Mostrando entradas con la etiqueta OCDE. Mostrar todas las entradas
Mostrando entradas con la etiqueta OCDE. Mostrar todas las entradas

mayo 06, 2017

Invertir en la felicidad

Uno de los proyectos más relevantes sobre la felicidad está en riesgo de extinguirse. Donald Trump está recortando gastos públicos y entre los perjudicados aparece una investigación de más de 80 años de la Universidad de Harvard, sostenida con fondos federales.

Si se desactiva este proyecto, quedará trunco un estudio que investiga el estado emocional y físico de un mismo grupo de personas de tres generaciones, sus relaciones familiares y amistades, el trabajo y los placeres. El estudio es simple pero no superfluo. Busca descifrar qué nos hace felices.

La felicidad es una aspiración importante del ser humano desde tiempos remotos. Ha devanado los sesos de los filósofos más encumbrados de la historia. Al contrario de lo que muchos piensan, no es un concepto abstracto. El derecho a la felicidad, junto al de la vida y la libertad, está incrustado en la Declaración de Independencia de EEUU.

El Gran Estudio de Harvard, nacido en 1938, ha descubierto cosas que difieren y tienen similitudes con la búsqueda de la felicidad que Thomas Jefferson incluyó en aquella visión de país. Jefferson creía que el bienestar no debía ser una búsqueda individual, sino que el Gobierno estaba obligado a crear las oportunidades necesarias para que las personas alcancen sus metas. La procura del bien común y la honestidad del servidor público eran esenciales en su teoría.

Todavía no existe certeza sobre la fórmula apropiada para alcanzar y medir la felicidad. Para muchos es una búsqueda existencial; para otros, espiritual y para algunos es emocional. Cada quien la mide desde su experiencia personal. Los estudios son vastos. Varios, la asocian a aspectos de bienestar personal y enfatizan que el tener dinero y poseer bienes materiales son elementos significativos de la felicidad. Otros dicen lo contrario. Enfatizan que el acceso al agua potable, a la educación, a la salud, a vivir en un ecosistema respetable y en un clima de tolerancia hacen a la felicidad.

La felicidad hace rato que dejó de ser una cuestión de autoayuda o de likes en Facebook, convirtiéndose en un asunto de Estado, parte de la ciencia económica y política. De ahí que surgieron diferentes índices para medirla. La ONU la mide por el PBI; también por la equidad, la percepción de la corrupción y el nivel de libertad. La Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económicos (OCDE) formuló 24 indicadores para que las personas definan su estado de bienestar. Francia e Inglaterra tienen índices propios y Bután reemplazó la medición del PBI por el índice de Felicidad Nacional Bruta.

Los países más ricos y desarrollados no siempre están en los primeros puestos del ranking. En Arabia Saudita y Dubai la gente no se siente feliz.  La revuelta de la Primavera Árabe demostró que en esas naciones ricas el descontento está atado a la discriminación de la mujer, la falta de democracia y la exclusión política de los ciudadanos. También existen sarcasmos demagógicos sobre la felicidad. El gobierno de Venezuela creó un Viceministerio para la Suprema Felicidad Social del Pueblo, un sinsentido, si se considera que los índices muestran que el bienestar es más esquivo cuanto más autoritario es un sistema.

El estudio de Harvard reafirma viejas fórmulas de sentido común que de alguna forma quedaron rezagadas por la vida moderna. La felicidad no tendría que ver tanto con el contexto económico y político, sino más bien con los lazos interpersonales del individuo, sus relaciones familiares y amistades. Demuestra que las relaciones más cálidas y duraderas ofrecen mayor equilibrio emocional, incentivando, incluso, una mayor expectativa de vida de las personas.

Ese equilibrio emocional es ponderado por la Organización Mundial de la Salud. Considera que el gran desafío actual son las enfermedades mentales, como la depresión (la ausencia de felicidad) ya que tiene tintes de epidemia global.

