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junio 29, 2018

El Mundial y el periodismo de tribuna


Todos los mundiales desnudan al periodismo de tribuna. Esa prensa deportiva exitista y emocional; de crítica despiadada o alabanza exagerada, según los resultados del momento.

Algunos la tildan de prensa exigente, justificándola en países en los que la historia futbolística demanda resultados positivos. Pero la falta de rigurosidad informativa y la abundancia de opiniones estentóreas y parcializadas, la convierten en una prensa de barricada. Con sus relatores y comentaristas infalibles y panelistas que argumentan todos a la vez, esta prensa no se distingue de aquellos fanáticos que despotrican eufóricos en redes sociales o charlas de café.

Hay que reconocer que también existe una mayoría de profesionales excelentes en el periodismo deportivo, pero penosamente los rimbombantes hacen ruido y se notan más y están en todos lados, en Alemania, Argentina, México o Senegal. Bajan y suben técnicos y jugadores, inventan historias, hacen futurología, presagian resultados ya sea si Messi se tapa la cara antes del himno o si Griezmann no canta la bella Marsellesa.
Sería ingenuo pensar que esta prensa de arenga y sensacionalista no tiene público. La opinión gusta, más si se acomoda a la de uno. Arrastra pasiones y seguidores. Pero también genera víctimas y presiones. Messi, el mejor del mundo, fue siempre chivo expiatorio de cada derrota. En este Mundial no fue la excepción, el penal errado ante Islandia y su inefectividad ante Croacia reabrieron la grieta enorme que había cerrado en Quito con un hat trick y la clasificación mundialista.

Tras la derrota con Croacia, gran parte del periodismo deportivo argentino armó conjeturas, descubrió conspiraciones y deslealtades, repasó las relaciones entre esposas y jugadores, entre estos y el técnico y entre este y los dirigentes de la oscura AFA. Hasta un programa televisivo abrió con un minuto de silencio simbolizando la defunción de la selección. Luego, como en montaña rusa, el periodismo reavivó elogios por el pase a octavos de final. Los mismos que desaparecerán con otro resultado adverso y la consiguiente catarata de críticas y cobro de facturas pasadas, entre ellas, las tres finales perdidas.

No es fácil confrontar a un periodismo que no perdona ni pide perdón. Messi hastiado, así como cuando en la Copa América decretó el apagón informativo de su selección en represalia por historias inventadas, esta vez fue menos apocalíptico, pero igual de contundente: Al triunfo ante Nigeria se lo dedicó a “la gente que no se dejó llenar la cabeza por boludeces”.

Nadie espera que la prensa deportiva sea moralista, balanceada y neutral, pero no se debería olvidar de los valores profesionales informativos, entre ellos el respeto. Lamentablemente la opinión ha invadido todos los géneros del periodismo deportivo haciéndolo superficial, lo que no le ha permitido descubrir grandes temas que pasaron inadvertidos bajo sus narices, como el FIFAgate y la maraña de sobornos por las que Rusia y Qatar obtuvieron sus sedes mundialistas.

Es cierto que en poco tiempo el periodismo debe prestar atención a miles de detalles deportivos y extradeportivos, en especial en un Mundial con tantas sorpresas, detalles bizarros y hasta fake news, como la muerte de Diego Maradona que él mismo desmintió y por lo que ofreció una jugosa recompensa para encontrar al responsable del rumor.

En lo deportivo hubo que digerir que la campeona Alemania se fuera en primera ronda, que Japón haya pasado por fair play, que España echara a su técnico horas antes del puntapié inicial y a un flamante VAR que puso a Rusia en la historia de los mundiales como el más más prolífico en penales. En lo extradeportivo, están las multas de la FIFA por violencia y cantos homofóbicos, los japoneses limpiando tribunas y la Hacienda española – como sucedió en Brasil – recordándole a Messi y Ronaldo que son evasores, en una oportunista y presunta intención por desequilibrarles de pies a cabeza.

Si la prensa deportiva quiere ser considerada exigente, deberá ser menos pasional, más profunda, neutral y tener cierto grado de compasión. El fútbol es pasión de multitudes… para los fanáticos. Los periodistas, incluso los deportivos, están llamados a ser desapasionados. Por sobre todo, tienen una profesión a la que deben cuidar y respetar. trottiart@gmail.com


junio 15, 2015

Fútbol, revancha, consuelo y distracciones

Es verdad que el fútbol da revancha. Ese es el sentimiento de varias selecciones latinoamericanas que participan en la Copa América de Chile después de fracasar en el último Mundial de Brasil. Para las favoritas, sin embargo, levantar el trofeo será premio consuelo.

