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noviembre 01, 2019

Noticias falsas y democracia: la gran oportunidad


Extrañaba escribir en este mi espacio. Lo vuelvo a hacer. Esta vez después de que este 29 de octubre fui invitado por la organización IDEA a disertar sobre noticias falsas en el Miami Dade College durante el IV Diálogo Presidencial que reunión a ocho expresidentes, entre ellos a Felipe González, José María Aznar, Laura Chinchilla, Andrés Pastrana, Tuto Quiroga y Jamil Mahuad, entre otros.

Esta fue mi charla: 
La desinformación es nociva para la salud institucional y la vida individual y social, así como el fraude electoral es perjudicial para la democracia.
Los “hechos alternativos”, la “postverdad” y las noticias falsas son nuevos calificativos de viejas mañas. En los nacionalismos eran la estrategia de la propaganda, como la repetición de mentiras que pregonaba Goebbels en el nazismo. En las dictaduras eran la “verdad oficial” que se instauraba por decreto. En los populismos son parte del relato emocional para adulterar la verdad, así sean datos sobre pobreza o inflación como manipulaban el kirchnerismo y el chavismo. El periodismo tampoco está librado de ellas.
Fueron el nutriente del sensacionalismo que nació hace más de un siglo tras la guerra por mayores audiencias y más influencias entre Joseph Pulitzer y William Hearst. Las mentiras estuvieron en tiempos bíblicos y sobrevivirán siempre porque el mal y el bien son esencia del ser humano.
El futuro luce poco halagüeño. Las nuevas tecnologías, la inteligencia artificial, la realidad aumentada, las nanotecnologías, la computación cuántica, la encriptación, más allá de estar concebidas para el bien, como el internet, también son usadas para fabricar y distribuir engaños con mayor sofisticación de lo que se hizo hasta ahora.
El ex fiscal de la trama rusa, Robert Mueller, demostró que con el operativo ruso Laktha las fake news pueden ser fabricadas con facilidad y ser una pieza sustancial del arsenal propagandístico de un país para atacar a otro, sin necesidad de derramar balas o sangre.
Gran oportunidad
El panorama es complejo, asusta, pero no es sombrío. Y hay que abrazarlo con optimismo. El debate sobre noticias falsas ha creado mayor conciencia sobre la verdad y la rigurosidad en la creación y distribución de los contenidos, así como sobre la relevancia del buen Periodismo.
Desde que fueron trending topic, con Cambridge Analytica, el Brexit y las elecciones presidenciales de 2016; y las de cualquier país, mediante manipulación extranjera o por acción de ciberactivistas y bots usados por gobiernos y partidos políticos, nunca se había experimentado algo tan formidable en el mundo como lo es esta discusión masiva sobre la verdad y la mentira, sobre la ética y la moral de la información.
Existe una revaloración por la verdad, por los contenidos de calidad de los medios. Los medios se posicionan a adoptar criterios éticos y hacer más transparente sus procesos periodísticos. Proliferan las organizaciones dedicadas al fact checking. Según el Poynter Institute ya existen 188 organizaciones en 60 países, 60 en Estados Unidos y 18 en América Latina.
Los medios están creando departamentos de chequeo de datos, disciplina que se está convirtiendo en un nuevo género periodístico. Las plataformas digitales empiezan a posicionar mejor los contenidos de los medios, como Facebook News una nueva pestaña en la red social que apareció la semana pasada, o Apple News y Wiki Media.
Además, contratacan a las usinas de noticias falsas, y se sienten obligados a resguardar mejor los datos de los usuarios, otro de los talones de Aquiles de esta era híper conectada. Google, con su nueva política, prioriza que las búsquedas pasen primero por los contenidos de calidad, que las búsquedas empiecen por fuentes de noticias más confiables, ofrece más contexto a los usuarios y contraataca a los malos, aunque admite que la tecnología todavía no está bien desarrollada para interpretar intenciones.
Los gobiernos empiezan a regular mejor, temas de transparencia, acceso a la información y reglas más estrictas sobre financiamiento de procesos y campañas electorales y debates. Grandes investigaciones periodísticas sobre la influencia de Narcodólares y de operaciones encubiertas como la de Odebrecht están obligando nuevos planteamientos para defender la democracia.
La información buena se impone, pese a los ríos de desinformación. Y esa es una buena noticia. Repito. Como nunca, hoy se tiene mayor conciencia y se buscan herramientas para diferenciar la verdad de la mentira, el bien del mal.
¿Qué hacer?
En este contexto hay que dividir la paja del trigo. No hay que juzgar a las noticias falsas como un todo. Hay noticias falsas por intereses económicos, con la intención de que afecten el discurso político a través de botcenters y cibermilitantes y otras por entretenimiento, para descalificar y estigmatizar como en el caso de trolls dedicados al bullying.
Debe tenerse en cuenta que cualquier acción que se adopte debe juzgar las intenciones porque son muy diferentes la de un creador de usinas de noticias falsas, que las de un consumidor o distribuidor sin malicia o no precavido. De la misma forma que no se puede medir con la misma vara a un narcotraficante que a un consumidor de estupefacientes.
Y ante cualquier acción o política pública que se quisiera tomar sobre la desinformación, se deberá partir prioritariamente de estándares sobre libertad de expresión y sobre el derecho del público a saber.
Proteger el discurso, aunque sea falso.
En este sentido estoy de acuerdo con lo último que expresó Mark Zuckerberg hace un par de semanas en la Universidad de Georgetown, cuando defendió el discurso malintencionado y mentiroso. Estoy de acuerdo pese a lo errático que se mostró por años respecto a su responsabilidad sobre Cambridge Analytica, o por haber negado por largo tiempo el robo de datos personales desde su plataforma o el uso comerciales de los mismos.
Hace poco lo confrontó la senadora Elizabeth Warren. Acusó a Facebook de ser “una máquina de desinformación con fines de lucro” debido a la divulgación de propaganda política.
Zuckerberg contestó que Facebook no va a moderar las expresiones de los políticos ni verificar el contenido de los avisos políticos porque las opiniones políticas, aún si fueran falsas, siguen siendo relevante y de interés público. Twitter también ha dicho que no va a cerrar las cuentas de los políticos que al parecer transgredan sus políticas en contra del lenguaje violento, porque son parte del discurso público, aunque Jack Dorsey, su CEO, anunció que no permitirán anuncios políticos pagados.