Por lo tanto, quitarle fondos a proyectos que buscan arrojar luz sobre misterios elusivos para la humanidad como la felicidad, puede tener efectos negativos. Los descubrimientos de este estudio pueden servir para crear programas para prevenir enfermedades, generar proyectos de desarrollo y de progreso social para los países. Al contrario, en vez de recortes, la felicidad merece más atención e inversión. trottiart@gmail.com



octubre 19, 2015

Para reducir la pobreza: no a la austeridad

Las políticas de ajuste y austeridad económica no permitieron que los países superaran la crisis como se preveía; provocando, además, mayor pobreza, más desigualdad y menos felicidad.

El informe del Credit Suisse lo evidencia. El 1% de la población mundial tiene más dinero que el 99% restante. Coincidencia lapidaria con la Organización para la Cooperación del Desarrollo Económico, que situó a la desigualdad en el nivel más alto de los últimos 30 años. También lo comprueba el hecho de que Angus Deaton ganara esta semana el premio Nobel de Economía por sus teorías críticas contra los ajustes: “Reducen ingresos, recortan beneficios y destruyen empleos”.
La mayor pobreza, desigualdad e infelicidad fueron generadas especialmente por el desempleo. Por eso aquellos gobiernos que aportaron estímulos económicos, diversificaron la economía, crearon infraestructura, aumentaron presupuestos en educación e incentivaron la innovación, fueron los que mejor lidiaron con la crisis que viene haciendo estragos desde 2007.
En América Latina poco se hizo. Los gobiernos desaprovecharon la abundancia de lo producido por las exportaciones de materias primas de la última década, no volcándolos a la economía formal. Despilfarrados los ingresos, el crecimiento del 5% de la región no se notó y no sirvió para reducir la pobreza, con 167 millones de personas. Lo que creció fue la informalidad, entre el 60 y 70% de la economía, o 130 millones de personas que viven de empleos informales, que supone menor recaudación de impuestos y más desigualdad a largo plazo.
El renombrado éxito de Brasil contra la pobreza e indigencia, por ejemplo, no se debe tan solo a los programas Brasil sin Miseria y Bolsa Familia, que ofrece a los padres un sueldo a cambio de enviar a sus hijos a la escuela, sino al aumento del 60% del empleo formal.
El futuro en América Latina no es alentador. La culpa la tienen los gobiernos poco previsores que dilapidaron la época dorada de los precios por las nubes de las materias primas, creyendo que la expansión de China sería eterna. Pocos gobiernos invirtieron las ganancias en infraestructura, en industrias para crear valor agregado a los commodities, educación vocacional y en institucionalidad democrática.
Este último aspecto, lo político, aunque parezca desligado de la economía, es al que mayor importancia le asigna el presidente del Banco Mundial, Jim Yong Kim, como motor de desarrollo. Sin seguridad jurídica, con alta dosis de ideologización política, con poca transparencia y sin reglas claras, las inversiones son esquivas y, por ende, la generación de empleos.
América Latina mal administró las vacas gordas. El caso venezolano es patético. El gobierno despilfarró los recursos del petróleo, cuando estaba a más de 100 dólares el barril, para un programa de expansión ideológica inútil. Otros gastaron a mansalva en clientelismo electoral y propaganda, y casi nadie avanzó a favor de la institucionalidad – en especial la autonomía judicial - permitiendo la metástasis del mayor cáncer que afecta a la región: La corrupción.
El egoísmo de estos gobiernos cortoplacistas es que han usado toda su capacidad creativa para los procesos electorales. Menospreciaron la creación de infraestructura necesaria para apoyar la economía, no invirtieron en educación vocacional capaz de crear mano de obra especializada para transformar las materias primas y despreciaron por completo la innovación tecnológica y científica, aspectos que reafirman el subdesarrollo.
Andrés Oppenheimer en su libro “Crear o morir” lo describe en forma espléndida. Dice que Latinoamérica debe entrar de lleno a “la era de la economía del conocimiento” y que se debe entender que “el gran dilema del siglo XXI no será ‘socialismo o muerte’, ni ‘capitalismo o socialismo’, ni ‘Estado o mercado’, sino uno mucho menos ideológico: innovar o quedarnos estancados”.
Citando casos de éxito, Oppenheimer sentencia que la prosperidad de los países depende cada vez menos de los recursos naturales, sino de aquellos que incentivan a sus sistemas educativos, científicos e innovadores.
Queda así demostrado que la fórmula más adecuada para reducir la pobreza, achicar la desigualdad y aumentar la felicidad, tal vez no es la austeridad, sino gastar mucho en la educación de la gente, el mayor capital de una nación.  trottiart@gmail.com



diciembre 08, 2013

Corruptos y mal educados

Como los conquistadores a los indígenas, varios líderes latinoamericanos engatusan a la gente con espejitos y mostacillas. Alardean sobre logros económicos de corto alcance; pero evaden hablar del crecimiento de América Latina que, a largo plazo, pasa por combatir la corrupción y mejorar la calidad de la educación.

