Los viajes recientes de la
superestrella Beyoncé a Cuba y el de la bloguera cubana Yoani Sánchez a EE.UU.,
demuestran las incoherencias de las relaciones entre ambos países y la inviabilidad
del embargo estadounidense que no logra los cambios deseados en la isla.
A Beyoncé y su marido, el también
famoso Jay-Z, les exigieron pruebas de que viajaron a Cuba por cuatro días con
la autorización del Departamento del Tesoro, para saber si violaron el embargo comercial
que EE.UU. impuso hace cinco décadas al régimen castrista.
La prensa cubana, exaltada por
la visita, mostró que Beyoncé y Jay-Z estuvieron de turismo, celebrando su quinto
aniversario de matrimonio, y no en visita educacional, de pueblo a pueblo, como
indica la visa que le otorgaron. Se trata de una usual burla al embargo entre
los estadounidenses, quienes solo pueden viajar por razones humanitarias,
académicas y de reunificación familiar, consideradas útiles por el gobierno de Barack
Obama para promover democracia.
Que Beyoncé tenga que
demostrar la razón de su viaje está bien, debe cumplir con la ley como
cualquiera. Lo que está mal es el embargo en sí mismo, desfasado con las
aspiraciones políticas de EE.UU. de luchar contra una dictadura. Cuba ya no es
una amenaza geopolítica como justificó el embargo en 1962, ni tiene la fuerza
para contagiar marxismo como en la década de 1970.
A esta altura, el embargo es
una cuestión principista - libertad vs. despotismo – más que práctica y de
eficiencia, por cuanto no atrajo cambios democráticos en la isla. Está alejado,
además, de los ideales y objetivos de la diplomacia estadounidense post Guerra
Fría, más enfocada a impulsar democracia mediante la ayuda económica y asistencia
humanitaria, que a imponerla con sanciones, golpes y operaciones encubiertas de
la CIA.
Cuba es hoy un país en
ruinas que sobrevive por la ayuda de Venezuela, en reemplazo de la soviética, y
por un marcado autoritarismo para controlar el descontento popular. Pero un
soplo económico debilitará lo político, ya sea porque el chavismo abandone su
filantropía política o deje el poder, o porque Cuba se inunde de dólares por
intercambio comercial y turismo, hoy la única actividad viable del país.
La inundación de dólares por
la supuesta anulación del embargo, sin dudas beneficiaría económicamente al
régimen; pero también lo debilitaría políticamente, quitándole todas sus
excusas. La buena economía siempre contagia grandes cambios en los hábitos de
la población, la que exigirá mayores libertades para canalizar otras
prioridades, entre ellas, mejor salud, más educación, previsión social y, sobre
todo, mayor libertad de expresión y derecho a elegir a quienes mejor puedan
representar las nuevas prioridades.
La autorización de la salida
de Yoani al exterior, más allá de su liderazgo y de que representa una bocanada
de aire puro para la disidencia interna, no deja de ser una señal del gobierno
cubano; influenciada, quizás, por la asistencia técnica y millonaria que el
gobierno de EE.UU. brinda a proyectos de comunicación y al periodismo
independiente, en procura de más libertad en la isla.
Pero toda esa ayuda,
incluida la información provista por Radio y TV Martí, difícilmente pueda
promover una “primavera” democrática como la de los países árabes, ya que
aquellos gobiernos no eran tan cerrados ni autoritarios como el cubano, que
tiene el monopolio de la política y de los medios, que bloquea el acceso a
tecnologías móviles y prohíbe las redes sociales y el internet.
En sus 54 años, el régimen
castrista demostró que es políticamente intransigente y no tolerará cambios, los
que solo podrán ser posibles por la presión económica de su ciudadanía.
Ese es justamente el punto
coincidente con la diplomacia estadounidense. Los objetivos estratégicos del Departamento
de Estado indican que para la promoción de la democracia, la clave es ayudar a
que aumente el ingreso per cápita de una población, ya que las destrezas y
valores que se crean para administrar más riqueza y menos desigualdad, indefectiblemente
desembocan en mayor libertad política.
Este embargo, que tuvo mejores justificaciones
geopolíticas y económicas en el pasado, hoy es una incongruencia con la
política de libre mercado que EE.UU. utiliza para promover democracia en otras
partes del mundo.