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febrero 02, 2019

Venezuela: nadie puede ser neutral


A desmarcarse. Esta es la apelación a la que deben responder los gobiernos, así como lo debemos hacer a nivel individual, cuando se trata de los derechos humanos, que más que derechos deben entenderse como "deberes humanos".

La Declaración Universal de los Derechos Humanos adoptada en 1948 después de un pacto internacional para dejar atrás las atrocidades y los crímenes de lesa humanidad durante la Segunda Guerra Mundial, exige una posición moral y clara en relación frente a la violación a los derechos humanos. Los defendemos, los aprobamos, los apoyamos o los desconocemos. Neutrales no se puede ser; no podemos ser.

Los presidentes de Uruguay y México, Tabaré Vázquez y Manuel López Obrador, hacen mal en no reconocer a Juan Guaidó como presidente de Venezuela bajo excusas de no interferencia en asuntos de otros países. No reconocer al líder de la legítima, pero desposeída Asamblea Nacional es apoyar al régimen dictatorial de Nicolás Maduro. La neutralidad, ni sí ni no, esbozada en este momento por ambos países es acomodaticia y de orden ideológico, alejada del principio universal de los derechos humanos.

Por muchos años la comunidad internacional miró para otro lado, hasta que los fraudes electorales, la proscripción de los partidos políticos, el encarcelamiento de líderes políticos, el cierre de instituciones legítimas, la violencia contra los opositores, críticos, medios y periodistas, la corrupción galopante, la decadencia de un país rico en miseria, y la permanente violación de los derechos humanos de los venezolanos fueron tan obvias, que resulta inmoral mirar hacia otro lado.

En cuestión de países es lo mismo que ocurre con nuestros vecinos en el barrio. Si escuchamos, tenemos indicios o vemos que nuestro vecino encierra a sus hijos todo el día y no los envía a la escuela, que encadena a sus mascotas, que los fines de semana tira tiros al aire para celebrar su júbilo o que acostumbra a tirar la basura en el lugar público que compartimos todos los vecinos, no podemos quedarnos neutrales, tenemos la obligación moral de denunciar al vecino por violaciones a los derechos humanos y por las peores locuras que podrían suceder.

La neutralidad y respeto entre países debe existir cuando los conflictos se dirimen dentro de estándares democráticos, pero no cuando se violan sistemáticamente los derechos humanos. Esto no es para que Tabaré Vázquez o López Obrador se rasguen sus vestiduras, simplemente es un mandato que nace de la propia Declaración Universal de los Derechos Humanos, de la Convención Americana sobre Derechos Humanos y de la Carta Interamericana Democrática.

Guaidó sigue haciendo las cosas bien. En su mensaje de ayer a México y Uruguay apeló a la conciencia por los valores democráticos y los derechos humanos y que dejen la neutralidad. También les dijo a los principales aliados de Maduro, China, Rusia y Turquía, que las inversiones siempre serán mejores en naciones que se respete la seguridad jurídica. trottiart@gmail.com

enero 26, 2019

Maduro, acorralado, y las hipocresías del chavismo y la izquierda internacional



Primero lo primero: Nicolás Maduro debería llamar a elecciones, libres claro. Pero como no lo hará, debería ir a Cuba como excusa y desde allá, arropado en su victimización y martirologio, renunciar por email, como por fax lo hizo Alberto Fujimori desde Japón. Sería la salida más airosa posible para evitar el embate del presidente autoproclamado, Juan Guaidó que, apoyado por el Grupo de Lima, EE.UU. y gran parte de la comunidad internacional democrática, están ofreciendo una amnistía a los militares y exigiendo elecciones libres lo antes posible, como ahora piden España, Francia y Alemania.

Dejando los sueños de lado: Estoy harto hasta la coronilla de la hipócrita victimización de Nicolás Maduro y del chavismo y la izquierda internacional de que la “actual democracia venezolana” es víctima de una gran conspiración internacional comandada por el “imperio” y sus acólitos, cuya única intención es desestabilizar a la “república” bolivariana mediante un golpe de Estado.

Máxime, porque casi como ningún otro movimiento, el chavismo tuvo un cheque en blanco para profundizar su estilo destructivo gracias a la apatía y la indiferencia que la comunidad internacional le prodigó hasta hace poco.

Fieles al martirologio hipócrita acostumbrado de la izquierda radical, Hugo Chávez y Maduro siempre usaron la propaganda, la desinformación o las noticias falsas, como se les llama ahora, para auto proclamarse defensores del pueblo, de la democracia y la república, justamente los tres adjetivos que han defenestrado y pisoteado a base de autogolpes de Estado desde que el chavismo asumió el poder. En su historia, el chavismo se auto gestó mediante ocho auto golpes de Estado, para ser más precisos: 1999, 2001, 2007, 2010, 2013, 2015, 2016 y 2018. No hay dudas de que los autogolpes son parte del ADN del chavismo, como veremos a continuación.

Primero desmitifiquemos la hipocresía de la revolución democrática y republicana del chavismo. Una república como la pensaron los griegos y adoptaron los países occidentales, se distingue por la independencia y división de poderes; por los mecanismos de fiscalización y chequeos permanentes sobre quienes ostentan el poder, pero sobre todo por una Justicia equitativa e independiente; por los privilegios y beneficios que se le da a las minorías; por la libertad de la prensa para informar y por la de los ciudadanos a expresarse, asociarse y movilizarse, sin trabas ni represalias, en igualdad de condiciones ante la ley. Nada de esto respetó el chavismo.

Los máximos atributos de una democracia son la Constitución y la libertad del pueblo para elegir a sus gobernantes. Una buena Constitución no solo remarca los derechos y garantías del pueblo, sino que impone límites al gobierno a fin de que no pueda pisotear el derecho natural o el libre albedrío de los ciudadanos. La democracia demanda elecciones libres, pero sobre todo limpias, en igualdad de condiciones. Tampoco, nada de esto respetó el chavismo.

La Venezuela chavista no es república ni democracia. Pasó del autoritarismo a engalanarse hoy con las mismas propiedades de una dictadura. Ni siquiera los que defienden que el régimen cumple con calendarios electorales se cree esa hipocresía. El chavismo dilapida recursos públicos; utiliza fuerzas de choque ilegales para generar caos y pánico; y criminaliza la protesta, justificando así su necesidad de reprimir la expresión disidente para mantener la paz y el orden.

