sábado, 21 de octubre de 2017

Currupción sexual y el #MeToo

El cineasta Harvey Weinstein, el depredador que acosó a decenas de actrices de la talla de Angelina Jolie, Gwyneth Paltrow y Ashley Judd, avivó el tema de las víctimas de corrupción sexual y el manto de silencio forjado en una profunda cultura machista.

Su caso desnudó que el machismo y sus vicios asociados, abuso y acoso sexual, está tan arraigado en el país como el racismo, la drogadicción y las masacres con armas de fuego. Es una epidemia que se extiende por círculos empresariales, militares y políticos como lo afirman reportes académicos cada vez más lapidarios.

En EE.UU. y probablemente en otras naciones desarrolladas, la corrupción sexual es un problema complejo como la corrupción económica lo es en países en vías de desarrollo. No es que no existen el robo, la estafa o el soborno, pero están más controlados tras décadas de crear conciencia y políticas para frenarlos.

En cambio, en materia de delitos sexuales el nivel de respuesta político y legislativo ha sido lento y débil. Por mucho tiempo todos miraron para otro lado, incluso las víctimas que prefirieron no denunciar a los depredadores por temor a aislarse social y profesionalmente. La actriz Reese Witherspoon lo confirma: “Agentes y productores me hicieron sentir que el silencio era una condición para mi empleo”.

Weinstein, del mismo palo y astilla que el actor y violador en serie Bill Cosby o el prófugo Roman Polanski, se benefició del encubrimiento de sus pares y del silencio impuesto mediante amenazas o arreglos económicos. La misma fórmula se usó con los curas pederastas. Sus jerarcas los reprendían como pecadores, en vez de denunciarlos por criminales.

En comparación a la corrupción económica que se subsana tras el castigo y la recuperación de los bienes robados, la corrupción sexual tiene el agravante que abre heridas en la psiquis de las víctimas que ni se borran ni sanan con el tiempo. Las guerras atestiguan que las violaciones fueron usadas como mecanismo de subyugación de poblaciones enteras.

Los trastornos mentales asociados a los abusos sexuales, depresión, intenciones suicidas, vergüenza y culpabilidad, ahondan el silencio de las víctimas. Solo se animan a denunciar a sus victimarios cuando se dan cambios de contexto.

En el caso Weinstein, el cambio lo provocó la actriz Alyssa Milano cuando denunció su abuso y animó a otros a hacerlo bajo la etiqueta #MeToo (yo también) vía Twitter y Facebook. De inmediato cientos de miles de personas abusadas admitieron su victimización. La actriz Jennifer Lawrence dijo haber estado “atrapada” en un círculo de acoso del que recién pudo salir tras convertirse en celebridad.

También le sucedió a Summer Zervos, una ex concursante del programa de televisión El Aprendiz que en su momento conducía el presidente Donald Trump. Cuando cobró notoriedad como candidato, lo denunció junto a otras mujeres por haberla manoseado. 

Esta semana sus abogados intimaron a la Casa Blanca a entregar notas, tuits, fotografías y cualquier material que incrimine a Trump, incluidas las grabaciones clandestinas en las que alardea y se daba licencia para tocar las partes íntimas de las mujeres por el solo hecho de ser famoso.

Además de reconocimiento y visibilidad como víctimas, la solidaridad de #MeToo y otros movimientos dan a las personas abusadas valor para denunciar y derribar prejuicios sociales que le impedían hacerlo en forma individual. El mismo proceso se vivió en América Latina bajo la etiqueta de #NiUnaMenos, con la que se contagió la denuncia por los feminicidios, la desigualdad de género y la violencia doméstica.

Lo importante de estas tendencias sociales es que permiten crear más conciencia sobre el problema. Además, empoderan a los legisladores y grupos defensores de derechos humanos a generar más políticas públicas y, al mismo tiempo, sirven para para disuadir y restringir a los depredadores.


Ojalá que quienes están detrás de #MeToo y #NiUnaMenos no interpreten que son solo movimientos de catarsis y sanación colectivas. Deben aprovechar para presionar con perseverancia por cambios legales y culturales que limiten a los depredadores. Sería engorroso que la situación se olvide y se tenga que esperar a que aparezca otro Weinstein para reinstalar el tema en la agenda pública y empezar de cero. trottiart@gmail.com