El premio Nobel de Literatura, Mario Vargas Llosa se sumó a un grupo de notables detractores del internet que piensa que el uso de los motores de búsqueda como Google, nos hace menos inteligentes.
Coincidente con lo que dice el periodista Nicholas Carr en su libro, “La Frivolidad: Lo que el internet está haciendo a nuestras mentes”, el escritor peruano cree que cuando una persona deja de ejercitar su memoria, el cerebro, como un músculo, se entumece o atrofia.
Vargas Llosa piensa que el internet y Google son el comienzo del fin de la contemplación y razonamiento profundos, pero puede estar confundiendo intelectualidad con inteligencia. Su argumento no es novedoso. Siempre hubo agoreros que pronosticaron trastornos mentales ante cada cambio tecnológico que afectó la conducta humana, como la radio, la televisión, los videojuegos, los video-musicales y, ahora, el internet.
Sin embargo, un experimento realizado en la Universidad de California de Los Angeles, comprobó en el 2008, que quienes usan internet tienen mayor actividad mental, mejores habilidades y más rapidez para tomar decisiones y resolver asuntos complejos, todos indicios de mayor inteligencia. Otros estudios adjudican similares características a los usuarios de videojuegos, quienes además, por su actividad mental, tendrían menos propensión a padecer Alzheimer.
Pero Vargas Llosa desatiende los indicadores de inteligencia. La lectura de Carr lo convenció que el cerebro es una entidad moldeada por la práctica, por lo que si no se utiliza para la contemplación, el análisis y la memoria, pronto se idiotizará, al contrario de lo que establecen estudios neurológicos que han demostrado que la mente evoluciona, aprende y se adapta ante cada nueva experiencia.
Recuerdo que cuando llegué a EE.UU. hace unos 30 años, me sorprendí cuando un profesor nos dijo que para contestar las preguntas del examen debíamos consultar los libros de la biblioteca. Desde mi visión argentina de la época, aquello era copiar. Pero al terminar la prueba, me di cuenta que consultando y cotejando información y autores sobre un mismo tema, había aprendido a aprender, mucho más que memorizando datos.
Me parece que ese tipo de ejercicio es el que hoy se practica a través del internet. La investigación para encontrar datos confiables o desechar los irrelevantes, no nos idiotiza; al contrario, es un ejercicio mental que nos ayuda a aprender otras habilidades y tener memoria más selectiva. Como le sucede a muchos, no soy capaz de recordar fechas, lugares o temas, pero sí recuerdo como clasifico y categorizo miles de archivos en mi computadora.
No tener una mente enciclopédica no es sinónimo de estupidez. La científica Betsy Sparrow, en un reciente estudio de las universidades Harvard y Columbia, concluyó que estamos acostumbrándonos a usar Google como una “memoria externa” a nuestro cerebro. En su prueba “Los efectos de Google en la memoria”, comprobó que los motores de búsqueda no nos están cambiando la profundidad de nuestros pensamientos ni atrofiando nuestros cerebros, sino que han adoptado otros tipos de memoria para obtener y seleccionar entre la sobreabundancia informativa.
Vargas Llosa puede tener algo de razón cuando plantea que el picoteo informativo en internet no nos permite mayor concentración. Pero no creo que la inteligencia de una persona dependa de si lee la Ilíada griega completa por sobre una sinopsis digital de Harry Potter o si escucha la Aída de Verdi por sobre el último clip de Lady Gaga en YouTube. Creo que desde su marcada perspectiva literaria, confunde cultura e intelectualidad con inteligencia.
Sería formidable tener un equilibrio entre La Sorbone y Sillicon Valley. Pero si no es así, no se puede decir que la aparición de Google y otras herramientas digitales nos idiotizan. Puede que los hábitos cambien y haya períodos de adaptación de conductas, pero no debemos preocuparnos por terminar estúpidos, porque la experiencia histórica demuestra que jamás un cambio tecnológico atrajo retrocesos.
Google y el internet han expandido y masificado el conocimiento y nos ayudarán a mantenernos cada vez más inteligentes. Estas herramientas y sus creadores, prueban que el mayor rasgo de la inteligencia, la creatividad, permanece en constante evolución.