Hay personas
que al morir, viven siempre. Gabriel García Márquez es una de ellas. Inmortal. Pedestal
que conquistó por el soberbio manejo del realismo mágico, género en el que mezcló
sus dos grandes pasiones, periodismo y literatura.
No soy crítico literario
para descifrar la genialidad de la ficción mágica de “Cien años de soledad” o la
realidad biográfica de “Vivir para contarla”. Pero puedo juzgar el mundo periodístico
de Gabo, esa profesión que abrazó y con la que inspiró y formó a miles de reporteros
a través de su Fundación Nuevo Periodismo Iberoamericano, en su amada Cartagena.
Siempre me sorprendió lo
celebrado que fue su discurso sobre periodismo, “El mejor oficio del mundo”, ante
la asamblea de la Sociedad Interamericana de Prensa en 1996. Me sorprendió la algarabía
de muchos periodistas que parecieron embelesados por el título, cuando aquello invitaba
a la autocrítica, por lo dura y descarnada de la reprimenda.
Gabo no dejó títere con
cabeza. Después de calificar al periodismo escrito de género literario, criticó
a los reporteros por sus faltas de ortografía, mala sintaxis y poca cultura. Reprendió
a un periodismo deshumanizado y extraviado “en el laberinto de una tecnología
disparada sin control”. Regañó a los medios por su competencia feroz y calificó
de “laboratorios asépticos” a las salas de redacción, donde es “más fácil
comunicarse con los fenómenos siderales, que con el corazón de los lectores”.
Antes de terminar y tras
acuñar la frase “la ética debe acompañar siempre al periodismo como el zumbido
al moscardón” – lema que luego adoptó para sus talleres de nuevo periodismo, donde
enseñaron ilustres narradores como Tomás Eloy Martínez, Alma Guillermoprieto y Terry
Andersen – Gabo criticó a las facultades de Comunicación por enseñar “muchas
cosas útiles para el oficio, pero muy poco del oficio mismo”.
Pero lo que más me
sorprendió de aquel discurso elocuente y justo, es que sonó incompleto.
Ausencia total de autocrítica. No dijo una sola palabra sobre cómo su
compromiso político con la revolución de Fidel Castro, hizo que evadiera la
responsabilidad ética e intrínseca de todo periodista: Defender la libertad de
prensa.
Gabo, quien vivió y sufrió
exilios en busca de libertades, fue un ferviente admirador y confesor íntimo
del dictador cubano que censuró a poetas, escritores y periodistas; contradicciones
que no le perdonaron sus contemporáneos premios Nobel, como Octavio Paz, Herta Müller
y Mario Vargas Llosa.
Para que Gabo ocupara un
sitial intachable en la historia del periodismo, le hubiera bastado censurar públicamente a Fidel por reprimir a quienes
intentaban opinar y reunirse en contra de la revolución o, después, haber
protestado por la Primavera Negra, aquel marzo lúgubre de 2003 cuando el
régimen comunista puso a pudrir en las cárceles a 75 disidentes, entre poetas y
periodistas independientes. Pero no lo hizo.
Puede que en privado haya
hecho mucho más que nadie. Hay evidencias que Gabo intercedió ante Fidel para
que libere a algún periodista o deje de fusilar a algún disidente. Pero su
estatura y fama le obligaban un mayor compromiso y responsabilidad pública frente
a las libertades de prensa y expresión. Su silencio y falta de solidaridad con los
periodistas sufrientes de Cuba, le inhibieron moralmente para pedir por más libertades
en otros lares.
Fiel a sus convicciones,
Gabo también incursionó en la propaganda pese a predicar contra ella. Para
contrarrestar la propaganda colonialista de las grandes agencias de noticias y
al imperialismo del cine hollywoodense, ayudó a fundar la agencia de noticias Prensa
Latina en La Habana y luego la Fundación del Nuevo Cine Latinoamericano.
Pese a ello no se le pueden
quitar jalones para el oficio periodístico. En otra reunión de la SIP en Los
Cabos, México, junto a su mentor, José Salgar, describían como redactaban sabrosas
crónicas de jovenzuelos, robándole características, giros y personajes a la
literatura, creando un nuevo periodismo que aunque pudiera lesionar valores
tradicionales de la profesión, tenía como meta llegar al corazón del lector.
Sin dudas, Gabo dejó para la literatura una obra completa, clásica y universal. En cambio, para el periodismo, pese a todos sus grandes aportes, dejó una obra incompleta y con grandes contradicciones.
1 comentario:
Todavía estoy buscando una mejor manera de desarrollar.
Publicar un comentario