No pudiendo con su genio, el presidente venezolano, Nicolás Maduro,
arremetió de nuevo ayer contra los medios de comunicación a los que acusó de
hacer apología de la violencia y de ser los verdaderos responsables de los más
de 30 mil asesinatos al año en el país.
La acusación no es nueva. Maduro considera que el amarillismo de los
medios es el gran culpable de la violencia. Es obviamente parte de su
estrategia de propaganda para desviar las causas verdaderas que tienen que ver
con la desatención del Estado, la falta de voluntad política, la escasez de
recursos para las fuerzas de seguridad, un Poder Judicial deficiente y a que ha
armado hasta los dientes a milicias urbanas que terminan usando esas armas para
delinquir o hacer justicia por manos propias.
Con esta fórmula del amarillismo, además, también se desnuda la
inmadurez de Maduro que sus partidarios no ven. Porque si los medios contagian
con sus informaciones, opiniones, fotografías y prédicas, Venezuela sería hoy
el país ideal para vivir. Es que los medios vienen clamando todos los días para
que el gobierno controle la inflación, libere los precios, no expropie
empresas, que permita la importación de papel para diarios, aprese a los
corruptos de la nomenclatura chavista, garantice la seguridad, deje de creerse
que el Estado y el Gobierno está por arriba de las libertades individuales.
Es decir, si los medios tienen el poder de contagiar conductas malas
entre la gente, también deberían incentivar las buenas conductas en el
gobierno. Por ello, su teoría del contagio no cierra.
Es verdad que el amarillismo es un desvalor periodístico que propende
al éxito económico por sobre el éxito cualitativo de los medios; pero en lo que
se suele fallar en la apreciación del nivel del amarillismo, como lo hace
Maduro, quien cree que toda información o grupo de noticias son amarillistas
por el solo de mostrar un hecho violento o es interpretado como crítico por
parte del gobierno.
El periodismo sensacionalista también juega un papel importante en la
sociedad, no porque haya un público mórbido, sino porque permite que la
sociedad en su conjunto – y no solo el gobierno como pretende Maduro – trate de
encontrar los anticuerpos y remedios necesarios para corregir situaciones.