La Universidad de Harvard es un laboratorio imantado
y esponjoso que todo lo atrae y absorbe; política, religión, ciencias. Su
virtud radica en que transforma toda esa materia en conocimiento, ideas y
posibilidades. Cuatro siglos y cuatro docenas de laureados Nobel lo atestiguan.
El gran desafío, sin embargo, es cómo aprovechar esta
universidad, de lo contrario, uno puede acabar como conejillo de pruebas o simple
curiosidad. Ser absorbido por Harvard o absorber de Harvard, es cuestión de
actitud y perspectiva.
Dos ejemplos valen para esta observación: La
presidente Cristina de Kirchner vino el jueves y fue absorbida por este gran
laboratorio. Su discurso terminará disecado, comparado y materia de algún politólogo
o alumnos. Dejó palabras pero no se llevó nada. En cambio, en abril pasado, la
presidente Dilma Rousseff, vino, vio y venció. Regresó a Brasil con las
alforjas rebosantes.
Cristina no hizo nada malo. Tras su visita a Naciones
Unidas, cumplió con el ritual de muchos líderes que pasan por aquí para enriquecer
su agenda e imagen. Tampoco hizo nada bueno. Habló mucho, dijo poco, fue
defensiva y todos los males argentinos, absolutamente todos, se los achacó a
los países ricos y a organismos internacionales. Se floreó con estadísticas
sobre pobreza e inflación que el Fondo Monetario Internacional cuestiona; no habló
de recientes negociaciones con Irán que socavan la confianza de la comunicad
judía; afirmó que no es su deseo ni responsabilidad una reforma constitucional
para su relección y que el enriquecimiento abrupto de su patrimonio es lícito.
Como siempre – y le pasó el día previo en la
Universidad de Georgetown - las preguntas fueron su perdición y sus respuestas
la noticia. Las preguntas no fueron muy originales, sí incisivas. Demostraron que
la polarización creada sobre su figura y acciones existe más allá de Argentina;
quedó plasmado en el sitio de internet de Harvard con más de seis mil
comentarios e insultos en reacción a su visita. La mayoría entre argentinos.
Cristina erró en burlarse de los estudiantes y de la
universidad. Achacó a Harvard ser muy cara y que Domingo Cavallo haya enseñado
en ella. A un alumno lo sorprendió con “vos estudiás en Harvard, ¿no te parece
injusto hablar de cepo cambiario?” cuando le cuestionó por las restricciones a
la compra de dólares. A otro lo ridiculizó cuando le achacó su falta de acceso
y transparencia, culpando a todo de ser “una invención mediática”.
Su paso por Harvard fue intrascendente. Se le
recordará por los silbidos y los pocos aplausos. El gran laboratorio la
engulló.
La visita de Dilma fue muy distinta. Ella no tiene
la dicción de Cristina, tampoco su prepotencia, pero sí su firmeza y pasión. En
Harvard recogió aplausos, ofreció estadísticas confiables sobre crecimiento y
energías, no criticó a los brasileños que la critican o que no votaron por ella
y se enfocó en objetivos a largo plazo. Habló de clase media en crecimiento y
competencias. Fundamentó a la enseñanza de las ciencias, matemáticas y
tecnologías como esenciales para el desarrollo sustentable de Brasil.
Y actuó en consecuencia. Firmó acuerdos de
cooperación con Harvard y con el Instituto Tecnológico de Massachusetts. Se
comprometió a financiar y otorgar miles de becas a estudiantes brasileños, sin
importar su condición social y económica solo su progreso académico, para que
puedan proseguir estudios en los centros de Cambridge y otras universidades
estadounidenses de prestigio.
El plan abarcará los
próximos cinco años, previendo que 100 mil estudiantes brasileños irán al
exterior. Más de cien por año recalarán en Harvard patrocinados por el gobierno,
entre alumnos de pre grado, graduados y profesores; logro importante, considerando
que Brasil ya es el país latinoamericano con mayor cantidad de estudiantes que llegan
con recursos propios.
Dilma dijo que la
alianza con Harvard, la inversión en tecnología e investigación, es esencial
para seguir combatiendo la pobreza e inequidad. Tal vez su próximo mayor
desafío será cómo insertar en el liderazgo político, económico y social a
quienes regresen especializados y con ganas de oportunidades. Un reto
extraordinario, de todos modos.