Desmitifiquemos ahora la revolución del pueblo. Es cierto que el chavismo llegó al poder arropado por casi todos los sectores cansados de tanta corrupción y desidia de los partidos políticos tradicionales. Pero también es cierto que ha dejado a Venezuela peor de la que recibió, con mayor crisis social, más pobreza y demasiado más corrupción. El agravante es que el chavismo ha sido un pésimo administrador. Ha dilapidado casi una década de bonanza con precios del petróleo en la estratósfera para usar esa billetera abultada en la expansión de su ideología por Latinoamérica. En su lugar, hubiera podido invertir las ganancias en su gente, creando fuentes alternativas de recursos y empleos, infraestructura, y en educación y salud desideologizadas. Realmente desperdició la bonanza y traicionó a su propio pueblo.

Sigamos. Pese a la farsa electoral de las presidenciales en mayo de 2018 y a que pocos gobiernos reconocieron el triunfo de Maduro, él se auto legitimó mediante un nuevo autogolpe. Cerró el Congreso elegido por el pueblo. Creó una Asamblea Constituyente de facto con la que legalizó la proscripción de los partidos políticos y creando la hegemonía del partido oficial. Siguió manipulando a la Justicia, expulsando a los organismos internacionales, incentivando el cierre de medios e imponiendo nuevas formas legales de censura al internet. Si Maduro siempre proclamó su idolatría por el régimen comunista de los Castro, todas esas medidas no hicieron más que certificar el destino de Venezuela: Hacerla a imagen y semejanza de la altanera pero desdichada Cuba.

Maduro ya había sofocado lo poco que le quedaba a Venezuela de democracia en mayo de 2016. Entonces desconoció al Congreso con un autogolpe. Repudió leyes y el proceso legítimo de referéndum revocatorio; y con el Estado de Excepción y de Emergencia Económica, borró al Congreso auto proclamándose como el único legislador. Aquellas medidas suspendieron las garantías constitucionales y deslegitimaron la “toma de caracas” aquellas marchas masivas con las que la oposición exigía el respeto a los resultados del referendo revocatorio, una cláusula constitucional creada por el propio chavismo. La excusa cansina de siempre para reprimir fue la de “evitar el golpe”, intento que perseguían Colombia, España y la OEA, liderados por EE.UU. y los “gusanos de Miami”.

Antes, en diciembre de 2015, Maduro ya había dado el segundo autogolpe al crear el Parlamento Comunal, una especie de “congreso del pueblo” que tenía como misión contrarrestar a “la nueva burguesía” que de nuevo había ganado la mayoría en la Asamblea Nacional. El primer autogolpe lo pegó en noviembre de 2013, cuando la Asamblea Nacional le otorgó al entonces, como flamante presidente, el título de legislador máximo o único, delegándole el derecho de legislar por decreto por 12 meses. Maduro consiguió aquella habilitación con una buena coartada. Diosdado Cabello fue el gestor. Desaforó a una diputada de la oposición fabricándole un caso de corrupción. Con el desafuero llegó a contar 99 votos a favor, necesarios para hacer a Maduro legislador absoluto.

Con todos esos autogolpes Maduro igualó a su progenitor. Chávez practicó la misma metodología en cuatro ocasiones. En 1999, su primer año, y en 2001, 2007 y 2010, arropándose con poderes especiales y leyes habilitantes para gobernar a su antojo y sin Congreso. Lo de diciembre de 2010 fue el de las mayores hipocresías del régimen chavista. Chávez presentó varias propuestas de ley para permitirse legislar sin Congreso, excusándose en una crisis social provocada por las inundaciones. Entonces frenó a la oposición unas semanas antes del 5 de enero de 2011, fecha en que debían incorporarse 67 legisladores de la oposición a la Asamblea Legislativa, después de ser elegidos democráticamente. Los legisladores oficialistas y chavistas de entonces le ofrecieron a Chávez en bandeja de plata su autodisolución. Se auto marginaron dos años, más del tiempo que Chávez les había solicitado. El servilismo y la hipocresía ya campeaban por entonces.

Antes, a fines de 2000, Chávez logró que el Congreso le habilitara a gobernar por decreto por 18 meses, y empezó a hablar de la “quinta república”, en la que se buscaría la redistribución de la riqueza por los ingresos del petróleo, lo que nunca se plasmó. Aquel autogolpe le dio excusas perfectas para reformar la Constitución. De esa forma se autorizó a expropiar empresas, crear y armar las milicias urbanas llamada círculos bolivarianos, militarizar su gabinete, ideologizar la educación en las escuelas primarias, encarcelar y echar al exilio a sus opositores, privilegiar a los revolucionarios por arriba de otros ciudadanos y crear alianzas con gobiernos extranjeros mediante regalos y subsidios petroleros.
Reitero: los autogolpes son el ADN del chavismo.
Conclusión: A Maduro no le quedan muchas opciones, aunque siempre tendrá a su disposición la propaganda, el arma de agitación predilecta, que no es más que un artilugio de su mercadeo.
Maduro sueña con una conspiración e intervención internacional. Sueña con un golpe de Estado que lo victimice y convierta en mártir, como escribí tras el autogolpe de 2016 cuando se avizoraron las primeras críticas serias contra el régimen.
Sin embargo, el golpe, tarde o temprano, no vendrá desde afuera, sino arropado por su propia gente, cansada de no gozar de las mieles de una república. Las minorías despreciadas ya se han convertido en la nueva mayoría y están, ahora sí, empoderadas por la comunidad internacional, esa que fue cambiando gracias al infatigable látigo del secretario general de la OEA, Luis Almagro, que, en 2017, con informe investigativo de 75 páginas en mano, hablaba de que en Venezuela existía una "ruptura total con el orden democrático”.
Maduro si quiere sostenerse en su puesto tendrá que ser mucho más autoritario que nunca, pero el régimen ya no tiene el plafón político de antes. Sus opciones se agotan. Cuaba es su mejor salida, su coartada. trottiart@gmail.com




julio 21, 2018

Nicaragua y Venezuela: la democracia como escudo


La democracia es el mejor sistema de gobierno. Es tan bueno, que hasta los corruptos y tiranos se escudan en ella para continuar siendo tramposos y totalitarios.
Nicaragua y Venezuela resaltan este concepto. 