El nuevo criterio de Zuckerberg se puso a prueba. Facebook publicó un video de 30 segundos de la campaña de Trump en el que se explicaba que Joe Biden había estado involucrado en actos de corrupción en Ucrania. CNN y NBC, entre otros medios, se negaron a divulgarlo argumentando que el video violaba sus normas de publicación.
Creo que los medios estuvieron en lo correcto al no haber difundido el video. Pero también creo Facebook estuvo en lo correcto al haber difundido el video. También creo que Facebook hace bien en defender el discurso político falso y que Twitter haya decidido no publicar más anuncios políticos pagados.
Esta dualidad que pudiera tener muchas más opciones demuestra el valor que tiene la libertad de expresión a la que no hay que comprenderla basada solo en el criterio de un medio o emisor, sino en la que puedan convivir políticas y criterios distintos. La libertad de expresión se basa en la pluralidad y la diversidad de criterios.
Algunos congresistas estadounidenses como Warren siguen amenazando sobre imponer regulaciones y puede ser riesgoso. Ya existen muchas leyes para regular acciones criminales, como la venta de datos personales o actitudes que no protegen la privacidad y hasta contenidos criminales que no son producidos por las plataformas ni por los medios, sino a través de ellos.
La regulación es pertinente para penalizar los delitos que abundan en las redes o en el internet profundo, como la apología de la violencia, el discurso de odio, el racismo o la pornografía infantil y la trata de personas. Pero, como dije antes, las noticias falsas no deben considerarse un acto criminal, sino su intención es la que las puede convertir en delito. Por ello tiene que velarse por un equilibrio constante con la libertad de expresión para no afectar el derecho del público a saber.
No regular en exceso, para preservar la libertad
Para preservar la libertad de expresión habría que evitar caer en una manía reguladora que pueda impulsar un mal mayor del que se trata de remediar. Preocupa que estén emergiendo controles que pueden ser más contraproducentes que las noticias falsas en sí. Desde Europa a América Latina, varios gobiernos iniciaron enérgicas carreras legislativas para controlar la desinformación en las redes sociales – no solo en época electoral como circunscribe al tema el informe Mueller – sino en todo momento, corriéndose el riesgo de desbordes legales que terminen por censurar debates que el público debe estar en condiciones y en libertad de mantener.
El ejemplo de las leyes de propaganda enemiga y contra la discriminación y el odio, en Cuba, Venezuela y Bolivia son ejemplos de cómo las leyes pueden tener la intención aviesa de censurar el debate público mediante excusas de apariencia loables.
Muchos descubrimientos periodísticos - Panamá Papers, FIFAgate, Paradise Papers, Odebrecht o la trama rusa – fueron en su origen tildados de noticias falsas, por lo que una ley que legalice la censura podría haberlas restringido en su origen y no tendríamos ahora todas las ventajas que esas investigaciones trajeron atrajeron como consecuencia.
Creo que soportar mentiras, es el precio para pagar para descubrir verdades. La falsedad, incluso con la intención de causar daño, a veces es el precio por vivir en libertad.
Los legisladores no deberían apresurarse a legislar. Deben ser prudentes, permitir que el tema decante en la opinión pública e incentivar más debate. Si se legisla cuando todavía existe confusión, se corre el riesgo de sobreactuar y extralimitarse con las prohibiciones.
En ese sentido y a pesar de lo que hacen algunos países europeos, como Francia y Alemania, la Comisión Europea en un estudio publicado en 2018 estableció que la cuestión de la desinformación no pasa por regular. Posiciona como prioridad la necesidad de crear programas de alfabetización mediática y digital. Plantea que debe respaldarse más a los medios de comunicación, como por ejemplo la ley que luego aprobó para que los medios, como creadores de contenido, reciban regalías por derecho de autor, esto en consideración que las plataformas usan muchos de esos contenidos para publicar publicidad comercial, la que justamente se acaloró de los medios.
Estos temas también los planteó la reciente guía de recomendaciones sobre procesos electorales sin interferencias indebidas de la Relatoría Especial de la CIDH. Asimismo, lo estableció la SIP en su Declaración de Salta de 2018, el primer documento sobre libertad de expresión en la era digital que reparte derechos y responsabilidades por igual a periodistas, medios, políticos, gobiernos, plataformas y usuarios. Los gobiernos deben cuidarse de tomar medidas regulatorias desproporcionadas y no usar el derecho penal para castigar la opinión y el debate y las noticias.
Se debe fortalecer el marco de los datos personales para que no sean utilizados por la publicidad comercial o la propaganda. Los gobiernos deben crear escudos para la desinformación en procesos electorales y no deben distribuir, crear o manipular campañas de noticias falsas de terceros.
Se deben crear más agencias de verificación de datos. La academia debe seguir investigando sobre el impacto de las noticias falsas sobre sus causas y efectos.
Conclusión: Sin patente de corso
Esto no implica extender una patente de corso. Pero si implica tener la sapiencia necesaria para abordar este debate desde la perspectiva de la libertad de expresión.  Puede ser contraproducente - como reconoce la relatoría - que se pida a entidades privadas como Facebook o Google, que se autorregulen y censuren, porque en el celo por la eficiencia la censura privada puede ser tan gravosa como la censura de los gobiernos autoritarios, siempre prestos a hacer absolutamente todo sin debido proceso.
No debe quedar en manos de censores, privados o públicos, lo que como ciudadanos debemos tener el derecho a recibir. Distinguir entre lo falso y lo verdadero es otro tema.
Por ello rescato la frase de la Guía de la relatoría: debe haber “respuestas no regulatorias para potenciar las capacidades de los ciudadanos”, y así puedan distinguir entre información falsa y verdadera.
Por esto, creo que toda política debiera centrarse en la perspectiva de la libertad de expresión y ante ello lo que se impone es la responsabilidad de los medios y periodistas, de los partidos políticos y gobernantes, de los académicos y líderes religiosos, y de las organizaciones civiles, así como la responsabilidad de cada uno de los individuos o usuarios a dar el ejemplo, sobre la base de la búsqueda de la verdad y la distinción con las mentiras.
No quiero sonar ingenuo, pero creo que estamos en los orígenes de una nueva revolución, la de la verdad, y no debemos desperdiciar esta oportunidad para abrazarla con optimismo y sabiduría.

