Es muy justa la elección de la revista
Time de nombrar Personajes del 2018 a un grupo de periodistas víctimas de
represión a los que califica de “guardianes de la verdad”. También es acertada,
en momentos que las mentiras y la desinformación erosionan la confianza pública
y a la democracia.
Time publicó cuatro portadas
retratando, en forma diversa e inclusiva, varios tipos de periodistas que han
sido martirizados en sus intentos por buscar y descubrir la verdad, así como
las diferentes modalidades de violencia que los acechan. Una portada fue sobre
asesinato, en el caso del saudí Jamal Khashoggi, columnista del Washington
Post. Otra por el encarcelamiento, de dos reporteros birmanos de la agencia Reuters,
Kyaw Soe Oo y Wa Lone. Persecución oficial se trató en el caso de la filipina
María Ressa, fundadora y editora del sitio online Rappler; y en relación por atentados,
se incluyó al diario estadounidense The Capital Gazzette por el ataque en el
que murieron cinco personas.
Sobre estos “guardianes de la verdad”,
el editor de Time, Edward Felsenthal, argumentó que corren “grandes riesgos… en
la búsqueda imperfecta pero esencial de hechos que son fundamentales para el
discurso civil, y por hablar y denunciar"; sin olvidar que son
representantes de “una lucha más amplia”, en la que otros 53 periodistas fueron
asesinados este año en el mundo entero.
Pese a su acertada decisión, creo que
la famosa revista se quedó corta. Me hubiera gustado que incluyera una quinta
portada en la que se retratara el martirologio de la prensa de América Latina,
la región más castigada del planeta que en las últimas tres décadas ha perdido
a más de 500 periodistas - 26 en este 2018 - entre los que se cuentan
asesinados y desaparecidos. Vidas que han sido sesgadas por guerrilleros,
militares y grupos paraestatales o por narcotraficantes y funcionarios
corruptos o por la vergonzosa connivencia entre agentes del Estado y del crimen
organizado.
El asesinato quirúrgico en contra de
periodistas incómodos con frecuencia es solo lo visible o la punta del témpano
de la tragedia del periodismo latinoamericano. Debajo de la superficie también coexiste
un gran manto de censura tan fatídica como la muerte. Quizás sean casos menos
llamativos en el plano internacional, pero son crímenes bien extendidos, como
el de periodistas secuestrados, demandados, perseguidos, encarcelados o
amenazados de muerte; y de medios que sufren atentados, hostigamiento, boicots
publicitarios y discriminación gubernamental por publicar la verdad.
En esa quinta portada también
incluiría un retrato en blanco, vacío, en representación de los periodistas
olvidados por el propio Estado, esos casos que rara vez son esclarecidos y cuya
impunidad sigue siendo el tormento que arrastran sus familias y colegas por
generaciones. Solo un 5% de los 500 asesinatos ha sido esclarecido y el
porcentaje es mucho menor cuando se trata de identificar o procesar al autor
intelectual, tal como sucede con el caso Khashoggi.
Es cierto que “la democracia enfrenta
su mayor crisis en décadas” como argumenta la revista Time. Pero no considero
que la debilidad de la democracia se deba a la diseminación de noticias falsas
por las redes sociales o porque se censure a los periodistas y medios. En mayor
o menor medida esos síntomas siempre existieron, son solo la consecuencia de
una causa mayor. Estoy convencido que es la impunidad o la falta de justicia el
verdadero motivo de la desnutrición democrática y lo que erosiona la confianza
del público.
Muchos afirman que la gente ya no cree
en la democracia y se devanan los sesos pensando en otras formas de gobierno.
Pero creo que el modelo perfecto de democracia y república como fue soñado por
Aristóteles y Platón tuvo, tiene y tendrá vigencia, siempre y cuando no se le
pongan cortapisas a la justicia, el valor más trascendente en cualquier sistema
de convivencia humana.
El problema es que en muchos países la
justicia ha sido secuestrada por el poder político y en esa relación adictiva
la justicia también se ha corrompido. Esa debilidad institucional, potenciada
por la impunidad, queda en evidencia con los 500 casos de periodistas
latinoamericanos asesinados, muchos de ellos olvidados, que también merecían
tener una portada en Time. trottiart@gmail.com