La información oficial es
una commodity apreciada, pero esquiva. Los gobernantes suelen retacearla u ocultarla,
mientras los periodistas hacen lo imposible por divulgarla.
En el medio del tironeo entre
el secreto y la transparencia aparecen los soplones, una especie de robin hoods
de la información que, desde el poder, delatan actos de corrupción. Para los
periodistas son excelentes fuentes anónimas de información. Para los
gobernantes, simples traidores y conspiradores.
Los soplones sobreviven
entre severas leyes criminales, códigos de ética que les demandan lealtad absoluta.
Reality Winner, veterana de la Fuerza Aérea estadounidense, es una delatora. La
detuvieron bajo cargos de filtrar información top secret de la Agencia Nacional de Seguridad (ANS) al medio
digital The Intercept. Reveló evidencias del hackeo ruso en las elecciones
presidenciales. No dio mucha información, pero lo suficiente para atraerse una
dura condena que sirva de ejemplo y disuada a otros informantes.
No es el primer soplón
procesado en el gobierno de Donald Trump. Tampoco será el último. Las
filtraciones aumentarán, en especial porque en la Casa Blanca, Trump está
generando el clima propicio para que ocurran. Es verticalista, retacea y pide a
sus funcionarios retacear información, exige lealtad personal y amenaza con
procesar a los soplones, sin distinguir que la ley ampara a quienes denuncian
corrupción mientras que no filtren información clasificada.
El “rusiagate” sirve de
ejemplo. Hasta el despedido ex director del FBI, James Comey, confesó ante una
Comisión investigativa del Congreso, que filtró información al New York Times sobre
sus reuniones privadas con Trump. A la postre, esa filtración fue el argumento
del Congreso para investigar al Presidente. En esta historia en que el perro se
muerde la cola, lo más irónico es que Comey se convirtió en un soplón, después
de haber perseguido y encarcelado a más de una docena de ellos.
Ni es la única ni la mayor
ironía. El presidente Barack Obama firmó en 2009 uno de los decretos de mayor
peso sobre transparencia de información oficial, una especie de lupa gigante
sobre su Presidencia. Y en 2012 promulgó una ley para la protección de delatores
que prohibía despedir a los funcionarios que delataran hechos de corrupción. Sin
embargo, fue el Presidente que mayor cantidad de información clasificó y el que
más soplones encarceló en la historia. Como efecto colateral, muchos
periodistas prefirieron la cárcel a tener que revelar la identidad de sus
soplones.
Antes de irse, Obama perdonó
al soldado Chelsea Manning, luego de purgar siete de 35 años de cárcel, por
filtrar información sobre crímenes en Irak y Afganistán. Sin embargo, nunca
quiso perdonar a Edward Snowden, que reveló la amplia red de vigilancia de la
ANS. Y si bien no presentó cargos contra Julian Assange, por ofrecer su
plataforma de Wikileaks para divulgar esas y otras filtraciones, se sabe del
armado de una estrategia
intergubernamental para que Assange no pudiera gozar del asilo por fuera
de las paredes de la embajada ecuatoriana en Londres.
La trama con Assange sigue.
El gobierno de Trump acaba de anunciar que lo procesará, pese a que el gobierno
sueco anunció la semana pasada que le retiró los cargos por violación. No se le
persigue ahora por filtrar información, sino por ayudar a Snowden a escapar. Obama
ya había desistido de formularle cargos, porque al hacerlo también tendría que acusar
a medios y periodistas que amplificaron las filtraciones. A diferencia de
Obama, a Trump le seduce la idea de pegarle a la prensa por carácter
transitivo.
Trump ha dado nuevo valor al
precio que la información fidedigna tiene para la sociedad. El retaceo de información,
las amenazas a los delatores, las críticas a la prensa, las fake news o el uso
desmedido de twitter como medio oficial, muestran que su estrategia
comunicacional está alejada de su intención de “drenar la ciénaga” o perseguir
la corrupción enquistada en el poder.
Los soplones, a veces
protegidos por la Justicia, tienen una función relevante en la lucha
anticorrupción como surge de los recientes escándalos de Odebrecht, la FIFA y
los Panama Papers. Las filtraciones suelen ser el último recurso para iluminar
la verdad y procurar justicia. trottiart@gmail.com
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