Argentina quiere olvidar que dejó escapar su tercera estrella mundial en el Maracaná; Brasil necesita despejar los fantasmas del 7 a 1 en el Mineirao; Colombia pretende demostrar que su fútbol no es casualidad y Chile codicia, ahora o nunca, su primera Copa relevante sacando pecho de local.

A diferencia de los Mundiales, esos agujeros negros que consumen y paralizan toda la realidad del globo y que hacen que “la mano de Dios”, el cabezazo de Zidane o el mordisco de Suárez sean más trascendentes que un tsunami o un terremoto, la Copa América no tiene ese poder para distraer y tapar la corrupción que envuelve al fútbol y a los países que se dan cita.

Este torneo no tiene la fuerza para que el escándalo FIFA pase desapercibido, menos con asociaciones nacionales tan comprometidas con la corrupción como las de Argentina, Brasil, Uruguay y Venezuela, países que puntean en la lista de  dirigentes y empresarios detenidos por soborno, extorsión y lavado de dinero.

Tampoco esta Copa es tan potente para que las poblaciones se distraigan de sus pesares. El anfitrión Chile, hasta hace poco considerado el país menos corrupto de América Latina, todavía no puede salir de una espiral de podredumbre y beneficios que involucraron al hijo de la Presidenta, a todos los partidos políticos y que obligó a Michel Bachelet a cambiar todo su gabinete.

Dilma Rousseff viene haciendo malabares y lamentando que algunos de sus ministros terminen en la cárcel por desfalco de las arcas públicas. Cristina Kirchner sigue  escapando de acusaciones por malversación, distrayendo con visitas al papa Francisco y dando índices de pobreza menores a los de Alemania y Dinamarca. Y el régimen de Nicolás Maduro sigue consolidándose con autoritarismo, escasez e inflación, además de seguir con su perorata de acusar al imperio por inventar que su presidente del Congreso, Diosdado Cabello, es el jefe narco del Cartel de los Soles.

A la FIFA y a varios gobiernos le fascinaría que este torneo aporte el pan y circo acostumbrado. Pero esta vez no funcionará. Es que la corrupción es epidemia en América Latina y el escándalo FIFA es muy reciente, grande e inolvidable. Además, la institución tiene más flancos débiles. Ahora se le sumaron las críticas por discriminación contra las mujeres, después de que exigió pruebas de género para los países que participan del Mundial Femenino que se juega actualmente en Toronto, como si se tratara de simples controles antidoping. Las mujeres tampoco le perdonan que las discriminen sobre el juego de hombres, haciéndolas jugar sobre césped sintético como aprendices de balón.

La FIFA también tendrá que cambiar sus políticas sobre derechos televisivos del fútbol femenino, ya que la escasa divulgación no está incentivando esta disciplina en todo el mundo, como es potencia en EEUU, Alemania y Noruega. El tema es relevante en un contexto más amplio. En EEUU, un estudio de la Universidad del Sur de California demostró que el deporte femenino solo tuvo un 3.2% de exposición televisiva, porcentaje incluso inferior al 5% registrado en 1989.

Pese a los problemas, esta Copa América tiene varios retos, entre ellos, el de ratificar que los mejores futbolistas están de este lado del mundo y que Chile, Ecuador y Venezuela deben comenzar ya su carrera por los títulos detrás de los 15 y 14 que Uruguay y Argentina obtuvieron de los 43 disputados desde 1917. Sin embargo, el desafío mayor tiene que ver con la globalización y las expectativas. Es que la gente se acostumbró a la calidad del fútbol de equipos, como los del Barcelona, Real Madrid, Manchester City, PSG o el Borussia Dortmund, y espera que el juego de seleccionados esté a la altura.

Si los equipos y las individualidades no dan la talla, si el Messi argentino no juega como el Messi catalán, si Neymar y Alexis no hacen piruetas y golazos, si Falcao y James no la embocan desde fuera del área y si Vidal y Alves no quedan entre los mejores del torneo, la Copa será para olvidar o solo servirá como puesta a punto para las eliminatorias de Rusia 2018. 

julio 13, 2014

Un Mundial de lágrimas

Nunca hubo tantas lágrimas como en este Mundial. Siempre se lloró pero en situaciones de quiebre, como aquellas pocas y secas lágrimas del arquero alemán en México 86 o las abundantes e inconsolables del Diego en Italia 90.

