sábado, 13 de abril de 2013

Cavallo y su bajo optimismo


En una conferencia celebrada ayer en el Centro Weatherhead de Estudios Internacionales de la Universidad de Harvard, el ex canciller y ex ministro de Economía argentino, Domingo Cavallo – gobiernos de Carlos Menem y Fernando de la Rúa – no demostró estar muy optimista con Argentina.

Considera que hay dos escenarios muy difíciles en Argentina de caras a las elecciones legislativas de octubre próximo. Si Cristina de Kirchner pierde la delantera prevé que un gobierno débil inexorablemente llevará al país a otro “rodrigazo”, devaluación y más inflación. En cambio, si consolida su posición ganando más terreno en el Congreso, cree que el gobierno de Cristina se radicalizará y se irá por la variante del modelo de Venezuela, con una política económica más nacionalista.

Si bien la conferencia estaba orientada a identificar patrones comunes sobre la crisis económica de América Latina de la década pasada con la actual de la zona europea, y sobre si la desintegración del Euro como moneda común puede ser la lógica para salir del atolladero como Nouriel Roubini propone, Cavallo no pudo dejar de reparar en la situación particular actual de Argentina.

Más allá de criticar la figura de la “democratización” de la justicia como una forma de acaparar mayor poder para luego generar una reforma constitucional que permita la reelección de Cristina de Kirchner, Cavallo considera que la inflación – la verdadera, no la informada por el INDEC – seguirá aumentando ante el excesivo gasto público y el control de precios que, a la larga, ante menos producción y mayor especulación, generará aumento de precios.

Cavallo no es optimista para el futuro cercano. Indicó que la oposición está demasiado fragmentada, no se visualiza un líder común, y considera que en materia económica el gobierno está recreando los errores y vicios del pasado.

Considera que el gobierno es muy hábil en cómo hacer para mantener el poder y control político, observando como error supremo que Cristina de Kirchner haya politizado la economía.

jueves, 11 de abril de 2013

Miserable inundación


Hay sobradas razones para pensar que Twitter, las redes sociales y el internet son extraordinarias armas para construir diálogo democrático, organizar solidaridad y empoderar a los más débiles y vulnerables.

Yoani Sánchez, la bloguera cubana, en su largo peregrinaje fuera de Cuba, no se cansa de afirmar que Twitter y el internet han sido la verdadera causa de su liberación y de miles de cubanos a los que el régimen castrista oprime por opinar diferente.

Pero también hay excesivas evidencias sobre que estas nuevas herramientas de comunicación sirven para aumentar el oportunismo, amplificar mentiras e insultar a destajo. Las redes sociales y también los comentarios en el internet que se dejan debajo de las notas periodísticas, muestran que son usadas, tanto por políticos, celebridades como ciudadanos en general, para insultar, humillar y desacreditar a quien piense distinto, como si fueran extensión de charlas de café o megáfono de aquellos insultos reservados para los estadios de fútbol.

Los ejemplos más patéticos quedaron al desnudo tras la catastrófica inundación de esta semana en Argentina, cuando un grupo de políticos se abalanzó con mentiras y exageraciones en Twitter, para “estar” presente en el lugar y tiempo adecuados. 
Muchos se sintieron presionados o necesitados de responder de inmediato, sabiendo que las redes sociales son ahora las rigurosas fiscalizadoras de la función pública, oficio que antes solo correspondía a la prensa.

Esos temores y el oportunismo desmedido, indujeron a Pablo Bruera, jefe de gobierno de la ciudad de La Plata, donde hubo más de 50 víctimas, a decir mentiras. "Desde ayer a la noche recorriendo los centros de evacuados", tuitió con una foto la que se le veía con bidones de agua asistiendo a los damnificados, cuando en realidad todavía estaba de vacaciones en Río de Janeiro.

No fue el único que se incineró por Twitter. Luis D’Elía, un dirigente del gobierno nacional, acusó a los medios de magnificar la inundación en La Plata para desviar la atención sobre la responsabilidad del intendente de Buenos Aires, Mauricio Macri, donde también hubo una decena de muertos. Pocas horas después, ante el desastre evidente, debió pedir disculpas.

Twitter se ha convertido en vicio de los políticos. Como en el caso de Cristina de Kirchner, encontraron la forma de suplantar las conferencias de prensa con un mensaje propagandístico y dirigido, con el que evitan el diálogo y la interpelación. Creen que su omnipresencia en Twitter es el equivalente a gobernar.

Hasta Barack Obama, que siempre hizo uso informativo y mesurado de Twitter a diferencia del fallecido Hugo Chávez, ha utilizado los mensajes en este segundo mandato para culpar al Congreso, a la Corte Suprema y para desacreditar a la oposición republicana que para hablar sobre logros y desafíos de su gobierno.

Los políticos no son los únicos responsables. Durante las tareas de rescate en Argentina, los mensajes despectivos y las ráfagas de culpabilidad inundaron las redes sociales y los comentarios en internet. Incluso en los medios de referencia, muchas notas periodísticas perdieron la objetividad, inundándose de adjetivos y acusaciones propias de columnas de opinión.

