Hay sobradas razones para
pensar que Twitter, las redes sociales y el internet son extraordinarias armas
para construir diálogo democrático, organizar solidaridad y empoderar a los más
débiles y vulnerables.
Yoani Sánchez, la bloguera
cubana, en su largo peregrinaje fuera de Cuba, no se cansa de afirmar que
Twitter y el internet han sido la verdadera causa de su liberación y de miles
de cubanos a los que el régimen castrista oprime por opinar diferente.
Pero también hay excesivas
evidencias sobre que estas nuevas herramientas de comunicación sirven para
aumentar el oportunismo, amplificar mentiras e insultar a destajo. Las redes
sociales y también los comentarios en el internet que se dejan debajo de las
notas periodísticas, muestran que son usadas, tanto por políticos, celebridades
como ciudadanos en general, para insultar, humillar y desacreditar a quien
piense distinto, como si fueran extensión de charlas de café o megáfono de aquellos
insultos reservados para los estadios de fútbol.
Los ejemplos más patéticos
quedaron al desnudo tras la catastrófica inundación de esta semana en Argentina,
cuando un grupo de políticos se abalanzó con mentiras y exageraciones en
Twitter, para “estar” presente en el lugar y tiempo adecuados.
Muchos se sintieron
presionados o necesitados de responder de inmediato, sabiendo que las redes
sociales son ahora las rigurosas fiscalizadoras de la función pública, oficio
que antes solo correspondía a la prensa.
Esos temores y el
oportunismo desmedido, indujeron a Pablo Bruera, jefe de gobierno de la ciudad
de La Plata, donde hubo más de 50 víctimas, a decir mentiras. "Desde
ayer a la noche recorriendo los centros de evacuados", tuitió con una foto
la que se le veía con bidones de agua asistiendo a los damnificados, cuando en
realidad todavía estaba de vacaciones en Río de Janeiro.
No fue el único que se
incineró por Twitter. Luis D’Elía, un dirigente del gobierno nacional, acusó a
los medios de magnificar la inundación en La Plata para desviar la atención sobre
la responsabilidad del intendente de Buenos Aires, Mauricio Macri, donde
también hubo una decena de muertos. Pocas horas después, ante el desastre
evidente, debió pedir disculpas.
Twitter se ha convertido en
vicio de los políticos. Como en el caso de Cristina de Kirchner, encontraron la
forma de suplantar las conferencias de prensa con un mensaje propagandístico y dirigido,
con el que evitan el diálogo y la interpelación. Creen que su omnipresencia en
Twitter es el equivalente a gobernar.
Hasta Barack Obama, que
siempre hizo uso informativo y mesurado de Twitter a diferencia del fallecido
Hugo Chávez, ha utilizado los mensajes en este segundo mandato para culpar al
Congreso, a la Corte Suprema y para desacreditar a la oposición republicana que
para hablar sobre logros y desafíos de su gobierno.
Los políticos no son los
únicos responsables. Durante las tareas de rescate en Argentina, los mensajes
despectivos y las ráfagas de culpabilidad inundaron las redes sociales y los
comentarios en internet. Incluso en los medios de referencia, muchas notas
periodísticas perdieron la objetividad, inundándose de adjetivos y acusaciones
propias de columnas de opinión.
Pero más allá de las culpas
que todos debemos asumir por el mal uso de la comunicación, los políticos, por
razones de su función pública, son quienes deben asumir mayores
responsabilidades debido a las consecuencias que pueden atraer sus palabras.
Valga el ejemplo del
presidente uruguayo, José Mujica, que creó un escándalo diplomático con
Argentina, al escuchársele, por un micrófono accidentalmente abierto, decir que
“esta vieja es peor que el tuerto”, en alusión a la presidenta argentina y su
ex esposo. O el ejemplo del presidente encargado de Venezuela, Nicolás Maduro, quien
manipuló a sus seguidores relatando que Chávez se le apareció como un pajarito
y que su trino traía un mensaje de esperanza para el inicio de su campaña
proselitista.
Trinos reales o virtuales, lo cierto que las
palabras tienen mucho poder y acarrean consecuencias. De ahí que ni Twitter ni
el internet son miserables, sino la intención y el uso que hacemos de estos
medios. Tenemos la opción de usarlos para el bien o para el mal; nadie está
exento de responsabilidades.