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septiembre 22, 2014

Evolución: Relojes inteligentes

Cada tanto aparece un producto capaz de transformar la forma en que vivimos. Pero no había certeza sobre cómo evolucionaría la tecnología portátil después de la revolución que generó el teléfono móvil inteligente.

Apple, cuyos anuncios se esperan como el humo blanco del Vaticano, mostró de nuevo el camino de la evolución. Se trata del Apple Watch, un reloj inteligente de pulsera, que le facilitará al usuario hacer todas las operaciones que en forma combinada le permiten su computadora personal, teléfono inteligente y las nuevas pulseras que miden la actividad física.

El Apple Watch pasó desapercibido ante el anuncio de los nuevos iPhone 6 y 6 Plus, pero es el producto al que le puso mayor atención Tim Cook, el nuevo Steve Jobs de la compañía. La prensa no se mostró muy entusiasmada. Tal vez por la irrelevancia de otros relojes inteligentes que sacaron Samsung, Motorola y Google, y pulseras que miden la actividad física como la FuelBand de Nike, Jawbone y Fitbit, que no pudieron establecerse en el mercado por escasa utilidad, poca estética y mal diseño.

Sin embargo, Apple tiene chances de éxito con el nuevo producto. Se adentra a la tecnología portátil “wearable” (complementos tecnológicos personales) con estilo y estética, como lo hizo en 2001 con el iPod. Promete seis tipos de relojes inteligentes para todos los gustos, y con un diseño que se asemeja, más que a una grotesca computadora de muñeca, a un reloj tradicional ofreciendo la apariencia de estatus social que brindan Rolex, Omega, Breitling, Tag Heuer, entre otras marcas de lujo en el mercado.

Apple ha tenido la visión de congeniar esa cualidad con la tecnología personal y hacer más útil un producto tradicional, cuyos únicos avances en más de un siglo fueron el cronómetro y que se pudiera sumergir a 200 metros de profundidad, detalles irrelevantes para el usuario común. El nuevo Watch permitirá mayor conexión a internet, correo personal, hacer llamadas, jugar, descargar apps, mapas, gps, manejar electrodomésticos a distancia, así como medir el nivel de azúcar en la sangre y desarrollar un programa de ejercicios físicos para perder las calorías acumuladas.

Sin embargo, en esa mayor intimidad y personalización que permite la tecnología “wearable”, radica una amenaza insalvable para el usuario: Mayor invasión de la privacidad. Los datos que el reloj registre, de subir a la nube digital o iCloud, podrán ser utilizados para saturar de publicidad farmacéutica al usuario o, hasta en un futuro, para que las aseguradoras rechacen ofrecer una póliza de vida y las prestadoras de salud aumenten las primas a todo aquel que no cumpla con los ejercicios físicos o compre más carnes rojas que frutas y verduras.

En respuesta a estas amenazas y preocupaciones, a tiempo con los nuevos productos que irrumpen en el mercado, esta semana los rivales Apple y Google quisieron vender confianza y tranquilidad. Apple, con su sistema operativo móvil iOS 8, y Google, con el sistema de sus próximos Androids, anunciaron que solo venden productos, que los datos personales de los usuarios en sus dispositivos estarán encriptados, lo que ni siquiera les permitirá acceder a ellos o, por supuesto, entregarlos a la justicia y a la policía por más orden de cateo que exista.

Estas precauciones por mayor seguridad dan respuesta a la desconfianza que se generó hace semanas con el robo masivo de fotografías de actrices del iCloud y, en especial, a las críticas que las todas compañías digitales recibieron por colaborar subrepticiamente con el gobierno estadounidense entregándole los datos personales de sus clientes.

Más allá de las ventajas y riesgos que deben contemplarse con el uso de los nuevos aparatos inteligentes, vale resaltar la enorme evolución de las tecnologías portátiles y la ventaja de Apple sobre otros “wearables” como los “glasses” de Google, que no lograron ser tan relevantes o adecuarse a las nuevas exigencias de los consumidores: Mayor conexión y mejor calidad de vida.

