Como todos los años para esta época, recibí el saludo agradecido de
Norberto Ricardo, un cubano a quien divisé en su balsa en la inmensidad del
Estrecho de la Florida, cuando junto a sus cinco compañeros remaba hacia la
libertad.
El saludo esta vez fue especial. Vino acompañado por una foto de un
papelito que él atesora y que considera “mi nueva Acta de Nacimiento”, y que le
arrojé desde un avión cuando ya estaba a punto de convertirse en una oscura
estadística, engrosando la de aquellos que no pueden con el mar ni la vida.
Tal como escribí en una columna que publiqué en enero de 1999, después
de entrevistarlo de nuevo, esta es la historia del rescate de Norberto y su
abrazo con la libertad:
“Aquel día, 16 de agosto de 1993, peinando el océano con la flotilla
de Hermanos al Rescate en busca de refugiados, pude asociar con imágenes el
significado de la libertad: Un grupo de personas desencajadas, agitando sus
brazos para abrazarnos a cientos de metros y saltando a gritos en una titubeante
balsa de cámaras de camión, sobre un fondo azul profundo y tenebroso. ¡Esa es
la libertad!
El júbilo nos contagió a todos, los de la balsa y del avión. Ellos
descubrieron libertad, nosotros vida. Los de abajo estaban recién a medio
camino después de cuatro días de travesía desde su salida del Cotorro, La
Habana. Ya no tenían agua ni comida y los brazos les pesaban como piedra. En
vuelos rasantes les tiramos pomos con agua y una botella con una esquelita que,
como periodista invitado, los pilotos argentinos Lares me permitieron arrojar y
que luego Norberto guardó para siempre: “Bienvenidos a tierra de
libertad, Dios envió a Hermanos al Rescate por vosotros. El Guardacosta está en
camino, no se desesperen. Les Abrazan sus Hermanos al Rescate. PD. Si tiene
algún enfermo alcen todos las manos al pasar el avión”.
Seguí luego el trajinar migratorio y entablé amistad con Norberto. En estos
15 años jamás perdió su optimismo contagioso, su gratitud venerable y su
nostalgia por la Cuba que no pudo ser. Nació cuando el gobierno comunista ya
tenía 13 años. “Desde chico me cansé de no poder ser yo”, descarga entre anécdotas.
Se sentía oprimido por un régimen que no permite la iniciativa propia; que
vigila; que induce a la desconfianza mutua; a no poder reunirse sin despertar
sospechas; a no poder viajar sin permiso; a no tener religión; a no poder
expresar opiniones; y con acceso a derechos magros, como educación adoctrinada,
salud sin medicinas y libreta de racionamiento escasa.
“Aquello no se lo puede contar, hay que vivirlo”, repite cada vez que escucha
alabanzas foráneas sobre el comunismo. Por esas privaciones decidió tirarse al
mar, a pesar de que tenía “99 posibilidades para perder y una sola para ganar”.
Las estadísticas son escalofriantes. Más de 50 mil cubanos cruzaron en balsa el
Estrecho durante el régimen castrista, pero algunos estiman que una cifra mayor
pereció en el intento. Éxodo y holocausto al mismo tiempo.
Norberto lo intentó tres veces. En la primera lo atraparon y pasó 28
días en un calabozo de Villa Marista. En 1993 fue uno de los 3.687 balseros que
alcanzó la Florida, previo al éxodo masivo de 1994 permitido por Fidel Castro,
que derivó en acuerdos migratorios entre Cuba y EE.UU., opacados por el
hundimiento del remolcador “13 de Marzo” en julio de 1994 y el derribo de dos
avionetas de Hermanos al Rescate en febrero de 1996.
Cuando la conversación es más íntima, Norberto confiesa no comprender
cómo pudo haber tenido el valor para enfrentarse a “todo o nada”, a los
tiburones, y no fue capaz de desafiar al sistema. “Es que son muy eficientes –
se responde – logran que todos desconfiemos de todos, que nos acusemos, nos
controlemos, que tengamos doble cara”.
Norberto sabe que el paraíso no existe, y que su actual tiene
imperfecciones. Pero está feliz que sus
tres hijos tengan ahora lo que él nunca tuvo hasta que se arrojó al mar. Para
ellos, viajar, expresarse, disentir, criticar, votar… son verbos superficiales.
“No saben lo que es sentirse preso en su propio país”, dice con orgullo.
Junto a sus hijos, esposa y madre, Norberto vive hoy en Miami en una
casa que pudo comprar y que sirvió de refugio a otros 53 familiares que trajo desde
1994.
Mientras en Cuba el gobierno festeja sus logros de medio siglo recibiendo
a gobernantes a los que prohíbe reunirse con disidentes, yo celebro que
Norberto me haya enseñado el valor de la libertad, que se la haya regalado a su
familia, y de haberme prometido intercambiar mis fotos de la balsa por su tesoro
mejor guardado, una copia de aquel papelito”.