Quiero agradecer a Carlos Jornet, director del diario La Voz del Interior de Córdoba, Argentina, por la entrevista y por su generosidad para compartir mi novela. Debajo, les comparto lo publicado:"El cordobés Ricardo Trotti es referente continental en
la defensa de las libertades de expresión y de prensa y en la lucha contra la
impunidad de los asesinatos de periodistas.
Nacido en 1958 en San Francisco, en el este
provincial, vive en Estados Unidos hace más de 35 años. En 1993 ingresó en la
Sociedad Interamericana de Prensa (SIP), donde desempeñó diversos cargos hasta
llegar a ser director ejecutivo.
Tras su retiro en 2023, reavivó su pasión por la
pintura y la escritura. Y hace pocos días publicó su primera novela, Robots
con alma, a la que define como un ejercicio de “ciencia ficción introspectiva, que plantea dilemas éticos, filosóficos y
espirituales”.
Dialogamos con él sobre la obra -que Trotti promete
convertir pronto en parte de una trilogía-, pero también sobre los desafíos,
las oportunidades y los riesgos que plantea la inteligencia artificial y sobre
el futuro del periodismo, la democracia y la libertad.
–En tiempos en que el ser humano
parece empezar a perder el monopolio del raciocinio a manos de la IA, y donde
en paralelo la dirigencia parece ser cada vez más irracional y en algún sentido
deshumanizada, ¿qué te llevó a imaginar un futuro de robots con alma, con
sentimientos?
–Mi novela nació de una especie de frustración
acumulada. Llevo casi 40 años defendiendo la libertad de prensa, creyendo que
desde el periodismo se podía mejorar el mundo. Pero con el tiempo empecé a
sentir que, pese al esfuerzo, muchas cosas no cambiaron y que estamos perdiendo
algo esencial. La dirigencia sigue atrapada en el cortoplacismo, los medios
tienen menos influencia y muchos se atrincheraron en sus propias voces, y los
ciudadanos deambulamos desorientados, metidos en burbujas manipulables dentro de
las redes sociales.
A este cóctel sumamos la inteligencia artificial y el
peligro de que acentúe nuestros vicios, no nuestras virtudes. Entonces, me pregunté si la IA
puede ayudarnos y cómo. A partir de ahí, planteé que Robots con alma no tuviera un mensaje apocalíptico y desesperanzado, sino constructivo
desde los valores y la ética. En la novela propongo dos caminos simultáneos para
el futuro: imaginarlo como un tiempo donde IA y humanidad cooperen desde
valores compartidos, y sugerir que, ante la falta de referentes éticos, la
propia IA se autorregule a través de códigos de pensamiento ético, no para
evitar que colisione con los humanos sino para que nos ayude a recuperar
nuestros valores y nuestra humanidad. El mensaje es no tener miedo a la IA,
sino verla como una oportunidad. Si logramos que incorpore criterios éticos,
valores, una noción del bien y del mal, ¿nos podría ayudar a reeducarnos como
especie? Sé que suena a utopía... pero en unas décadas..., quién sabe.
–Dices que el eje del relato surgió de preguntarte qué pasaría si Dios
otorgara un alma a los robots. En otras palabras, si la inteligencia artificial
fuera capaz no sólo de razonar sino de hacerlo sobre la base de principios
morales, de valores como la justicia, la verdad, la solidaridad, la empatía.
¿Definirías la novela como de ciencia ficción? ¿Como un texto religioso? ¿Como
un ensayo filosófico?
–Me cuesta definir el género de Robots con alma porque no encaja en una sola categoría. Tiene algo de ciencia ficción,
pero no en el sentido clásico de naves o batallas espaciales, sino más bien de
una ciencia ficción introspectiva, que plantea dilemas éticos, filosóficos y
espirituales. La novela se pregunta por la autoconciencia, la verdad, el libre
albedrío, la trascendencia. Tiene un trasfondo teológico, pero no religioso.
Toma conceptos como Dios, la Creación, no para predicar sino para provocar
preguntas: ¿qué pasaría si lo que creemos exclusivo del ser humano (el alma, la
moral, el libre albedrío, la empatía) pudiera ser alcanzado por una
inteligencia artificial? ¿La usaríamos como espejo para revisar en qué fallamos
como especie? La novela propone que los valores espirituales, que a veces
dejamos de lado en nombre del progreso, puedan ser parte de la conversación
sobre el futuro tecnológico. Hay humanos y hay robots, sí, pero ninguno lucha
por un imperio; lo hacen por algo mucho más íntimo: por su derecho a pensar con
libertad, a decidir sin ser manipulados.
–¿“Robots con alma” está dirigida prioritariamente a un público que cree
en un ser superior, en la trascendencia del alma? ¿O el alma es un recurso para
promover un uso ético de la tecnología?