Pero más allá de las culpas que todos debemos asumir por el mal uso de la comunicación, los políticos, por razones de su función pública, son quienes deben asumir mayores responsabilidades debido a las consecuencias que pueden atraer sus palabras.

Valga el ejemplo del presidente uruguayo, José Mujica, que creó un escándalo diplomático con Argentina, al escuchársele, por un micrófono accidentalmente abierto, decir que “esta vieja es peor que el tuerto”, en alusión a la presidenta argentina y su ex esposo. O el ejemplo del presidente encargado de Venezuela, Nicolás Maduro, quien manipuló a sus seguidores relatando que Chávez se le apareció como un pajarito y que su trino traía un mensaje de esperanza para el inicio de su campaña proselitista.

Trinos reales o virtuales, lo cierto que las palabras tienen mucho poder y acarrean consecuencias. De ahí que ni Twitter ni el internet son miserables, sino la intención y el uso que hacemos de estos medios. Tenemos la opción de usarlos para el bien o para el mal; nadie está exento de responsabilidades. 

martes, 9 de abril de 2013

Mentiras Maduras


El presidente encargado de Venezuela sigue mintiendo. No solo que insiste en teorías conspirativas sobre que será asesinado por dos ex embajadores estadounidenses - parecidas a aquellas en las que consideró que a Hugo Chávez le inocularon el cáncer - sino que además ayer, en un acto de campaña dijo que Venezuela disfruta de “democracia verdadera” y de amplia libertad de expresión.

Sus dichos no pueden estar más alejados de la realidad. En Venezuela hay elecciones, pero no hay plena democracia y la gente puede decir lo que quiera, pero no hay plena libertad de expresión. Ambas, para que verdaderamente existan deben estar exentas de consecuencias y persecuciones.

La democracia requiere no solo de elecciones, sino de contrapesos de poder, equilibrio de poderes y que haya mecanismos de fiscalización. Pero un gobierno que mantiene a todos los poderes e instituciones secuestradas para su propio beneficio, no puede calificarse de democrático.

La libertad de expresión para que exista también requiere de respeto y tolerancia a lo que se dice y opina, y sin ningún tipo de represalias. En Venezuela no solo los medios y periodistas sufren consecuencias por lo que dicen, sino que mucha gente por temor a su futuro y destino – ya sea laboral, social o político – cuida y omite sus palabras.

Venezuela no es una verdadera democracia.
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domingo, 7 de abril de 2013

Y ahora el piropo de Obama


No teníamos suficiente con las alusiones de José Mujica sobre su colega argentina, Cristina de Kirchner, a quien calificó de “vieja y Terca”, de que Hugo Chávez se convirtiera en “pajarito” para hablarle a Nicolás Maduro o de que Evo Morales dijera que la carne de pollo hace que los caucásico sean pelados y gays, para tener ahora los dichos de Barack Obama sobre la “fiscal más guapa del país”, definiendo así a la secretaria de Justicia de California, Kamala Harris.

Si bien todas estas frases e imágenes creadas por los presidentes alimentan decepciones y humores al mismo tiempo, hay mucha diferencia entre ellas. En EE.UU. el piropo público de Obama despertó que algunos le dijeran que el Presidente no entiende el papel de la mujer en la sociedad y que sus comentarios son discriminatorios en cuestiones de género.

Creo que a los críticos, aunque hay que entenderlos, se les fue un poco la mano. Si bien la investidura presidencial condiciona responsabilidades, hay que tener en cuenta que Obama nunca le faltó el respecto a la fiscal ni sus comentarios fueron de índole sexual. No hizo comentarios respecto a su cuerpo ni a sus piernas, lo que hubiera podido interpretarse como una opinión subida de tono. Dijo un piropo, lo hizo en público, además, habló de que era hermosa, la más linda del país, lo que si bien pudo haber ruborizado un poco a la fiscal, no dejó de ser un calificativo positivo. Además dijo que era inteligente y buena profesional, lo que desvirtúa que hubiera querido deningrar a la mujer por el solo hecho de ser mujer.

Si esas palabras las hubiera dicho en privado, si se hubieran escuchado por micrófono accidentalmente abierto, como le sucedió a Mujica, la cuestión podría ser diferente. Y seguro que hasta Michelle se las hubiera reprochado.

De todas maneras, no deja de ser positivo que las palabras hayan creado cierto revuelo y que haya habido una reacción en medios y, en especial, en las redes sociales, que tienen una función de fiscalización que antes solo ejercía el periodismo. Los presidentes, los políticos y las personas públicas en general, deben asumir que sus palabras tienen consecuencias.

El público, ahora convertido en usuario de las redes sociales y el internet, ya no vota solo cada cuatro años como ocurría antes; el voto ahora se ejerce todos los días.

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La miseria en y por Twitter

RICARDO TROTTI: Miserable Twitter - Opinión - ElNuevoHerald.com