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marzo 10, 2018

Icarus y la fábrica de mentiras


Icarus es el nuevo film de Bryan Fogel que ganó un Oscar al mejor documental en la reciente entrega de la Academia de Hollywood. Está basado en la denuncia del ahora soplón Grigory Rodchenkov, ex director del laboratorio antidoping ruso, quien permitió a su gobierno hacer fraude.

Desde su oficina se intercambiaban los frascos con orina contaminada por otros inocuos, dándole a los atletas olímpicos rusos aire de superdotados y posibilidad de multiplicar sus chances para obtener preseas doradas.

El sistema ruso oficial de dopaje, sumado a la fábrica de noticias falsas descubierta en St. Petersburg para afectar elecciones foráneas y los pagos debajo de la mesa para quedarse con el Mundial de Fútbol, son parte de una inmensa y creativa red de mentiras, que Rusia impone al mundo mediante intrigas, extorsiones y sobornos.
Tres informes delatan las conspiraciones rusas que ponen al presidente Vladimir Putin como gestor. El más reciente es el del fiscal especial estadounidense, Robert Mueller, que acusó a 13 ciudadanos y tres empresas de internet rusas, con presupuesto del gobierno, por fabricar falsedades para manipular las elecciones presidenciales en EEUU y otras en Europa.

A su vez, el informe de Richard McLaren, contratado por la Agencia Mundial Antidoping (WADA), demostró la existencia del sistema oficial de doping del gobierno ruso, certificando las denuncias expuestas en Icarus. Rodchenkov está protegido en algún lugar de EEUU, por temor a que lo asesinen como a dos de sus colaboradores. Y en época en que Rusia envenena a sus espías, como ocurrió en estos días con Sergei Skripal en Inglaterra por pasar información de sus colegas al servicio secreto británico, es posible que Rodchenkov preferirá quedarse en el ostracismo por muchos años más.

El otro informe es el de Michael García como parte del escandaloso FIFAgate. Publicado en 2017 después de que Rusia lo bloqueara por varios años, García dejó claras evidencias de que el gobierno ruso sobornó a dirigentes de la FIFA para quedarse con el Mundial de junio próximo. Pero como en el FIFAgate los sobornos fueron masivos más allá de Rusia, la denuncia rápido se desvaneció.

El caso de dopaje oficial fue más burdo. Tras las denuncias de Rodchenkov y Fogel al New York Times y al Departamento de Justicia, McLaren constató que más de mil atletas rusos estuvieron involucrados en casos de doping. Si bien el sistema operó a toda marcha para los juegos de invierno rusos de 2014 en Sochi, se sospecha que el método está incrustado en la cultura deportiva rusa desde la época soviética.

Las evidencias fueron tan vastas, que al Comité Olímpico Internacional (COI) no le quedó más que castigar a Rusia en los recientes juegos de invierno de 2018 en Pyeongchang, despojando a los atletas rusos de bandera e himno. Se esperaban sanciones más severas, pero no había mucha esperanza, desde que el COI le había permitido a Rusia participar en las Olimpíadas de Río de Janeiro de 2016. Entonces, totalmente impune, Rusia terminó cuarta en el medallero.

Putin negó los miles de documentos con los que McLaren y la WADA denunciaron el fraude. Hizo lo mismo con el informe de García y logró que la FIFA le permitiera avanzar con la organización del Mundial. Ahora resta saber si el Reino Unido decidirá boicotear el Mundial de comprobarse el envenenamiento del espía Skripal.

Lo que el presidente Putin no pudo detener fue la acusación judicial de EEUU. El fiscal Mueller terminó desenmascarando el operativo que usaba cuentas de usuarios ficticios y computadoras y servidores en EEUU para hacer virales las noticias y publicidad falsa sin dejar pistas. Así, Mueller no solo desactivó la fábrica de bulos en Rusia, sino que permitió que se enfoque mejor la conversación en EEUU, donde el presidente Donald Trump sostenía que las noticias falsas de los rusos eran un montaje de los demócratas o de la CIA y el FBI para perjudicarlo.

Vladimir Putin ha usado el engaño a nivel internacional para aumentar su popularidad de cara a las elecciones presidenciales de los próximos días. Se espera que se el claro triunfador. Lamentablemente, su juego sucio seguirá deshonrando la máxima olímpica, que también debería ser regla en la política: “Respeta las reglas, juega limpio, sé limpio”. trottiart@gmail.com

diciembre 30, 2017

Bipolaridad futbolística: de Maradona a Sampaoli

No se trata de “un hecho menor” como dijo Jorge Sampaoli sobre el exabrupto que tuvo contra un agente de tránsito en un control de alcoholemia. Su frase “boludo, cobrás 100 pesos al mes” desnuda la bipolaridad del fútbol argentino, meneándose entre el talento de sus celebridades y sus imbecilidades extradeportivas.