Este Brasil parece que tomó a todos con la guardia baja. Todos lloran: hombres, mujeres, niños; emocionados por los triunfos, humillados por las derrotas o contentos por los empates. Un fenómeno, quizás, por la alineación de Mercurio con los demás astros, por el clima, porque cada partido cuesta subir una cuesta o porque en las redes sociales se mezclan jugadores y fanáticos, jugando previas, y compartiendo triunfos y selfies en paños menores.

Los sociólogos tendrán que descifrar este valle de lágrimas, si es para combatir tristezas, acompañar alegrías, canalizar nacionalismos o neutralizar burlas. Tal vez concluyan que el fútbol sirve de excusa para llorar sin vergüenza y para desahogar penurias extrafutbolísticas acumuladas. En este Mundial llorar sin disimulo y a destajo se convirtió en una nueva forma de expresión.

Más allá del análisis, lo cierto es que las lágrimas más profusas se derramaron en semifinales. Como las del jefecito Mascherano y la Pulga que corrieron llorando para abrazar al Chiquito Romero tras los penales. O como las del fanático argentino que después del partido en Sao Paulo, mostraba un meme con las fotos del papa alemán Ratzinger y del argentino Francisco, a quienes responsabilizaba del pacto entre el Vaticano y el Señor para llegar este domingo a una final divina.

Lo de Brasil fue hecatombe con el 7 a 1 de la aplanadora alemana, con cuatro goles en cinco minutos o cinco goles en cuatro minutos; da igual. Todo un país lloró y hasta se cree que el Amazonas perdió su bullicio. Lo conmovedor fue ver en las gradas a los chicos a moco tendido, quienes por varias generaciones guardarán la desazón en sus retinas, así como sus abuelos vinieron soportando por 64 años el Maracanazo, hasta que rompieron el maleficio con una derrota desmedida.

El único que desentonó sin lloriqueo fue el estoico técnico Felipao Scolari que sorprendentemente no se inmoló tras la debacle, animándose a anunciar que elevaría un informe a sus jefes en la Confederación de Fútbol Brasilera, como si se tratara de un plan económico a futuro para detener la inflación. Su frialdad alemana denotó que siguió los consejos de su psicóloga, aquella que en los camarines de la Canarinha tuvo que elaborar mecanismos de defensa para Neymar y Julio Cesar que se derrumbaron desconsolados sobre el césped cuando le ganaron a Chile a los penales o para cuidar a todo un equipo que moqueaba entonando las estrofas del himno nacional.
A la psicóloga exorcista ni siquiera le valió la estrategia del himno de guerra, una camiseta del idolatrado e invertebrado Neymar que mostraron los jugadores en la alineación antes del partido. Los insensibles alemanes demostraron que el fútbol no solo es emoción, ganas y guerreo, sino táctica, escuela y disciplina. Dejaron a un país noqueado y a una prensa sin más remedio que amplificar la vergüenza nacional.
Y si faltaban lágrimas de todos los colores, la “Saeta Rubia” arrancó unas cuantas de emoción en el minuto de silencio previo al choque entre argentinos y holandeses, cuando todos reverenciaron a uno de los grandes de la historia futbolística, Alfredo Di Stéfano, el primero de una soñada trilogía argentina.
Es verdad que tras las lágrimas llega la redención. Así lo demostraron en Argelia, Chile, Colombia y en Costa Rica con el recibimiento apoteósico de las selecciones, un premio por subir un par de peldaños más que en torneos pasados. Pero para los grandes, aquellos que ganaron otros mundiales como España, Francia e Inglaterra, nadie derramó lágrimas, mucho menos para Portugal que precedida por la fama de su máximo goleador Ronaldo, terminó vilipendiada y goleada en Brasil.
Para muchos el Mundial terminó tras la eliminación de su selección, tiempo antes del pitazo final de este domingo cuando Alemania pudiera alcanzar su cuarta estrella o Argentina reivindicar su tercera. El lloroso Mundial Brasil 2014 terminará este lunes, el día más feo de este año; entonces todo será insípido, incoloro e inodoro. Sin Mundial se habrá acabado la esperanza y la excusa para llorar sin tapujos ni vergüenza. 

junio 29, 2014

Mano, cabezazo, mordisco

Los mundiales están destinados a pasar a la historia por lo extradeportivo, más que por goles y campeones: La “mano de Dios” en el 86, el cabezazo de Zidane en el 2006 o el reciente mordiscón de Luis Suárez al defensa italiano.

