El mensaje
tras las elecciones en Argentina es claro y contundente. Más allá de quien gane
el balotaje del 22 de noviembre, el domingo pasado perdió el kirchnerismo y su
forma arrogante de hacer política y conducir un país.
La evidencia
no hay que buscarla en la elección que ganó/perdió Daniel Scioli frente a
Mauricio Macri, ambos lejos de la Presidenta, sino en la derrota que sufrió el
ultra kirchnerista Aníbal Fernández en la provincia de Buenos Aires.
Fernández no
perdió contra la liberal María Eugenia Vidal. Perdió por el hartazgo de la
gente sobre aquellos que confunden el debate de las ideas con la confrontación
ideológica y los que anteponen beneficios propios o partidarios por sobre los
de todos, sin distinciones.
Perdió porque
a imagen y semejanza de la presidenta Cristina Kirchner – quien cree que el
balotaje será un referéndum sobre su “modelo” - representa esa especie de
políticos arrogantes que con sarcasmo e ironía a flor de piel, esconden vicios
y corrupción, estigmatizando y persiguiendo a opositores, jueces y
fiscalizadores.
Perdió por
ser parte de una clase política retrógrada que ensucia el campo de juego con
burlas, mentiras y conspiraciones. Como las bufonadas del ex secretario de
Comercio, Guillermo Moreno; las manipulaciones estadísticas para fabricar una Argentina
ficticia con menos pobres que Alemania; o la artificiosidad con la que el
canciller Héctor Timerman denunció un complot encabezado por la Comisión Interamericana
de Derechos Humanos por llamar a una sesión sobre la falta de independencia
judicial en el país.
Perdió porque
la gente se cansó de los políticos que se creen dueños del Estado; ineficientes
en el manejo de la cosa pública excepto cuando se trata de sus bolsillos; que
no generan empleos, pero sí subvenciones para adular a sus mayorías y
militancia; y que abusan de cadenas nacionales para hacer propaganda durante la
veda electoral.
Perdió porque
el contexto cambió. La gente está harta de modelos prepotentes, así sean los de
Argentina, Guatemala o Brasil, donde las marchas anticorrupción y los
cacerolazos son revoluciones por la dignidad y el respeto. Es que pese a las
penurias económicas, la gente no reclama por más pan, sino por menos circo.
La derrota de
Aníbal y Cristina es una advertencia para los políticos arrogantes de todas las
latitudes. Es probable que el 22 de noviembre se defina si en la región el
péndulo comenzará a oscilar hacia la derecha, tras dos décadas de izquierda y
populismo que generaron los abusos del neoliberalismo. Más allá de las ideologías,
lo que ahora se impone es que la oscilación sea desde la corrupción hacia la
honestidad.
Sin necesidad
de saber a dónde anidarán los votos de Sergio Massa, gane quien gane, Scioli o
Macri, lo cierto es que el kirchnerismo ya es el gran derrotado. Aunque no se
puede pecar de ingenuos. En política un mes es una eternidad y el kirchnerismo se
aferrará de donde pueda, ni querrá perder poder ni quedar potencialmente a
merced de la justicia y las represalias políticas después de años de sembrar
polarización y enemistades.
El
kirchnerismo no desaparecerá de la noche a la mañana. Tiene grandes cuotas de
poder en el Congreso y ha sabido enquistarse a través de entidades
paraestatales como La Cámpora, que en estos días, de espalda a la estridencia
de las urnas, compró futuro y puestos para seguir ideologizando, con una ley
que le permitirá administrar el deporte en toda la nación.
Esa actitud
desafiante y de nepotismo kirchnerista que tiene al Estado como botín, no es
más que un resabio de una práctica extendida por 12 años. Por eso, antes de que
Cristina se vaya el 10 de diciembre, habrá que esperar más leyes acomodaticias
y más jueces partidarios para escudar su futuro; más estigmatizaciones, más persecuciones
y muchos más “yos”. Todo eso forma parte del ADN kirchnerista. Nada ni nadie lo
puede cambiar.
Aunque el
kirchnerismo no escuche e insista en la defensa de su modelo, el resultado
adverso del domingo reclama, al menos al peronismo, la desideologización de la
política y la economía. Reclama la necesidad de un país en serio, reclama
líderes con valentía suficiente para desmontar la corrupción estructural, la
degeneración más perversa de la arrogancia política. trottiart@gmail.com