mayo 06, 2018

Las mentiras en la democracia


Se celebró el Día Mundial de la Libertad de Prensa y en casi todos los discursos se aludió a la proliferación de noticias falsas, el gran dolor de cabeza de esta nueva etapa de la era digital.

Nadie hizo autocrítica ni pidió disculpas. Sí se propusieron, y en abundancia, fórmulas para contrarrestarlas y eliminarlas de la faz de la Tierra. Muchos gobiernos y legisladores, consideran que la regulación es la única forma de controlar a las fake news. Como argumento reclaman que se debe defender la democracia, reinstaurar la confianza pública y proteger a los usuarios en las redes sociales.

No creo que el camino sea la regulación. Fue y es la excusa perfecta de los gobiernos autoritarios, siempre en busca de recetas para legitimar la censura. Ante esta nueva moda reguladora, habría que preguntarse: ¿Se debe censurar a los medios y redes sociales, por donde se vehiculizan; o se debe castigar a quienes las originan? Y si se reglamentaran para evitar su intromisión negativa en procesos electorales, ¿no se corre el riesgo de caer en excesos, censurando opiniones, críticas y sátiras de apariencia falsa, pero igualmente válidas?

El peligro es que muchos temas periodísticos - Panamá Papers, FIFAgate, Paradise Papers, Odebrecht – habrían podido censurarse porque en sus inicios fueron rumores y datos dudosos, que alguien pudo haber reclamado por tratarse de noticias falsas.
Por esto creo que soportar mentiras, es el precio a pagar para descubrir verdades. La falsedad, incluso con la intención de causar daño, es el precio por vivir en libertad y con libertades de prensa y expresión.

Los legisladores no deberían apresurarse a legislar. Deben ser prudentes, permitir que el tema decante en la opinión pública e incentivar más debate.  Si se legisla cuando todavía existe confusión, se corre el riesgo de sobreactuar y extralimitarse con las prohibiciones.

Preocupa que la atención sobre las mentiras esté enfocada a censurar a los medios y a las redes sociales y no a sus usinas y fábricas. Las más perniciosas están alejadas del Periodismo, más bien son parte de los aparatos de propaganda gubernamentales, como lo demostró la trama rusa en EEUU.

No hay que ir tan lejos a buscar responsables. Todos los gobiernos y partidos políticos, con la ayuda de consultoras y de agencias, contratan ciber militantes que ofrecen servicios de trolls y bots. El trabajo de estos centros de propaganda y manipulación es crear cuentas de usuarios anónimas o con nombres ficticios para hacer campañas de desprestigio, insultar o instalar trending topics y manosear así la conversación pública. Hacerlo no requiere ni mucha profesionalidad ni muchos recursos. Ya no hay campaña política sin estos artilugios.

Algunos gobiernos muestran a cabalidad los efectos y excesos que se cometen cuando se legisla sobre contenidos y mensajes. Las leyes de propaganda enemiga y mordaza en Cuba y Venezuela, criminalizan toda crítica, opinión e información que no se ajuste a la “verdad oficial”, única y autorizada. Muchos periodistas y ciudadanos cumplen sentencias de 20 años de cárcel por el delito de opinión.

Sin dudas que las noticias falsas tienen influencia negativa en la confianza pública, debilitan las instituciones. Son un tema a remediar. Mucho debe pasar por la autorregulación. Facebook, Google y otras empresas digitales necesitan hacer mayores esfuerzos para diferenciar contenidos falsos de los que provienen de fuentes honestas. Deben ser más transparentes en la moderación de contenidos, impedir la publicidad engañosa y evitar la manipulación de los datos de los usuarios.  

El Periodismo debe procurar más calidad en los contenidos. Investigar y hacer del  fact checking un nuevo género periodístico. Todos, medios, redes sociales y gobiernos deben alfabetizar digitalmente a los usuarios para que reconozcan y no viralicen las noticias falsas.

Pero donde se impone estricta legislación es ante gobiernos y partidos políticos. Se necesita más transparencia sobre la financiación de las campañas electorales y sobre sus sistemas de propaganda, fábricas de fake news.  

En casos de información y contenidos, la Primera Enmienda de la Constitución de EEUU es tajante. Prohíbe al gobierno crear leyes que censuren esas libertades, incluidas las noticias falsas. trottiart@gmail.com

marzo 24, 2018

El Facebook nuestro de cada día: Los usuarios también somos responsables


La confianza es la mayor víctima tras el robo de datos personales de 50 millones de cuentas en Facebook. Mark Zuckerberg y la ladrona Cambridge Analitycs deben admitir y pagar culpas. Pero los gobiernos, las consultoras y los usuarios también deberían asumir su cuota de responsabilidad.

