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junio 22, 2018

El Mundial machista y homofóbico


Los Mundiales traen más que fútbol. El de Sudáfrica elevó el tema del racismo y los partidos amañados. El de Brasil desnudó corrupción profunda y poco “orden y progreso” como reclama su bandera. Este de Rusia refleja el machismo, la misoginia y la homofobia que atraviesan cualquier cultura y disciplina.

Por supuesto que estos desvalores existieron en todos los mundiales, pero en Rusia se notan más gracias al nuevo contexto que creó el movimiento #MeToo y a una FIFA, que pese a toda su corrupción, desde hace años insiste con erradicar la discriminación y la homofobia, promocionando el “juego limpio” más allá de los estadios.

A poco de comenzado el Mundial, la FIFA sancionó a México y a Serbia con 10 mil dólares por cantos homofóbicos. A los serbios por una manta política contra los costarricenses y a los mexicanos por su habitual canto de “¡eh puto!” dedicado al arquero germano. La Federación Mexicana defendió que el canto no es peyorativo sino “cultural”, pero la excusa suena trivial después de 10 sanciones por la misma causa.
La previa al Mundial ya había puesto nerviosos a gobiernos, embajadas y disparado las redes sociales que reclaman mejor trato e igualdad de género. En Argentina la AFA desistió de imprimir un manual en el que aconsejaban a los hombres cómo seducir a mujeres rusas; mientras que la selección mexicana tuvo una fiesta de despedida con los condimentos típicos de una despedida de soltero.

Las agencias publicitarias también jugaron su partido sexista. Una cervecera mexicana intercambió el adjetivo del “canto cultural” por el pícaro “¡eh Putin!” y la cadena Burger King de Rusia ofreció hamburguesas de por vida a las mujeres que quedaran embarazadas con futbolistas del Mundial, prometiendo una nueva casta de rusos con “los mejores genes del fútbol”. En otras épocas esta creatividad se hubiera exaltado, pero en momentos que hasta la organización del Miss Universo descartó los desfiles con traje de baño, las campañas creativas tendrán que olvidarse de menospreciar a la mujer.

Acostumbrados a que el humor se tuerza hacia la burla y el bullying, como demuestran los memes en las redes sociales, varias cancillerías tuvieron que salir a apagar fuegos que pusieron en aprietos su imagen de país. La mayor parte, por videos virales con el habitual chiste de hacer repetir a las mujeres palabrotas en otros idiomas sin que entiendan el significado. Diputadas brasileñas gritaron furiosas contra “torcedores” de la verde amarela que alrededor de una bella rusa le cantaban ofensas sexuales cuando ella sonreía creyendo que la cortejaban. Lo mismo ocurrió con un hincha argentino que por molestar a una quinceañera rusa tal vez ya no lo dejarán entrar al estadio. Mientras que el gobierno colombiano reprochó a un grupo de fanáticos que se divirtieron con la misma mofa en contra de mujeres japonesas, exigiéndoles “no degradar a la mujer, insultar a otras culturas y al idioma”.

Más allá de los chistes fuera de lugar, el Mundial también está sirviendo para reclamar por la discriminación de la mujer en varias culturas. El movimiento femenino iraní de “#OpenStadiums” se hizo presente en los partidos de su selección. Con pancartas en los que se leía “apoyen a las mujeres iraníes a entrar a los estadios”, desnudaron a una teocracia gobernante que justifica prohibir el derecho de una mujer a asistir a encuentros deportivos para protegerlas del “ambiente masculino”, cuando lo correcto sería limpiar ese “ambiente masculino”.

En el caso de Argentina, los consejos de la AFA a sus fanáticos para “tener una oportunidad con una chica rusa”, quedará como una conducta machista fuera de época e indecente. Lo más preocupante, sin embargo, es el caso de abuso y prostitución de menores, descubierto en las inferiores de Independiente y River Plate. La Justicia tendrá que investigar si la red pederasta se extendía por otros clubes emblemáticos.

