Se suponía que el Mundial sería vidriera para que un Brasil alegre, renovado
y potencia hiciera honor al lema de su bandera: “Orden y Progreso”. Sin
embargo, los deficientes preparativos para la fiesta máxima del fútbol están
desenmascarando al país de siempre: Desorganizado, desigual, inseguro y corrupto.
Posiblemente, cuando la pelota empiece a rodar el 12 de junio y el
resto del mundo fantasee con pegar otro “maracanazo”, los brasileños olvidarán
los problemas y soñarán con ganar la sexta copa. Sin embargo, a tres semanas
del Mundial, los sueños parecen pesadillas. El gobierno muestra desorganización y sus ciudadanos,
inconformismo y reprobación.
No es para menos, el estadio inaugural de Sao Paulo a duras penas estará
listo para recibir a Croacia. También inconclusas están las renovaciones de los
aeropuertos, los nuevos sistemas de transporte de pasajeros y una más eficiente
red de telecomunicaciones. Mucha infraestructura complementaria en Porto
Alegre, Curitiba y Cuaibá siquiera se construyó, pese al cacareo insistente del
gobierno sobre que el Mundial potenciaría al país en progreso y bienestar.
El gobierno no tiene excusas. Brasil ha sido el país con mayor tiempo para
prepararse en la historia de los mundiales, contando con un presupuesto holgado
de 14 mil millones de dólares, de los cuales 4.6 mil se destinaron a la
renovación de cinco estadios y la construcción de siete. Pese a ello, se cree
que algunos no estarán a tiempo, como el de Cuibá, donde la semana pasada murió
otro obrero, de los nueve que fallecieron por la mayor prisa de las obras.
Pero el problema mayor ni es de tiempo ni qué se construye, sino cómo.
Una investigación reciente de la Associated Press destapó una olla de
corrupción. Demostró un aumento estratosférico de los aportes a campañas
electorales por parte de las empresas beneficiadas por los contratos, desde que
arrancó el proceso mundialista en 2007. Los auditores descubrieron que el
estadio de Brasilia, con un gasto total de 900 millones para una ciudad donde
no hay siquiera fútbol de primera división, tiene un exceso de facturación de
247 millones; mientras que una de las constructoras incrementó en 500 veces sus
donaciones a la campaña presidencial de octubre próximo.
Esta corrupción es la que terminará pasando factura a los políticos. Tres
de cada cuatro brasileños encuestados no tiene dudas de que el Mundial potenció
la corrupción, por lo que la mitad piensa que el fútbol, orgullo e identidad
nacional, no dejará una imagen positiva para el país. La gente está cansada. El
inconformismo ya se sintió fuerte en la calle este jueves con manifestaciones
anti Mundial en varias ciudades y se espera que, como el año pasado, aumenten
su fuerza en reclamo por menos corrupción y mejores condiciones de vida para
todos por igual.
Es cierto que el gobierno ha ayudado a sacar a millones de la pobreza.
Pero los barrios de marginados escondidos detrás del telón de los nuevos
estadios, es recordatorio de que se necesitan mayores esfuerzos para combatir
la desigualdad social.
El Mundial desenmascaró que los desafíos persisten, aunque el gobierno
reclama haberlos superado. Uno de los principales es la inseguridad. En las
últimas semanas, los disturbios provocados por narcotraficantes en varias
favelas de Río demostraron que los barrios no están tan pacificados como aduce
la policía. También inquieta la ocupación de tierras adyacentes a la Arena
Corinthians de Sao Paulo, ya que el gobierno teme que el Mundial puede ser la
vidriera de los sin techo para sus reclamos.
Pese a la desorganización, el gobierno exuda optimismo o lo aparenta de
cara a las elecciones. Dice que se culminarán los estadios, la seguridad se
notará mayor y que muchas de las obras de infraestructura, en especial de transporte
de pasajeros, aliviarán las siempre endiabladas arterias de Sao Paulo y Río,
para que el millón de turistas esperado disfrute de un Brasil mejor.