Zuckerberg es el máximo responsable. Su falta de transparencia derivó en su condena. Salió tarde a dar explicaciones. Supo del robo hace dos años pero esperó a que lo convocaran los parlamentarios de Washington, Londres y Bruselas, siempre hambrientos por regular. Tampoco le ayuda no haber hecho mucho sobre los trolls rusos que bombardearon con noticias falsas a 126 millones de sus usuarios durante las elecciones pasadas.

Los rusos o Cambridge Analytics no son los únicos malos de la película. Todos los gobiernos y políticos durante procesos electorales se amañan con modernas consultoras que hacen gala de su eficiencia para manipular electores en las redes sociales. Muchos gobiernos tienen ejércitos de cibermilitantes que navegan las redes apagando fuegos, críticas y disensos. Las actuales campañas en México y Colombia, así como la anterior de Argentina, están regadas de los mismos pecados sufridos en EEUU, excepto que nadie los transparenta.

El caso Cambridge Analytics tiene gran impacto por la masiva fuerza movilizadora de Facebook, pero no implica que los 50 millones de usuarios de ahora y los 126 millones de antes, a los que se bombardeó con noticias falsas y propaganda encubierta, se hayan tragado el sapo de que el papa Francisco apoyaba a Donald Trump o que Hillary Clinton hizo un pacto con el diablo y los terroristas musulmanes. Facebook tampoco es la única empresa que ha sido afectada por robo de datos. Yahoo, MySpace, eBay, Sony, American Express y muchas otras empresas en el mundo, privadas y públicas, sufrieron robos con efectos aún más perniciosos para los usuarios.

Está claro que la mala praxis de Facebook debe ser reparada de inmediato. Pero no hay que confiar en aquellas personas o movimientos que piden a los usuarios boicotear o eliminar sus cuentas de la red social. Es una petición contra natura que afecta libertad de expresión, tanto como aquellos llamados de Trump a que el público no lea el New York Times, el de Cristina Kirchner contra Clarín o los de Hugo Chávez a apagar Radio Caracas Televisión y CNN en Español. Más que plegarse a esas demandas, habría que investigar quienes están detrás de ellas, ya que gobiernos como los de la inexistente Primavera Árabe, de Rusia, China, Cuba, Venezuela y Nicaragua, por citar algunos, le tienen pavor al empoderamiento de las masas en las nuevas plazas públicas, esas que ahora les resulta difícil controlar.

Los usuarios también tenemos una alta cuota de responsabilidad individual. Es cierto que las redes sociales pueden ser dañinas y crear adicción, razón por la que Tim Cook de Apple se las ha prohibido a su sobrinito y casi toda universidad de prestigio tiene enjundiosos estudios sobre ellas, así como antes sobre la adicción insana a la televisión y los videojuegos.

Ciertamente que en las redes vivimos sometidos a presiones sociales, somos adictos a los likes y a empatizar con aquellos que piensan como nosotros. Pero no podemos culpar a los demás de todos los males a los que estamos expuestos, así sea a Johnny Walker por nuestro alcoholismo, a Marlboro por nuestro tabaquismo o a McDonald’s por nuestra predilección por la comida chatarra. Toda adicción depende de una elección personal.

Facebook ya no es la plácida carretera de campo donde pasar lindas horas. Ahora es una autopista embotellada en la que se debe circular con mucha precaución para evitar accidentes. Si bien en este caso solo 270 mil usuarios de 50 millones habían autorizado el acceso a sus datos para un test psicosomático, Facebook es explícito a lo que nos exponemos cuando navegamos en su red, aunque lamentablemente deja muchas cosas en letra chica.

Más transparencia de Facebook, con más y mejores advertencias, nos ayudaría a los usuarios a tomar mejores decisiones. Sería contraproducente que por esta crisis de confianza perdamos de vista que esta y otras redes sociales empoderan una comunicación más abierta y democrática, o que terminemos por enlodar el clima de libertad de expresión que tanto cuesta conseguir y mantener. trottiart@gmail.com


marzo 10, 2018

Icarus y la fábrica de mentiras


Icarus es el nuevo film de Bryan Fogel que ganó un Oscar al mejor documental en la reciente entrega de la Academia de Hollywood. Está basado en la denuncia del ahora soplón Grigory Rodchenkov, ex director del laboratorio antidoping ruso, quien permitió a su gobierno hacer fraude.

Desde su oficina se intercambiaban los frascos con orina contaminada por otros inocuos, dándole a los atletas olímpicos rusos aire de superdotados y posibilidad de multiplicar sus chances para obtener preseas doradas.

El sistema ruso oficial de dopaje, sumado a la fábrica de noticias falsas descubierta en St. Petersburg para afectar elecciones foráneas y los pagos debajo de la mesa para quedarse con el Mundial de Fútbol, son parte de una inmensa y creativa red de mentiras, que Rusia impone al mundo mediante intrigas, extorsiones y sobornos.
Tres informes delatan las conspiraciones rusas que ponen al presidente Vladimir Putin como gestor. El más reciente es el del fiscal especial estadounidense, Robert Mueller, que acusó a 13 ciudadanos y tres empresas de internet rusas, con presupuesto del gobierno, por fabricar falsedades para manipular las elecciones presidenciales en EEUU y otras en Europa.

A su vez, el informe de Richard McLaren, contratado por la Agencia Mundial Antidoping (WADA), demostró la existencia del sistema oficial de doping del gobierno ruso, certificando las denuncias expuestas en Icarus. Rodchenkov está protegido en algún lugar de EEUU, por temor a que lo asesinen como a dos de sus colaboradores. Y en época en que Rusia envenena a sus espías, como ocurrió en estos días con Sergei Skripal en Inglaterra por pasar información de sus colegas al servicio secreto británico, es posible que Rodchenkov preferirá quedarse en el ostracismo por muchos años más.

El otro informe es el de Michael García como parte del escandaloso FIFAgate. Publicado en 2017 después de que Rusia lo bloqueara por varios años, García dejó claras evidencias de que el gobierno ruso sobornó a dirigentes de la FIFA para quedarse con el Mundial de junio próximo. Pero como en el FIFAgate los sobornos fueron masivos más allá de Rusia, la denuncia rápido se desvaneció.

