viernes, 29 de marzo de 2013

Nombre de Chávez en vano


El presidente Hugo Chávez no fue embalsamado como dijo Nicolás Maduro ni bajará de los cielos con Jesucristo en el Juicio Final como pretende el presidente iraní Mahmud Ahmadineyad, ni debe haber sido recibido en el cielo por Bolívar y otros próceres políticos y religiosos venezolanos como describe el video de la televisión gubernamental. Pero, igualmente, la maquinaria chavista está jugando con armas de la religiosidad popular, la propaganda y el sentimiento de la gente para convertirlo en símbolo viviente de la campaña electoral.

Sin Chávez, Maduro no se siente seguro frente a Enrique Capriles, con Chávez difícilmente habrá otro resultado que su victoria, de ahí la necesidad de que el duelo por Chávez continúe, tal cual la necesidad de un deportista de consumir esteroides para mejorar su rendimiento y posibilidades de ganar.

Que haya gente que lo ubique a Chávez tan profundo en sus sentimientos como a cualquier imagen de veneración debe ser entendido y respetado. Pasó ya con varias imágenes de personajes y figuras de otros países, como el caso de Evita en Argentina, a quien muchos, todavía ahora, le anteceden el adjetivo santa, antes de citar su nombre, o critican a la Iglesia por no haber hecho nada por beatificarla.

Pero más allá del entendimiento por la gente que ha tenido y siente una conexión especial con Chávez, lo que no puede ser respetado es la manipulación que de su imagen hace el gobierno con tal de hacer cualquier cosa para lograr la victoria. De la misma forma en vano que lo hacía Chávez, con tal de envolver su enfermedad y vida en una burbuja de religiosidad, esa misma soberbia la está usando Maduro a su favor. El otro día en campaña proselitista – contraria a las disposiciones vigentes – habló de resurrección de Chávez y si bien no aludió el tema directamente como la estupidez de presidente iraní, utilizó el verbo para confundir y manipular a la gente. Maduro dijo que el 14 de abril se verá el triunfo chavista como la “revolución de resurrección”, hablando en términos de paz y amor, como si estuviera en una parroquia católica o en un templo evangélico en lugar de en plena calle y en campaña proselitista.

Esto, horas antes de que la televisión gubernamental – no existe TV pública en Venezuela – Vive TV, sin ningún tipo de tapujo mostrara un video de dibujitos animados en el que Chávez entra a los cielos y se sorprende por estar en compañía de Simón Bolívar, Ernesto “che” Guevara, Salvador Allende, Augusto César Sandino y Eva Perón, entre otras figuras.

Lo mismo está ocurriendo ahora en el Cuartel de la Montaña, donde el chavismo ha permitido a la gente la construcción y uso de un pequeño oratorio llamado “Santo Hugo Chávez”, una pequeña capilla precaria con techo de hojalata, que sirve a los peregrinos para depositar sus ofrendas y elevar plegarias a quien ya consideran más santo que a cualquier otro.

Seguramente este será el lugar de oración y culto que Maduro escogerá apenas termine la elección y se sepa de su posible triunfo, para venir a agradecer al comandante y seguir prometiéndole un liderazgo leal a los ideales que implantó en vida. La gente delirará y Chávez seguirá resucitado para muchos quienes le deben haber recuperado su dignidad que otros gobiernos no supieron darle.

Lo más lamentable es que el nombre de Chávez en vano seguirá utilizándose para tapar todo lo que Chávez y su movimiento autoritario - como otros populismos – ha hecho para continuar en el poder, como la utilización de los recursos públicos de todos los venezolanos y la usurpación de todos los poderes del Estado para su propio beneficio.