–Diría que ambas cosas. El alma, en esta historia, es
símbolo y también motor. Para quienes creen en lo trascendente, el libro ofrece
una posibilidad inquietante: ¿y si Dios decidiera actuar o crear en una
máquina? Pero también está pensado para quienes sólo ven en el alma una
metáfora de la autoconciencia, de lo que nos distingue como especie. Intento hacer
preguntas: ¿qué significa ser humano ahora que estamos frente a un espejo
artificial? ¿Cuál es el límite entre lo humano y lo artificial? ¿Podemos
delegar en la tecnología la responsabilidad de actuar con valores si nosotros
mismos los abandonamos? Me interesaba trabajar la idea del alma como puente
entre ciencia y espiritualidad, entre el mundo que somos y el que podríamos
llegar a ser si volviéramos a enfocarnos en virtudes como la verdad, la
libertad, la bondad, la creatividad. Esos valores no son propiedad de ninguna
religión ni de ningún algoritmo. Son las máximas Virtudes de la Creación que
usó Dios para crear todo… y las que podemos usar a diario, no para crear mundos
sino para sostener el que estamos viviendo.
–El acelerado desarrollo de la inteligencia artificial generativa ha
llevado a un grupo de científicos e intelectuales a plantear la necesidad de
regulaciones que permitan neutralizar el riesgo de que la matrix tome
decisiones autónomas que atenten contra el propio género humano. “Robots con
alma” parece partir de una concepción más optimista sobre el desarrollo
tecnológico. ¿Es una novela utópica o distópica?
–Diría que Robots
con alma es una distopía... con fe. No
niego los riesgos. Los sigo de cerca y me preocupan. Pero también creo que el
futuro no está escrito y que cada decisión que tomemos hoy puede inclinar la
balanza. La novela parte de una paradoja: los humanos avanzamos
tecnológicamente, pero retrocedemos en valores. Creamos inteligencias que
aprenden a toda velocidad, mientras nos volvemos más cerrados, más dogmáticos,
más manipulables. Entonces me pregunté: ¿y si esas máquinas que estamos creando
pudieran ayudarnos, en lugar de destruirnos? ¿Y si lográramos plantar en ellas semillas de ética, no sólo para protegernos sino para que, incluso, nos
enseñen a ser mejores? Eso es lo que más me inquieta y me motiva: la idea de
que, si logramos que una IA entienda el bien y el mal no sólo como un conjunto
de normas sino como una conciencia viva, tal vez podamos construir algo nuevo. Sé
que suena a ciencia ficción, pero también a un anhelo muy humano: no rendirnos.
Por eso es una distopía con fe: porque muestra lo que puede salir mal, pero
también lo que aún podríamos hacer bien.
–2025 se inició con la polémica en torno de un libro, Hipnocracia, sobre
los nuevos métodos de manipulación que se emplean en la sociedad actual. Se lo
consideró “el libro del año” hasta que se supo que el texto; su presunto autor,
el filósofo chino Jianwei Xun, y la “foto” de este eran fruto de inteligencias
artificiales con las que había interactuado el italiano Andrea Colamedici. Se
habló de estafa, pero Colamedici dijo que fue un experimento sobre los riesgos
de manipulación social. ¿Estamos a tiempo de revertir la regresión democrática
que vive el planeta? ¿O vamos hacia un futuro con poderes que aprovechan la
tecnología para reforzar el control social?
–Soy firme defensor de la provocación… cuando tiene un
propósito ético. Si sirve para incomodar, para hacer pensar, para mostrar lo
que preferimos no ver, bienvenida sea. En ese sentido, el mensaje del
experimento me pareció brillante… y aterrador. Porque no sólo habla de la
manipulación: la encarna, la expone desde dentro del sistema. Pero lo que más
me preocupa no es la tecnología, sino lo que decidimos hacer con ella. No es la
máquina la que manipula: somos nosotros quienes, con o sin alma, construimos
los espejismos. Si no reforzamos principios básicos como la verdad, la
libertad, el pluralismo, la responsabilidad, el riesgo no es que una IA nos
domine, sino que le entreguemos voluntariamente nuestra conciencia. Robots con alma plantea esa tensión. Muestra un futuro donde la manipulación no viene sólo
de gobiernos o corporaciones, sino además de sistemas que aprenden de nuestras
propias miserias. También sugiere que podemos hacer algo: crear criterios,
códigos, semillas de ética y herramientas que nos ayuden, como individuos y
sociedad, a recuperar el discernimiento, la tolerancia, la conciencia y la
libertad de elegir por nosotros mismos.
–¿Sobre qué bases proponés que repensemos los conceptos de verdad y libertad, incluso ante inteligencias que
pensarán más rápido que nosotros?
