Los políticos latinoamericanos parecen estar
vendiendo espejitos para engatusar a la gente como los conquistadores hacían
con los indígenas.
Esta semana de visita en EE.UU., el presidente colombiano,
Juan Manuel Santos, y pronto a entrevistarse con Barack Obama, se llenó la boca
sobre los avances de Colombia en todas las áreas y redobló su apuesta para su
reelección futura no solo con el progreso para la paz negociada con las FARC,
sino sobre los buenos índices de empleo que ha generado.
La posible y pronta presidente de los chilenos, la
candidata y ex presidente Michelle Bachelet, habla de reformar la Constitución
para dejar atrás el pasado y abrazar la educación universitaria gratuita. Mientras
tanto en Argentina, la presidente Cristina Kirchner redobla sus esfuerzos para
profundizar el sistema económico que las últimas elecciones le dijeron que no y
en Brasil, la presidente Dilma Rousseff habla sobre los grandes logros
económicos en contra de la miseria y de la desigualdad.
En Perú, otro país con un gozo económico sostenido
sueña con un futuro aún más promisorio, casi a reflejo de toda Latinoamérica,
incluida la siempre rica Venezuela petróleo-dependiente.
De esta forma, todos los líderes latinoamericanos
hacen ver el progreso y el futuro a sus ciudadanos, sobre la base del
crecimiento económico generado por una verdadera industria de materias primas y
alimentos potenciado por países asiáticos, especialmente China, que dependen en
gran parte de ellos para su supervivencia.
Hasta aquí los espejitos muestran una realidad buena
y un futuro promisorio, aunque muy a corto plazo. A mediano y largo plazo la
realidad es otra, muy oscura, si se tiene en cuenta la calidad de la educación
que existe en América Latina comparada con otras partes del mundo,
especialmente entre los países asiáticos.
Cuando se habla de los “tigres asiáticos” aquellos
países potencia no es difícil advertir que están demarcados no por las palabras
de los políticos sino por sus acciones; en especial por su gran inversión en
educación. Solo basta una mirada por las universidades estadounidenses para que
uno se dé cuenta de cuántos estudiantes asiáticos, becados por sus
gobiernos, se matricula y egresa con las
mejores notas para así regresar a sus países.
Décadas atrás, los que hoy son “tigres”, parecían
chihuahuas por su grado de subdesarrollo ni comparable a los países
latinoamericanos de la época. La realidad hoy es diferente, muestra como la
educación levantó esos países a condiciones de potencias.
Una rápida mirada a los resultados de las pruebas
PISA de la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económico (OCDE)
muestra que los países latinoamericanos son los peores ubicados en el ranquin
en matemáticas, lengua y ciencia, en una evaluación global que se hizo entre
más de medio millón de alumnos de 15 años.
Según el informe que recogen hoy los medios de todo
el planeta “Argentina comparte los últimos puestos de la lista con varios países
de América Latina, pero sólo Colombia (62°) y Perú están peor (en el último
puesto). Chile se ubicó 51°, Uruguay 55°, México 53°, Costa Rica 56° y Brasil
58°. El rendimiento en la región fue muy malo: todos estuvieron por debajo de
la media académica de la OCDE”, como mostró el diario Clarín de Buenos Aires.
En cambio, en “el top ten del
ranking se ubicaron los países asiáticos con Shanghai, Singapur, Hong Kong,
Taiwán y Corea del Sur, seguidos por Macao, Japón, Liechtenstein, Suiza y
Holanda”.
No hay mucho para escrudiñar sobre este estudio que
se hace cada tres años y que lleva cinco veces de realizado en 12 años. América
Latina siempre estuvo en el fondo y, aún peor, nunca atinó a mejorar (o lo hizo
mínimamente), ni siquiera en países que han mantenido un desarrollo económico
más sostenido como Brasil, Chile, Colombia y Perú.