La Justicia lenta,
ineficiente, politizada o secuestrada por el poder es la mayor debilidad de América
Latina. Esta anemia judicial ha estimulado en muchos poderosos un delirio de
impunidad; el creer convencidos que sus actos corruptos jamás serán castigados.
A veces, la Justicia echa
por tierra ese trastorno mental. Ocurrió esta semana con el ex vicepresidente
argentino Amado Boudou. Fue condenado a casi seis años de cárcel por
corrupción, siguiendo el camino de otros funcionarios kirchneristas que también
sufrieron de ese delirio, magnificado por el poder que en su momento creyeron
absoluto.
América Latina tiene una
larga lista de ex mandatarios, funcionarios, empresarios y dirigentes que terminaron
en la cárcel por creer que su poder, estatus y la inmunidad de sus cargos los
blindaba de por vida. Ahí están los ex presidentes recientes Lula da Silva, el
panameño Ricardo Martinelli, el salvadoreño Elías Saca, el guatemalteco Otto
Pérez Molina, entre tantos otros, sumados a los peruanos Alberto Fujimori y
Ollanta Humala, al costarricense Miguel Ángel Rodríguez, a Carlos Menem, a los
dictadores Videla, Galtieri, Pinochet…
Marcelo Odebrecht es el
arquetipo del empresario corrupto. Sobornó a funcionarios latinoamericanos con
más de 800 millones de dólares para conseguir obra pública en forma directa. Lo
mismo sucedió con una docena de sus colegas argentinos que fueron detenidos
esta semana tras revelarse el contenido de los ocho cuadernos del chofer Oscar
Centeno. Minuciosamente escritos, Centeno detalló como los ex gobiernos de
Néstor y Cristina Kirchner recaudaban millones en efectivo entre empresarios, en
un intercambio de coimas por obras públicas.
Los cuadernos ya son parte
del anecdotario de la corrupción rampante de América Latina. Son clara
evidencia como los videos que registraba Vladimiros Montesinos, mano derecha de
Fujimori, los recientes audios por las “ventas” de sentencias judiciales en
Perú, los relatos de los 77 ejecutivos arrepentidos del Lava Jato brasileño, los
sobornos a través de cuentas bancarias en EE.UU. del FIFAgate y las revelaciones
periodísticas sobre los Panama Papers y los Paradise Papers.
Muchas evidencias fueron fortuitas
para la Justicia, entre ellas los cuadernos en lo que Centeno escribió por 10
años dónde, cuánto y de quién se recaudaba y los “vladivideos” con los que
Montesinos filmó cuánto, a cambio de qué y a quién entregaba el dinero, para
luego extorsionar a sus víctimas.
Ante tanta podredumbre
contabilizada, uno se pregunta cuál será la magnitud de toda la corrupción que
no se registra o descubre y por qué es tan desigual la lucha entre buenos y
malos. Indigna que la Justicia tenga mucho menos herramientas, recursos y
profesionales que la maquinaria de la corrupción, así como las fuerzas de
seguridad tienen menos poder de fuego que las bandas del narcotráfico y el
crimen organizado.
El agravante es que la corrupción
y el delirio de impunidad tienen muchos cómplices. Dos tipos se destacan. Uno de
origen político-cultural que surge de la polarización política. Muchos
defienden a los corruptos porque comparten su ideología o para no dar el brazo
a torcer ante el otro bando. Se sintió así con los seguidores de Boudou. Pese a
todas las evidencias, insisten en que la condena es una caza de brujas o un
tiro por elevación para coartar las aspiraciones electorales de su ex jefa,
Cristina Kirchner.
El otro cómplice del delirio
de impunidad es la ley de fueros que blinda al corrupto con un manto de
inmunidad. En países con tanta corrupción que investigar, los procesos
electorales no deberían permitir que un Presidente pueda optar por un escaño en
el Congreso en forma inmediata. Al menos deberían tener que esperar por un
período para que puedan ser investigados por cualquier sospecha. La rendición
de cuentas y la transparencia se deben imponer siempre y no ser solo promesas
de campaña o adornos en discursos inaugurales. trottiart@gmail.com
Posdata: Al cumplir ahora en
agosto 10 años de escribir cada semana en forma ininterrumpida esta columna
Mensajes y Sociedad, he decidido despedirme temporalmente para dedicarme a
otros proyectos que tengo postergados. Seguiré escribiendo, pero en otro
formato más simple, ya que no podré dejar el vicio, la disciplina, las ganas y
la estructura.