Era viernes y estábamos
reunidos en Medellín. Rogábamos para que la evidencia mortal de los periodistas
ecuatorianos fuera falsa, pese a que un objetivo de nuestra reunión era crear
estrategias para combatir las noticias falsas.
Esta vez en la Sociedad
Interamericana de Prensa hubiéramos preferido que todo lo que provenía de Walter
Arizala Vernaza, alias el “Guacho”, fueran mentiras, en especial el secuestro y
asesinato de los colegas. Líder de un grupo guerrillero disidente de las FARC, el
Guacho no aceptó ser parte del proceso de paz, acuerdo por el que el presidente
Juan Manuel Santos ganó el Premio Nobel de la Paz.
Desde el secuestro ocurrido el
26 de marzo, hasta el desenlace fatal el 13 de abril, el juego del Guacho fue macabro.
Primero, mostró un video en que los periodistas, encadenados por el cuello, advertían
que saldrían vivos si eran canjeados por guerrilleros presos en Ecuador,
extorsión que se trasladó al presidente ecuatoriano Lenin Moreno. Luego, se
comunicó que los secuestrados fueron ajusticiados en represalia por las
incursiones armadas de los ejércitos de Ecuador y Colombia en la zona
fronteriza del Metaje donde opera el Guacho y sus secuaces.
El 11 de abril todavía existían
dudas sobre la veracidad del comunicado, ya que en el modus operandi de las
FARC los secuestrados solían permanecer meses y años en cautiverio. Finalmente,
el 12 de abril circuló una foto con tres cuerpos casi irreconocibles, que al
día posterior, el presidente Moreno confirmó que eran los de Javier Ortega,
Paul Rivas y Efraín Segarra, integrantes del equipo periodístico del diario El
Comercio de Quito.
Tras la confirmación del
hecho, indignación profunda y repudio enérgico. ¿Cómo un grupo guerrillero pudo
matar a sangre fría a tres mensajeros que fueron a retratar el costumbrismo de
aquellos que conviven a diario con la violencia, sin siquiera haber investigado
las complejidades del tráfico de drogas?
Respuesta simple. El grupo
del Guacho nada tiene que ver con el idilio ideológico con el que la guerrilla
colombiana se justificaba para dinamitar edificios, torres, oleoductos o
masacrar poblados enteros. Ya no está conectada a las proclamas marxistas y arengas
castristas de sus orígenes, sino emparentada con los negocios rentables y
sangrientos del cartel mexicano de Sinaloa. La ropa camuflada solo enmascara la
producción y ventas de drogas, la misma fachada que usan los 14 grupos
disidentes de la FARC que anteponen drogas y violencia a la paz y el desarme.
El domingo, todavía
golpeados, pero con la noticia asimilada, el presidente Santos prometió que no
descansaría hasta llevar al Guacho ante los tribunales o, en su defecto, darle de
baja. El anuncio, al viejo estilo del lejano oeste “Se busca, vivo o muerto”, alivió
a nuestra asamblea. Bálsamo de justicia para un gremio que en Colombia desde
hace años batalla contra la impunidad que rodea a más de 150 casos de periodistas
que fueron asesinados por guerrilleros, paramilitares, mafias y funcionarios
corruptos en las últimas décadas.
Para muchos, el Guacho se
cavó su propia fosa. No midió bien los efectos, pese a que habrá querido tener
impacto en la Cumbre de las Américas que corría en Lima paralela a nuestra
reunión. El presidente Moreno le dio al Guacho 10 días para que se entregue y
junto a Santos le pusieron precio a su cabeza, 248 mil dólares a quien delate
su ubicación.
Esta semana el Guacho atrajo
represalias de las fuerzas armadas de ambos países. Se han intensificado las operaciones
militares en la zona fronteriza, abundante en plantaciones de hojas de coca y
laboratorios clandestinos de pasta. Sus acciones también descarrilaron
negociaciones por la paz que Ecuador permitía se hicieran en su territorio
entre el ELN, otro de los grupos guerrilleros, y el gobierno colombiano.
En su discurso, el
presidente Santos habló del origen de los acuerdos de paz para terminar la
guerra civil que costó a Colombia más de 220 mil víctimas y de su impotencia
por no tener a todos los actores desarmados y sometidos al proceso o a la
Justicia.
Pese a su discurso bien
hilvanado, en nuestra reunión prevaleció la indignación por los tres colegas
asesinados y el reclamo de justicia. Mejor vivo que muerto. Esperamos que el
Guacho se perpetúe en la cárcel de por vida. trottiart@gmail.com