Se sabía que la onda expansiva del escándalo FIFA alcanzaría a muchos. No
fue sorpresa la renuncia de Joseph Blatter cuatro días después de ser elegido,
que el FBI investigue la elección de Rusia y Qatar como próximas sedes
mundialistas o que Irlanda recibiera cinco millones de dólares para no demandar
por la “mano de Henry” que la dejó fuera del Mundial de Sudáfrica.
Tampoco asombra que Nicolás Maduro después de proponer a Diego Maradona
como presidente FIFA allanara la Federación Venezolana de Fútbol, mientras días
antes denunciaba que la batahola era una fabulación del gobierno de Barack
Obama para quedarse con la organización del fútbol global; o que el trinitario
Jack Warner, ex presidente de la FIFA y procesado por corrupción, acusara a
Blatter hasta de haber interferido en las elecciones de su país.
Las denuncias inverosímiles continuarán apareciendo, toda vez que la
Justicia se siga beneficiando de los soplones que están delatando a sus compadres
y compinches a cambio de salvoconductos y reducción de penas. En este chantaje
legal en busca de la verdad, la Justicia está logrando desbaratar los embrollos
de una organización que vivía por arriba de la ley, que amenazaba a los
gobiernos de expulsarlos del fútbol si se atrevían a investigar la conducta de las
asociaciones locales.
La renuncia de Blatter no fue sorpresiva. Quizás obedeció a confesiones de
los ya sentenciados, el estadounidense Chuck Blazer y el brasileño José Hawilla,
quienes denunciaron que el segundo de Blatter, el secretario general, Jérome Valcke, manejó 10 millones en sobornos.
Blatter no podía obviar esos hechos y entre la espada y la pared, tuvo que
renunciar. Además, solo contaba con el apoyo de federaciones débiles, como las
de África, Asia y Oceanía, pero no de las más influyentes, la europea UEFA y la
sudamericana Conmebol, que se repartieron todas las copas desde el Mundial de Uruguay
de 1930.
Es probable que ahora, con mayor libertad y para evitar un proceso largo,
lento y doloroso, Blatter se convierta también en un soplón al servicio del FBI
y de la fiscal general estadounidense Loretta Lynch. Más cabezas rodarán.
Los soplones siempre han pasado de villanos a auxiliares de la Justicia. Si
lo sabrá Maduro, cuyo segundo de abordo, el presidente de la Asamblea
Legislativa venezolana, Diosdado Cabello, fue acusado de ser el jefe del Cartel
de los Soles, un grupo de militares jerárquicos que usan su inmunidad para
traficar drogas. Aunque Maduro lo niegue, las evidencias están ahí,
especialmente las que aportó a la Fiscalía estadounidense el ex custodio de
Cabello, Leamsy Salazar, delator y arrepentido.
No todos los soplones le juegan buenas pasadas al gobierno estadounidense.
El más grande de la historia ni siquiera es “garganta profunda”, el que deschavó
la conspiración y espionaje del presidente Richard Nixon, sino Edward Snowden
que en 2013 se escapó de la Agencia Nacional de Seguridad (ANS) revelando un
oscuro ensamblaje de escuchas ilícitas para espiar a los ciudadanos y
extranjeros a través del teléfono y el internet.
Más allá de las intenciones de estos soplones, lo cierto es que provocaron
cosas buenas. Nixon tuvo que renunciar a la Presidencia y esta semana, debido a
Snowden, Obama rubricó una ley que pone límites a la ANS para que no pueda espiar
sin orden judicial, enfatizando que la lucha contra el terrorismo no puede
imponerse por sobre los derechos civiles más elementales, como el derecho a la
privacidad.
La trama de este escándalo es tan rica que ni la ficción la pudo imaginar.
Pasiones Unidas, la película sobre la FIFA que esta semana debutó en los cines,
quedó muy lejos de la realidad. Pintó a un Blatter paladín anti corrupción,
aunque en el guion se deslizó una frase que lo compromete tras cerrar un jugoso
acuerdo con Adidas: “Es muy bueno encontrando dinero” dice alguien. Es evidente
que en la ficción y la realidad, Blatter no es el ingenuo que trata de simular.