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abril 29, 2017

Imprevisibilidad: Los 100 días de Trump

La imprevisibilidad fue la mayor característica de Donald Trump en estos 100 días. Debido a ella, este tradicional período de gracia que se les da a los presidentes para que definan el rumbo, tuvo más de traumático divorcio que de luna de miel.

Los 100 días no fueron tan buenos como él los pintaba, ni tan malos como auguraban sus adversarios. Hubo muchos desarreglos, imprecisiones, improvisaciones, pero lo importante es que su estilo volátil y visceral original, trasmutó a una forma menos explosiva. Su imprevisibilidad, algo que él recalca como su mejor cualidad, es para la opinión pública su vicio más pronunciado.

Su improvisación y cambios constantes de rumbo ya no generan las protestas masivas de las primeras semanas, aunque la última encuesta del Washington Post / ABC News, con motivo de este período, demuestra su alta impopularidad y que se le tiene desconfianza en el manejo de crisis.

La encuesta también remarca algo importante para sus detractores. Su base de votantes le sigue siendo fiel y lo votarían de nuevo. La mayoría simpatiza con sus presiones a las compañías estadounidenses para que creen trabajo en casa y cree que la economía está mejorando.

La moderación de su arrogancia inicial no fue casual. El Congreso, con ambas cámaras republicanas y supuestamente a su favor, así como la Justicia, le han maniatado varias iniciativas. Sus partidarios le ayudaron a eliminar el Obamacare pero no apoyaron su plan universal de salud que advirtieron tan malo como el anterior. Y jueces implacables le cortaron las alas a su prohibición de entrada a musulmanes de siete países.

En el ámbito internacional, ese que desdeñó desde la campaña electoral a favor de “America First”, fue inesperadamente donde cosechó mayores elogios. Sorprendió con misiles, bombas y una retórica amenazante para arbitrar conflictos, algo que a sus antecesores se les recriminó.

Trump ni avisó para destruir una base aérea de Siria en represalia por las armas químicas usadas contra la población civil. Ordenó tirar la “madres de todas bombas” contra túneles terroristas en Afganistán, mandó un portaviones a las costas de Corea del Norte, creó un escudo antimisiles con Corea del Sur, presionó a China para que interceda ante las amenazas nucleares del régimen de Kim Jong-un y ahora considera que la OTAN ya no es ni vieja ni que debe disolverse.

En América Latina dictó sanciones económicas contra el gobierno de Nicolás Maduro, dejó de lado su amenaza de que eliminará el tratado de libre comercio con México y Canadá, aunque exige tarifas y aranceles recíprocos. Y sobre el muro en la frontera sur, ya no insiste en que es responsabilidad económica de los mexicanos, sino parte del presupuesto que deben aprobar los demócratas.

En vísperas de los 100 días que se cumplen hoy sábado, y aunque calificó al período de “límite artificial”, Trump, que sabe cómo generar impacto, tiró toda la carne al asador. Anunció su esperada reforma impositiva. Rebajará del 35 al 15% los impuestos a las empresas y ofrecerá más excepciones tributarias a la clase trabajadora.

Su intención y convicción es diferenciarse de los estímulos a la economía que ofreció Barack Obama tras la debacle provocada por la burbuja crediticia inmobiliaria. Trump, republicano al fin, cree en estímulos menos intervencionistas. Cree que la retracción inicial en la recaudación que sufra el Estado, lo recuperará luego cuando la empresa privada genere más empleo y producción.

Los 100 días quedaron atrás y lo que ahora importan son los cuatro u ocho años por delante. Trump no la tiene fácil y el trabajo será arduo, cómo admitió este jueves. Acabar con la “ciénaga” o la corrupción en Washington, consensuar el presupuesto para que el gobierno federal no sea vea obligado a cerrar y dar alivio a millones con un plan sanitario humano y eficiente, serán prioridades.


Pero su gran desafío para proseguir el viaje, es recuperar la credibilidad y minimizar la polarización. No será suficiente con solo mejorar la economía. Deberá tener actitudes y acciones menos improvisadas, apartar los conflictos de interés que le provocan los negocios familiares, reencontrar una prédica a favor de las evidencias sobre el cambio climático y no denigrar sin ton ni son a cualquier inmigrante. trottiart@gmail.com

