Las políticas de ajuste y austeridad
económica no permitieron que los países superaran la crisis como se preveía;
provocando, además, mayor pobreza, más desigualdad y menos felicidad.
El
informe del Credit Suisse lo evidencia. El 1% de la población mundial tiene más
dinero que el 99% restante. Coincidencia lapidaria con la Organización
para la Cooperación del Desarrollo Económico, que situó a la desigualdad en el
nivel más alto de los últimos 30 años. También lo comprueba el hecho de que Angus
Deaton ganara esta semana el premio Nobel de Economía por sus teorías críticas
contra los ajustes: “Reducen ingresos, recortan beneficios y destruyen
empleos”.
La mayor
pobreza, desigualdad e infelicidad fueron generadas especialmente por el
desempleo. Por eso aquellos gobiernos que aportaron estímulos económicos,
diversificaron la economía, crearon infraestructura, aumentaron presupuestos en
educación e incentivaron la innovación, fueron los que mejor lidiaron con la
crisis que viene haciendo estragos desde 2007.
En América
Latina poco se hizo. Los gobiernos desaprovecharon la abundancia de lo
producido por las exportaciones de materias primas de la última década, no
volcándolos a la economía formal. Despilfarrados los ingresos, el crecimiento
del 5% de la región no se notó y no sirvió para reducir la pobreza, con 167
millones de personas. Lo que creció fue la informalidad, entre el 60 y 70% de
la economía, o 130 millones de personas que viven de empleos informales, que
supone menor recaudación de impuestos y más desigualdad a largo plazo.
El renombrado
éxito de Brasil contra la pobreza e indigencia, por ejemplo, no se debe tan
solo a los programas Brasil sin Miseria y Bolsa Familia, que ofrece a los
padres un sueldo a cambio de enviar a sus hijos a la escuela, sino al aumento del
60% del empleo formal.
El
futuro en América Latina no es alentador. La culpa la tienen los gobiernos poco
previsores que dilapidaron la época dorada de los precios por las nubes de las
materias primas, creyendo que la expansión de China sería eterna. Pocos
gobiernos invirtieron las ganancias en infraestructura, en industrias para crear
valor agregado a los commodities, educación vocacional y en institucionalidad
democrática.
Este
último aspecto, lo político, aunque parezca desligado de la economía, es al que
mayor importancia le asigna el presidente del Banco Mundial, Jim Yong Kim, como
motor de desarrollo. Sin seguridad jurídica, con alta dosis de ideologización
política, con poca transparencia y sin reglas claras, las inversiones son
esquivas y, por ende, la generación de empleos.
América
Latina mal administró las vacas gordas. El caso venezolano es patético. El
gobierno despilfarró los recursos del petróleo, cuando estaba a más de 100
dólares el barril, para un programa de expansión ideológica inútil. Otros
gastaron a mansalva en clientelismo electoral y propaganda, y casi nadie avanzó
a favor de la institucionalidad – en especial la autonomía judicial - permitiendo
la metástasis del mayor cáncer que afecta a la región: La corrupción.
El egoísmo de estos gobiernos
cortoplacistas es que han usado toda su capacidad creativa para los procesos
electorales. Menospreciaron la creación de infraestructura necesaria para
apoyar la economía, no invirtieron en educación vocacional capaz de crear mano
de obra especializada para transformar las materias primas y despreciaron por
completo la innovación tecnológica y científica, aspectos que reafirman el
subdesarrollo.
Andrés Oppenheimer en su libro “Crear o
morir” lo describe en forma espléndida. Dice que Latinoamérica debe entrar de
lleno a “la era de la economía del conocimiento” y que se debe entender que “el
gran dilema del siglo XXI no será ‘socialismo o muerte’, ni ‘capitalismo o
socialismo’, ni ‘Estado o mercado’, sino uno mucho menos ideológico: innovar o
quedarnos estancados”.
Citando casos de éxito, Oppenheimer
sentencia que la prosperidad de los países depende cada vez menos de los recursos
naturales, sino de aquellos que incentivan a sus sistemas educativos,
científicos e innovadores.
Queda así demostrado que la fórmula más
adecuada para reducir la pobreza, achicar la desigualdad y aumentar la
felicidad, tal vez no es la austeridad, sino gastar mucho en la educación de la
gente, el mayor capital de una nación. trottiart@gmail.com
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