El caso de dopaje oficial fue más burdo. Tras las denuncias de Rodchenkov y Fogel al New York Times y al Departamento de Justicia, McLaren constató que más de mil atletas rusos estuvieron involucrados en casos de doping. Si bien el sistema operó a toda marcha para los juegos de invierno rusos de 2014 en Sochi, se sospecha que el método está incrustado en la cultura deportiva rusa desde la época soviética.

Las evidencias fueron tan vastas, que al Comité Olímpico Internacional (COI) no le quedó más que castigar a Rusia en los recientes juegos de invierno de 2018 en Pyeongchang, despojando a los atletas rusos de bandera e himno. Se esperaban sanciones más severas, pero no había mucha esperanza, desde que el COI le había permitido a Rusia participar en las Olimpíadas de Río de Janeiro de 2016. Entonces, totalmente impune, Rusia terminó cuarta en el medallero.

Putin negó los miles de documentos con los que McLaren y la WADA denunciaron el fraude. Hizo lo mismo con el informe de García y logró que la FIFA le permitiera avanzar con la organización del Mundial. Ahora resta saber si el Reino Unido decidirá boicotear el Mundial de comprobarse el envenenamiento del espía Skripal.

Lo que el presidente Putin no pudo detener fue la acusación judicial de EEUU. El fiscal Mueller terminó desenmascarando el operativo que usaba cuentas de usuarios ficticios y computadoras y servidores en EEUU para hacer virales las noticias y publicidad falsa sin dejar pistas. Así, Mueller no solo desactivó la fábrica de bulos en Rusia, sino que permitió que se enfoque mejor la conversación en EEUU, donde el presidente Donald Trump sostenía que las noticias falsas de los rusos eran un montaje de los demócratas o de la CIA y el FBI para perjudicarlo.

Vladimir Putin ha usado el engaño a nivel internacional para aumentar su popularidad de cara a las elecciones presidenciales de los próximos días. Se espera que se el claro triunfador. Lamentablemente, su juego sucio seguirá deshonrando la máxima olímpica, que también debería ser regla en la política: “Respeta las reglas, juega limpio, sé limpio”. trottiart@gmail.com

marzo 04, 2018

El futuro (aterrador) de las noticias falsas


Las noticias falsas existieron en el pasado, incluso durante el Génesis como afirmó el papa Francisco. En el presente asustan por su fácil divulgación a través de las redes sociales y su influencia negativa en la confianza pública. El futuro, empero,  luce más aterrador. Los fake news ganarán mayor terreno gracias al uso de mejores tecnologías para su fabricación y distribución.

Ya nadie puede negar su existencia desde que el fiscal especial de la trama rusa, Robert Mueller, acusó la semana pasada a 13 personas y tres empresas de Rusia de regentar una fábrica de noticias falsas, destinada a manipular las elecciones en EEUU y otros países.

Ni Mueller ni estudio alguno todavía han podido comprobar si el bombardeo ruso de falsedades a través de Facebook, Twitter y Google, ha tenido impacto directo en la elección de Donald Trump o si hubo confabulación entre su campaña y el gobierno de Vladimir Putin para perjudicar a Hillary Clinton. Pero lo que Mueller sí demostró con su denuncia sobre el operativo Laktha con su presupuesto de 1,25 millones de dólares mensuales, es que las fake news pueden ser fabricadas con facilidad y ser una pieza sustancial del arsenal propagandístico de un país para atacar a otro, sin necesidad de derramar balas o sangre.

El informe es una acusación y no un análisis conceptual, por lo que no profundiza sobre el impacto social de la desinformación y la manipulación informativa. Pero en entrelíneas se puede advertir que las noticias falsas son el “nuevo normal”. Habrá que acostumbrase a convivir con ellas y, lo peor, es resultará cada vez más difícil distinguir lo falso de lo verdadero, lo ficticio de lo real.

En esta era de evolución digital acelerada, el futuro luce poco halagüeño. Las nuevas tecnologías, la inteligencia artificial, la realidad aumentada, las nanotecnologías (y las que vendrán) más allá de estar concebidas para el bien, también podrán ser usadas para fabricar y distribuir engaños con mayor sofisticación de lo que se hizo hasta ahora.

Al desenmascarar los métodos actuales de producción, como hizo Mueller, se advierten casi las mismas técnicas que usaba la propaganda de la Guerra Fría. Se conciben personajes ficticios, se fabrican rumores, se trucan fotos y se inventan hechos y declaraciones, tal el post en Facebook de un papa Francisco determinado apoyando a Trump. Lo nuevo hoy, es que en las falsedades pueden ser desparramadas y viralizadas como verdades a la velocidad de la luz.

Pero el futuro, repito, puede ser más aterrador. Investigadores de la Universidad del estado de Washingon, que experimentan con tecnologías avanzadas, han creado un video ficticio del expresidente Barack Obama con perfecto movimiento de labios y su propia voz en el que habla campante en contra de sus propias políticas de gobierno como el Obamacare. Solo bastó una idea, un guión y la inteligencia artificial se encargó de ensamblar millones de imágenes, sustantivos, verbos y preposiciones para crear una nueva y convincente realidad.

Volviendo al ejemplo de Francisco, seguramente el post estático de Facebook con su foto y mensaje escrito será pronto una reliquia. Ahora con inteligencia artificial, se podrá crear a su imagen y semejanza, un video en el que el Papa anuncie desde el interior de la Capilla Sixtina que el Vaticano está en venta o que empezará a vender armas para apoyar a los niños pobres de Bangladesh.

