Los periodistas y medios de
comunicación eran los únicos que hasta hace poco tenían el privilegio de informar,
comentar y divulgar fotos y videos. Eran quienes dominaban y motivaban la
conversación pública.
Ahora esa conversación se ha
amplificado gracias a las redes sociales, aunque no significa que la
comunicación haya mejorado. A los diarios, la radio y la televisión siempre se
les ha achacado abrumarnos con una versión híper negativa de la realidad, pero las
redes no han logrado enmendar esa situación.
Por el contrario, se han
convertido en un espejo desvirtuado de la realidad, repletas de ficción tipo
reality show, de vidas editadas y retocadas en las que se esconden y disfrazan
otros yo. Aún peor, nos han hecho adictos de esa realidad virtual, con
sensaciones de bienestar o malestar según la cantidad de likes y aprobación
recibida.
En realidad, no son las
redes el problema, sino la actitud de proyectar imágenes artificiosas de uno
mismo que termina desviándose hacia una adicción tan potente como la que ofrece
cualquier alucinógeno. Esa tecno dependencia o uso desmedido de las redes y de
su extensión natural, los teléfonos inteligentes, atrajeron otros problemas sociales:
accidentes de tránsito, diálogos familiares interrumpidos e improductividad
laboral.
Las redes nos desnudan y potencian
vicios y virtudes que creíamos en otros. Ya no se puede tirar la primera
piedra. Descubrimos que el narcisismo no es solo patrimonio de políticos y
celebridades y que los poderosos no son los únicos con aires de superioridad. Somos
buenos y malos, y lo exhibimos. Damos consejos, somos coach, mostramos lo que
comemos, motivamos con frases de famosos y buscamos en las pantallas lo que a
veces se nos dificulta encontrar en la vida presencial.
Desinhibidos virtualmente de
lo que nos avergonzaría en la vida real, también mentimos, envidiamos, acosamos
y envenenamos. Los memes han transformado el humor en pura burla y sátira. Otros
muchos usan las redes para delinquir. Los depredadores, estafadores, acosadores
y ladrones de identidad consiguieron un escenario ampliado hasta el infinito.
Llega un punto que tanta
información y adicción desgasta, cansa y aburre. Así lo demostró un experimento
de la organización danesa The Happiness Research Institute. Se le pidió a un
grupo de usuarios no usar Facebook por una semana. El resultado fue asombroso.
Sin acceso a Facebook, admitieron sentirse más felices, menos solos y que aprovecharon
mejor el tiempo. Interactuaron más, tuvieron más concentración y fueron más eficientes
en sus trabajos.
No todo es malo. En columnas
anteriores he ponderado hasta el cansancio la vitalidad y pluralidad
informativa y social que aportan las redes. Solo basta observar su contribución
durante los desastres naturales de los últimos meses. Tras el paso atroz de los
huracanes por el Caribe o del terremoto en México, la convocatoria espontánea y
organizada en las redes sociales sirvió para reencontrar familiares, buscar
víctimas y ayudar a los damnificados. Sin Whatsapp, Messenger, Facebook o
Twitter las catástrofes hubieran sido peores.
No obstante, por esa solidaridad y
unidad descomunal no se puede perder de vista que las redes también engendran y
potencian rumores, noticias falsas y propaganda. No solo el “rusiagate” en la
campaña electoral estadounidense mostró esos vicios. En el terremoto de México
algunos internautas generaron pánico anunciando más sismos inexistentes o
inventaron a Frida, una niña de 12 años atrapada bajo los escombros que nunca
existió, pero cuyo rescate mantuvo en vilo a la comunidad internacional por
varios días.
Por suerte, las compañías
tecnológicas, conscientes de los vicios y abusos, están buscando mejorar la
comunicación y proteger a los usuarios. Incorporaron botones de alerta, métodos
de prevención y denuncia, y están atentas a nuevas amenazas, desde ataques
cibernéticos hasta juegos virtuales como la Ballena Azul que incentiva
actitudes suicidas en los adolescentes.
Para salir de esta adicción,
apagar las redes de nuestras vidas como plantea el instituto danés es
imposible. Lo viable, sin embargo, es tomar conciencia de la tecno dependencia,
usar las redes con responsabilidad y no permitir que nos afecte la vida ilusoria
y paralela que en ellas se proyecta. trottiart@gmail.com