Uno de
los proyectos más relevantes sobre la felicidad está en riesgo de extinguirse. Donald
Trump está recortando gastos públicos y entre los perjudicados aparece una
investigación de más de 80 años de la Universidad de Harvard, sostenida con
fondos federales.
Si se
desactiva este proyecto, quedará trunco un estudio que investiga el estado
emocional y físico de un mismo grupo de personas de tres generaciones, sus relaciones
familiares y amistades, el trabajo y los placeres. El estudio es simple pero no
superfluo. Busca descifrar qué nos hace felices.
La
felicidad es una aspiración importante del ser humano desde tiempos remotos. Ha
devanado los sesos de los filósofos más encumbrados de la historia. Al
contrario de lo que muchos piensan, no es un concepto abstracto. El derecho a
la felicidad, junto al de la vida y la libertad, está incrustado en la
Declaración de Independencia de EEUU.
El Gran Estudio de Harvard, nacido en 1938, ha descubierto cosas que
difieren y tienen similitudes con la búsqueda de la felicidad que Thomas
Jefferson incluyó en aquella visión de país. Jefferson creía que el bienestar
no debía ser una búsqueda individual, sino que el Gobierno estaba obligado a
crear las oportunidades necesarias para que las personas alcancen sus metas. La
procura del bien común y la honestidad del servidor público eran esenciales en
su teoría.
Todavía
no existe certeza sobre la fórmula apropiada para alcanzar y medir la
felicidad. Para muchos es una búsqueda existencial; para otros, espiritual y
para algunos es emocional. Cada quien la mide desde su experiencia personal.
Los estudios son vastos. Varios, la asocian a aspectos de bienestar personal y enfatizan que el tener dinero y poseer bienes materiales
son elementos significativos de la felicidad. Otros dicen lo contrario.
Enfatizan que el acceso al agua potable, a la educación, a la salud, a vivir en
un ecosistema respetable y en un clima de tolerancia hacen a la felicidad.
La felicidad
hace rato que dejó de ser una cuestión de autoayuda o de likes en Facebook,
convirtiéndose en un asunto de Estado, parte de la ciencia económica y política.
De ahí que surgieron diferentes índices para medirla. La ONU la mide por el PBI; también por la equidad, la
percepción de la corrupción y el nivel de libertad. La Organización
para la Cooperación y el Desarrollo Económicos (OCDE) formuló 24 indicadores para
que las personas definan su estado de bienestar. Francia e Inglaterra tienen índices
propios y Bután reemplazó la medición del PBI por el índice de Felicidad
Nacional Bruta.
Los países
más ricos y desarrollados no siempre están en los primeros puestos del ranking.
En Arabia Saudita y Dubai la gente no se siente feliz. La revuelta de la Primavera Árabe demostró que
en esas naciones ricas el descontento está atado a la discriminación de la
mujer, la falta de democracia y la exclusión política de los ciudadanos.
También existen sarcasmos demagógicos sobre la felicidad. El gobierno de
Venezuela creó un Viceministerio para la Suprema Felicidad Social del
Pueblo, un sinsentido, si se considera que los índices muestran que el
bienestar es más esquivo cuanto más autoritario es un sistema.
El
estudio de Harvard reafirma viejas fórmulas de sentido común que de alguna
forma quedaron rezagadas por la vida moderna. La felicidad no tendría que ver tanto
con el contexto económico y político, sino más bien con los lazos
interpersonales del individuo, sus relaciones familiares y amistades. Demuestra
que las relaciones más cálidas y duraderas ofrecen mayor equilibrio emocional, incentivando,
incluso, una mayor expectativa de vida de las personas.
Ese
equilibrio emocional es ponderado por la Organización Mundial de la Salud.
Considera que el gran desafío actual son las enfermedades mentales, como la
depresión (la ausencia de felicidad) ya que tiene tintes de epidemia global.
Por lo
tanto, quitarle fondos a proyectos que buscan arrojar luz sobre misterios
elusivos para la humanidad como la felicidad, puede tener efectos negativos.
Los descubrimientos de este estudio pueden servir para crear programas para
prevenir enfermedades, generar proyectos de desarrollo y de progreso social
para los países. Al contrario, en vez de recortes, la felicidad merece más atención
e inversión. trottiart@gmail.com
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