Todos se rebanan los sesos sobre qué pasará en Cuba ahora que se aliviaron las
tensiones con EEUU y que el “modelo cubano no funciona incluso para nosotros”,
como había confesado Fidel Castro en sus reflexiones.
En lo económico habrá mayor apertura y es posible que Raúl Castro empuje
por un capitalismo controlado al estilo chino o vietnamés. En lo político, sin
embargo, ya dijo que la revolución comunista proseguirá. Los Castro saben que
si ofrecen elecciones libres, justicia independiente, libertad de expresión y
otros derechos humanos que vapulearon por más de medio siglo, tendrán que asumir
responsabilidades. Dictadores menos autoritarios que ellos debieron responder
por crímenes de lesa humanidad ante la justicia y tribunales internacionales.
Barack Obama más allá de descongelar las relaciones diplomáticas, intercambiar
espías, sacar a Cuba de entre países que promueven el terrorismo y aumentar
permisos de viajes y el comercio con la isla, no puede hacer mucho más. Quitar el
embargo no es de su competencia, sino de un Congreso que ya no controla.
¿Entonces por qué se llegó a este acuerdo? Fue un gesto político de conveniencia
entre dos partes a las que se le agotaron los recursos y el tiempo, un
anabólico que permite a ambos líderes a cada lado del Estrecho de la Florida, llegar
al final de la carrera dejando algo importante en su testamento, su legado para
la posteridad.
La muerte política para ambos está cerca; para los Castro incluso la biológica.
Obama venía de perder el Congreso en las
elecciones legislativas de noviembre, ser acusado de pusilánime en materia de
relaciones internacionales y pese al repunte sostenido de la economía, su
popularidad cayó al piso, sumándose a una breve lista de presidentes en
desgracia como George Bush.
Obama miró de repente a América Latina no porque la descubrió casi al final
de sus dos presidencias, sino porque quiere neutralizar la expansión de los
chinos hacia la región que tienen la misma visión y métodos económicos que tuvieron
los españoles y portugueses cinco siglos atrás.
De todos modos, Obama no es ni traidor ni ignorante como fue acusado por
legisladores de origen cubano. Su decisión está sustentada por el bajo apoyo
que tiene el embargo entre estadounidenses y cubano americanos con menos del 30
y 40% respectivamente. Además, es
coherente con la política exterior incoherente de EEUU respecto a regímenes
autoritarios, que lo mismo caza a Saddam Husseim o Muammar Gadafi, encarcela a
Manuel Noriega, critica al norcoreano Kim Jong-il o sanciona a Nicolás Maduro,
con la misma convicción que entronizó a Augusto Pinochet o se alía con el rey saudí
Abdullah.
A los Castro, por otro lado, ya no les queda mucho tiempo. El gesto de
Obama les vino como anillo al dedo para firmar su testamento y pasar la hoja.
El problema es que no tienen mucho que repartir; excepto, vanagloriarse de su
tozudez para aferrarse a un montón de ideas que le sirvieron para crear cierto
romanticismo en el mundo sobre la base de criticar al imperio y al capitalismo
o achacarle al embargo comercial la culpa de su ineficiencia.
Bien saben los Castro que ni en lo económico ni en lo político el modelo
funciona como lo admitió Raúl en la Conferencia Nacional del Partido Comunista:
“Los dogmas y criterios están agotados”. Es que Cuba siempre fue parásito de
Rusia, China y Venezuela, salvavidas de turno que le ayudaron a sobrevivir su
estado perenne de bancarrota.
Los desafíos que tendrá Cuba son muchos, pero el más importante será de
dotar a la apertura económica con libertad y regenerar la capacidad de trabajo
e incentivos para producir, dado que el comunismo deshizo la creatividad, la
innovación y la responsabilidad por el trabajo individual. Cuba ya no puede
aferrarse a exportar recursos humanos ni manipular a su gente como si fuera
mercancía, enviando médicos, maestros y mercenarios para alfabetizar en
Bolivia, curar en Venezuela o pelear en Angola o con movimientos terroristas
latinoamericanos.