Este Mundial está lejos de la aspiración del papa Francisco de ser “una auténtica ocasión de encuentro y fraternidad”. Rusia nos deschava como sociedad y con nuestros vicios. Pero también nos empodera a rectificar conductas. Cada Mundial da una nueva oportunidad para mejorar, más allá del fútbol. Habrá que ver si nos reflejaremos más dignos en Qatar y luego en el de México-EEUU-Canadá. trottiart@gmail.com


junio 02, 2018

Starbucks, Roseanne y los prejuicios implícitos


Todos tenemos algún tipo de prejuicio en razón de raza, género, nacionalidad o estatus. Es difícil no etiquetar a los demás. Vivimos y aprendemos en sociedades prejuiciosas. Completemos estas frases: Todos los musulmanes son… Las mujeres con minifaldas no pueden quejarse que… Todos los argentinos son… Todos los inmigrantes ilegales cometen… Los empresarios son…

Muchos estereotipos están incorporados al subconsciente, son implícitos como los define la psicología social. Afloran o los disparan ciertas experiencias. El intríngulis no radica tanto en tenerlos, sino en cómo dominarlos. Al exteriorizarlos se suele ofender y caer en actitudes racistas, discriminación y odio, generándose graves consecuencias.
A mediados de mayo se viralizó el video de un abogado que explotó en contra de dos empleados de un restaurante en Nueva York que hablaban en español. Amenazó con denunciarlos y hacerlos expulsar del país. Ni siquiera sabía si eran indocumentados o ciudadanos nacionalizados.

Estereotipos así no son nuevos. Eran más frecuentes en otras épocas con menos apreciación de la diversidad y respeto por los derechos humanos. La ventaja ahora es que tienen más difusión gracias al internet y las redes sociales, fiscales públicos de nuestro tiempo.

Pese al acoso y la ofensa que generan los prejuicios explícitos, vale reconocer que también sirven para crear espacios de debate y aprendizaje social, generándose, a veces, cambios positivos en las políticas públicas. Lo demuestran los movimientos por los derechos civiles, la igualdad de la mujer y de personas con distinta orientación sexual, que se afirmaron tras severas crisis de racismo y desigualdad. Es decir, una mayor inclusión social surge después de una crisis de exclusión.

Esa evolución positiva, aunque no siempre concluyente, se vivió esta semana en EEUU con dos episodios distintos. Starbucks decidió cerrar sus ocho mil locales para impartir un curso sobre tolerancia racial a sus empleados, mientras que la cadena ABC/Disney despidió a la comediante Roseanne Barr por un tuit en el que defenestraba a una ex asesora de origen iraní del ex presidente Barack Obama.

La cadena televisiva canceló la exitosa serie revival de Roseanne, tras calificar la actitud de su protagonista de “abominable, repugnante e incompatible”.  El tuit de Roseanne, además de denigrar el origen musulmán de la ex asesora, era un tiro de elevación a la ex pareja presidencial y, en su defecto, a todos los afroamericanos “Si los hermanos musulmanes y el planeta de los simios tuvieran un hijo: vj”.

Obama ha soportado descalificativos similares cuando fue Presidente, pero el de Roseanne cobra relevancia porque proviene de una figura pública que en la realidad y la ficción se profesa fanática de Donald Trump. Algunos analistas también observan que este episodio esconde otro prejuicio implícito, el que la cadena se haya desprendido de una figura que no comulga con lo políticamente correcto. Y en ese tema irresuelto del racismo, incrustado en el consciente y subconsciente colectivo, surgen críticas de que se mide con distinta vara a las personas según su aspecto más allá de delitos similares. Ejemplo: violador en serie, el comediante afroamericano Bill Cosby, con el acosador en serie, el productor caucásico Harvey Weinstein.

Los problemas se retuercen aún más, cuando las etiquetas son exteriorizadas por personas que por su función social y el mimetismo que pueden generar deberían tener mayor cuidado y responsabilidad. El presidente Trump es uno de los primeros que salta a la mente en este rubro. Sus tuits diarios son una fuente inagotable de expresiones prejuiciosas que generan reacciones. Puede llamar “animales” a los pandilleros juveniles, “violadores y asesinos” a los inmigrantes mexicanos, como “pozos de mierda” a países en vías de desarrollo.

Aunque en cuestiones de estereotipos el Presidente no aparenta que abrazará cambios manteniendo su impunidad de expresión irresponsable, son reconfortantes las experiencias como la de Starbucks. La media jornada de formación anti racial, aunque también haya tenido la intención de minimizar el daño económico, suma al aprendizaje colectivo sobre el racismo y la tolerancia. Transforma un prejuicio implícito o explícito en conductas y actitudes positivas. trottiart@gmail.com

Tensión entre la verdad y la libertad

Desde mis inicios en el periodismo hasta mi actual exploración en la ficción, la relación entre verdad y libertad siempre me ha fascinado. S...