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septiembre 30, 2017

Referéndum personal de Trump: Racismo o patriotismo

Donald Trump tiene la manía de convertir toda discusión, incluso ajena, en un referéndum personal. Le atrae la controversia y la azuza. Quiere amor u odio. No le interesan los moderados.

Esta vez prendió fuego a la polémica que inició Colin Kaepernick, un jugador de fútbol americano de raza negra, que hizo costumbre de arrodillarse mientras sonaba el himno nacional o a la canción a la bandera en señal de protesta por el racismo y la brutalidad policial contra los negros.

Desde que se arrodilló en la temporada pasada, las aguas venían divididas a favor o en contra de su actitud. Cada tanto las agitaba otro deportista que lo imitaba o políticos y celebridades que opinaban para uno u otro lado. Pero las aguas se desbordaron cuando Trump irrumpió esta semana en la discusión.

Acusó a Kapernick de “hijo de p…”, pidió a los propietarios de equipos que prohíban esas actitudes o que echen a los jugadores que irrespeten los símbolos patrios. En respuesta, en el fin de semana todos los deportistas tomaron posición. La mayoría se arrodilló, varios equipos se quedaron en el vestuario durante el himno, el campeón de básquet de San Francisco anunció que no iría a recibir sus honores a la Casa Blanca y llovieron proclamas en los medios y redes sociales.

El Presidente logró así cambiar el eje de la discusión. Lo que era una protesta ante una injusticia, el racismo, terminó convertida en un asunto de patriotismo y a favor o en contra de su posición: ¿Cómo alguien que disfruta de las libertades y el estilo de vida estadounidense puede denigrar a la bandera, el símbolo que por antonomasia representa la memoria de los millones de soldados compatriotas que sacrificaron sus vidas por esos derechos y privilegios?

Se perdió así la rica disputa de fondo que permitía a los más jóvenes experimentar aquellas discusiones de otras épocas cargadas de protestas más virulentas en las que se quemaban o escupían banderas por guerras indeseadas y conflictos por los derechos civiles de los negros. Entonces, la Corte Suprema había sido tajante. El derecho a la libertad de expresión y de protesta, tal se conciben en la Primera Enmienda constitucional, se anteponen a los símbolos patrios y lo que se quiera hacer con ellos.

Lo que enervó no es tanto el cambio de enfoque de la discusión, sino el estilo prepotente con la que Trump la indujo, sin reparos de ninguna índole para erigirse en protagonista principal de la escena.

Tampoco hay que menospreciar sus cálculos, no todo es espontaneidad temperamental. Trump actúa metiendo púa para llevar agua para su molino. Desvía la atención del racismo y otros temas importantes como el “rusiagate”, apuntando a los deportistas, como antes a los mexicanos, musulmanes y periodistas, con la intención de mantener enfervorizados a sus votantes y fanáticos.

Es menos popular que antes, pero no está solo y tiene razones. A las protestas de los jugadores también le llueven abucheos desde las tribunas. Esta semana, Nielsen, la compañía que mide rating televisivo, mostró que la liga de fútbol americano perdió 11 puntos respecto a la temporada pasada. El Washington Post midió que del 19% que perdió interés en los partidos 17% fue por las protestas. Otro síntoma fue que se quintuplicaron las ventas de la camiseta del jugador Alejandro Villanueva, un veterano de guerra en Afganistán, el único de su equipo que no se quedó en el vestuario y escuchó el himno de pie con la mano sobre su pecho.

La Presidencia debería tener un código de ética que limite a su inquilino a tomar partido por cualquier asunto, así como los militares, policías y jueces que están obligados a ser imparciales de opinión política. Un presidente debería guardar más coherencia que el resto, actuar con imparcialidad y abstenerse de participar en discusiones, permitiendo a la sociedad hacer sus propias catarsis.

Como presidente, Trump siente la obligación de hacer respetar los símbolos patrios, aunque también debería equilibrar su posición garantizando los derechos a la libre expresión y la protesta pacífica como le exige la Constitución.

En un escenario ideal, Trump debería someter sus opiniones personales a la conducta que debe asumir como presidente. Lamentablemente el pedido es imposible. A Trump le fascina ser el centro de todo y hacer de todo un referéndum personal. trottiart@gmail.com


febrero 07, 2014

America The Beautiful, nacionalismo y Coca Cola

Pasado el aburrido Super Bowl del domingo pasado, quedaron para el entretenimiento las listas de las 10 publicidades más exitosas, en la que compitieron marcas de cereales, autos de lujo y ordinarios, cervezas y bebidas carbonatadas. Algunas con un sesgo marcado de humor como Doritos y VW, invocaciones a los valores de la amistad y la familia como las bebidas Miller y Budweiser o con una apelación exagerada al patriotismo, con la publicidad de la cadena televisiva CBS que apeló a honrar a los militares y su regreso a casa desde Irak y Afganistán.

Como nunca antes, una publicidad causó controversia. A Coca Cola le salió el tiro por la culata, cuando defendiendo la pluralidad y diversidad de la población de EE.UU., con el fin de mostrar una nación siempre renovada por la migración perenne, presentó una publicidad en que niños en ocho idiomas diferentes cantan “America The Beautiful”, una canción perteneciente a un pequeño grupo de himnos patrióticos.

De golpe y porrazo, aún antes de la reacción de los medios de comunicación tradicionales que seguían adormecidos con un Peyton Manning y unos Broncos que no dieron la talla ante los Seahawks de Seattle, las redes sociales explotaron contra la Coca Cola. Con el hashtag #BoycottCoke, miles de usuarios se dieron a la tarea de acusar a la empresa, con sede en Atlanta, de trastocar los valores del país y la preservación del idioma inglés, llamando a un boicot como forma de castigo.

Si bien no es desfachatado considerar que se deben respetar los signos patrios por aquello de no ofender los sentimientos – de ahí que en cada país existan leyes y restricciones para que los símbolos no se puedan manipular -  también es cierto que muchos mal interpretan y confunden patriotismo con nacionalismos y fanatismos.

EE.UU. tiene un largo historial de leyes y antecedentes jurídicos y éticos sobre cómo se puede utilizar o hasta quemar una bandera y otros símbolos nacionales y religiosos, de ahí las mil y una interpretaciones diferentes que cantantes y bandas hacen de los himnos patrios, tendencia de flexibilidad que se fue contagiando y prosperó en otros países.

Es evidente que Coca Cola no quería ofender a nadie y que la intolerancia siempre está presente entre los fanatismos. En realidad, la publicidad es de buen gusto y ofrece un mensaje de respeto a todos los inmigrantes del mundo que llegan al país y que abrazan, en sus propios idiomas, los valores nacionales.  


Y en esta madeja enredada de mensajes y fanatismos, a quien tampoco le fue muy bien fue al famoso Bob Dylan, que se tuvo que comer críticas por hacer anuncios multimillonarios de Chrysler y del yogur griego Chobani, que no serían consecuente con el mensaje de sus canciones. Algo así como se le podría criticar a los jerarcas del Politburó cubano y otros países comunistas, porque su estilo de vida no es congruente con la que le exigen a sus ciudadanos.

Tensión entre la verdad y la libertad

Desde mis inicios en el periodismo hasta mi actual exploración en la ficción, la relación entre verdad y libertad siempre me ha fascinado. S...