Acomodaticios, los espejitos se usan por doquier. El presidente colombiano, Juan Manuel Santos, pasó esta semana por EE.UU. mostrando mejores índices de empleo y una educación gratuita y general, sólida base para su reelección. La probable presidente de Chile, Michelle Bachelet, promete una reforma constitucional con educación universitaria gratuita y la brasileña, Dilma Rousseff, fantasea con un país sin analfabetos y menos desigual. Mientras tanto, Perú, en franco crecimiento, sueña con un futuro holgado, que por ahora pinta más postergado para Argentina, Ecuador o Venezuela.

En una perenne espiral electoral, todos los índices sirven para regalar sueños. Pero la realidad es otra. Las mediciones divulgadas esta semana sobre la percepción de la corrupción de Transparencia Internacional y las de educación Pisa, de la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económico (OCDE), muestran una América Latina corrupta y con educación deficiente.

Ambos índices son relevantes por sí solos, pero también reveladores si se los combina. No es casualidad que los países menos corruptos del mundo son los que tienen más calidad educativa y, a su vez, son los de mayor crecimiento y de menores niveles de pobreza.

De muestra están los “tigres asiáticos”, que en un par de décadas pasaron de orejones del tarro a líderes económicos, mediante una nueva cultura basada en la educación tecnológica y los valores. La punta de lanza de esa filosofía tecno-industrial fue Japón, un país que, devastado por la Segunda Guerra y la corrupción, se hizo potencia gracias su estrategia de crecimiento a largo plazo con un sólido cimiento en la educación primaria, donde combinó la enseñanza de matemáticas y ciencias con el valor de la honradez.

Hoy, Japón y los “tigres asiáticos”, Singapur, Corea del Sur, Hong Kong y Taiwán, superaron a todos los demás en el ranquin de PISA que mide la eficiencia de alumnos de 15 años en matemáticas, lengua y ciencias. No es casual que esos países también destacaron en la lista de Transparencia Internacional, ocupando los mejores puestos entre los 177 medidos, entre ellos Somalia, Corea del Norte y Afganistán, que ocuparon el podio de los más corruptos.

América Latina, en cambio, se sigue comportando como gatito. Perú fue el peor país en la lista de educación, seguido por Colombia, Argentina, Brasil, Costa Rica, Uruguay, México y Chile. Nadie siquiera alcanzó la media académica del OCDE, un problema mayúsculo si se entiende que el crecimiento sostenido en el mundo competitivo de hoy, lo tienen solo aquellos que apuestan a la educación de calidad.

Ante ese panorama desesperante, los niveles de corrupción existentes agravan la situación. Argentina, Colombia, Perú, México, Ecuador, Panamá, Bolivia no alcanzan ni 40 puntos de una lista en la que se destacan Dinamarca y Nueva Zelanda con 91 sobre 100. Venezuela y Paraguay, así como varios centroamericanos, rondan los 20 puntos, sinónimo de problemas políticos y sociales mayúsculos.

Los buenos índices económicos de hoy son espejitos, están más atados a tácticas transitorias y al alto precio de las materias primas, que al desarrollo tecnológico y a la innovación. Su transitoriedad comienza a mostrarse. El jueves pasado, la CEPAL anunció que la pobreza en la región, producto de la desaceleración económica, afectará a 164 millones de personas a fines de año, mientras que la miseria afectará a 68 millones, debido a los precios más costosos de los alimentos.

