El atentado contra la
irreverente Charlie Hebdo arrebató la vida de doce personas, más no la libertad
de expresión ni la esencia misma de la caricatura, el género más artístico del
periodismo.
Nada murió en el ataque. Quedó
demostrado con la solidaridad en el mundo entero de gobiernos, medios, ciudadanos
espontáneamente atrincherados en plazas y redes sociales bajo el lema #jesuischarlie
y con caricaturistas que doblaron su creatividad para honrar a sus colegas y
decir que pese a la muerte la caricatura está viva.
El valor de la caricatura radica
en que puede interpretar los hechos jugando con el humor, la ironía y la burla para
interpretar el contexto que otros géneros periodísticos no pueden lograr, como
la fotografía y el video, siempre limitados por la realidad. Por ejemplo, el
mensaje más potente sobre la confrontación de ideas, violencia vs. libertad de
expresión, que desnudó esta masacre, la sintetizó el caricaturista indio
Satisch Acharya. En su dibujo, dos terroristas miran exhortos a un lápiz y se
preguntan: “¿Qué es esta pequeña arma que nos causa tanto dolor?”.
En este contexto de duelo y
violencia extrema no es momento para ahondar en las responsabilidades y
limitaciones que también tienen la caricatura y sus dibujantes, debido a que es
un género que provoca, irrita y puede causar reacciones impensadas. Tampoco
para interpretar si la frase predilecta de Stephane Charbonnier (Charb), el director
asesinado de Charlie Hebdo, “prefiero morir de pie, a vivir de rodillas” es parte
de un martirologio o un fanatismo no conveniente para el periodismo o para
arrastrar a otros dibujantes.
En cambio es un momento para
respetar las formas de expresión, a pesar de que no se compartan los métodos. Lo
condenable no es el mensaje, sino la violencia que busca censurarlo. Está visto
que el poder de las caricaturas y de la ficción suele sobrepasar a la realidad
y crear reacciones diversas. Las caricaturas anteriores del profeta Mahoma
publicadas en 2006 por un diario danés y las de 2011 en Charlie Hebdo, así como
la película “La inocencia de los musulmanes” y la nueva novela “Sumisión” de Michel
Houellebecq, que retrata a una Francia en 2022 gobernada por un presidente
musulmán, pueden inducir a que el debate de ideas transcurra con racismo y
resentimientos.
Pero estas formas de provocar
conversación, jamás pueden justificar violencia alguna. Sirvan, por ello, estos
días de duelo para atacar a los violentos, para desmoralizarlos, para
demostrarles la fuerza de las palabras, de los mensajes y de las ideas,
aquellas que Sarmiento decía que no se matan. Por eso Charlie Hebdo estará en
las calles este próximo miércoles con ayuda de colegas de Liberation y otros
medios. Por eso debe gritarse que cuando el mensaje sea hiriente e irreverente,
los tribunales deben ser el único lugar donde dirimir los conflictos. Así los
hicieron judíos y católicos que interpusieron docenas de demandas en contra de Charlie
Hebdo porque consideraron que las portadas anti papas, rabinos y mofándose de
Cristo y de la Virgen habían superado la dignidad de su fe.
No se sabe a ciencia cierta
lo que pasará. Esta masacre, como la de 2001 en EEUU, será bisagra entre el
antes y el después. Es indudable que por culpa de estos tres fanáticos alocados
y por los yihadistas se exacerbarán los ánimos, y todos los musulmanes tendrán
que soportar más auto justificaciones de parte de los Europeos Patrióticos
contra la Islamización de Occidente. Justos pagarán por pecadores y habrá más
gasolina en el fuego de las marchas y la islamofobia que se siente en países
europeos.
Nada murió con esta masacre.
Los extremistas seguirán disparando y degollando periodistas y caricaturistas cada vez que
desnuden arbitrariedades, así como antes lo hacían en América Latina, modalidad
que ahora asumieron los narcotraficantes. Extremistas y narcos no solo
ajustician por represalia, también buscan amplificar sus demandas. Pretenden crear
miedo y generar autocensura, justamente lo opuesto a las intenciones de la caricatura.
Esta masacre contra Charlie Hebdo si alguna enseñanza deja, es que la libertad de expresión y la libertad de prensa son frágiles y no pueden darse por sentadas. El anhelo por proteger, promover y nutrir estas libertades todos los días tampoco puede morir.