marzo 25, 2017

Trump y su depósito de confianza

Donald Trump empezó su Presidencia con su depósito de confianza semivacío. Su pasado de celebridad televisiva lo hizo famoso, pero no creíble. Las acusaciones que vertió sobre sus colegas candidatos causaban gracia, pero no confianza. Terminó ganando las elecciones porque el depósito de Hillary Clinton estaba más vacío aún.
Cada uno posee un depósito o una imagen de credibilidad que proyecta hacia los demás; algo crucial entre aquellos individuos o instituciones cuyo trabajo depende de la confianza del público, como un presidente, una periodista o un padre en su familia. El reservorio aumenta o decrece según las acciones y dichos que se asumen. La ecuación es simple: Más verdades, mayor credibilidad; más mentiras mayor desconfianza.
Recuperar la confianza perdida no es fácil, menos en política. Muchas veces, como en la fábula del pastorcito de ovejas y el lobo, se desconfía hasta de la verdad cuando la antecedieron mentiras acumuladas. Para revertir la incredulidad, se requiere una alta dosis de buena conducta, verdades sistemáticas y resultados exitosos.
Esta no parece ser la fórmula de Trump. En la Presidencia creó más desconfianza, sobre la base de mentiras, exageraciones y teorías conspirativas. Su popularidad ahora es menor al 30%. El riesgo de gobernar sin sustento popular es alto. El Congreso, incluidos sus propios partidarios, no le respetan ni se sienten presionados para votar sus leyes, como ocurre con el nuevo plan sanitario con el que busca reemplazar al Obamacare. Y eso que está en el período de gracia de los 100 días, cuando al primer mandatario se le conceden casi todos sus deseos.
Trump deambuló varios años diciendo que Barack Obama no podía ser presidente por haber nacido fuera de EEUU. Aquella alharaca no le pasó factura porque lo hacía desde un lugar sin responsabilidad política. Distinto es ahora. Como presidente está obligado a fundamentar sus acusaciones con evidencias.
Algunas de sus exageraciones fueron inofensivas, como la que en su juramento había más gente que en el de Obama; algo que las fotografías desmintieron. Otras fueron graves, como cuando acusó a Obama de haberle intervenido los teléfonos en la Torre Trump durante la campaña electoral.
Se quedó con pura retórica, sin aportar pruebas. El director del FBI, James Comey, y el Comité de Inteligencia del Senado lo desmintieron con resultados de investigaciones en mano: “No existe evidencia” de espionaje como tal. Encima de eso, Comey dijo que su agencia abrió una nueva investigación sobre las sospechas de que el equipo de Trump mantuvo relaciones con el Kremlin; y que los hackers rusos terminaron dándole un empujoncito en la recta final del proceso electoral, a expensas de Hillary.
Trump tendrá que dar un buen viraje de timón si quiere llegar a buen puerto. Deberá cambiar de actitud, estilo y discurso. Debe dejar de lado los tuits altisonantes, alejarse de las conspiraciones y dejar de calificar de noticia falsa toda información que le disguste o no le conviene a sus intereses. La prensa, dolida por haber sido tildada de “enemiga del pueblo”, no le deja pasar una. Sus discursos, tuits y mensajes son escudriñados al máximo en busca de tergiversaciones y datos no verdaderos.
Trump está en aprietos, pero el problema lo excede. La bufonería política que se ha hecho marca registrada de unos cuantos líderes en muchos países, está carcomiendo la confianza del público en las instituciones. Varios estudios en democracias adultas y adolescentes, como las europeas y latinoamericanas respectivamente, advierten que la desconfianza pública sigue en caída libre.
La relación democracia/desconfianza es simple. La gente está cansada del ruido, de las expectativas incumplidas y de los personalismos ególatras que anteponen los intereses partidarios al bien común.  
Seguramente Trump sabe que con la confianza por el piso es presa fácil y que hacer leña del árbol caído es deporte en la política. Pero lo traiciona su personalidad.

Para revertir su situación deberá gobernar bajo la fuerza y la apariencia de la verdad. Solo así logrará recuperar y aumentar la confianza del público. El idioma inglés le enseña la fórmula correcta. La verdad y la confianza (truth y trust), palabras que comparten la misma raíz, lo invitan a caminar en esa dirección.  trottiart@gmail.com

octubre 05, 2013

Obamacare y las dos visiones de EE.UU.

Esta será recordada como una de las semanas políticas más horribles para el país, si se consideran los tuits del presidente Barack Obama sobre la actitud de los legisladores republicanos que lograron paralizar las actividades y funciones del gobierno federal.

El futuro inmediato se vislumbra aún más sombrío si no se logra elevar el techo de la deuda. Por ahora, los problemas más graves son internos ya que en el medio de la tormenta está la tozudez de demócratas y republicanos para delimitar los alcances económicos de la nueva ley de salud pública, Obamacare, que entró en vigencia el 1 de octubre. Pero los problemas serán aún más graves para el exterior, si los legisladores y la Casa Blanca no dirimen sus diferencias sobre la deuda pública, ya que países y economías de todo el mundo sentirán el impacto.

Los tuits de Obama fueron reveladores de su frustración, llamando chantajistas a los diputados republicanos, pero también de su arrogancia, si se considera que la pelea es parte del equilibrio natural de la democracia, donde los dos bandos en pugna siempre tendrán una visión distinta sobre el papel que el gobierno debe jugar en la vida del país. Y Obamacare es justamente la medida con la que se puede observar esa diferencia.

Obama y los demócratas optan por un país donde el gobierno tiene una alta participación en la economía, no solo regulándola y aumentando los impuestos, sino creando programas sociales aunque más no sea a base de subsidios y beneficios. Los republicanos, especialmente los más conservadores, creen que el papel del gobierno debe ser mínimo, el gasto público bajo y que sea la economía privada la que movilice al país.

Ambos grupos tienen principios y razones valederas. Esta pelea por más que Obama califique de chantajistas a los republicanos y estos lo distingan por demagogo, solo puede darse en medio de la coyuntura política actual, con un Obama que estaba cayendo en popularidad al saberse sobre los programas de vigilancia y espionaje contra ciudadanos de EE.UU. y líderes del mundo.
En apariencia los republicanos son los que tienen mucho más que perder. Este pataleo legislativo en contra de una ley popular, se parece a aquel tropiezo de Mitt Romney cuando en un acto político privado se le escabulló aquel 47%, al hablar de la gente que en el país vive a costas del gasto público. Aquel desliz, aprovechado por Obama, fue su lápida política y electoral.


Obama no podrá salir con la suya o con el 100 por ciento de lo que pretende. Los republicanos saben que el cierre del gobierno y la deuda pública son las debilidades de cualquier presidente. Obama tendrá que negociar, tendrá que ceder en algo. Los republicanos ya cedieron… perdieron un porcentaje razonable de su capital político.

Tensión entre la verdad y la libertad

Desde mis inicios en el periodismo hasta mi actual exploración en la ficción, la relación entre verdad y libertad siempre me ha fascinado. S...