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mayo 19, 2018

La felicidad o el lugar donde uno vive


En mi última columna - Move to Miami – dije cosas buenas y malas de vivir en esta ciudad. No aclaré que pese al futuro incierto por el calentamiento global, el tráfico o la desigualdad, no cambio a Miami por nada del mundo.

Tampoco infiero que para ser feliz hay que mudarse a Miami. A muchos no les agrada este lugar. La felicidad, en definitiva, es una cuestión de carácter individual. Es, además, temporal y escurridiza. La relación con nuestro espacio depende también de cómo apreciamos y nos relacionamos con los demás. Es decir, vivir en Miami, Paris, en la paradisíaca Punta Cana o en Salta “la linda”, puede ser tan apetecible para algunos, como vivir en el campo rodeado de pastizales para otros.

Estar en el mejor lugar de la Tierra, no es garantía de felicidad. Sin embargo, las evidencias científicas indican que la interrelación con el lugar influye en nuestra conducta, salud y calidad de vida, como lo estudia la geomedicina.

El periodista de National Geographic, Dan Beuttner, recorrió los “bolsones azules”, como definió a los paraísos de la longevidad. Los encontró en Okinawa, Japón; en la Isla de Icaria, Grecia; en la Península de Nicoya, Costa Rica, y en la italiana Cerdeña, entre otros parajes. Apuntó que la belleza natural, la tranquilidad, la dieta saludable y el ejercicio físico son componentes íntimos de la fuente de la juventud.

Para la ONU la calidad de vida en un lugar se define por los ingresos, la libertad, la confianza, la esperanza de vida, el apoyo social y la generosidad. Es decir, la felicidad depende de tener empleo, bajo nivel de inseguridad, acceso a salud, vivienda y servicios públicos, y gozar de libertades políticas y un medio ambiente limpio. Bajo esas características, su Informe de la Felicidad 2018, sitúa a Finlandia como el lugar ideal. EEUU queda en un lejano puesto 16, por debajo de Costa Rica, el país más feliz del continente americano. Más rezagados están México, Chile, Panamá, Brasil, Argentina y Colombia.

Ese índice remarca que la felicidad no es estática, “cambia… de acuerdo con la calidad de la sociedad en que vive la gente”. Así se entiende que Nicaragua, bien ubicada según las mediciones del año pasado, descenderá a los infiernos  luego de la violenta represión y muertes provocadas por el régimen de Daniel Ortega contra quienes se manifiestan por el fin de su tiranía.

La felicidad no solo está atada a la belleza. Se puede vivir en un paraje magnífico, pero si se sufre una enfermedad crónica, un clima económico inestable y contaminación, las probabilidades de ser feliz se reducen. Ciudad México o Santiago están atrapadas por la contaminación y en la linda Caracas, la escasez de agua potable y alimentos, los apagones y la inseguridad, el desmantelamiento de los hospitales y el insano clima político, conspiran contra el bienestar.

El medio ambiente y la dieta saludable y el ejercicio son propiedades que hacen a la calidad de vida, pero no son suficientes. Las cuestiones físicas necesitan alma y ahí es donde se insertan los valores espirituales, emocionales y morales.

Muchos confunden la felicidad con la alegría, el entusiasmo y el optimismo, pero muchas veces está relacionada a la superación, el sacrificio y, sobretodo, al propósito de vida. También se confunde con el tener, el éxito y la fama, aunque el cómico Robin Williams, así como muchas celebridades que se suicidaron, desmitifican esos atributos.
Al contrario, nadie puede negar la felicidad de San Francisco de Asís que se consagró a la pobreza, la de la Madre Teresa que vivió sirviendo entre leprosos, la de Ghandi que sufrió violencia por pregonar la no violencia o la de Stephen Hawking que, incapaz de mover un dedo, nos regaló haber descifrado muchos misterios del Universo. La felicidad radicaba en sus objetivos de vida.

Si se presta atención a sus entrelíneas, el Papa hace referencia continua a la felicidad física y al bienestar espiritual bajo la correlación persona-lugar-propósito. En el documental presentado en el reciente Festival de Cannes, “Papa Francisco: un hombre de palabra”, habla de alcanzar la plenitud con la vocación de servicio y el amor al prójimo, a lo que le suma sus tres principios espaciales, o de lugar, que dignifican e incentivan la felicidad del ser humano: “Tierra, techo y trabajo”. trottiart@gmail.com

mayo 06, 2017

Invertir en la felicidad

Uno de los proyectos más relevantes sobre la felicidad está en riesgo de extinguirse. Donald Trump está recortando gastos públicos y entre los perjudicados aparece una investigación de más de 80 años de la Universidad de Harvard, sostenida con fondos federales.

