ahora, con el
racismo a flor de piel y tras comprobarse el exceso de fuerza y que las
policías están desproporcionadamente compuestas por policías blancos en
ciudades de predominancia negra, las reacciones civiles violentas con piedras,
bombas molotov y algunos tiros se multiplicaron por doquier.
Los crímenes raciales, las
armas y la fuerza policial, alguna vez coctel motivacional para los enérgicos discursos
de Martin Luther King, siempre terminan por poner a Obama frente a una encrucijada.
Como Presidente no puede disparar dardos por los derechos civiles como quisiera,
sino buscar puntos de equilibrio y bien común.
En el caso de Florida y
después que Zimmerman fuera declarado inocente en 2013 por la ley que permite
el uso de armas de fuego en defensa personal, Obama lideró una cruzada en
contra de las armas de fuego para uso civil que no llegó a buen fin. Pese a las
movilizaciones en su apoyo en más de 100 ciudades, grupos de poder lograron
sostener que la portación de armas para defensa personal es un derecho constitucional
garantizado.
En el caso de Ferguson no se
trata de un derecho individual a la protección personal sino de exceso por
parte de fuerzas del orden. La desmesura está provocada por el “programa 1033” del
Departamento de Defensa que permite al Pentágono traspasar a las policías pertrechos
de guerra en desuso que quedaron tras las guerras de Irak y Afganistán. Esa
reutilización del armamento cobra una dimensión desproporcionada entre los
vecinos de una ciudad, que solo acostumbraban a verlo por televisión o en
videojuegos.
La discusión ya empezó a
calar hondo. Algunos legisladores quieren desmilitarizar a la policía y otros
creen que el armamento militar es la única forma de disuadir a posibles
terroristas, mafias y narcotraficantes con alta capacidad de fuego.
Lamentablemente, la polémica parece que derivará
hacia ese terreno, así como antes derivó hacia el uso de armas para defensa
personal, por lo que la discusión profunda sobre el racismo quedará de nuevo
postergada. O hasta que ocurra un nuevo crimen de odio.