Aquellas exigencias, en cambio, fueron las que el visionario fundador de Apple descubrió antes de tiempo, de ahí su éxito. Por eso cuando murió en 2011, en las redes sociales se evocó repetidamente a las tres manzanas que revolucionaron a la humanidad: la de Adán y Eva, la de Isaac Newton y la de Steve Jobs. 

octubre 07, 2013

El imperio sigue sólido: Apple, Google y Coca Cola

El cierre del gobierno federal estadounidense por desacuerdos entre el presidente demócrata y los legisladores republicanos sobre el tamaño del gobierno y el gasto público en torno a la nueva ley de salud pública, Obamacare, alimenta los sueños de los agoreros de siempre que predicen el comienzo del fin del imperio, como antes creyeron ver ese síntoma en la crisis financiera post Setiembre 11.

Así como el maya o el napoleónico, es verdad que todo imperio no dura para siempre. Pero a juzgar por las grandes multinacionales que hoy dominan el comercio mundial e influyen en la cultura global, la supremacía estadounidense no parece que se desplomará ni en esta ni en la generación de nuestros tataranietos.

En el reciente informe de Interbrand sobre las 100 marcas más valiosas del planeta, de las primeras diez más prestigiosas, ocho son norteamericanas, salpicadas por la surcoreana Samsung y la japonesa Toyota. La primera ahora es la siempre sorprendente Apple, relegando a Coca Cola al tercer puesto después de liderar la lista por 13 años consecutivos. Google se anota segunda y luego IBM, Microsoft e Intel completan la élite, demostrando que en la era digital, EE.UU. lleva la delantera y su industria del conocimiento se estableció como la nueva revolución.

La lista no es antojadiza. Son las compañías más influyentes no tanto por su poderío económico, por la cantidad de empleos directos e indirectos que crean, sino porque cambiaron la forma que consumimos, nos comunicamos y comportamos. Son las que nos acompañan a diario, de Pepsi a la mexicana Corona o Sony a Mastercard; las que nos despiertan admiración, de Ferrari a Harley Davison; las más accesibles, de Zara a McDonalds; y con las que soñamos o hasta nos invitan a comprar productos falsos, de Louis Vuitton a Cartier.

Las enseñanzas de las grandes marcas pueden aplicarse a cualquier tipo de negocio o actividad. En esta época de redes sociales y consumidores más activos y alertas, no alcanza con publicidad y mercadeo. El valor de la marca no es solo calidad del producto, sino la experiencia que se tiene con ellos, como Nike que permite a los clientes diseñar sus propias zapatillas. O Apple, cuyas largas colas para comprar los iPhone 5C y los más baratos 5S, no se forman por la estética y diseño de los móviles, sino por la expectativa de su contenido, las nuevas experiencias y la utilidad que el usuario tendrá con aplicaciones que pueden medir las calorías que consume o saber cuáles son las calles más descongestionadas.

Steve Jobs no trascendió por la forma de hacer marketing, sino por su visión. Revolucionó su industria, pensó en grande, amasó objetivos audaces; el equivalente al Henry Ford de comienzos del siglo pasado, cuando masificó la producción de automóviles, transformando los hábitos y la forma que nos transportamos.

Tampoco basta con la visión si esta no es transparente y de fines nobles. Las empresas hoy están exigidas a tener una alta cuota de responsabilidad social que va más allá de la utilidad de sus productos. De ahí que Google al tiempo de mejorar su algoritmos de búsqueda en internet, también experimente sobre cómo aminorar la vejez del ser humano; que Prada evolucione la calidad de sus productos, al tiempo que sea gran benefactor de las artes; que Mercedes imponga más lujo, pero investigue sobre nuevas energías renovables o que Sprite no solo “calme la sed”, sino busque cómo dar acceso al agua potable a 800 millones de personas en el mundo.

También es cierto que muchas de estas compañías buscaron atajos, cometiendo grandes pecados. Desde la sueca Ikea, cuyos muebles hacía fabricar en cárceles atestadas con presos políticos como las de Cuba; o Nike cuyas zapatillas, mientras eran diseñadas por deportistas de élite, las fabricaban niños y obreros con salarios de esclavo; y hasta Apple que también ascendió por prácticas poco santas frente a su rival Samsung.

De todos modos, la lista de Interbrand, más allá de mostrar el valor agregado que las grandes compañías privadas aportan con su innovación y creatividad, y cómo modifican nuestras vidas, nos invita a pensar que cualquier negocio o actividad individual, del tamaño o disciplina que fueren, debe estar enfocado a mejorar y transformar nuestro mundo, aunque este no vaya más allá de nuestro vecindario. 

Tensión entre la verdad y la libertad

Desde mis inicios en el periodismo hasta mi actual exploración en la ficción, la relación entre verdad y libertad siempre me ha fascinado. S...