Los regímenes de Daniel Ortega y Nicolás Maduro se mantienen en el poder sin consecuencias, pese a sus abusos y excesos. Con total impunidad persiguen y encarcelan a opositores, reprimen manifestaciones públicas, censuran la libertad de prensa, deshacen procesos de diálogo a su antojo, disuaden con violencia extrema, dosifican alimentos e incentivan el éxodo.

Ortega asumió su segunda presidencia en 2007 y Maduro en 2013 como continuador de la dictadura de Hugo Chávez que arrancó en 1999. Se vienen aferrando al poder mediante elecciones fraudulentas a las que no permiten supervisión. Más que asumirse gobierno para administrar los bienes de todos, siempre se arrogaron ser Estado, de ahí que les resbala el sistema republicano que obliga a respetar el equilibrio de poderes y a las minorías.

Si esta crisis política, social y económica hubiera ocurrido en los 70, Ortega y Maduro ya serían pasado. En aquellas épocas, también oscuras, los golpes de Estado primaban por sobre los procesos electorales. Ahora, los resortes democráticos para desembarazarse de regímenes corruptos y autoritarios son más respetuosos y complejos. La democracia reclama métodos prolijos y transparentes, aunque no coinciden con la preferencia de quienes sufren en carne propia a los dictadores.
Sin probabilidades de golpes de Estado, invasiones o revoluciones internas, Ortega y Maduro acusan que cualquier propuesta de elecciones anticipadas o de diálogo con la oposición son injerencias a su soberanía, actos de sabotaje o terrorismo internacional. 

Mientras tanto, ganan tiempo prometiendo negociaciones y diálogos que nunca cumplen. Estos dictadores siguen desviando la atención pese a saber que la comunidad internacional puede vigilar situaciones internas cuando hay flagrantes violaciones a los derechos humanos, tal lo establecido por la Declaración Universal de los Derechos Humanos desde 1948.

Por suerte, la comunidad internacional está ahora más proactiva que en las primeras épocas del chavismo, cuando Chávez compraba silencios con una abultada “petrobilletera” y apalancaba regímenes autoritarios como el de Ortega.
A las sanciones económicas e inmigratorias que impusieron EE.UU., Canadá y la Unión Europea a funcionarios de alto rango de ambos países, en la OEA hubo acuerdos esta semana para exigir a Nicaragua elecciones anticipadas y el cese de la violencia que contabiliza más de 350 asesinatos a manos de paramilitares y francotiradores progubernamentales. Veintiún países respaldan a la oposición y a la Iglesia Católica de Nicaragua que pidieron que Ortega se someta a elecciones el 31 de marzo de 2019, dos años antes de lo previsto.

Ante la propuesta que Ortega difícilmente aceptará, su canciller Denis Moncada salió a la palestra acusando que los gobiernos firmantes buscan provocar un “golpe de Estado” y la “ruptura del orden constitucional”. La vieja fórmula de vestirse de demócrata para denunciar que el autoritarismo es de los demás.

Sin dudas un posible acuerdo de elecciones anticipadas descomprimiría la presión actual, aunque no ofrece garantías de que Ortega salga de la película. Mientras mantenga las usuales prácticas de fraude electoral y la estrategia propagandística de pan y circo que le permitieron reelegirse con fraude masivo en 2011 y 2016, Ortega tiene todo para seguir apoltronado en el poder.

Tanto Ortega como Maduro, fieles discípulos del calculador Fidel Castro, saben que en plena crisis aguantar los tiempos juega a su favor. Las carestías hacen mella en la población y el éxodo masivo termina siendo la válvula que descomprime la presión interna. Esta purga forzada – menos gente, menos disidentes y menos bocas - trae alivio, al tiempo que recarga de problemas a los demás países.

Los resortes democráticos son insuficientes ante situaciones extremas como la que viven los nicaragüenses. El aislamiento total puede ser una solución, pero debe ser de rápida y eficiente ejecución, de lo contrario puede terminar siendo un desgaste de largo aliento que profundice la crisis que se quiere resolver. El embargo a Cuba sirve de espejo. trottiart@gmail.com

mayo 26, 2018

Las oscilaciones de Ecuador y Venezuela


En la política existe una marcada tendencia a los cambios bruscos de rumbo. Ese  zarandeo pendular hacia los extremos, de izquierda a derecha y viceversa, se observa nítido en las elecciones de este domingo en Colombia y las próximas en México. 

En Venezuela la oscilación hacia la izquierda todavía no ha terminado. Pese a la farsa electoral y a que pocos gobiernos reconocen su triunfo, Nicolas Maduro se ha legitimado a sí mismo. Tras el nuevo autogolpe, aparenta que seguirá en dirección hacia el modelo cubano. Ya dio varios pasos en esa dirección. Cerró el Congreso elegido por el pueblo y creó una Asamblea Constituyente de facto que legalizará cualquier reforma constitucional a su antojo.

La reforma servirá para sostener en palabras las barbaridades que el régimen comete en la práctica, como quedó demostrado en las elecciones recientes y lo advirtió el presidente colombiano Juan Manuel Santos. Proscribirá a los partidos políticos, mantendrá la hegemonía de partido oficial, conservará un Congreso decorativo, usará a la Justicia de brazo ejecutor, permitirá solo al periodismo oficial, controlará el internet y administrará las libertades de expresión, reunión, educación, alimentación, de empresa y trabajo. Venezuela será Cuba.

Que existe crisis humanitaria, inflación atrofiante, deuda impagable, corrupción impune, sanciones y expulsión de organismos multilaterales, fuga de capitales y cerebros… ¡por supuesto! Pero Maduro razona distinto: ¿Acaso Cuba no sufrió todo eso por seis décadas y todavía está ahí, mísera pero incólume; y respetada por China y Rusia, potencias que también reconocieron su triunfo?

A Maduro ya no le importa que lo califiquen de dictador, que lo aíslen o sancionen. Desatornillarlo del poder requerirá otras armas.

Otra oscilación, aunque menos brusca y en dirección contraria, la ofrece Ecuador. El presidente Lenin Moreno nombró a un nuevo ministro de Economía, el empresario Richard Martínez, liberal y alejado de la doctrina correísta que desembocó en una rampante deuda pública y en profunda corrupción.

