Es verdad que el fútbol da revancha. Ese es el sentimiento de varias
selecciones latinoamericanas que participan en la Copa América de Chile después
de fracasar en el último Mundial de Brasil. Para las favoritas, sin embargo, levantar
el trofeo será premio consuelo.
Argentina quiere olvidar que dejó escapar su tercera estrella mundial en
el Maracaná; Brasil necesita despejar los fantasmas del 7 a 1 en el Mineirao; Colombia
pretende demostrar que su fútbol no es casualidad y Chile codicia, ahora o
nunca, su primera Copa relevante sacando pecho de local.
A diferencia de los Mundiales, esos agujeros negros que consumen y
paralizan toda la realidad del globo y que hacen que “la mano de Dios”, el
cabezazo de Zidane o el mordisco de Suárez sean más trascendentes que un
tsunami o un terremoto, la Copa América no tiene ese poder para distraer y
tapar la corrupción que envuelve al fútbol y a los países que se dan cita.
Este torneo no tiene la fuerza para que el escándalo FIFA pase
desapercibido, menos con asociaciones nacionales tan comprometidas con la
corrupción como las de Argentina, Brasil, Uruguay y Venezuela, países que puntean
en la lista de dirigentes y empresarios detenidos
por soborno, extorsión y lavado de dinero.
Tampoco esta Copa es tan potente para que las poblaciones se
distraigan de sus pesares. El anfitrión Chile, hasta hace poco considerado el
país menos corrupto de América Latina, todavía no puede salir de una espiral de
podredumbre y beneficios que involucraron al hijo de la Presidenta, a todos los
partidos políticos y que obligó a Michel Bachelet a cambiar todo su gabinete.
Dilma Rousseff viene haciendo malabares y lamentando que algunos de
sus ministros terminen en la cárcel por desfalco de las arcas públicas. Cristina
Kirchner sigue escapando de acusaciones
por malversación, distrayendo con visitas al papa Francisco y dando índices de
pobreza menores a los de Alemania y Dinamarca. Y el régimen de Nicolás Maduro
sigue consolidándose con autoritarismo, escasez e inflación, además de seguir
con su perorata de acusar al imperio por inventar que su presidente del
Congreso, Diosdado Cabello, es el jefe narco del Cartel de los Soles.
A la FIFA y a varios gobiernos le fascinaría que este torneo aporte el
pan y circo acostumbrado. Pero esta vez no funcionará. Es que la corrupción es
epidemia en América Latina y el escándalo FIFA es muy reciente, grande e
inolvidable. Además, la institución tiene más flancos débiles. Ahora se le
sumaron las críticas por discriminación contra las mujeres, después de que
exigió pruebas de género para los países que participan del Mundial Femenino
que se juega actualmente en Toronto, como si se tratara de simples controles
antidoping. Las mujeres tampoco le perdonan que las discriminen sobre el juego
de hombres, haciéndolas jugar sobre césped sintético como aprendices de balón.
La FIFA también tendrá que cambiar sus políticas sobre derechos
televisivos del fútbol femenino, ya que la escasa divulgación no está
incentivando esta disciplina en todo el mundo, como es potencia en EEUU,
Alemania y Noruega. El tema es relevante en un contexto más amplio. En EEUU, un
estudio de la Universidad del Sur de California demostró que el deporte femenino
solo tuvo un 3.2% de exposición televisiva, porcentaje incluso inferior al 5% registrado
en 1989.
Pese a los problemas, esta Copa América tiene varios retos, entre
ellos, el de ratificar que los mejores futbolistas están de este lado del mundo
y que Chile, Ecuador y Venezuela deben comenzar ya su carrera por los títulos detrás
de los 15 y 14 que Uruguay y Argentina obtuvieron de los 43 disputados desde
1917. Sin embargo, el desafío mayor tiene que ver con la globalización y las
expectativas. Es que la gente se acostumbró a la calidad del fútbol de equipos,
como los del Barcelona, Real Madrid, Manchester City, PSG o el Borussia
Dortmund, y espera que el juego de seleccionados esté a la altura.