sábado, 3 de mayo de 2014

Responsabilidades ante la Libertad de Prensa

No hay mayor valor para una democracia que la libertad de prensa y el derecho a la información, un valor prioritario y superior a otros derechos esenciales como la justicia y la igualdad.

Solo basta mirar a las sociedades más avanzadas para confirmar que su desarrollo político, social y económico está íntimamente ligado a la tolerancia y apertura de los gobiernos frente a la opinión e información. Por el contrario, no es casual que los países poco desarrollados son los que tienen menores niveles de libertad de prensa y de expresión.

Una mirada profunda y detallada sobre los países latinoamericanos corrobora esta percepción. Aquellos con mejor nivel económico, menor índice de corrupción, más seguridad, mejor acceso a la educación y mayor bienestar emocional, son aquellos donde la libertad de prensa es más respetada. Uruguay y Costa Rica, se destacan de un pequeño grupo.

En la antípoda, las naciones son muchas más, empezando por Argentina y terminando por Venezuela; y en el medio, un grupo inmenso de países cuyos gobiernos creen que tienen el poder de conceder a la sociedad la libertad de expresión, desconociendo que es un derecho natural inherente al ser humano, y el principal, que sus propias Constituciones reconocen y le mandan custodiar.

Esa actitud gubernamental soberbia hace que en muchos países se hayan creado leyes y decretos para limitar la libertad de prensa o la libertad de los medios y los ciudadanos a expresarse sin ataduras. Esta es, sin dudas, la forma más exitosa que han encontrado para blindarse, evitar la fiscalización y la rendición de cuentas, valores esenciales de una democracia a los que todos se comprometen durante procesos electorales, pero que luego se olvidan tras asumir el poder.

La libertad de prensa es superior a otros valores, porque ningún otro se puede manifestar y plasmar adecuadamente – educación, salud, seguridad, justicia -  cuando la sociedad no tiene el derecho a saber, a opinar, a criticar y a poder presionar para que los gobiernos – simples administradores de la cosa pública – cambien el rumbo o tomen los correctivos necesarios.

Es verdad que la seguridad de la libertad de prensa y la labor de los medios, tradicionales y digitales, va mucho más allá de los desafíos que le imponen los gobiernos. Pero son los gobiernos los que tienen la mayor responsabilidad, siendo los custodios naturales de las libertades individuales y sociales, tal como lo expresan las Constituciones y todas las declaraciones internacionales, desde la Carta Democrática Interamericana hasta la Declaración Universal de los Derechos del Hombre.

Sin embargo, no puede relegarse en el gobierno la responsabilidad única. Por su importancia, la libertad de prensa así como es un derecho de todos, también su custodia debe ser una responsabilidad de todos. La mayor cuota de este deber por supuesto que le corresponde a quienes hacen de la información un trabajo cotidiano y profesional – medios y periodistas – y a todo aquel que gracias a las nuevas tecnologías – internet y redes sociales – ha podido comprobar en forma personal y grupal el poder de la comunicación.

Por supuesto que hay personas, grupos o medios que manipulan esta libertad causando grandes problemas de injusticia. Pero no por ello estos canales deben censurarse, sino todo lo contrario. Los desfasajes de la libertad se curan con mayor libertad, con mayor pluralidad y diversidad de voces porque, en definitiva, la libertad de expresión no es tanto un atributo de quien emite el mensaje sino de quien lo recibe.


Por ello, la responsabilidad de custodiar la libertad de prensa es una obligación de cada uno de los ciudadanos. Debe exigirla y nutrirla, si pretende vivir en una democracia creciente y mejor.          

Reflexionar sobre esta responsabilidad puede ser el mejor tributo a este 3 de mayo, Día Mundial de la Libertad de Prensa.

lunes, 28 de abril de 2014

La obra incompleta de Gabo

Hay personas que al morir, viven siempre. Gabriel García Márquez es una de ellas. Inmortal. Pedestal que conquistó por el soberbio manejo del realismo mágico, género en el que mezcló sus dos grandes pasiones, periodismo y literatura.