Moreno sigue enfocado en distanciarse de Rafael Correa de quien fue su vicepresidente en el primer período de gobierno. Ordenó retirarle una onerosa custodia en Bélgica donde reside como ex presidente; lo inhabilitó para volver a la Presidencia a través de un referéndum que prohibió la reelección por más de dos períodos y lo mantiene inquieto con investigaciones sobre corrupción, con las que eliminó a varios resabios correístas del Palacio y encarceló al último vicepresidente de Correa, Jorge Glas, por recibir sobornos de Odebrecht.

Sin embargo, el golpe más duro se lo dio en estos días cuando envió al Congreso una reforma a la Ley de Comunicación, el instrumento maquiavélico creado por Correa para silenciar a los medios y a la oposición. Correa usó la figura del  “linchamiento mediático” para disciplinar a los críticos, limitar las denuncias sobre corrupción y evitar resistencias para gobernar a sus anchas.

Esta semana, ante nuestra delegación de la Sociedad Interamericana de Prensa, Moreno explicó que eliminaba la Supercom, un organismo del Poder Ejecutivo con el que a fuerza de multas abultadas y sanciones, Correa persiguió a periodistas, cerró y confiscó medios, generando autocensura. También buscará eliminar la definición constitucional de que la información es un “servicio público”, con la que el correísmo justificó la creación de esa Ley de Comunicación.

La reforma legislativa no es la panacea para el Periodismo; todavía contiene varios elementos “marca” Correa, quien creía que la información, las opiniones o el pensamiento deben ser regulados y autorizados por el Estado. La reforma no evita que el gobierno pueda seguir entrometiéndose en los contenidos, aunque no al nivel de Correa, que no permitía a los medios tener otros negocios, informar sobre desastres naturales antes que el gobierno o que multaba a los que omitían informar lo que él consideraba importante, básicamente todos sus actos públicos.

El cambio no es suficiente, pero va por buen camino. A diferencia del clima autoritario que Correa infundió en sus 10 años de gobierno, con Moreno se respira un nuevo aire que permite a Ecuador seguir oscilando hacia un sistema de mayores libertades.  trottiart@gmail.com



febrero 17, 2018

Venezuela: ahora, tragedia de todos


Esta semana fue funesta para Nicolás Maduro. Todos reaccionaron en contra de su fraudulenta convocatoria a elecciones para el 22 de abril, en las que quiere competir sin oposición ni supervisión.

Quedó en el pasado la época en que los gobiernos mantenían silencio ante la tragedia política venezolana, por miedo a las represalias estridentes del régimen o a quedarse sin petróleo a precios subsidiados.

A la oposición no le resultó fácil revertir esa indiferencia general. Sus denuncias chocaron con el romanticismo que se le prodigaba al chavismo por su cháchara anti imperio, igual que al comunismo cubano. También tropezaron con una tramposa maquinaria electoral de apariencia democrática y con la construcción de procesos de diálogo que el régimen usó para comprar tiempo y acrecentar su poder.

Todo cambió. La tragedia venezolana ya no es política, sino humana y expansiva hacia otros países. El continente se apura ahora a buscar remedios para controlar el desborde de uno de los mayores éxodos en la historia de América Latina. Los inmigrantes venezolanos antes eran “los que pueden” salir, en su mayoría, ciudadanos con recursos que se marchaban al exilio. Hoy son “los que ya no pueden” resistir las penurias económicas, pertenecientes a las clases más populares, hartas de depender de una libreta de racionamiento a cambio de lealtad partidista y electoral.

Los círculos de privilegiados que arropan al régimen son cada vez menores. Proporcionalmente ha crecido la represión a la ola criminal, la corrupción y una inflación de hasta el 2.700% que asfixia hasta los más leales. Familias enteras conforman la diáspora. Atraviesan las fronteras con la esperanza de pan, trabajo y algo de dignidad.

La agrupación Cáritas calcula que la desnutrición en menores de 5 años trepó al 71%. La Comisión Interamericana de Derechos Humanos (CIDH) supone un 80% de pobreza. Se calcula que el 10% de los 31 millones de venezolanos emigró en los últimos años. Una parte fue asimilada por la fuerza laboral de otros países, pero muchos sistemas inmigratorios, del panameño al dominicano, están al borde del colapso. Otros como Argentina, por causas humanitarias, flexibilizan sus normas migratorias, mientras tanto los países limítrofes, Brasil y Colombia, llevan la peor parte de la ecuación. Unos 800 mil venezolanos recalaron en Colombia y la escalada migratoria obligó al presidente Juan Manuel Santos a coordinar con el ACNUR la construcción de campamentos para refugiados.

Es cierto que el régimen chavista está cosechando los frutos de sus incompetencias sembradas en todas las áreas. Pero no es el único culpable. La responsabilidad también recae sobre la comunidad internacional que hizo poco o nada para prevenir esta situación. Todos deben asumir las consecuencias por nunca haber aplicado la Carta Democrática Interamericana.

Esta semana los cancilleres del Grupo de Lima, entre ellos de Argentina, Brasil, Canadá, Colombia y Perú, afirmaron que no le darán la bienvenida a Maduro en la próxima Cubre de las Américas que se celebrará en Perú en abril. La medida política es elogiable, pero no quita que la tragedia humana venezolana tendrá que ser prioridad en la agenda.  

Un informe de esta semana de la CIDH detalla cómo el gobierno chavista desmanteló la democracia y dilapidó recursos, convirtiéndose en una máquina expulsora de gente. Deja en evidencia la represión más aguda con el encarcelamiento de líderes de la oposición, la proscripción política y los más de 100 muertos en las protestas del año pasado, sobre las cuales la Corte Internacional de La Haya anunció, esta semana, que abrió una investigación por delitos de lesa humanidad.

También cabe subrayar que la pérdida de los derechos políticos a fuerza de justicia politizada y violación de los derechos humanos, que señala este informe de la CIDH 2018, no son muy distintos a los pecados que la entidad le achacó al régimen en sus informes de 2003 y 2009. Aquellas denuncias cayeron en saco roto.

La condena al régimen de Maduro llega tarde, pero es bienvenida. Y cabe una lección. Sería importante que los resortes preventivos que no se aplicaron contra Venezuela se activen para frenar a otros gobiernos autoritarios y, así, desactivar crisis y éxodos futuros. ¿Suena Nicaragua? trottiart@gmail.com

noviembre 18, 2017

Almagro: Un David contra Goliat

Luis Almagro asumió en marzo de 2015 las riendas de la Organización de Estados Americanos. Desde el arranque enfiló sus cañones contra el gobierno de Nicolás Maduro, en momentos que todos los gobiernos del continente y del mundo eran indiferentes o guardaban silencio ante las atrocidades del régimen venezolano.

