
Raúl Castro quedó de ejemplo
esta semana, cuando en conferencia de prensa junto a Barack Obama, negó que en
Cuba haya presos políticos. Con el sarcasmo habitual respondió por la negativa:
“Si hay esos
presos políticos, antes de que llegue la noche van a estar sueltos".
Obviamente no soltó a nadie.
Y hasta el propio Castro recoció meses atrás la existencia de presos políticos
cuando al inicio del proceso de restauración de relaciones con EEUU en diciembre
de 2014, liberó a 53 como gesto de buena voluntad. Hoy, la Comisión Cubana de
Derechos Humanos y Reconciliación Nacional, cuenta a 89 personas presas,
todavía discriminadas en razón de sus ideas y expresiones.
Organismos extranjeros de
derechos humanos tienen listas mucho más largas y hasta el entorno de Obama habló
de tres diferentes que le entregarían a Castro. Todo esto sin contar las interminables
listas de personas que son detenidas arbitrariamente por horas y días, una
táctica eficiente para mantener a raya a la disidencia y evitar las críticas
internacionales por los largos encarcelamientos.
Listas negras hay y hubo
muchas en el castrismo. Y cuando algún día llegue la democracia, alimentarán de
nombres algún poderoso monumento en el malecón de la Habana, que como el Parque
de la Memoria argentino frente al Río de la Plata, cobijará a todas las
víctimas de estos últimos 57 años de dictadura: A los miles de asesinados y
desaparecidos por el terrorismo de Estado y a los que se tragó el Estrecho de la
Florida cuando intentaban escapar hacia la libertad.
Para crear los monumentos
más poderosos, aquellos que unen en la tragedia recordando las vergüenzas
nacionales, son necesario dos cosas: Tener los datos más precisos posibles
sobre las listas negras y que todos los sectores hagan un verdadero acto de
contrición y autocrítica. De lo contrario, con listas a medias, se corre el
riesgo de que los monumentos solo sirvan de reconciliación pasajera.
La verdad es la única fuerza
que puede sanar y cerrar un período, y esa es todavía la asignatura pendiente de
estos 40 años en Argentina. Pese a que las listas negras son muchos más
transparentes que antes y han permitido erigir el Parque de la Memoria al que este
24 de marzo se rindieron Mauricio Macri y Obama para honrar a las miles de víctimas
de la dictadura de la vergüenza, las heridas no terminan de sanar.
La falta de transparencia y
no contar con toda la verdad, permite que los grupos de diferentes posiciones en
el espectro político e ideológico, puedan usar o manipular la historia a su
antojo. Aunque muchos argumenten que no importa si hubo 9 mil o 30 mil víctimas
y que solo basta una víctima para luchar por los derechos humanos, sí es
necesario saber el nombre de todas para hacer el duelo debido y cicatrizar. Los
mausoleos NN o al soldado desconocido terminan siendo fuertes símbolos, pero no
monumentos de reconciliación con la historia.
En ese orden, más allá de
que muchas listas de proscriptos y sobre métodos de la dictadura se conocieron
en 2013, son esenciales las promesas de Obama y del papa Francisco, quienes
prometieron que en el corto plazo EEUU y el Vaticano desclasificarán documentos
de la dictadura que arrojarán más luz sobre la verdad de aquella tragedia.
Obama no solo utilizó su
viaje para honrar a las víctimas y hacer autocrítica sobre la responsabilidad
que le cupo a EEUU en el apoyo que dio a los golpes de Estado y dictaduras de
la región, sino que prometió que la desclasificación de documentos incluirá a
los archivos militares y de inteligencia. Si esto se concreta, será sin dudas otro
paso firme hacia la reconciliación regional.
Si bien las listas negras
muestran el pasado más desgraciado de un país, los monumentos de la memoria
alumbran el futuro. Sirven para construir tolerancia, el valor más esencial
para que todos, sin exclusión, se sientan cómodos y libres de verdad.
Amor por la libertad y por la reconciliación es el mensaje que Obama trajo a la región, un capital mucho mayor que todos los acuerdos comerciales e inversiones que firmó.