martes, 3 de febrero de 2015

Gobiernos Pinocho

Las mentiras oficiales todavía forman parte de la cultura latinoamericana. El desprecio por la verdad de los gobiernos actuales de Argentina, Ecuador, México y Venezuela, se ha enquistado como política de Estado profundizando aún más el rampante clima de corrupción e impunidad.

Este desprecio por la verdad quedó reflejado en el informe anual sobre derechos humanos que presentó esta semana Human Rights Watch. Advierte sobre el deterioro de la democracia en esos países en particular, como consecuencia de poderes judiciales politizados, violaciones sistemáticas a la libertad de prensa y expresión, falta de leyes que obliguen a los gobiernos a brindar información fidedigna, a ser transparentes, a no manipular datos o mentir.

Aunque hace rato estos gobiernos se comportan como Pinocho, los últimos hechos noticiosos los terminaron por desenmascarar. La presidente Cristina Kirchner quedó retratada con nariz creciente en una caricatura de Clarín, por sus reportes vacilantes y cambiantes sobre la muerte dudosa del fiscal Alberto Nisman que la tenía a ella como encubridora del caso AMIA. En México, el  presidente Enrique Peña Nieto quiso imponer punto final a la masacre de los 43 estudiantes de Iguala, declarando muertos a los desaparecidos, temiendo que la ineficiencia judicial sea el lastre que termine con su gobierno.

Y en Venezuela, mientras el titular del Congreso, Diosdado Cabello, trata sin pruebas e información de librarse de quienes lo acusan con evidencias de liderar un cartel de narcotraficantes, el presidente ecuatoriano Rafael Correa creó un sitio de internet, Somos +, para continuar la defensa moral de su régimen, al que lo siente víctima de críticos y difamadores. En la nueva página web y bajo su argumento de calificar toda crítica de mentirosa y de que todos deben ser súbditos de la verdad oficial, seguidores partidarios y funcionarios públicos se darán a la tarea de identificar, desprestigiar y hasta perseguir legalmente a los usuarios de internet y redes sociales que critiquen al gobierno: “Si ellos mandan un tuit, nosotros mandaremos 10 mil”.

El desprecio por la verdad no es conducta nueva. Tras las intervenciones del INDEC en Argentina y de entidades autónomas en Venezuela, siempre se mintió sobre la inflación, los niveles de pobreza y otras estadísticas estratégicas. Una contradicción con los nuevos tiempos, cuando los países perfeccionan y aprecian la exactitud y cruce de datos con la intención de crear estrategias para remediar problemas sociales. Sin datos verdaderos, los gobiernos terminan apelando a la propaganda.

El escritor Martín Caparrós argumentó sobre los efectos de las mentiras oficiales. En un artículo en El País, se refiere a las devaluaciones argentinas, pero no a las económicas, sino a la más importante “la devaluación de la palabra del Estado”. Acusa al gobierno de Kirchner de ser “una fábrica de ficciones”, y sobre los efectos de los excesivos discursos de Cristina Kirchner observa que la “palabra presidencial se va degradando hasta convertirse en ocasión de chistes malos o, en el mejor de los casos, en un ruido de fondo”.

Todo gobierno, con el tiempo, devalúa su palabra, de ahí el declive de los índices popularidad como efecto de mentiras y contradicciones en el discurso. Pero es en los regímenes populistas, amantes de cadenas nacionales, discursos interminables y excesiva propaganda, donde se observa como la palabra mal usada termina por degradar y polarizar a la sociedad. No hay extremo más ejemplarizante que el de Venezuela, donde Nicolás Maduro usa de la misma forma el discurso de odio para acusar y perseguir a opositores, que el histriónico para respaldar su revolución mediante un Hugo Chávez encarnado en pajarito.

La mentira tiene patas cortas. Tarde o temprano los gobiernos deben rendir cuentas por más que crean que una mentira dicha mil veces se puede transformar en una verdad absoluta como sostenía el arquitecto de la propaganda nazi, Joseph Goebbels.

En esta época digital en que los ciudadanos pueden informarse y difundir información, criticar y fiscalizar, los gobiernos Pinocho verán mermada su credibilidad por más que digan la verdad, así como aquel pastorcito de la fábula, que después de engañar y mentir a la gente, ya nadie le creyó cuando gritó que el lobo se estaba devorando a sus ovejas.