Fue entonces, y todavía ahora, una lucha ciclópea de un David contra Goliat. Maduro mantenía una retórica antiimperialista seduciendo con la idea de la revolución forjada por Hugo Chávez y una billetera todavía amplia para comprar voluntades. Almagro se basó en su eslogan “más derechos para más gente”, obligándose a denunciar a una dictadura disfrazada de oveja.

Al principio, Almagro consiguió más repudios que adhesiones por su mensaje anti chavista. Habiendo sido canciller del izquierdista José Mujica, traidor y burgués renegado fueron los calificativos más benignos que recibió de la izquierda latinoamericana. No le importó. Siguió machacando, y así como el cántaro a la fuente, logró que finalmente muchos gobiernos admitieran que el régimen de Maduro es una dictadura.

“Una dictadura que criminaliza toda forma de disenso” subrayó Almagro ante la Sociedad Interamericana de Prensa al recibir el Gran Premio a la Libertad de Prensa 2017. Fue a fines de octubre, días antes que Maduro aprobara su ansiada ley para encarcelar a los disidentes y neutralizar las críticas en las redes sociales y de los medios independientes.

La ley sanciona el odio, la discriminación y la propaganda, paradójicamente desvalores que practica y promueve el chavismo. A Maduro la ley le servirá para demorar la caída, pero no para evitar el porrazo definitivo. Es cuestión de tiempo.
Tampoco se puede ser ingenuo. Maduro siempre se ingenia las armas adecuadas para retrasar su debacle. Engaña a la oposición y a los negociadores incautos del mundo con procesos de diálogo que nunca cumple. Cierra el Congreso y abre una Asamblea Constituyente que busca inventar la nueva democracia, un atajo para construir un sistema a semejanza de la Cuba gastada y colapsada.

Gracias a su retórica antiimperialista o anti títeres del imperio, de lo que acusa a Almagro o Juan Manuel Santos, consigue salvatajes que le prolongan la vida, pese a ser un narco estado y cometer crímenes de lesa humanidad, evidenciados por la suma de más de 140 muertos como consecuencia de la brutal represión de las protestas públicas.

El salvavidas más audaz lo arrojaron Rusia y China. Estas potencias no se presentaron en una reunión no oficial del Consejo de Seguridad de la ONU, donde se buscaba concertar estrategias para neutralizar la desestabilización que crea el régimen venezolano en la región. Convertido en la piedra en el zapato, Almagro criticó ahí el silencio que todavía se le prodiga al régimen. Responsabilizó a Maduro por las muertes, la pobreza y el sufrimiento de los venezolanos y por ser un “esquema criminal con vínculos con el narcotráfico”.

Rusia no le prestó atención, y pese a la reprobación de la calificadora crediticia Standard & Poors por no pagar la deuda externa, renegoció y dio a Maduro más tiempo. No le servirá de mucho. Venezuela está en bancarrota. Su economía adicta al petróleo ya no produce como antaño, los precios del barril singuen desplomados y el régimen desperdició dos décadas en las que habría podido diversificar la economía, en lugar de haber estado imponiendo ideología a fuerza de petróleo subsidiado o regalado.

Es verdad que esta vez Almagro no consiguió nada en la ONU. Pero es sagaz. Sabe que su prédica constante en otros foros motivó a EE.UU. a disponer de tres olas de sanciones a funcionarios venezolanos y que Canadá y España se sumaran con medidas similares. También esta semana la Unión Europea dispuso impedir la venta de equipos y armas para evitar que sean usados en la represión interna.


Almagro, aunque tenga apariencia de pequeño David ante un enorme Goliat, sabe que el sentido común y la denuncia permanente permitirán cambiar las percepciones y que tarde o temprano, así como las Américas y Europa, el resto del mundo terminará avergonzado por su silencio. Almagro sabe que su misión es cuestión de perseverancia y de seguir luchando por “más derechos para más…” venezolanos. trottiart@gmail.com

septiembre 23, 2017

Trump - ONU: diplomacia personalista y pragmática

Donald Trump sorprendió en su primer mensaje ante la ONU. No solo por un tono más mesurado, sino porque revalidó a una institución a la que hasta hace poco había despreciado con vehemencia por su ineficacia y burocratización.

Fiel a su pragmatismo y en condición de renegado de la diplomacia tradicional que ejerce su propio Departamento de Estado (o impone a veces la CIA), Trump pareció encontrar en la ONU el espacio donde tejer acuerdos multilaterales y consensos para castigar y aislar a los “enemigos del planeta”.

Abogó por una coalición de naciones a la que pidió asumir su responsabilidad. Pretende que combatan al terrorismo con recursos y soldados, pero que también cerquen a los países que lo financian. Y además, que aíslen a otros regímenes dictatoriales que a fuerza de armas nucleares desestabilizan a medio mundo.

Fue directo contra Corea del Norte como se esperaba. Cuando se refirió a Kim Jong-un fue el único momento en que su discurso perdió la compostura, pasando a la verborragia tuitera de costumbre. Lo calificó de hombre cohete al borde del suicidio. Amenazó que no dudará en destruirlo si no repliega sus misiles nucleares. Advirtió que las sanciones económicas son todavía la vía para dirimir el conflicto, aunque dejó la opción militar sobre la mesa.

Aprovechó para desarreglar los acuerdos que en 2015 Barack Obama firmó con Irán para su desnuclearización y con Cuba para su transición democrática. Criticó que Irán siga mintiendo con su política de no proliferación y advirtió al “corrupto” régimen de Raúl Castro que le retirará las concesiones comerciales hasta que no haya verdadera apertura y reformas políticas en la isla.

Sobre China y Rusia, con quienes sus antecesores se sacaban chispas, se mostró más cauteloso. Los considera competidores de cuidado y aliados circunstanciales, tras haber conseguido que apoyen las resoluciones contra el régimen norcoreano.

Además de ensañarse con Corea, Irán y Cuba, Trump no dudó en censurar a la 
dictadura de Nicolás Maduro. Enfatizó que el chavismo “mantiene al país al borde del colapso”, que “arruinó a un país próspero” y engañó al pueblo para eternizarse en el poder.

