Cuba todavía no es libre; no
hay que confundirse. El derecho humano al libre albedrío lo sigue administrando
el régimen de los Castro, por más que muestren mejor cara tras la reapertura de
relaciones diplomáticas con EE.UU.
La confusión
deviene de aquella algarabía que causaron Barack Obama y Raúl Castro cuando el 17
de diciembre anunciaron que reiniciaban relaciones. También por el acto de este
viernes, en el que un exultante John Kerry, secretario de Estado, izó la
bandera estadounidense en La Habana, enterrando desconfianzas y agresiones
mutuas que duraron 54 años.
La esencia
misma de la dictadura militar castrista está intacta. Por eso nadie de la
disidencia pudo presenciar la ceremonia de Kerry. Los Castro impidieron que sus
opositores aprovechen la tribuna. Y el gobierno de Obama se sintió de manos
atadas ante las condiciones impuestas. Debió aceptar, además, la furia de los
republicanos que creen que Washington dio mucho a cambio de poco o nada.
De todos
modos, la discusión entre republicanos y demócratas es de forma. Todos saben
que los distintos gobiernos de EEUU jamás dejaron de apoyar a la disidencia
interna con ideología y recursos. Su objetivo siempre fue promover la implosión
de la revolución. Pero, en el fondo, lo que molesta, es que los Castro se
salgan de nuevo con la suya. Consiguieron beneficios económicos para seguir
estirando su supervivencia, aunque siguen bloqueando la supervisión de los
derechos humanos: Prohíben las libertades de reunión, de expresión y ni hablar
de elecciones libres.
Los Castro se
muestran inamovibles y tercos en su posición. Del país solo autorizan la salida
de los privilegiados, los que reciben permisos y que conforman las delegaciones
oficiales. Pero son muchos más los que desertan y escapan, en busca de libertad
y toma de decisiones.
Los Castro se
regodearon esta semana enviando a cuatro chefs oficiales a Miami. Pero la
propaganda sobre los beneficios culinarios de la revolución es insignificante
ante los grandes fracasos que denota la falta de libertades. De muestra un
botón: En las pasadas semanas, cuatro futbolistas de la selección cubana
desertaron mientras jugaban la Copa de Oro y cuatro dentistas cubanos llegaron
a Miami vía Colombia, después de desertar de las misiones sanitarias en
Venezuela.
Los cubanos
siguen escapándose de esa gran prisión todos los días, aunque sus odiseas, por
repetidas e institucionalizadas, no concitan la atención que provocó la del
Chapo Guzmán. Veinticuatro de ellos llegaron deshidratados esta semana a las
costas de Florida en una embarcación precaria; una de las tantas que en los
últimos meses trajo a más de tres mil inmigrantes. Otros miles fueron
deportados en el intento, por aquella cláusula que no da status de refugiados a
quienes no toquen con sus pies tierra firme. Lo más dramático: Se calcula que
cientos murieron en el intento.
Quienes no se
animan a salir de Cuba pero están descontentos y se manifiestan como tal, no la
pasan bien. La tendencia a las detenciones arbitrarias, a los juicios sumarios
y a las palizas sigue en alza. Nada se detuvo pese a los nuevos acuerdos
diplomáticos. Raúl Castro se esfuerza en demostrar rigor y puño de hierro, de
ahí que sostenga que la apertura económica no implica reformas políticas. El comunismo
sigue siendo regla y forma de vida.
El doble
discurso castrista es elocuente. A los salvavidas económicos que otrora les
tiró Rusia, China y recientemente Venezuela, ahora le suma los de EE.UU. Obama,
por su parte, insistirá en su propósito de que la economía derruirá a la
ideología. Tiene esperanzas de que el Congreso levante el embargo, la última
excusa al que los Castro le adjudican la pobreza económica de su régimen.
De nuevo. No
hay que confundirse. Cuba libre es por ahora una aspiración y vivir libre en
Cuba es solo condición para turistas, privilegiados y miembros del gobierno y
del partido. Quien no pertenece a estos grupos y quiere ser libre, debe remar en la inmensidad del océano o desertar
de alguna delegación oficial que le haya tocado en suerte.
Tampoco
hay que confundirse. La estrategia que EE.UU. siguió por décadas para
conquistar a Cuba nunca funcionó. Este es un nuevo y razonable intento para
demostrar que con dólares, y sin soldados, se puede comprar libertad.