Si se desactiva este proyecto, quedará trunco un estudio que investiga el estado emocional y físico de un mismo grupo de personas de tres generaciones, sus relaciones familiares y amistades, el trabajo y los placeres. El estudio es simple pero no superfluo. Busca descifrar qué nos hace felices.

La felicidad es una aspiración importante del ser humano desde tiempos remotos. Ha devanado los sesos de los filósofos más encumbrados de la historia. Al contrario de lo que muchos piensan, no es un concepto abstracto. El derecho a la felicidad, junto al de la vida y la libertad, está incrustado en la Declaración de Independencia de EEUU.

El Gran Estudio de Harvard, nacido en 1938, ha descubierto cosas que difieren y tienen similitudes con la búsqueda de la felicidad que Thomas Jefferson incluyó en aquella visión de país. Jefferson creía que el bienestar no debía ser una búsqueda individual, sino que el Gobierno estaba obligado a crear las oportunidades necesarias para que las personas alcancen sus metas. La procura del bien común y la honestidad del servidor público eran esenciales en su teoría.

Todavía no existe certeza sobre la fórmula apropiada para alcanzar y medir la felicidad. Para muchos es una búsqueda existencial; para otros, espiritual y para algunos es emocional. Cada quien la mide desde su experiencia personal. Los estudios son vastos. Varios, la asocian a aspectos de bienestar personal y enfatizan que el tener dinero y poseer bienes materiales son elementos significativos de la felicidad. Otros dicen lo contrario. Enfatizan que el acceso al agua potable, a la educación, a la salud, a vivir en un ecosistema respetable y en un clima de tolerancia hacen a la felicidad.

La felicidad hace rato que dejó de ser una cuestión de autoayuda o de likes en Facebook, convirtiéndose en un asunto de Estado, parte de la ciencia económica y política. De ahí que surgieron diferentes índices para medirla. La ONU la mide por el PBI; también por la equidad, la percepción de la corrupción y el nivel de libertad. La Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económicos (OCDE) formuló 24 indicadores para que las personas definan su estado de bienestar. Francia e Inglaterra tienen índices propios y Bután reemplazó la medición del PBI por el índice de Felicidad Nacional Bruta.

Los países más ricos y desarrollados no siempre están en los primeros puestos del ranking. En Arabia Saudita y Dubai la gente no se siente feliz.  La revuelta de la Primavera Árabe demostró que en esas naciones ricas el descontento está atado a la discriminación de la mujer, la falta de democracia y la exclusión política de los ciudadanos. También existen sarcasmos demagógicos sobre la felicidad. El gobierno de Venezuela creó un Viceministerio para la Suprema Felicidad Social del Pueblo, un sinsentido, si se considera que los índices muestran que el bienestar es más esquivo cuanto más autoritario es un sistema.

El estudio de Harvard reafirma viejas fórmulas de sentido común que de alguna forma quedaron rezagadas por la vida moderna. La felicidad no tendría que ver tanto con el contexto económico y político, sino más bien con los lazos interpersonales del individuo, sus relaciones familiares y amistades. Demuestra que las relaciones más cálidas y duraderas ofrecen mayor equilibrio emocional, incentivando, incluso, una mayor expectativa de vida de las personas.

Ese equilibrio emocional es ponderado por la Organización Mundial de la Salud. Considera que el gran desafío actual son las enfermedades mentales, como la depresión (la ausencia de felicidad) ya que tiene tintes de epidemia global.

Por lo tanto, quitarle fondos a proyectos que buscan arrojar luz sobre misterios elusivos para la humanidad como la felicidad, puede tener efectos negativos. Los descubrimientos de este estudio pueden servir para crear programas para prevenir enfermedades, generar proyectos de desarrollo y de progreso social para los países. Al contrario, en vez de recortes, la felicidad merece más atención e inversión. trottiart@gmail.com



julio 02, 2013

Felicidad antónimo de corrupción

La revista Time publicó una nota interesante sobre la felicidad y el 4 de julio, día de la Independencia de EE.UU., debido a que la “persecución de la felicidad”, es un principio inalienable del ser humano junto a los derechos a la vida y a la libertad, según están expresados en la Declaración de la Independencia de 1776.