En este nuevo ecosistema híper informativo, también preocupa que estén emergiendo controles que pueden ser más contraproducentes que las noticias falsas en sí. Desde Europa a América Latina, varios gobiernos iniciaron enérgicas carreras legislativas para controlar la desinformación en las redes sociales – no solo en época electoral como circunscribe el informe Mueller – sino en todo momento, corriéndose el riesgo de desbordes legales que terminen por censurar debates que el público debe estar en condiciones y en libertad de mantener.

Varias organizaciones trabajan para revertir la desconfianza en las instituciones públicas generada por las noticias falsas. Tendrán que partir de la premisa de no echarle toda la culpa a las fake news, estas solo la han profundizado. La desconfianza está arraigada en otros vicios, la corrupción rampante, uno de ellos. trottiart@gmail.com

enero 27, 2018

Facebook, falsedades y el miedo a noviembre

Donald Trump no es el único que se juega la credibilidad y el futuro en las próximas elecciones legislativas de noviembre. Facebook también tiene el desafío de no volver a convertirse en vehículo de los trolls rusos que afectaron las elecciones pasadas con noticias falsas.

En un par de meses, Mark Zuckerberg pasó de negar tajantemente los hechos a admitir que más de 80 mil post con noticias falsas afectaron a 126 millones de usuarios. Este 2018 lo comenzó resuelto a domar el problema. Quiere limpiar Facebook de desinformación, propaganda y discursos de odio para no seguir perdiendo confianza y negocios.

Zuckerberg quiere que los usuarios se involucren en la solución y volver a sus orígenes cuando la red social era una plataforma para compartir entre amigos y no un lugar para consumir información y publicidad. También está contratando más de 10 mil empleados para curar y depurar contenidos, pero, en definitiva, quiere que el usuario sea quien califique las informaciones, las fuentes y medios confiables y bloquee y denuncie las noticias falsas. Preguntará a los usuarios: “¿Reconoce los siguientes sitios?” y “¿Cuánto confía en cada uno de estos dominios?”.

La intención es loable, pero la tarea será titánica y los resultados tal vez no serán tan buenos como él espera. Primero, porque reducir el sensacionalismo y la desinformación, algo tan intrínseco al ser humano como el agua al mar, será difícil de erradicar, máxime en una era digital de saturación informativa. Una nueva encuesta Knight-Gallup, entre 19 mil usuarios, mostró el dilema de los usuarios, a los que les resulta cada vez más arduo distinguir contenidos falsos de entre tantas bocas informativas, muchas de ellas de apariencia confiable.

Confiar en el criterio del usuario tampoco es solución. Los estudios muestran que estos suelen compartir y dar mayor crédito a contenidos más cercanos a sus convicciones, así no sean rigurosos ni precisos. Por ejemplo, si a alguien le agrada Trump, le será más fácil aprobar y compartir contenidos empáticos de la cadena Fox que los del Washington Post, medio de altísima calidad, pero normalmente crítico del Presidente.

La tarea de limpieza será difícil para Facebook porque muchos rumores y contenidos falsos y maliciosos como el bullying y el grooming no provienen de medios, sino son generados por los propios usuarios, tanto en las redes como en los sistemas de mensajería tipo Whatsapp. ¿Será que los amigos se calificarán o descalificarán entre sí?

Tampoco Facebook debería crear animosidad o desconfianza entre usuarios y medios, después de todo, estos son los que dotan de contenido a la red social y empoderan el debate. Más bien, podría pedir a los medios que rotulen sus informaciones como noticias, opiniones o publicidad, para que los usuarios tengan mejor sentido crítico y mayor criterio de consumo.

Más allá del resultado de este experimento de Facebook, que con características similares emprendió Google, lo importante es que el debate sobre noticias falsas ha creado mayor conciencia sobre la verdad y la rigurosidad en la creación de noticias, así como sobre la relevancia del buen Periodismo. Pese a que Trump descalificó de nuevo a la prensa con sus premios a las noticias y medios falsos, prodigándole a CNN y el New York Times varios galardones, el papa Francisco habló de los riesgos y sobre la necesidad de combatir las noticias falsas: “Ninguna desinformación es inocua”, dijo, ya que “una distorsión de la verdad puede tener efectos peligrosos”.

El tema ya es cuestión de Estado. La primera ministra británica, Theresa May, y el presidente francés, Emannuel Macron, han creado unidades para contrarrestar los efectos de la intromisión de noticias falsas desde el extranjero en los procesos electorales. Y en Alemania, desde el 1 de enero, se imponen multas a la propagación de falsedades, discurso de odio y materiales ilegales en las redes sociales.


Ojalá que en nuestro continente sea suficiente con la autorregulación de Facebook de cara a noviembre y no se impongan regulaciones especiales a las redes sociales y sus contenidos. Siempre se correrá el riesgo de que los gobiernos sobreactúen y se extralimiten en sus funciones, regulando y reduciendo los espacios de libertad de expresión. trottiart@gmail.com

diciembre 23, 2017

Noticias falsas: el personaje del 2017

Muchas noticias compiten por ser la más relevante del 2017. En el norte se imponen el rusiagate o el acoso sexual y, en el sur, el caso Odebrecht, que derivó en un combate inusual y masivo contra la corrupción.

Cada país tiene su “noticia del año”; pero, creo que fueron las noticias en sí mismas el personaje de este 2017. Nunca se había generado tanta discusión en torno al contenido noticioso, sobre consumir verdades o estar expuestos a mentiras.

Las noticias falsas o las “fake news” como las definió el presidente Donald Trump y se impusieron en las elecciones presidenciales estadounidenses y en la crisis de Cataluña, han generado profundos debates sobre libertad de prensa, derecho a la información y el valor del periodismo. También provocaron cambios en las formas que Facebook, Twiter y Google distribuyen los contenidos, ya que fueron esos canales por donde las noticias falsas se propagaron hasta el infinito.