El dicho de Sampaoli engrosará la historia futbolera atestada de frases célebres, como el “perdón Bilardo” en el Azteca de 1986 y el “me cortaron las piernas” de Diego Maradona tras el doping positivo en el Mundial del 94.
Es injusto juzgar a todos por la conducta de algunos. José Peckerman no tiene dentro o fuera de la cancha la misma actitud agresiva que Sampaoli. Tampoco Lionel Messi tiene la conducta irascible de Maradona, ni Agüero o Higuaín irrumpen con irreverencias maradonianas ante cualquier tema.

La agresividad en el fútbol argentino es parte de una cultura permisiva que se fue acentuando de generación en generación. La violencia y las muertes en las tribunas son una cuestión de Estado y no han mermado porque se haya prohibido a las barras bravas entrar en estadios visitantes. Estas, en connivencia con los dirigentes, todavía cobran sueldos, imponen jugadores, echan técnicos y amañan partidos.

Los extra dotados como Maradona, sin quererlo, también incentivaron esa permisividad. La “mano de Dios” y una zurda celestial sirvieron para justificar sus dopajes y adicciones; así como por sus goles de fantasía a Messi y Cristiano Ronaldo se les perdonan sus abultados desfalcos al fisco español, lo que otro mortal debe pagar con años tras las rejas.

La bipolaridad no es solo propiedad del fútbol argentino. El FIFAgate viene desnudando una corrupción global, “sistémica y desenfrenada” como la calificó una ex fiscal estadounidense, que desde hace 25 años y con total impunidad, viene carcomiendo al balón desde adentro.

Gracias a la torpeza de haber usado bancos estadounidenses para transferir sobornos y cobrar extorsiones, hoy se presencia con deleite y sorpresa a un tribunal de Nueva York administrando castigos, dando vida a aquella sentencia justiciera de Maradona en su homenaje de despedida: “… la pelota no se mancha”.

El cartel mafioso está conformado por dirigentes de asociaciones regionales y ejecutivos de empresas de mercadeo escondidos tras la chapa de la FIFA. Uno de ellos, el arrepentido clave del juicio neyorquino es el argentino Alejandro Burzaco, ex CEO de la empresa Torneos. Su testimonio fue clave para enviar a prisión a José María Marín, ex presidente de la poderosa Confederación de Fútbol de Brasil y al paraguayo Juan Ángel Napout, ex presidente de la Conmebol.

Su alegato, además, sepultó la poca fama que le quedaba al fallecido Julio Gondona, ex presidente de la AFA, a quien sobornó por 10 años consecutivos. También desencadenó el suicidio del abogado argentino del programa gubernamental Fútbol Para Todos, Jorge Delhon, que se tiró a la vías del tren el mes pasado en Buenos Aires.

Los testimonios de Burzaco y otros arrepentidos sirvieron para poner caras y rótulos a más de 12 años de investigación. La justicia estadounidense demostró la asociación ilícita y conspiración de un cartel masivo dedicado a lavar dinero, extorsionar y sobornar, arreglar transferencias de jugadores, partidos y campeonatos, “vender” sedes mundialistas como las de Rusia y Qatar, y cobrar comisiones por la televisación amañada de partidos y la reventa de entradas. Una mafia que forma parte de lo que el ex director del FBI, Jamey Comey, definió como esa “cultura de la corrupción que pudrió el deporte más grande del mundo”.

Más allá de la corrupción, la bipolaridad del fútbol argentino también queda demostrado por el tremendismo de una fanaticada que poco disfruta de las dos estrellas sobre el pecho, sino que vive perseguida por las tres que no pudieron ser, en especial las del 90 y el 2014, que se robaron los alemanes por la mínima diferencia.


Para un país lleno de cábalas y supersticiones futboleras, el viejo adagio “el fútbol da revancha” es consuelo esperanzador para Rusia. Sin embargo, Messi, tocado también por el tremendismo de sus orígenes, sabe la sentencia que pesa sobre él y sus compañeros si en julio próximo desperdicia otra final: “ten(dr)emos que desaparecer todos de la selección”. trottiart@gmail.com

Tensión entre la verdad y la libertad

Desde mis inicios en el periodismo hasta mi actual exploración en la ficción, la relación entre verdad y libertad siempre me ha fascinado. S...