Venezuela está de patas para arriba. Hay señales inequívocas de que el
país tocó fondo y de que el presidente Nicolás Maduro pronto hará honor a su
apellido y caerá de la mata.
Maduro sofocó lo poco que
restaba de democracia. Desconoció al Congreso con un nuevo autogolpe, esos que
el chavismo ha institucionalizado a lo largo de una revolución que nunca tuvo
tracción. Hugo Chávez fue el máximo exponente de los autogolpes. Asestó cuatro.
Uno en 1999, su primer año, y en 2001, 2007 y 2010. Siempre
se arropó con poderes especiales y leyes habilitantes para gobernar a su antojo
y sin Congreso.
Maduro siguió el camino de su mentor. El de esta semana
es uno de los varios que pegó contra las instituciones estatales. A principios
de año, apoyado por una Justicia esclava, evitó que asuma un grupo de diputados
que a la oposición le significaban mayoría. Repudió leyes y el proceso legítimo
de referéndum revocatorio; y esta semana, con el Estado de Excepción y de
Emergencia Económica, borró al Congreso auto proclamándose como el único
legislador.
Estas medidas suspendieron las garantías constitucionales.
La excusa es la cansina de siempre, evitar el “golpe”. Esta vez sumó a
Colombia, España y la OEA ser parte de esa conspiración internacional liderada
por EEUU y los “gusanos de Miami”. Meses antes creó el Parlamento
Comunal o “congreso del pueblo” para arrinconar a la “nueva burguesía opositora”
instalada en la Asamblea Nacional.
La contradicción del chavismo entre las palabras y
los hechos es abismal. Siempre diciéndose defender al pueblo, este régimen es el
que más lo atropelló. Las evidencias son palpables. En economía, Venezuela
tiene la inflación más alta del mundo y escasez de todo, desde arepas, cerveza,
papel higiénico, electricidad, agua, salud e infraestructura. En política el
sistema es oportunista y acomodaticio. A los disidentes los persigue. Y siempre
manipuló al pueblo como masa y lo arengó para reprimir a la oposición, ya sea
mediante sistemas de vigilancia de vecinos contra vecinos o en masivas
manifestaciones subsidiadas. Ahora, cuando el pueblo cambió de lado,
simplemente le arrebató su derecho más preciado: el de reunión.
La fuerza
pública reprimió a todos los líderes y ciudadanos que se aproximaron al Consejo Nacional Electoral para entregar más de un
millón y medio de firmas, de las 200 mil que se necesitan para iniciar el
revocatorio y para que el término presidencial baje de seis a cuatro años. La
represión esta semana no necesitó ser tan férrea. El pueblo se dispersó rápido
sabiendo que el abuso de poder está a flor de piel durante las crisis y es
impune, como aquella en la que 43 estudiantes perdieron la vida por desafiar el
poder.
A Maduro no le queda pueblo que lo apoye. No tiene una pizca de
credibilidad y nadie lo respeta. El ex presidente uruguayo, José Mujica, dijo
que estaba “más loco que una cabra” al criticar su forma torpe de gobernar. El secretario
general de la OEA, Luis Almagro, fue más lejos. Lo tildó de “dictadorzuelo” por
desconocer al pueblo, al Congreso y advirtió que se le podría aplicar la Carta
Democrática. Los dichos de Almagro resultaron agradables, por venir de una
institución a la que por muchos años se la apreció de “insulza”, en honor al
apellido de quien la dirigía.
El pueblo sabía que Chávez y Maduro no eran buenos
administradores y desconfiaba que la “quinta república” sería la fórmula mágica
prometida para redistribuir la riqueza. Pero calló por mucho tiempo debido a
los subsidios y el clientelismo, moneda corriente que el gobierno usó para
tapar robos, corrupción y escasez. En época de vacas flacas, cuando el precio
del petróleo está por el piso y se produce el doble menos que hace dos décadas,
se advierte con claridad que el chavismo desperdició sus mejores años exportando
ideología en lugar de diversificar la economía.
No es difícil sugerir que Maduro es un mal político,
pésimo administrador y que su tiempo se acorta. Quedó en evidencia esta semana
cuando arengó al pueblo en cadena nacional a usar harinas alternativas a la del
maíz para hacer arepas y arremetió contra la empresa Polar por no producir más cerveza.
Es que la regla de oro indica que un Presidente o un líder dejan de serlo,
cuando el micromanagement ocupa gran parte de su tiempo. trottiart@gmail.com