La gravedad de las noticias falsas está en la intención premeditada de quien las produce y en el objetivo de lograr una acción determinada, como ocurrió en EE.UU, España o con el Brexit. A ello se suma un agravante fortuito. El gestor se aprovecha de la publicidad que las redes y los buscadores asignan en forma automática a cada tema que se hace viral, convirtiendo a esos hechos falsos, pero atractivos, en un negocio lucrativo.

Este engaño de la era de la post verdad, potenciado por usuarios desprevenidos y medios y periodistas descuidados, ha intensificado la aguda crisis de credibilidad y confianza en la comunicación y sus comunicadores. El papa Francisco, muchas veces protagonista involuntario de las mentiras (su promocionado voto para Trump), calificó al lenguaje falso, sensacionalista y difamatorio de “pecados de comunicación”.

Siempre existieron noticias falsas y exageradas como rubros del periodismo sensacionalista, así como existen la ciencia ficción y los films triple x en la industria del entretenimiento. Ante el buen consumo y la demanda, el mercado lo oferta y exalta.

Ante la proliferación de noticias sensacionalistas en todas las épocas, la gente fue aprendiendo a diferenciar a esos medios y tomar con pinzas sus contenidos. Ahora, sin embargo, con la saturación informativa y las infinitas formas de obtener información, resulta más difícil separar la paja del trigo. El problema no solo radica en que Facebook y Google sean usados por los bots para desparramar mentiras, sino la simpleza con la que cualquier usuario puede replicarlas, más allá de tener o no mala intención.

Revertir esta situación no será fácil. Los responsables de las redes sociales, buscadores y medios ya están aplicando estrategias de contención para las noticias falsas. Se les está cerrando el grifo de la publicidad, creando categorías de noticias con identificación de fuentes de difusión para que los usuarios las distingan, mejor posicionamiento en las búsquedas para las noticias verdaderas y botones de alarma para reportar lo que se detecta como falso.

También los medios y las agrupaciones periodísticas están buscando formas para valorizar la integridad de las noticias y su práctica. Están entrenando sobre valores básicos que pudieron haber quedado en el olvido, revalorizando la precisión y contrastación de fuentes y machacando sobre el chequeo de datos, lo que algunos medios ya han asumido como otro género periodístico.

El problema, sin embargo, no radica tan solo en los responsables de producir información, sino en los usuarios. Desprevenidamente o no, suelen replicar y hacer virales informaciones falsas. Por ello, ante esta disrupción tecnológica que todo lo hace simple y automático, es necesario una mayor alfabetización digital para que el usuario, especialmente los niños y jóvenes, tengan mayor sentido crítico.


El papa Francisco alzó la voz de alarma en estos días frente a un grupo de medios católicos: “existe la necesidad urgente por información confiable con datos verificables…” para que todos “desarrollen un sentido crítico”. Sus palabras coinciden con lo dicho en el informe 2017 de la Unicef , “Niños en un mundo digital”. Recomienda al sector privado proteger a los niños y ponerlos en el centro de la política digital, con el objetivo primordial de “alfabetizarlos digitalmente para que estén informados y seguros”. trottiart@gmail.com

junio 03, 2017

Falsear noticias o descubrir la verdad

Acorralado por el “rusiagate” y las filtraciones de los propios funcionarios de la Casa Blanca a la prensa, Donald Trump no tardó en poner de nuevo el tema de las noticias falsas sobre la mesa.

Resquebrajada su confianza interna, amenazó con cárcel a los soplones, cambió hasta de mayordomo, y como Frank Underwood en House of Cards, buscó chivos expiatorios por doquier, entre ellos, a periodistas y medios de comunicación a los que acusó de inventar noticias y conspiraciones. “Si no revelan sus fuentes, es porque son noticias inventadas por periodistas y medios falsos” tuiteó, bajo la etiqueta “#FakeNews is the enemy”.

Los soplones no son nuevos. Fueron siempre parte de la relación intrincada entre poder y prensa. Desde Richard Nixon a Barack Obama pasando por Bill Clinton los tuvieron que soportar, resistir y hasta encarcelar. En épocas de mayor crisis proliferan y es cuando los medios apelan a los “garganta profunda”, a sabiendas que las fuentes anónimas son el último recurso para descubrir la verdad.

Irreal sería que los medios esperasen a conferencias de prensa para enterarse de las verdades o que en un briefing, el vocero Sean Spicer contara las escaramuzas del “rusiagate”. La tendencia natural del poder, público o privado, es a esconder información y la de la prensa a revelarla.

Vale aclarar que las “verdaderas” noticias falsas siempre existieron. Trump las generó en su época de desconocido magnate para subir en la esclarea social. Impostaba su voz para llamar a periodistas y contar sus nuevos affaires con las más célebres del momento, a sabiendas que los chismes y rumores, aunque sean mentira, tienen mayor audiencia y popularidad que las verdades llanas.

Los “hechos alternativos” y la “postverdad” tampoco las inventó esta administración. Son solo nuevos calificativos de viejas mañas. En los nacionalismos, las noticias falsas eran la estrategia de la propaganda, como la repetición de mentiras que pregonaba Goebbels en el nazismo. En las dictaduras eran la “verdad oficial” que se instauraba por decreto. En los populismos eran parte del relato que servía para adulterar la verdad, como los datos apócrifos de pobreza e inflación que ofrecían el kirchnerismo y el chavismo.

El periodismo tampoco está librado de ellas. Fueron el nutriente del sensacionalismo que nació hace más de un siglo tras la guerra por mayores audiencias y más influencias entre el New York World de Joseph Pulitzer y el New York Journal de William Hearst.
El problema tiene ahora varios agravantes. 

El internet y las redes sociales las han exacerbado y sus fabricantes pueden conseguir jugosas ganancias. Sucedió con varios adolescentes de Veles, un pueblo de Macedonia. Crearon sitios de noticias falsas que viralizaron en redes sociales y buscadores, siendo favorecidos por los algoritmos de Facebook y Google que, sin intención, les premiaron con abundante publicidad y suculentos ingresos.

