Acorralado por el
“rusiagate” y las filtraciones de los propios funcionarios de la Casa Blanca a
la prensa, Donald Trump no tardó en poner de nuevo el tema de las noticias falsas
sobre la mesa.
Resquebrajada su confianza
interna, amenazó con cárcel a los soplones, cambió hasta de mayordomo, y como Frank
Underwood en House of Cards, buscó chivos expiatorios por doquier, entre ellos,
a periodistas y medios de comunicación a los que acusó de inventar noticias y
conspiraciones. “Si no revelan sus fuentes, es porque son noticias inventadas
por periodistas y medios falsos” tuiteó, bajo la etiqueta “#FakeNews is the
enemy”.
Los soplones no son nuevos.
Fueron siempre parte de la relación intrincada entre poder y prensa. Desde Richard
Nixon a Barack Obama pasando por Bill Clinton los tuvieron que soportar,
resistir y hasta encarcelar. En épocas de mayor crisis proliferan y es cuando
los medios apelan a los “garganta profunda”, a sabiendas que las fuentes anónimas
son el último recurso para descubrir la verdad.
Irreal sería que los medios
esperasen a conferencias de prensa para enterarse de las verdades o que en un briefing,
el vocero Sean Spicer contara las escaramuzas del “rusiagate”. La tendencia
natural del poder, público o privado, es a esconder información y la de la
prensa a revelarla.
Vale aclarar que las “verdaderas”
noticias falsas siempre existieron. Trump las generó en su época de desconocido
magnate para subir en la esclarea social. Impostaba su voz para llamar a
periodistas y contar sus nuevos affaires con las más célebres del momento, a
sabiendas que los chismes y rumores, aunque sean mentira, tienen mayor
audiencia y popularidad que las verdades llanas.
Los “hechos alternativos” y
la “postverdad” tampoco las inventó esta administración. Son solo nuevos
calificativos de viejas mañas. En los nacionalismos, las noticias falsas eran la
estrategia de la propaganda, como la repetición de mentiras que pregonaba
Goebbels en el nazismo. En las dictaduras eran la “verdad oficial” que se
instauraba por decreto. En los populismos eran parte del relato que servía para
adulterar la verdad, como los datos apócrifos de pobreza e inflación que
ofrecían el kirchnerismo y el chavismo.
El periodismo tampoco está
librado de ellas. Fueron el nutriente del sensacionalismo que nació hace más de
un siglo tras la guerra por mayores audiencias y más influencias entre el New
York World de Joseph Pulitzer y el New York Journal de William Hearst.
El problema tiene ahora varios
agravantes.
El internet y las redes sociales las han exacerbado y sus
fabricantes pueden conseguir jugosas ganancias. Sucedió con varios adolescentes
de Veles, un pueblo de Macedonia. Crearon sitios de noticias falsas que viralizaron
en redes sociales y buscadores, siendo favorecidos por los algoritmos de
Facebook y Google que, sin intención, les premiaron con abundante publicidad y
suculentos ingresos.
Advertidos del problema, y
de que noticias falsas como la del papa Francisco que apoyaba a Trump perjudicaron
el proceso electoral, Facebook y Google trataron de enmendar la situación. Crearon
estrategias de contención, aunque no todas exitosas, ya que hecha la ley, hecha
la trampa. Ahora emergió una nueva moda de noticias falsas disfrazadas. Sus
progenitores advierten en letra pequeña que son bromas, pidiendo a los usuarios
que usen esos sitios para embromar a sus colegas, amigos o familiares auto
generándose un círculo de alta viralidad y rentabilidad.
Lo peligroso es que esta
nueva forma de noticias falsas ha creado más bullying. Uno de esos sitios, channel23News.com,
viralizó la noticia de que el restaurante británico, Karri Twist, vendía carne
humana. Aunque a las pocas horas se advirtió de la broma, ya uno se imagina los
daños causados.
El desafío es mayúsculo.
Facebook y Google deberán hacer más para no premiar las mentiras, dejándolas
huérfanas de toda publicidad y con dificultades para su propagación.
Los periodistas y medios
tendrán que duplicar esfuerzos para hacer información de calidad. El cotejo de datos
o el “fact checking” debe convertirse en un nuevo género periodístico, como me
comentó de Aaron Sharockman, director ejecutivo de PolitiFact, una organización
dedicada a descubrir la verdad y confrontar al poder. trottiart@gmail.com
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