miércoles, 27 de marzo de 2013

Plata para amordazar


Para silenciar a medios y periodistas, el narcotráfico les ofrece una insalvable opción: Plata o plomo. Algunos gobiernos, en cambio, son más sutiles, pero igualmente efectivos; dan a elegir entre plata o mordaza.
Gobernantes de todas las tendencias utilizan el dinero como recompensa y castigo para disciplinar a medios privados, imponiéndoles multas exageradas, negándoles publicidad o restringiéndoles acceso a los insumos. Si los medios se quejan, los acusan de mercantilistas, oligarcas y de no compadecerse con el pueblo, como a menudo lo hacen Rafael Correa, Cristina Kirchner o Evo Morales.
El ejemplo reciente es Globovisión en Venezuela. Los propietarios anunciaron la venta de la televisora, forzados por multas desproporcionadas que les impuso el gobierno – la última de dos millones de dólares – lo que hace inviable su modelo periodístico independiente y crítico. La estrategia de silenciar a Globovisión no es tanto el problema, como que el comprador en fila es un allegado al chavismo.
Este esquema de acogotar en lo económico para forzar la venta a partidarios del gobierno, no es nuevo. Es un mecanismo bien utilizado en Argentina, Ecuador y Bolivia. En Nicaragua es aún más perverso, muchos medios privados ya pasaron a manos de leales y familiares del presidente Daniel Ortega, quedando solo una televisora en manos independientes.
Los gobiernos también malgastan los dineros públicos para hacer publicidad en medios de su conveniencia, sin importarles la efectividad de su mensaje. La Sociedad Interamericana de Prensa, en su reciente reunión en México, cargó la culpabilidad de esta añeja práctica latinoamericana no solo en las autoridades, sino también en aquellos medios que las incentivan, ya que generan competencia desleal y divisiones en el gremio periodístico.
En varios países los gobiernos son aún más atrevidos. Fuerzan a empresas privadas a retirar la publicidad de los medios, boicoteando la fuente principal de ingresos. En Argentina, bajo la excusa del congelamiento de precios, el gobierno decretó que supermercados y comercios de electrodomésticos no pueden hacer publicidad, excediéndose en terrenos que competen a la libertad comercial.
En Ecuador y Honduras, es práctica común de los presidentes Correa y Porfirio Lobo, atacar a los medios independientes. Las reformas legislativas que promueven permitirán el absurdo de que en sus países haya tantos medios estatales como privados, a la vez de crear organismos oficiales de censura que podrán usar el mismo histrionismo económico que el gobierno de Venezuela utilizó contra Globovisión.
Una postura diferente se está adoptando en México. El presidente Enrique Peña Nieto, presentó una reforma de telecomunicaciones para terminar con el monopolio de la telefonía que mantiene el hombre más rico del mundo, Carlos Slim, y con el duopolio de televisión entre Televisa y TV Azteca. De esta forma, el PRI, que por 70 años restringió la libertad de prensa, reconoce que mayor número de empresas y medios privados, más competencia y pluralidad, es la forma coherente de construir buena gobernanza y democracia.
El presidente Correa, ante el éxito en casa, intentó exportar la fórmula del dinero como mordaza. Su gobierno viene liderando a un grupo de países a favor de la reforma del sistema interamericano de derechos humanos. Este viernes, en la asamblea de la OEA, insistía que la Comisión Interamericana de Derechos Humanos (CIDH) y su Relatoría Especial para la Libertad de Expresión, no deberían operar con dineros que aportan EE.UU., Canadá, países europeos y fundaciones u ONGs estadounidenses.
La prioridad reformista de Correa, bajo la excusa de que esas entidades son “instrumentos de la política exterior de EE.UU.”, enmascara en realidad, un ajuste de cuentas. Prometió que pulverizaría a la CIDH, después que el organismo pidiera a la justicia de su país, suspender la exagerada sentencia que le adjudicaba 40 millones de dólares por una columna que consideró difamatoria en El Universo; multa que pretendía el cierre del diario.
El uso político del dinero para comprar lealtades o como castigo para silenciar a los medios críticos, no solo es práctica corrupta y contraria a la libertad de prensa, sino subversiva de otras libertades económicas y democráticas declamadas en las constituciones.

lunes, 25 de marzo de 2013

Capriles con pocas chances


Todavía sin que se haya abierto oficialmente el tiempo de campaña electoral para las elecciones presidenciales de Venezuela, el presidente encargado, Nicolás Maduro, aventaja a Enrique Capriles en la cantidad de actos públicos, en los recursos públicos utilizados en su campaña que comenzó en diciembre cuando Hugo Chávez se fue para La Habana y en la cobertura que recibe en los medios gubernamentales de comunicación.

En Venezuela no existen medios de comunicación públicos. De las nueve cadenas de televisión cinco son del Estado o mejor dicho del gobierno, ya que son usadas para hacer propaganda a favor del chavismo y donde el gobernador Capriles solo consigue algunos minutos de crítica. Del resto de televisoras, la única crítica es Globovisión, cuyo propietario mayoritario, anunció desde el exilio, que ya la puso a la venta; mientras se sabe que el comprador es un allegado del chavismo. Otros medios privados, como muchas radioemisoras, si no se ajustan a la pauta oficial, corren el riesgo de ser cerradas, como ya le ocurrió a varias decenas de ellas, por lo que la autocensura a favor del régimen es galopante.

Es muy poco probable que en 15 días hábiles de campaña, Capriles pueda hacer mucho. La campaña continuada de Maduro, la movilización de las bases del chavismo, el duelo por la muerte de Chávez y la revitalización de su imagen en el marketing popular, ayudan para que la fuerte crisis económica, la inflación, el desempleo pasen por ahora desapercibidas o para hacer ver que el problema de la inseguridad perteneció a un gobierno del pasado, como si no se tratara del mismo.