Advertidos del problema, y de que noticias falsas como la del papa Francisco que apoyaba a Trump perjudicaron el proceso electoral, Facebook y Google trataron de enmendar la situación. Crearon estrategias de contención, aunque no todas exitosas, ya que hecha la ley, hecha la trampa. Ahora emergió una nueva moda de noticias falsas disfrazadas. Sus progenitores advierten en letra pequeña que son bromas, pidiendo a los usuarios que usen esos sitios para embromar a sus colegas, amigos o familiares auto generándose un círculo de alta viralidad y rentabilidad.

Lo peligroso es que esta nueva forma de noticias falsas ha creado más bullying. Uno de esos sitios, channel23News.com, viralizó la noticia de que el restaurante británico, Karri Twist, vendía carne humana. Aunque a las pocas horas se advirtió de la broma, ya uno se imagina los daños causados.

El desafío es mayúsculo. Facebook y Google deberán hacer más para no premiar las mentiras, dejándolas huérfanas de toda publicidad y con dificultades para su propagación.

Los periodistas y medios tendrán que duplicar esfuerzos para hacer información de calidad. El cotejo de datos o el “fact checking” debe convertirse en un nuevo género periodístico, como me comentó de Aaron Sharockman, director ejecutivo de PolitiFact, una organización dedicada a descubrir la verdad y confrontar al poder. trottiart@gmail.com


noviembre 27, 2016

Trump: Celebridades y Falsedades

El triunfo de Donald Trump sigue cosechando críticas. Se dice, con algo de razón, que las grandes mentiras que circularon por Facebook y otras redes sociales le dieron la Presidencia.

Es probable que las noticias falsas que muchos creyeron verídicas - que estaba ganando el voto popular y que el papa Francisco lo respaldaba - hayan influido, pero de ahí a que le hubieran dado la victoria es una hipótesis desproporcionada.

Sin dudas que Trump fue aupado en las redes. El académico Pablo Bockowsky, mucho antes del día de las elecciones, advertía que Trump tenía una ventaja de 27 a 1 sobre Hillary en algunas redes, en donde a ella se le descalificaba por representar la continuidad del establishment.

Creo que lo que se reafirmó con Trump fue el “efecto celebridad”, el magnetismo de la gente por alguien que representa los sueños reales de fama y dinero a futuro, y que puede decir o hacer cualquier cosa sin los prejuicios sociales que maniatan al resto de la sociedad. Esto, antes reservado a los periódicos sensacionalistas, a programas de chismes y telenovelas, en donde la protagonista subyugada saltaba de pobre y humilde a rica y famosa en un par de capítulos, está ahora amplificado por las redes sociales.

De ahí que el trasero de Kim Kradashian o las payasadas de Justin Bieber tengan más seguidores que el filántropo Bill Gates. Y que el slogan “trumpista” de El Aprendiz, “You’re fired” (estás despedido) o fanfarronadas como aquellas de Mohamed Ali, “soy el más grande” o las de Floyd Mayweather contando su plata en público, sean más potentes que “el tuve un sueño” de Martin Luther King. La superficialidad siempre tendrá más adeptos y seguidores, solo basta con la lista de las personas a las que esta semana el presidente Barack Obama condecoró con la Medalla de la Libertad, la distinción civil más alta del país: Diana Ross, Michael Jordan, Tom Hanks, Robert Redford, Ellen DeGeneres y Robert de Niro, entre otras personalidades que la prensa ni siquiera mencionó.

Tampoco se puede salvar la responsabilidad de las redes sociales, como trató de hacer Mark Zuckerberg de Facebook, que no cree que las noticias falsas influyeron negativamente en las elecciones. Si bien las redes han servido para democratizar la comunicación e incentivar movimientos democratizadores como el de la Primavera Árabe, también han servido para amplificar las falsedades, los engaños e incentivar todo tipo de delincuencia, como la pornografía infantil, la trata de personas, el narcotráfico y el terrorismo.

También, en muchos casos, más allá del narcisismo de las selfies, las fotos de comidas, bebidas y viajes, las frases de autoayuda, los indeseables tag y shares, y el sarcasmo político, las redes sociales y los comentarios debajo de las noticias, se están trasformando en cloacas nauseabundas en las que el acoso, el bullying y los insultos, están provocando distanciamientos y, en muchos casos, alejamiento y autocensura.

Las redes sociales como Facebook y los buscadores como Google no pueden hacerse los desentendidos, algo que luego entendió Zuckerberg. Como responsables de plataformas de comunicación, así como los medios tradicionales lo hicieron siempre, tienen que establecer reglas de juego claras. Fue una buena medida que de inmediato, Facebook y Google, mediante nuevos algoritmos y formatos hayan decidido vetar todo tipo de publicidad en páginas de noticias falsas, con la idea de ahogar financieramente a ese tipo de fechoría.

Si bien antes tomaron medidas para combatir la propagación de la pornografía infantil o que los terroristas puedan reclutar mercenarios, deben ahora hacer más, para que las mentiras no se popularicen como verdades. Zuckerberg que esta semana, está adaptando Facebook a la censura del gobierno de China para entrar en ese mercado, es obvio que tiene los mecanismos técnicos y humanos para imponer mejoras, así como Google está implementando el “Proyecto Trust” (confianza) y “Local News”, para etiquetar y diferenciar todas las fuentes de noticias fidedignas por sobre las falsas.


Twitter en la cuerda floja, así como antes My Space, demuestra que la salud de las redes no solo depende de la tecnología la expansión de sus mercados, sino también de la credibilidad y la confianza de los usuarios. trottiart@gmail.com

Tensión entre la verdad y la libertad

Desde mis inicios en el periodismo hasta mi actual exploración en la ficción, la relación entre verdad y libertad siempre me ha fascinado. S...