Con esas imágenes impresas en el adn del fútbol, se entremezclan sospechas sobre arreglos de partidos y sedes, dudas sobre si le darán una mano a Neymar y Brasil para llegar al 13 de julio, así como la tuvo la dictadura argentina en el 78, más allá del olfato goleador de Kempes y de los residuos de la jugosa “naranja mecánica” del 74.

Estos octavos de final no podían tener mejor comienzo, precedidos por la controversia de una dura sanción contra el “mike tyson” uruguayo, que puso en segundo plano los reclamos sociales de miles de brasileños por un país menos corrupto y más digno. La conducta de Suárez se prestó a bromas, memes y hasta a sentencias psicológicas sobre su personalidad e infancia, similares a las que llovieron sobre aquel Diego, desorbitado y drogado, festejando frente a las cámaras en el mundial del 94.

Los uruguayos tienen hoy el mismo odio por la Fifa que los argentinos sentimos cuando la enfermera se llevó de la mano a Diego al patíbulo antidopaje. Todos anticiparon el fallo lapidario, solo bastó la evidencia sobre el césped: Ayer, un Maradona increíblemente sumiso y hoy, un Suárez teatrero agarrándose la dentadura.

Puede ser que la sanción a Suárez haya sido desproporcionada. Así lo sintió el presidente uruguayo José Mujica y también miles de sus compatriotas que creen que la Fifa carece de la autoridad moral para juzgar y sancionar a alguien, cuando no puede con su propia corrupción. La pena es fuerte y tal vez la justifique la reincidencia de un jugador que ya ha mordido a otros colegas en Holanda e Inglaterra, donde acumuló más de una veintena de partidos de suspensión.

Es cierto que la Fifa no podría haber disimulado la agresión, en especial porque después de Sudáfrica reglamentó poder actuar de oficio ante cualquier omisión garrafal del árbitro. Pero si bien la suspensión de nueve partidos, la multa por 112 mil dólares y las recomendaciones de que busque tratamiento psicológico para su adicción pudieran sostenerse, resulta exagerado que, como a un criminal, le hayan suspendido por cuatro meses de toda actividad futbolística, incluido presenciar partidos en este mundial. 

Parece que la Fifa se dejó llevar por el ruido generado, ya que aunque los mordiscos revelan cierta perversidad, son menos peligrosos que las drogas, los cabezazos o las planchas que rompen tibias y peronés.

La suspensión del insustituible goleador tuvo un mal efecto en los uruguayos, quienes se desmoronaron como aquellos argentinos desamparados del 94. No pudieron hacer nada para que aflore la tradicional garra charrúa, capaz de convertir otro “maracanazo”.

Pese al suspendido Suárez y al eliminado Ronaldo, por suerte el mundial está lejos de perder jerarquía. Otros goleadores de raza están levantando las apuestas en Las Vegas. Como nunca, Muller, Benzema, Rodríguez, Messi y Neymar la están embocando a fuerza de gambetas, zurdazos y buen juego.

Más allá del fútbol, gracias a Facebook, Twitter, Instagram y a las nuevas tecnologías, este mundial se ha convertido en el más trasversal y democrático de la historia. Millones de seguidores ocasionales, disputan conocimientos y estadísticas como si fueran fanáticos de cada fin de semana y han creado una agradable conversación global, en la que se habla con la misma intensidad sobre mordiscos y penales no cobrados, que sobre modas estrafalarias, torsos y brazos tatuados, o sobre ídolos y marcas, camisetas ceñidas de Puma, Nike y Adidas que remarcan pectorales y abdominales, y botines fucsias y celestes o de arlequín, reservados antes solo para bufones.