La explicación está basada en que la felicidad no era un objetivo destinado al derecho individual, sino más bien la obligación del gobierno de buscar y alcanzar el bien común, un aspecto que Thomas Jefferson trae a colación desde la concepción que hacen de este valor los filósofos griegos, entre ellos Aristóteles.

El bien común, la persecución del bien para todos, en definitiva, es el valor general que permite a todas las personas alcanzar el potencial de la felicidad en forma individual. De ahí lo importante de la obligación y el deber de los gobernantes de entender que la función pública significa servicio público y que no pueden hacer prevalecer sus intereses personales ni políticos ni partidarios por sobre los de la ciudadanía.

La persecución de la felicidad también tiene otras interpretaciones, más personales, entre ellas, las que están identificadas con cuestiones laborales y al salario, a la salud, a las relaciones familiares, a la educación y a la salud.


Pero en los que respecta a la persecución de la felicidad, este valor está definido como antónimo de la corrupción.

enero 22, 2013

Vida, libertad y felicidad


El discurso inaugural del segundo período presidencial de Barack Obama fue para volver a creer. Basado en los valores tradicionales que se desprenden de la Declaración de Independencia – vida, Libertad y búsqueda de la felicidad – fue un mensaje de optimismo y esperanza, para tratar de limitar el escepticismo y el pesimismo que marcaron su primer período tras una crisis económica y recesión que siguen empobreciendo los sueños de muchos.

En momentos en que el país cada acción se debate con profundidad y está polarizado ante los grandes temas – déficit presupuestario, deuda o derechos a poseer armas, al aborto, a los matrimonios gay, legalización de las drogas o a la participación en conflictos externos – Obama dio a entender que la tolerancia y respeto por la pluralidad y diversidad de las ideas, la libertad de expresión, es tanto un derecho como un deber de la sociedad: “No significa que todos definamos la libertad de la misma manera, ni que sigamos exactamente el mismo camino hacia la felicidad. El progreso no nos obliga a resolver debates de siglos de duración sobre el papel del gobierno para la eternidad, sino que nos exige que actuemos en nuestro tiempo”.
 Obama se alejó de las falsas expectativas patrioteras que suelen abundar en los discursos presidenciales, para enfrascarse en las responsabilidades internas y externas del gobierno y sus ciudadanos. Llamó a la paz, a terminar con una década de guerras, a más y mejores trabajos y oportunidades y a continuar con los sueños incumplidos de Abraham Lincoln y de Martin Luther King para que toda persona sea igual y tenga las mismas posibilidades, pese al color de su piel u orientación sexual.

Rescato algunas de las frases más acertadas de su discurso de 15 minutos frente al Capitolio:

“A lo largo de todo esto, jamás hemos abandonado nuestro escepticismo de autoridad central, ni hemos sucumbido a la ficción de que los males de la sociedad pueden curarse solo a través del gobierno. Nuestra celebración de iniciativa y empresa, nuestra insistencia en el trabajo duro y la responsabilidad personal, esos son factores inamovibles de nuestro carácter”.
“Está llegando a su fin una década de guerra. Ha comenzado una recuperación económica. Las posibilidades de los Estados Unidos no tienen límite, pues poseemos todas las cualidades que requiere este mundo sin límites: juventud e impulso; diversidad y transparencia; una capacidad inagotable para el riesgo, y una facilidad para la reinvención”.
“Entendemos que nuestro país no puede tener éxito cuando cada vez menos gente tiene mucho éxito y cada vez más gente apenas puede cubrir sus gastos. Creemos que la prosperidad de los Estados Unidos tiene que ser una responsabilidad que esté sobre los amplios hombros de una clase media creciente”.
“Nosotros, el pueblo de los Estados Unidos, aún creemos que la seguridad y la paz duraderas no requieren estar en guerra perpetua”.
“Seguiremos defendiendo a nuestro pueblo y sosteniendo nuestros valores con la fuerza de las armas y el estado de derecho”.
“Estados Unidos seguirá siendo el áncora de alianzas sólidas en cada rincón del globo. Y renovaremos aquellas instituciones que amplíen nuestra capacidad para gestionar las crisis en el extranjero, pues nadie tiene más en juego en un mundo pacífico que su nación más poderosa. Apoyaremos las democracias en todas partes, desde Asia hasta África, desde las Américas hasta el Medio Oriente, pues así nos inspiran nuestros intereses y nuestra consciencia para obrar a favor de aquellos que anhelan ser libres”.
“Nuestro recorrido no estará completo hasta que nuestras esposas, nuestras madres y nuestras hijas puedan ganarse la vida como corresponde a sus esfuerzos. Nuestro recorrido no estará completo hasta que a nuestros hermanos y hermanas gay se les trate igual que a todos los demás según la ley, porque, si nos han creado iguales de verdad, entonces el amor que profesamos debe ser también igual para todos”.
“Nuestro recorrido no estará completo hasta que encontremos una manera mejor de recibir a los inmigrantes esforzados y esperanzados que todavía ven a los Estados Unidos como el país de las oportunidades; hasta que los jóvenes estudiantes e ingenieros brillantes entren a formar parte de nuestra fuerza laboral en lugar de que se les expulse de nuestro país”.
“Ése es el deber de nuestra generación: hacer que estas palabras, estos derechos, estos valores, de vida, libertad y búsqueda de la felicidad, sean reales para cada uno de los estadounidenses. El hecho de ser fieles a nuestros documentos sobre los que se fundó Estados Unidos no nos exige que estemos de acuerdo con cada aspecto de la vida. No significa que todos definamos la libertad de la misma manera, ni que sigamos exactamente el mismo camino hacia la felicidad. El progreso no nos obliga a resolver debates de siglos de duración sobre el papel del gobierno para la eternidad, sino que nos exige que actuemos en nuestro tiempo”.