Será muy difícil que Capriles pueda sobreponerse a la gran mentira del chavismo - de violar la Constitución con un presidente encargado por el solo hecho de que Chávez lo designó su sucesor y de haber creído en un Chávez que en plena campaña de octubre dijo que estaba curado del cáncer – y quedar en igualdad de condiciones para tratar de acceder a la Presidencia. Tiene pocas chances.

domingo, 24 de marzo de 2013

Francisco: Austero y restaurador


Hubo en la historia papa bueno, sonriente, viajero y hasta usurpador. Pero ninguno tan austero como el jesuita Jorge Mario Bergoglio, de claro contraste con una época frívola y secular que el escritor Vargas Llosa define como la “civilización del espectáculo”.
La sorpresa inicial por la elección del cardenal argentino se disipó apenas se vieron sus primeras señales y tras honrar a San Francisco de Asís, asumiendo su nombre y vida austera. Su decorosa rebeldía a los lujos y protocolos acostumbrados, reveló que es el hombre ideal para lidiar con una Iglesia donde el diablo pareció meter la cola y Dios dormir, como aseveró Benedicto XVI días antes de renunciar.
Francisco llega en una época de profunda introspección y autocrítica de la Iglesia. Tendrá que imponer en el Vaticano la practicidad que usó en Argentina para renovar y transformar a una curia demasiado conservadora y ensimismada. Debido a su edad y a que las tareas de restauración llevarán tiempo – limpiar los delitos de corrupción y pederastia, y terminar con las divisiones intestinas – la renovación sobre cuestiones de dogma y complejidad moral, quedarán para otro papa en el futuro.
Francisco, después que Benedicto le dejara el camino libre con denuncias de último momento, será otro pontífice de transición; encargado de dejar la casa en orden como le pidieron a San Francisco. Foráneo a la burocracia y los intríngulis políticos del Vaticano, tendrá más objetividad para limpiar, buscar transparencia, y descentralizar el poder. Mayor autonomía de prácticas católicas en otras culturas, un liderazgo más compartido con los laicos, más prominencia de las mujeres y el celibato como opción, ya no serán temas debajo de la mesa.
El nuevo papa es pragmático y tal vez algunos cambios sustanciales se avecinan. En su arquidiócesis en Buenos Aires calificó de fariseos a los curas que no permitían comulgar a las madres solteras, una contradicción a la firmeza de la Iglesia contra el aborto. Y siendo no tan ortodoxo como sus antecesores, tal vez pronto se discuta si los divorciados podrán casarse por iglesia y sobre métodos anticonceptivos para evitar el sida.
Su nombramiento como el primer jesuita y salido del “fin del mundo”, es de por sí una revolución. La Iglesia reconoce así al “continente de la esperanza”, en particular a Latinoamérica, no porque es donde vive el 42% de los 1.2 billones de católicos o el español es el idioma más hablado del catolicismo, sino porque es la región más desigual del mundo y la de la renovación, que inspiró la inclusión y opción por los pobres, abrazada por el Concilio Vaticano II.
Francisco, ferviente discípulo del monje capuchino, no necesitó del Concilio o de la Teología de la Liberación para entender que la reivindicación de los desposeídos es la esencia del dogma cristiano. Por eso en su primera misa con los cardenales, les pidió renovar la tarea misionera del cristianismo y seguir a Jesús para evitar que la Iglesia se transforme en una ONG asistencialista.
No hay que confundir su estilo simple y dicharachero con tibieza. El gobierno de Cristina de Kirchner experimentó muchas veces su prédica firme, ya sea contra la corrupción, la pobreza o la polarización que generan los discursos encendidos de la Presidente.
De ahí que el gobierno se mantenga distanciado, que diputados kirchneristas hayan preferido honrar al fallecido presidente Hugo Chávez en vez de celebrar cuando Francisco salía ungido al balcón, y que se insista que el entonces provincial jesuita no defendió lo suficiente a los suyos durante la dictadura. Bergoglio desmintió siempre la acusación, así como testigos de entonces, siendo la Iglesia, como institución, la que en 2000 pidió perdón público por su tibieza en aquella época.
El cardenal nunca se amilanó y ahora empiezan a conocerse detalles sobre su obra evangelizadora entre los pobres. Es fácil augurar que su liderazgo y ejemplo unirán a la Iglesia, habrá mayor conexión con la gente, los feligreses retornarán a las parroquias y aumentarán las vocaciones.
El papa Francisco ya hizo historia. Si Dios le concede sabiduría y salud será un gran restaurador de la Iglesia y limpiará el camino para que otro papa la renueve. Su austeridad y magnetismo harán el resto.