Las palabras pueden ser más perversas y letales que las balas. He
dedicado mucho de este espacio a explicar cómo la propaganda y el discurso de
odio pueden derivar en acciones violentas.
El asesino de la masacre del club Pulse en Orlando, Omar Mateen, es
prueba inescrutable, así como la pareja de San Bernardino en la matanza de diciembre
pasado. Los asesinos ni fueron entrenados ni actuaron bajo órdenes directas del
Estado Islámico como les hubiera gustado, sino inspirados por la propaganda del
odio de ese grupo terrorista.
El Estado Islámico es experto en utilizar a distancia y por internet
sus métodos de adoctrinamiento y entrenamiento (además de atribuirse cualquier
acto, como el de Mateen a quien calificó de “soldado del califato”) como quedó
plasmado en el documental Obsesión de 2006, basado en la “guerra santa” que el terrorismo le declaró a EEUU y Occidente tras
Setiembre 11. El film compara la propaganda musulmana radical con la que a los
nazis les permitió hacer y justificar el Holocausto judío.
El odio y el terror del Estado Islámico no están en el campo de
batalla sino en la retórica constante que convence a sus fieles, desde los que
se inmolan con explosivos, degüellan infieles, queman mujeres que no se someten
a sexo esclavo o hasta los que tiran gays desde las azoteas. Solo les basta
plantar semillas en Google, Facebook o YouTube, mensajes de texto encriptados,
para que inadaptados, resentidos y rechazados sociales, encuentren una causa justa
con la que vengarse, ser reconocidos o tener sentido de pertenencia. Es lo que
era y buscaba Mateen.
El presidente Barack Obama está afligido por no tener en su suelo el
mismo éxito que tiene en las madrigueras de Oriente Medio, donde los drones
militares hacen estragos en el liderazgo de las bandas terroristas. Sabe que se
le van sus últimos meses de mandato sin
haber logrado que su gobierno y el Congreso prohíban la venta de armas de
asalto con las que se comenten estas masacres de “terrorismo doméstico”.
Obama viene deambulando de masacre en masacre con discursos potentes en
contra de las armas de asalto, pero sin resultados. El mayor obstáculo en este
país, que tristemente ostenta el primer puesto en matanzas de este tipo, 90 de
las 292 cometidas en todo el mundo entre 1966 y 2012, es la propia Constitución
que garantiza la posesión de armas.
El problema mayor es que la cláusula constitucional sobre la tenencia
de armas ha servido a la poderosa Asociación Nacional del Rifle (NRA) - y a los
políticos más conservadores, la mayoría republicanos - como el instrumento de
propaganda por el cual han convencido al público que poseer es el equivalente a
ostentar. Por eso no hay restricciones para comprar armas de cualquier calibre,
así como tampoco hay diferencias entre armas para la defensa personal o para ir
a la guerra, como las usadas en Orlando.
En cualquier país un cambio constitucional bastaría para crear nuevas
regulaciones. Sin embargo, como en EEUU la Constitución es un documento tan
rígido y venerado como los 10 mandamientos, los políticos tendrán que hacer un
trabajo de hormiga para encontrar resquicios en la interpretación de la
cláusula, ya que hablar de reforma equivaldría a una derrota segura.
Por suerte, esta vez Obama y el candidato republicano, Donald Trump, cuyo
discurso de odio se ensañó contra mexicanos y ahora con los musulmanes a los
que no permitiría entrar al país, han coincidido en lo impensable antes de
Orlando. Además de su apoyo a la comunidad gay, ambos están tratando de influir
en sus partidos para que se apliquen restricciones severas a la compra de
armas. Esta es la mayor novedad de esta campaña, que Trump puede luchar contra
el principio sagrado de su partido, quizás porque no necesitó las donaciones de
campaña de la NRA que lo habrían condicionado.
Además de la tenencia irrestricta, en EEUU hay lamentablemente una
“propaganda irresponsable a favor de las armas”, como acaba de determinar un
informe de la Oficina de los Derechos Humanos de Naciones Unidas, la que suele
motivar masacres y acciones de contagio que derivan en mayor violencia.
Ojalá la tragedia de Orlando no sea en vano. Que sirva de punto de
inflexión para empezar una lucha por la regulación de las armas y para acabar
con los discursos de odio. trottiart@gmail.com
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