Donald Trump no es el único
que se juega la credibilidad y el futuro en las próximas elecciones
legislativas de noviembre. Facebook también tiene el desafío de no volver a convertirse
en vehículo de los trolls rusos que afectaron las elecciones pasadas con
noticias falsas.
En un par de meses, Mark
Zuckerberg pasó de negar tajantemente los hechos a admitir que más de 80 mil
post con noticias falsas afectaron a 126 millones de usuarios. Este 2018 lo
comenzó resuelto a domar el problema. Quiere limpiar Facebook de
desinformación, propaganda y discursos de odio para no seguir perdiendo confianza
y negocios.
Zuckerberg quiere que los
usuarios se involucren en la solución y volver a sus orígenes cuando la red
social era una plataforma para compartir entre amigos y no un lugar para consumir
información y publicidad. También está contratando más de 10 mil empleados para
curar y depurar contenidos, pero, en definitiva, quiere que el usuario sea
quien califique las informaciones, las fuentes y medios confiables y bloquee y
denuncie las noticias falsas. Preguntará a los usuarios: “¿Reconoce los
siguientes sitios?” y “¿Cuánto confía en cada uno de estos dominios?”.
La intención es loable, pero
la tarea será titánica y los resultados tal vez no serán tan buenos como él
espera. Primero, porque reducir el sensacionalismo y la desinformación, algo
tan intrínseco al ser humano como el agua al mar, será difícil de erradicar,
máxime en una era digital de saturación informativa. Una nueva encuesta
Knight-Gallup, entre 19 mil usuarios, mostró el dilema de los usuarios, a los
que les resulta cada vez más arduo distinguir contenidos falsos de entre tantas
bocas informativas, muchas de ellas de apariencia confiable.
Confiar en el criterio del
usuario tampoco es solución. Los estudios muestran que estos suelen compartir y
dar mayor crédito a contenidos más cercanos a sus convicciones, así no sean rigurosos
ni precisos. Por ejemplo, si a alguien le agrada Trump, le será más fácil aprobar
y compartir contenidos empáticos de la cadena Fox que los del Washington Post, medio
de altísima calidad, pero normalmente crítico del Presidente.
La tarea de limpieza será
difícil para Facebook porque muchos rumores y contenidos falsos y maliciosos como
el bullying y el grooming no provienen de medios, sino son generados por los
propios usuarios, tanto en las redes como en los sistemas de mensajería tipo Whatsapp.
¿Será que los amigos se calificarán o descalificarán entre sí?
Tampoco Facebook debería
crear animosidad o desconfianza entre usuarios y medios, después de todo, estos
son los que dotan de contenido a la red social y empoderan el debate. Más bien,
podría pedir a los medios que rotulen sus informaciones como noticias,
opiniones o publicidad, para que los usuarios tengan mejor sentido crítico y
mayor criterio de consumo.
Más allá del resultado de
este experimento de Facebook, que con características similares emprendió
Google, lo importante es que el debate sobre noticias falsas ha creado mayor
conciencia sobre la verdad y la rigurosidad en la creación de noticias, así
como sobre la relevancia del buen Periodismo. Pese a que Trump descalificó de
nuevo a la prensa con sus premios a las noticias y medios falsos, prodigándole a
CNN y el New York Times varios galardones, el papa Francisco habló de los
riesgos y sobre la necesidad de combatir las noticias falsas: “Ninguna
desinformación es inocua”, dijo, ya que “una distorsión de la verdad puede
tener efectos peligrosos”.
El tema ya es cuestión de
Estado. La primera ministra británica, Theresa May, y el presidente francés,
Emannuel Macron, han creado unidades para contrarrestar los efectos de la intromisión
de noticias falsas desde el extranjero en los procesos electorales. Y en Alemania,
desde el 1 de enero, se imponen multas a la propagación de falsedades, discurso
de odio y materiales ilegales en las redes sociales.
Ojalá que en nuestro
continente sea suficiente con la autorregulación de Facebook de cara a
noviembre y no se impongan regulaciones especiales a las redes sociales y sus
contenidos. Siempre se correrá el riesgo de que los gobiernos sobreactúen y se
extralimiten en sus funciones, regulando y reduciendo los espacios de libertad
de expresión. trottiart@gmail.com
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