Si bien la CEPAL no especificó qué se necesita para que los países hagan un “cambio estructural en sus economías para crecer de forma sostenida con mayor igualdad”, es indudable que la mala calidad educativa y la corrupción conspiran contra esa visión. En ese sentido, sería importante que las pruebas PISA, además de lengua, ciencias y matemáticas, también pudieran medir la enseñanza de los valores humanos en las escuelas, un elemento que fue fundamental para el desarrollo de Japón. 

diciembre 03, 2013

Latinoamérica no podrá salir del pozo sin buena educación

Los políticos latinoamericanos parecen estar vendiendo espejitos para engatusar a la gente como los conquistadores hacían con los indígenas.
Esta semana de visita en EE.UU., el presidente colombiano, Juan Manuel Santos, y pronto a entrevistarse con Barack Obama, se llenó la boca sobre los avances de Colombia en todas las áreas y redobló su apuesta para su reelección futura no solo con el progreso para la paz negociada con las FARC, sino sobre los buenos índices de empleo que ha generado.
La posible y pronta presidente de los chilenos, la candidata y ex presidente Michelle Bachelet, habla de reformar la Constitución para dejar atrás el pasado y abrazar la educación universitaria gratuita. Mientras tanto en Argentina, la presidente Cristina Kirchner redobla sus esfuerzos para profundizar el sistema económico que las últimas elecciones le dijeron que no y en Brasil, la presidente Dilma Rousseff habla sobre los grandes logros económicos en contra de la miseria y de la desigualdad.
En Perú, otro país con un gozo económico sostenido sueña con un futuro aún más promisorio, casi a reflejo de toda Latinoamérica, incluida la siempre rica Venezuela petróleo-dependiente.
De esta forma, todos los líderes latinoamericanos hacen ver el progreso y el futuro a sus ciudadanos, sobre la base del crecimiento económico generado por una verdadera industria de materias primas y alimentos potenciado por países asiáticos, especialmente China, que dependen en gran parte de ellos para su supervivencia.
Hasta aquí los espejitos muestran una realidad buena y un futuro promisorio, aunque muy a corto plazo. A mediano y largo plazo la realidad es otra, muy oscura, si se tiene en cuenta la calidad de la educación que existe en América Latina comparada con otras partes del mundo, especialmente entre los países asiáticos.
Cuando se habla de los “tigres asiáticos” aquellos países potencia no es difícil advertir que están demarcados no por las palabras de los políticos sino por sus acciones; en especial por su gran inversión en educación. Solo basta una mirada por las universidades estadounidenses para que uno se dé cuenta de cuántos estudiantes asiáticos, becados por sus gobiernos,  se matricula y egresa con las mejores notas para así regresar a sus países.
Décadas atrás, los que hoy son “tigres”, parecían chihuahuas por su grado de subdesarrollo ni comparable a los países latinoamericanos de la época. La realidad hoy es diferente, muestra como la educación levantó esos países a condiciones de potencias.
Una rápida mirada a los resultados de las pruebas PISA de la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económico (OCDE) muestra que los países latinoamericanos son los peores ubicados en el ranquin en matemáticas, lengua y ciencia, en una evaluación global que se hizo entre más de medio millón de alumnos de 15 años.
Según el informe que recogen hoy los medios de todo el planeta “Argentina comparte los últimos puestos de la lista con varios países de América Latina, pero sólo Colombia (62°) y Perú están peor (en el último puesto). Chile se ubicó 51°, Uruguay 55°, México 53°, Costa Rica 56° y Brasil 58°. El rendimiento en la región fue muy malo: todos estuvieron por debajo de la media académica de la OCDE”, como mostró el diario Clarín de Buenos Aires.
En cambio, en “el top ten del ranking se ubicaron los países asiáticos con Shanghai, Singapur, Hong Kong, Taiwán y Corea del Sur, seguidos por Macao, Japón, Liechtenstein, Suiza y Holanda”.

No hay mucho para escrudiñar sobre este estudio que se hace cada tres años y que lleva cinco veces de realizado en 12 años. América Latina siempre estuvo en el fondo y, aún peor, nunca atinó a mejorar (o lo hizo mínimamente), ni siquiera en países que han mantenido un desarrollo económico más sostenido como Brasil, Chile, Colombia y Perú.

Tensión entre la verdad y la libertad

Desde mis inicios en el periodismo hasta mi actual exploración en la ficción, la relación entre verdad y libertad siempre me ha fascinado. S...