noviembre 15, 2008

Felicidad: percepción estúpida

No todas las encuestas son creíbles. La más reciente de Latinobarómetro que se divulgó este jueves sobre que los latinoamericanos somos los más felices del mundo no es muy creíble. Creo que en eso tienen que ver mucho la forma en que se hacen las preguntas, en qué contexto, en qué día, etc…

No estoy en contra de que no haya felicidad o esperanza en el futuro, pero con sólo visitar varios países latinoamericanos uno se puede dar cuenta de que hay realidades muy tristes como para creer que en este continente somos felices. Uno se pregunta: ¿felices comparado a qué?

El informe de Latinobarómetro se realizó en 18 naciones de nuestra región entre 20 mil personas. Sobre la satisfacción con la vida el 66% respondió favorablemente comparado al 41% registrado en 1997.

En promedio el 38% de la gente piensa que la situación económica de su país mejorará el año próximo. Paraguay – tal vez por ser el país que eligió al ex obispo Fernando Lugo con la promesa de luchar contra la pobreza - es el país con el mejor índice, 78%, mientras que el peor puesto lo ocupan empatados Guatemala y República Dominicana, con el 23%.

Si uno mira los conflictos y la polarización que se ha creado en varios zonas como Argentina, Venezuela, Bolivia, Nicaragua, Ecuador, por citar algunas, y la pobreza extrema que reina en Haití, Nicaragua, y mantienen a 40 millones sumergidos, la degradación continua de las clase media debido a la crisis actual y las recientemente pasadas en el resto del continente, Latinobarómetro parece muy endeble y difícil de creer.

Latinobarómetro cita que la mayor preocupación de los latinoamericanos son la violencia y el desempleo. Sin embargo, se olvida de la pobreza extrema, la desigualdad (en Brasil el 2% de la gente posee más que el 98% del resto) la falta de oportunidades educacionales, el acceso a la salud de la mayoría y la economía informal que no garantiza derechos sociales.

Ante estos desafíos, la felicidad de los latinoamericanos no parece tal, a no ser que la comparemos con los países africanos que deben ser los únicos que están con mayores indigencias que las nuestras. Da la sensación de que estas percepciones (al fin y al cabo las encuestas se basan en lo que la gente piensa o siente en un momento determinado, no en una realidad medible) parecen apreciaciones estúpidas y una tomadura de pelo que no ayudan en nada para pintar la realidad de nuestro hemisferio.

Si la encuesta se hubiera referido a felicidad en igualdad de condiciones que la alegría, podría ser más creíble, porque nuestros pueblos, a pesar de la infelicidad se mantienen con alto grados de alegría. Pero no se pueden mezclar estos dos valores. La felicidad es algo distinto a la alegría.

La ironía de la libertad

Existen dos tipos de libertad, la propia y la ajena. Una es la que gerenciamos y depende estrictamente de nuestra conciencia y de las decisi...