En ese contexto de gobiernos corruptos que atentan contra su propia gente, aprovechó para remarcar su nueva filosofía en política exterior. A diferencia de la que promovían otros presidentes estadounidenses, centrada en la doctrina de promoción de la democracia en todos los rincones, Trump dijo que ahora no es intención de su país entrometerse en la soberanía de otros.

Esto ocurrirá, siempre y cuando, los demás gobiernos “respeten los intereses de sus pueblos y los derechos de otras naciones soberanas”. Dejó la ventana abierta para que EE.UU. pueda seguir de policía planetario cuando los regímenes dictatoriales pongan en riesgo la libertad, violen los derechos humanos de sus ciudadanos o expandan su ideología del terror.

Ante una posición tan ambivalente, los demás líderes lo escucharon escépticos. Sintieron que la política nacionalista y de soberanía de Trump es puro aislacionismo con la intención de evitar otros temas que requieren esfuerzos multilaterales. Hambre, pobreza, el Acuerdo de París sobre cambio climático y otros objetivos del milenio de la ONU rumbo al 2030, no fueron parte del discurso de Trump como lo esperaba Antonio Gutierres, el secretario general de la organización.

Más allá de que gusten o no sus políticas, Trump fue coherente entre lo que predica al interior y lo que busca en el exterior. Así quedó reflejado entre su primer discurso ante la ONU y el que dio ante el Congreso en febrero. Su pragmatismo diplomático está enfocado en el mismo criterio interno, “America First”. Su prioridad es la bonanza económica, el resto vendrá por añadidura. Lo predicó así frente a los 193 líderes en el recinto: “Siempre pondré a América primero, así como ustedes deberán siempre poner a sus países primero".


La ONU, bajo la dirección de su embajadora preferida, la ex gobernadora Nikki Haley, le sirve para ejercer su pragmatismo diplomático alejado de cualquier influencia de los tradicionalistas del Departamento de Estado. En definitiva, siente que en la ONU y con Haley puede imponer, a su gusto y placer, su sello presidencialista, nacionalista y personalista. trottiart@gmail.com

agosto 12, 2017

Desvaríos democráticos y pirotecnia nuclear

Nicolás Maduro y Kim Jong-un comparten la actitud desafiante. No se achican ante las advertencias y sanciones económicas financieras que les aplicaron por sus desvaríos democráticos y pirotecnia nuclear. Por el contrario, sacan pecho y redoblan sus amenazas.

Ante el boicot parcial que le impuso el Consejo de Seguridad de la ONU sobre sus exportaciones, el régimen norcoreano anunció que no cesará en su proliferación nuclear y que el próximo mes lanzará cuatro misiles balísticos contra el mar de Guam, territorio estadounidense en el Pacífico. Maduro dijo que tampoco le importaron las nuevas sanciones que EE.UU. le impuso al hermano de Hugo Chávez y a otros siete miembros de la Asamblea Constituyente, así como antes se mostró impávido cuando él fue blanco de los castigos.

Aunque no cambien su tono y la verborrea, sin dudas que las sanciones le pasarán factura con el tiempo, así como obligaron a Irán a deponer sus sueños nucleares y sentarse a negociar.

Nadie sabe cuántas ojivas tiene el régimen norcoreano o si ha podido miniaturizarlas para que quepan en un misil balístico, pero ya nadie tolera a un desquiciado que amenaza con destruir Nueva York, Paris o Tokyo. Su pirotecnia rememora la guerra fría, saltándose los acuerdos entre Barack Obama y Vladimir Putin sobre el desarme nuclear.

Donald Trump tampoco ayuda a enfriar la situación con su idea de desatar “furia y fuego” contra Kim Jong-un. Debiera esperar a que las sanciones hagan lo suyo y de no lograrse el objetivo, debería impulsar de nuevo en la ONU el boicot económico financiero y un embargo comercial total. Una nación aislada, incomunicada y repudiada por el mundo entero no tendría formas de sobrevivir.

Lo importante de este juego de retóricas, amenazas y sanciones, es que ha producido hechos positivos, sin tantas tensiones, invasiones y guerras como en el pasado. Nadie imaginaba que China, el mayor socio comercial y aliado de Corea del Norte, anunciara que hará cumplir las sanciones al cien por ciento.

En América Latina, guardando las proporciones, sucedió algo similar. Nadie suponía que el descomunal descalabro democrático de Maduro, que no es nuevo sino de años, hubiera ocasionado una reunión en Lima promovida por Argentina, Brasil, Colombia, Perú y México, los socios comerciales de Venezuela, con el objetivo de debilitar o detener el intercambio.

Maduro ya sufre la suspensión del Mercosur, pero nada será más potente que las  sanciones económicas país por país. Los 17 cancilleres en Lima empezaron bien mostrándose firmes para aislar a Maduro, llamando a la dictadura por su nombre, desconociendo a la Asamblea Constituyente y respaldando al Congreso democráticamente electo, en el que la oposición había alcanzado la mayoría.

No sorprendió que la reunión en Lima tuviera su espejo en Caracas con los cancilleres de la Alianza Bolivariana para los Pueblos de Nuestra América (ALBA) cuyos componentes ideológicos, con Cuba, Bolivia y Nicaragua a la cabeza, se reunieran para condenar las sanciones impuestas por el imperialismo. Tampoco que Maduro, quien ya sintió los cimbronazos de Lima, convoque a esos gobiernos a dialogar para que “restituyamos el respeto y la fraternidad entre los modelos políticos y económicos”.

La desfachatez castrista del chavismo no tiene límites. Nunca debería preocuparles las sanciones a sus autoridades si no tienen activos bancarios e inmobiliarios en EE.UU. Pero, lamentablemente para ellos, se conoce que la mayoría tiene cuentas y testaferros donde han colocado lo que le robaron y roban al pueblo, al que dicen representar.

Ojalá que el consenso en Lima que condenó las prácticas antidemocráticas de Maduro, pase al terreno del aislamiento económico. Las sanciones, pese a que el ALBA no recuerde su prédica pasada, suplen pacíficamente los efectos negativos de golpes e intervenciones militares. Son el arma correctiva más potente, así se apliquen contra países como Qatar, por financiar al terrorismo o contra individuos como Rafa Márquez, por esconder dineros del narco.

Para castigar los desvaríos de Maduro y la pirotecnia desafiante de Kim Jong-un, a veces se puede pensar en soluciones que corten de cuajo la raíz; sin embargo, el aislamiento económico financiero será siempre la opción con menores consecuencias. trottiart@gmail.com

agosto 05, 2017

¿Qué hacer con Venezuela?