Toda esta fiesta mundialista muestra la fortaleza del fútbol como deporte. Pero también sirve para esconder sus pecados. La Fifa con tanto ruido por un mordisco termina beneficiada. Se agazapa y evita dar respuestas sobre temas mucho más importantes que la conducta de los jugadores dentro de la cancha, como el arreglo de sedes, sobornos y ganancias estratosféricas en un país cuyas autoridades fueron incentivadas para manosear dineros públicos en la construcción de estadios con total deshonestidad. 

septiembre 06, 2009

Maradona: desfasado y a destiempo

Ya no creo en Maradona. No porque haya perdido 3 a 1 contra Brasil anoche, sino porque el fútbol que le hace jugar a su equipo trabaja a destiempo, juega en otra realidad a la que se mueve su rival.
Creo que Maradona nunca se percató de su don, y del que tiene Leonel Messi, de que lo que algunos piensan que se trata de jugadores tocados por la varita mágica, no es otra cosa que estar superdotados por moverse en otra dimensión, en otro tiempo, en otro espacio. Cada vez que ellos tocan o se deslizan con la pelota, lo hacen con dos o tres jugadas en mente, casi como los maestros del ajedrez. Nada en ellos es casualidad, cada toque, cada gambeta, cada puntapié tiene una razón de ser, y por eso aventajan y aventajaron a sus adversarios. De ahí su magia, de ahí que cada uno de nosotros cada vez que estos jugadores están en la cancha, así sea con pelota en el pie o libres de ella en cualquier espacio de la cancha, tenemos la expectativa de que algo increíble puede pasar. Y la mayoría de las veces no nos decepcionan.
Así como ese destiempo es su ventaja y cualidad y los convierte en privilegiados, también puede ser negativo y una desventaja. De ahí que haya jugadores que no progresan, que viven en la mediocridad porque están desfasados con las habilidades físicas e intelectuales de sus rivales.
Así juega Argentina. Y quedó demostrado con todos los goles que le metieron en los últimos partidos – once - contando los dos de Ecuador, los seis de Bolivia y los tres de Brasil, con solo tres a favor, uno a Bolivia, otro a Brasil – que no significaron nada excepto salvar el honor – y uno contra Colombia que fue la única victoria que se escabulló en la era Maradona.
Maradona no tiene visión de técnico. Es un técnico que vive y piensa como jugador y como fue un superdotado hace jugar a su equipo concibiéndolos a todos como superdotados, como individualidades y haciendo un fútbol por demás demagógico y populista, que agrada por los nombres y las luminarias que convoca, pero que no están sintonizados a trabajar en un todo, como un equipo, como realmente lo hace el Barcelona de Messi o el seleccionado de Raúl.
Argentina no está encontrando la fórmula de jugar con el destiempo a su favor. Está por debajo del tiempo y espacio en que se mueven sus rivales. Por eso termina desorientado, como ante Bolivia, o estúpidamente embaucado como ante Brasil, en el primer gol, cuando los delanteros arrastraron a los defensores abriendo el área para que de la nada aparezca un cabezazo solitario que vino picando desde atrás y con él, la debacle de la noche.
Maradona y Messi siempre supieron, como los karatecas, usar la fuerza de sus adversarios en su propio beneficio. Pero esta selección no sabe hacer eso, juega como si no hubiera rival en la cancha, siempre con una estrategia similar para cualquier partido y rival creyendo que las fuerzas de la casualidad o las repetidas veces que Maradona se persigna al costado de la cancha servirá para que Dios ilumine a los suyos. No entiende que el fútbol, por más sagrado que sea él o la gente lo perciba de esa forma, no tiene nada de sagrado, es pura estrategia de equipo con algo de garra y de individualidades. ¿Acaso Messi podría jugar sin Henry, sin Iniesta, sin Puyol?
Maradona no entiende la gran diferencia que hay entre su concepción del fútbol, internalizado y elevado a la enésima potencia, con la de un equipo que necesita considerar a sus rivales como diferentes. El fútbol de Brasil, al menos el de anoche, no fue superlativo, fue práctico, aburrido, de empuje, de garra, algo que a nadie le gusta realmente, dejó de ser el “jogo bonito” de antaño. Aunque la diferencia fue que jugó utilizando las fuerzas, los miedos y las inseguridades de los argentinos.
Se viene Paraguay y el horizonte hacia Sudáfrica es difuso. Y aunque se logre su cometido, el fútbol de Maradona como técnico seguirá estando desfasado del tiempo y el espacio. Será casualidad ganar un partido – como fue contra Colombia – y llegar al Mundial.
Dedico este post a mi querido hermano Gerardo que vive en Madrid, con quien compartimos estas disquisiciones en una llamada telefónica esta mañana, en la que hicimos un poco de catarsis y tratamos de poner en otras palabras lo que a los dos seguramente nos apetecía más: gritar insultos a mansalva.

Tensión entre la verdad y la libertad

Desde mis inicios en el periodismo hasta mi actual exploración en la ficción, la relación entre verdad y libertad siempre me ha fascinado. S...