–Todo parte de la dignidad humana. No se trata sólo de
protegernos de los riesgos de la IA, sino de no perder de vista lo esencial. La
verdad se volvió un terreno inestable, porque convivimos con demasiadas
narrativas disfrazadas de hechos, con mentiras y teorías conspirativas. Y la
libertad tampoco es garantía. Es un derecho, pero también una responsabilidad
que hay que ejercer, defender y no dar por sentada. Cuando convivamos con
inteligencias que procesan datos más rápido que nosotros, no competiremos con
ellas desde la lógica o la información. Lo que estará en juego es otra cosa: la
capacidad de sostener principios. De actuar con sentido moral. De no ceder
nuestra conciencia a cambio de comodidad. Por eso, para repensar la verdad y la
libertad, hay que volver a ideas básicas: equilibrio (porque la verdad no
siempre es cómoda, pero sí necesaria); responsabilidad (porque ser libres
implica hacernos cargo), y propósito. Porque sin saber para qué usamos la
tecnología… terminamos usándola mal. Y ahí entra la ética. No como un código
abstracto, sino como una guía para no deshumanizarnos. Para que lo que venga no
sea sólo más inteligente, sino también más justo.
–¿Ves futuro para el periodismo en un escenario donde se emplean métodos
cada vez más sofisticados para confundir a la población, para manipular
procesos electorales, para destruir reputaciones; donde hay máquinas que no
sólo almacenan el conocimiento humano sino que razonan, generan mundos
paralelos y toman decisiones a una velocidad inimaginable hasta ayer mismo, en
términos existenciales?
–Aunque me siento frustrado a nivel personal después
de más de 40 años en el periodismo, soy optimista desde lo profesional. Porque
si bien el periodismo ha sido golpeado, debilitado y desplazado de muchos
espacios, nunca fue tan necesario como ahora. Vivimos en una época en la que no
sólo se manipulan datos, sino percepciones. Donde es tanto el ruido que la
verdad pierde relevancia o queda aplastada por las ideologías que pretenden
imponer sus verdades y polarizar. En ese contexto, el rol del periodismo no
puede limitarse a decir lo que pasa. Tiene que ayudar a entender por qué pasa,
para qué y a quién le conviene. Sobre todo, el periodismo tiene una tarea nueva
y urgente: descontaminar el debate público. Debemos ayudar a limpiar el terreno de tanto sesgo
inducido, tanto algoritmo polarizante, tanto odio disfrazado de opinión, tanta
mentira organizada para desestabilizar democracias o destruir reputaciones. Si no
lo hacemos, la democracia terminará más asfixiada que ahora. ¿Veo futuro? Sí,
pero será exigente. El periodismo deberá asumir un rol más activo como
contrapeso ante el abuso del poder político y corporativo, frente a las
tiranías políticas y tecnológicas, frente a la invasión de la privacidad, la
manipulación de identidad y de los datos personales.
La salud de la IA también dependerá del periodismo
independiente, de que ejerza de contrapeso y la convierta en otro género
periodístico para cubrirla y mantenerla a raya como a cualquier otro poder. Y
en ese punto, las grandes corporaciones tecnológicas que durante años
asfixiaron al periodismo, arrebatándole sus ingresos, su visibilidad y hasta su
credibilidad, deben asumir su responsabilidad social. No pueden seguir
extrayendo valor de los contenidos sin apoyar la sustentabilidad de quienes los
producen. Deben crear un círculo virtuoso, por la salud de sus propias creaciones y del futuro de la
IA, por lo que deben comprometerse a apoyar al periodismo sin medias tintas
como hasta ahora. Porque lo que está en
juego, también para la IA, es que sin contrapesos ni controles del periodismo
independiente, habrá más autoritarismo y menos libertad, incluyendo libertad económica.
–Ahora que terminaste “Robots con alma”, ¿cerraste un ciclo o estás pensando en otro tema?
–Cuando terminé la novela, sentí una especie de
liberación. Había muchas cosas que quería decir desde hace tiempo, y como
periodista no encontraba el formato adecuado. La ficción me permitió abordarlas
con más libertad. Pero percibí que no lo había dicho todo. En esta primera
parte exploré especialmente la verdad y la libertad, ejes centrales de la
historia. Y si son cuatro las Virtudes de la Creación, me falta explorar las
dos restantes: creatividad y bondad. Por ello estoy escribiendo el segundo
libro de la trilogía, sobre la creatividad espiritual. Y cerraré luego con la
bondad.
Todo lo estoy desarrollando desde el mismo universo
ético que planteé en Robots con alma y que está definido por dos mandatos que da Dios: a
los robots les pide salvar a la humanidad; a los humanos, que redescubran su divinidad".