Por Ricardo Trotti
Ahora que todas las barbaridades están consumadas y que pocos tienen dudas sobre que el régimen de Nicolás Maduro es una dictadura, vale preguntarse: ¿Qué hacer con Venezuela? o ¿qué más se puede hacer?
Las opciones son las habituales, golpe de Estado, intervención extranjera militar, expulsión de organismos internacionales, rompimiento de relaciones bilaterales y sanciones económicas financieras.
Esta dictadura daría lugar a todas las opciones, pero para evitar efectos históricamente indeseados, solo dos son posibles, urgentes y necesarias: Sanciones económicas financieras y aislamiento global.
El golpe de Estado está por ahora descartado desde que la cúpula militar, aunque resquebrajada, confirmó su compromiso con la revolución. La invasión militar también queda anulada, pese a que a Panamá y a Granada las intervino EEUU por mucho menos narcotráfico y alienación política de la que se observa hoy en Venezuela. Sucede que la política exterior estadounidense, después del 2001, se enfoca más en medidas económicas para torcer destinos.
Tampoco por severas, las sanciones son eficientes. El embargo comercial a Cuba que inició John Kennedy en 1962 y que prosiguió con diferentes matices, incluso con el relajamiento en la época de Barack Obama, no hicieron tanta mella en sus destinatarios, los Castro, como en el pueblo cubano.
Romper lazos no es fácil, pero posible. El camino lo empezó Luis Almagro en la OEA, quien ha llamado varias veces a los cancilleres para que se aplique la Carta Democrática, pero con la desventaja de que Venezuela compra votos a cambio de petróleo subsidiado. El consenso que faltó en la OEA por suerte se alcanzó en el Mercosur para expulsar a Venezuela, donde nunca debió ser admitida como reclamaba Paraguay.
Las sanciones económicas de EEUU aplicadas a una veintena de funcionarios, incluido Maduro, son importantes, pero deben ser más severas e ir más allá del carácter unilateral. América Latina toda se debe sumar, así como lo hará la Unión Europea una vez que las decisiones de la Asamblea Constituyente, ya conformada con Delcy Rodríguez a la cabeza, continúen empoderando al circo chavista.
Se necesita concertar una ofensiva multilateral en la ONU, a pesar de saber de antemano que en el Consejo de Seguridad, China y Rusia, dos de los miembros permanentes, vetarán cualquier sanción contra el régimen al que económica y políticamente apoyan.
No por ello la Unión Europea, países asiáticos democráticos y los americanos deberían cruzarse de brazos. EEUU debería cortar la importación de petróleo venezolano y los demás, aunque por fuera de la ONU, deberían conformar una concertación internacional para imponer trabas comerciales, romper relaciones diplomáticas y cancelar visas para funcionarios del régimen.
En definitiva, un aislamiento global se anima como la opción más eficiente para expulsar a la dictadura y desencadenar la restitución democrática. El pueblo venezolano sufrirá aún más pero por tiempo limitado; sobrevivirá con la esperanza de que el fin es irreversible.
Claro que no será fácil expulsar a Maduro. Con el ejemplo de sus ídolos cubanos, desafía a todo aquel que lo busque sacar del poder. Se agranda ante los empujones. Ante las sanciones económicas de EEUU, respondió apresando de nuevo a Leopoldo López y Antonio Ledesma y encumbrando a la fraudulenta Constituyente con la que eliminó al Congreso por tercera vez. Lo había desbaratado cuando la oposición ganó mayoría y luego al pedirle a la Corte Suprema que dictara su defunción.
Lo peor está por venir. Los 545 constituyentes, todos oficialistas, que no solo devienen de un fraude electoral según Smartmatic, sino de un llamado inconstitucional, tendrán el poder absoluto. Para apaciguar la presión internacional posiblemente le darán un salvoconducto a Maduro, impondrán a un nuevo líder menos polémico y establecerán períodos electorales. Pero será más de lo mismo. El fraude es la esencia misma de la cultura chavista.   

mayo 13, 2017

De las molotov a las puputov

El ingenio es más agudo en situaciones de profunda desventaja y en la adversidad. Lo demuestran los venezolanos que buscan nuevas formas para contrarrestar la fuerte represión a la que están sometidos por las fuerzas de seguridad y las milicias del régimen de Nicolás Maduro.

Desde que explotaron las masivas marchas de descontento, los “protestantes” tratan de equilibrar fuerzas y que se les respete el derecho de reunión plasmado en la Constitución, pero violado en la práctica. Ante el desequilibrio, han adoptado prácticas llamativas de protesta, una prolongación del ingenio que usan a diario para conseguir patas de pollo, harina, dentífrico o papel higiénico.

En las redes sociales se comparten fórmulas sobre cómo fabricar escudos, bombas de pintura y hasta las ya famosas y controversiales puputov que, a diferencia del combustible de las molotov, son frascos y bolsitas de polietileno  cargados con excremento humano. Estas bombas han resultado los mejores antídotos para contrarrestar a policías pertrechados desproporcionadamente con gases lacrimógenos, perdigones de vidrio, tanquetas y camiones hidráulicos.

Más allá de los utensilios ingeniosos, lo que está en juego en Venezuela es la defensa de los derechos de reunión, asociación y de expresión, libertades máximas por las que se reconoce a una democracia.

Pese a los 39 asesinados, 700 heridos y miles de detenidos, muchos de ellos procesados arbitrariamente ante la justicia militar, Maduro no aminorará y seguirá pisoteando los derechos democráticos. Con la nueva Constitución que propone, a imagen y semejanza de la totalitaria cubana, busca también borrar los procesos electorales multipartidarios.

Las locuras de Maduro ya no generan risas ni memes, aunque le hable a los pajaritos y a las vacas en busca de inspiración como quedó registrado en cadena televisiva nacional. Bajo esa máscara jocosa, se esconde un hombre determinado, desafiante y autoritario.

Ahora, más que nunca, se observan los efectos de una pérdida paulatina y sistemática de formas republicanas. El régimen ha venido degradando el sistema para gobernar de espaldas al pueblo, del que reclama que es su sostén. Sus  mentiras siguen aflorando. Los más pobres y menos preparados, a los que la revolución bolivariana idolatraba, terminaron siendo un burdo depositario del clientelismo gubernamental. El sistema de chantaje moral fue perfecto durante largo tiempo, hasta que la corrupción y la mala administración drenaron las arcas petroleras que se creyeron inagotables.

