Nunca hubo tantas lágrimas
como en este Mundial. Siempre se lloró pero en situaciones de quiebre, como
aquellas pocas y secas lágrimas del arquero alemán en México 86 o las abundantes
e inconsolables del Diego en Italia 90.
Este Brasil parece que tomó
a todos con la guardia baja. Todos lloran: hombres, mujeres, niños; emocionados
por los triunfos, humillados por las derrotas o contentos por los empates. Un
fenómeno, quizás, por la alineación de Mercurio con los demás astros, por el
clima, porque cada partido cuesta subir una cuesta o porque en las redes
sociales se mezclan jugadores y fanáticos, jugando previas, y compartiendo triunfos
y selfies en paños menores.
Los sociólogos tendrán que
descifrar este valle de lágrimas, si es para combatir tristezas, acompañar
alegrías, canalizar nacionalismos o neutralizar burlas. Tal vez concluyan que el
fútbol sirve de excusa para llorar sin vergüenza y para desahogar penurias
extrafutbolísticas acumuladas. En este Mundial llorar sin disimulo y a destajo se
convirtió en una nueva forma de expresión.
Más allá del análisis, lo
cierto es que las lágrimas más profusas se derramaron en semifinales. Como las
del jefecito Mascherano y la Pulga que corrieron llorando para abrazar al
Chiquito Romero tras los penales. O como las del fanático argentino que después
del partido en Sao Paulo, mostraba un meme con las fotos del papa alemán
Ratzinger y del argentino Francisco, a quienes responsabilizaba del pacto entre
el Vaticano y el Señor para llegar este domingo a una final divina.
Lo de Brasil fue hecatombe con
el 7 a 1 de la aplanadora alemana, con cuatro goles en cinco minutos o cinco
goles en cuatro minutos; da igual. Todo un país lloró y hasta se cree que el
Amazonas perdió su bullicio. Lo conmovedor fue ver en las gradas a los chicos a
moco tendido, quienes por varias generaciones guardarán la desazón en sus
retinas, así como sus abuelos vinieron soportando por 64 años el Maracanazo,
hasta que rompieron el maleficio con una derrota desmedida.
El único que desentonó sin
lloriqueo fue el estoico técnico Felipao Scolari que sorprendentemente no se
inmoló tras la debacle, animándose a anunciar que elevaría un informe a sus
jefes en la Confederación de Fútbol Brasilera, como si se tratara de un plan
económico a futuro para detener la inflación. Su frialdad alemana denotó que
siguió los consejos de su psicóloga, aquella que en los camarines de la
Canarinha tuvo que elaborar mecanismos de defensa para Neymar y Julio Cesar que
se derrumbaron desconsolados sobre el césped cuando le ganaron a Chile a los
penales o para cuidar a todo un equipo que moqueaba entonando las estrofas del
himno nacional.
A la psicóloga exorcista ni
siquiera le valió la estrategia del himno de guerra, una camiseta del
idolatrado e invertebrado Neymar que mostraron los jugadores en la alineación
antes del partido. Los insensibles alemanes demostraron que el fútbol no solo
es emoción, ganas y guerreo, sino táctica, escuela y disciplina. Dejaron a un
país noqueado y a una prensa sin más remedio que amplificar la vergüenza
nacional.
Y si faltaban lágrimas de
todos los colores, la “Saeta Rubia” arrancó unas cuantas de emoción en el
minuto de silencio previo al choque entre argentinos y holandeses, cuando todos
reverenciaron a uno de los grandes de la historia futbolística, Alfredo Di
Stéfano, el primero de una soñada trilogía argentina.
Es verdad que tras las
lágrimas llega la redención. Así lo demostraron en Argelia, Chile, Colombia y en
Costa Rica con el recibimiento apoteósico de las selecciones, un premio por
subir un par de peldaños más que en torneos pasados. Pero para los grandes,
aquellos que ganaron otros mundiales como España, Francia e Inglaterra, nadie
derramó lágrimas, mucho menos para Portugal que precedida por la fama de su
máximo goleador Ronaldo, terminó vilipendiada y goleada en Brasil.
Para muchos el Mundial terminó tras la
eliminación de su selección, tiempo antes del pitazo final de este domingo
cuando Alemania pudiera alcanzar su cuarta estrella o Argentina reivindicar su
tercera. El lloroso Mundial Brasil 2014 terminará este lunes, el día más feo de
este año; entonces todo será insípido, incoloro e inodoro. Sin Mundial se habrá
acabado la esperanza y la excusa para llorar sin tapujos ni vergüenza.
1 comentario:
A los 15 minutos de comenzar la final, les digo que el ganador es un pais cuyo nombre comienza con A y termina con a.
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