No soy crítico literario para descifrar la genialidad de la ficción mágica de “Cien años de soledad” o la realidad biográfica de “Vivir para contarla”. Pero puedo juzgar el mundo periodístico de Gabo, esa profesión que abrazó y con la que inspiró y formó a miles de reporteros a través de su Fundación Nuevo Periodismo Iberoamericano, en su amada Cartagena.

Siempre me sorprendió lo celebrado que fue su discurso sobre periodismo, “El mejor oficio del mundo”, ante la asamblea de la Sociedad Interamericana de Prensa en 1996. Me sorprendió la algarabía de muchos periodistas que parecieron embelesados por el título, cuando aquello invitaba a la autocrítica, por lo dura y descarnada de la reprimenda.

Gabo no dejó títere con cabeza. Después de calificar al periodismo escrito de género literario, criticó a los reporteros por sus faltas de ortografía, mala sintaxis y poca cultura. Reprendió a un periodismo deshumanizado y extraviado “en el laberinto de una tecnología disparada sin control”. Regañó a los medios por su competencia feroz y calificó de “laboratorios asépticos” a las salas de redacción, donde es “más fácil comunicarse con los fenómenos siderales, que con el corazón de los lectores”.

Antes de terminar y tras acuñar la frase “la ética debe acompañar siempre al periodismo como el zumbido al moscardón” – lema que luego adoptó para sus talleres de nuevo periodismo, donde enseñaron ilustres narradores como Tomás Eloy Martínez, Alma Guillermoprieto y Terry Andersen – Gabo criticó a las facultades de Comunicación por enseñar “muchas cosas útiles para el oficio, pero muy poco del oficio mismo”.

Pero lo que más me sorprendió de aquel discurso elocuente y justo, es que sonó incompleto. Ausencia total de autocrítica. No dijo una sola palabra sobre cómo su compromiso político con la revolución de Fidel Castro, hizo que evadiera la responsabilidad ética e intrínseca de todo periodista: Defender la libertad de prensa.

Gabo, quien vivió y sufrió exilios en busca de libertades, fue un ferviente admirador y confesor íntimo del dictador cubano que censuró a poetas, escritores y periodistas; contradicciones que no le perdonaron sus contemporáneos premios Nobel, como Octavio Paz, Herta Müller y Mario Vargas Llosa.

Para que Gabo ocupara un sitial intachable en la historia del periodismo, le hubiera bastado censurar  públicamente a Fidel por reprimir a quienes intentaban opinar y reunirse en contra de la revolución o, después, haber protestado por la Primavera Negra, aquel marzo lúgubre de 2003 cuando el régimen comunista puso a pudrir en las cárceles a 75 disidentes, entre poetas y periodistas independientes. Pero no lo hizo.

Puede que en privado haya hecho mucho más que nadie. Hay evidencias que Gabo intercedió ante Fidel para que libere a algún periodista o deje de fusilar a algún disidente. Pero su estatura y fama le obligaban un mayor compromiso y responsabilidad pública frente a las libertades de prensa y expresión. Su silencio y falta de solidaridad con los periodistas sufrientes de Cuba, le inhibieron moralmente para pedir por más libertades en otros lares.

Fiel a sus convicciones, Gabo también incursionó en la propaganda pese a predicar contra ella. Para contrarrestar la propaganda colonialista de las grandes agencias de noticias y al imperialismo del cine hollywoodense, ayudó a fundar la agencia de noticias Prensa Latina en La Habana y luego la Fundación del Nuevo Cine Latinoamericano.

Pese a ello no se le pueden quitar jalones para el oficio periodístico. En otra reunión de la SIP en Los Cabos, México, junto a su mentor, José Salgar, describían como redactaban sabrosas crónicas de jovenzuelos, robándole características, giros y personajes a la literatura, creando un nuevo periodismo que aunque pudiera lesionar valores tradicionales de la profesión, tenía como meta llegar al corazón del lector.

Sin dudas, Gabo dejó para la literatura una obra completa, clásica y universal. En cambio, para el periodismo, pese a todos sus grandes aportes, dejó una obra incompleta y con grandes contradicciones.