Los más vulnerables no recibieron mejores oportunidades, sino subsidios demagógicos a cambio de lealtades y votos para aceitar un engranaje electoral permeable al fraude. El populismo demuestra que no es más que la exteriorización del personalismo mesiánico, fuente de puro despotismo y nido de corrupción.

El descontrol y la falta de justicia independiente no tardaron en corroer aún más el sistema. El chavismo se ha convertido en un narco estado, como lo atestiguan los hijos/sobrinos de Maduro, el vicepresidente Tareck El Aisammi y el ministro del Interior, Néstor Reverol, todos procesados en tribunales internacionales por tráfico de drogas a gran escala.

Venezuela hace rato que dejó de ser un república, la que se distingue por un gobierno con independencia de poderes, mecanismos de control, respeto a las minorías y garantías de que los ciudadanos podrán gozar de las mayores libertades democráticas sin represalias. La justicia politizada es la mayor conspiración del gobierno de Maduro contra la ciudadanía, una farsa tan descomunal como la orden que dio para cerrar la Asamblea Legislativa, el único reservorio de democracia que, por cierto, era bastión de la oposición.

El recrudecimiento represivo de la protesta, el encarcelamiento de opositores y disidentes, así como la negativa a convocar a elecciones, son los últimos manotazos de un régimen ahogado que busca sostenerse sobre la base de impunidad e inmunidad.


Sigo sosteniendo que en Venezuela habrá un golpe de Estado, como sustenté en varios escritos en años anteriores. Pero no será cometido entre instituciones como sueña Maduro para martirizarse. Será un golpe vergonzoso a fuerza de marchas y protestas ciudadanas, empuñadas con escudos, cocteles puputov y dignidad. trottiart@gmail.com

abril 29, 2017

Imprevisibilidad: Los 100 días de Trump

La imprevisibilidad fue la mayor característica de Donald Trump en estos 100 días. Debido a ella, este tradicional período de gracia que se les da a los presidentes para que definan el rumbo, tuvo más de traumático divorcio que de luna de miel.

Los 100 días no fueron tan buenos como él los pintaba, ni tan malos como auguraban sus adversarios. Hubo muchos desarreglos, imprecisiones, improvisaciones, pero lo importante es que su estilo volátil y visceral original, trasmutó a una forma menos explosiva. Su imprevisibilidad, algo que él recalca como su mejor cualidad, es para la opinión pública su vicio más pronunciado.

Su improvisación y cambios constantes de rumbo ya no generan las protestas masivas de las primeras semanas, aunque la última encuesta del Washington Post / ABC News, con motivo de este período, demuestra su alta impopularidad y que se le tiene desconfianza en el manejo de crisis.

La encuesta también remarca algo importante para sus detractores. Su base de votantes le sigue siendo fiel y lo votarían de nuevo. La mayoría simpatiza con sus presiones a las compañías estadounidenses para que creen trabajo en casa y cree que la economía está mejorando.

La moderación de su arrogancia inicial no fue casual. El Congreso, con ambas cámaras republicanas y supuestamente a su favor, así como la Justicia, le han maniatado varias iniciativas. Sus partidarios le ayudaron a eliminar el Obamacare pero no apoyaron su plan universal de salud que advirtieron tan malo como el anterior. Y jueces implacables le cortaron las alas a su prohibición de entrada a musulmanes de siete países.

En el ámbito internacional, ese que desdeñó desde la campaña electoral a favor de “America First”, fue inesperadamente donde cosechó mayores elogios. Sorprendió con misiles, bombas y una retórica amenazante para arbitrar conflictos, algo que a sus antecesores se les recriminó.

Trump ni avisó para destruir una base aérea de Siria en represalia por las armas químicas usadas contra la población civil. Ordenó tirar la “madres de todas bombas” contra túneles terroristas en Afganistán, mandó un portaviones a las costas de Corea del Norte, creó un escudo antimisiles con Corea del Sur, presionó a China para que interceda ante las amenazas nucleares del régimen de Kim Jong-un y ahora considera que la OTAN ya no es ni vieja ni que debe disolverse.

En América Latina dictó sanciones económicas contra el gobierno de Nicolás Maduro, dejó de lado su amenaza de que eliminará el tratado de libre comercio con México y Canadá, aunque exige tarifas y aranceles recíprocos. Y sobre el muro en la frontera sur, ya no insiste en que es responsabilidad económica de los mexicanos, sino parte del presupuesto que deben aprobar los demócratas.

En vísperas de los 100 días que se cumplen hoy sábado, y aunque calificó al período de “límite artificial”, Trump, que sabe cómo generar impacto, tiró toda la carne al asador. Anunció su esperada reforma impositiva. Rebajará del 35 al 15% los impuestos a las empresas y ofrecerá más excepciones tributarias a la clase trabajadora.

Su intención y convicción es diferenciarse de los estímulos a la economía que ofreció Barack Obama tras la debacle provocada por la burbuja crediticia inmobiliaria. Trump, republicano al fin, cree en estímulos menos intervencionistas. Cree que la retracción inicial en la recaudación que sufra el Estado, lo recuperará luego cuando la empresa privada genere más empleo y producción.

Los 100 días quedaron atrás y lo que ahora importan son los cuatro u ocho años por delante. Trump no la tiene fácil y el trabajo será arduo, cómo admitió este jueves. Acabar con la “ciénaga” o la corrupción en Washington, consensuar el presupuesto para que el gobierno federal no sea vea obligado a cerrar y dar alivio a millones con un plan sanitario humano y eficiente, serán prioridades.


Pero su gran desafío para proseguir el viaje, es recuperar la credibilidad y minimizar la polarización. No será suficiente con solo mejorar la economía. Deberá tener actitudes y acciones menos improvisadas, apartar los conflictos de interés que le provocan los negocios familiares, reencontrar una prédica a favor de las evidencias sobre el cambio climático y no denigrar sin ton ni son a cualquier inmigrante. trottiart@gmail.com

Robots con Alma: la pregunta desafiante

  Varios reaccionaron al título de mi novela: “Robots con Alma: atrapados entre la libertad y la verdad”. Me dijeron: “Bah, los robots no pu...