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mayo 11, 2015

Matar por matar

En Guatemala matan mujeres, en Brasil ambientalistas, en México periodistas, en El Salvador policías, en Honduras abogados, en Colombia militares, en Argentina jubilados, en EEUU negros y en Venezuela por una bicicleta.

Las sociedades están más violentas que nunca según las últimas mediciones. Se han incrementado superlativamente los robos con violencia. Las drogas y el narcotráfico con sus mafias conexas infiltran instituciones, lideran el crimen organizado y corroen todo.

Sin embargo, los mayores índices de violencia no son fruto de la inseguridad que producen estos grupos y otros delincuentes, sino más bien del clima de profunda impunidad que se ha enquistado en todas las sociedades. La falta de justicia constante derivó en un fenómeno cultural, cuya consecuencia más perversa es la indolencia. Nos hemos acostumbrado a vivir entre violentos y los que deciden matar por matar.

La institucionalización de la violencia acarrea problemas mayores: La deshumanización de las víctimas. En México, por ejemplo, la desaparición y asesinato de los 43 estudiantes de Ayotzinapa son solo una estadística. Rara vez salen a relucir sus nombres e historias de vida o sobre por qué protestaban, antes que los policías los vendieran a los narcos.
En Argentina, México y Venezuela se triplicaron los robos con violencia y ya se toma por habitual que alguien sea asesinado durante el hecho. En Brasil, Honduras y Guatemala, los asesinatos son selectivos, matan a quienes tenían una causa o la misión de combatir la violencia.

En muchos países los conflictos superan al Estado. En Colombia en plena negociación del proceso de paz entre el gobierno y las Farc, los guerrilleros minaron los acuerdos con una matanza de nueve militares. El gobierno de El Salvador no pudo sostener la tregua con las pandillas juveniles y en marzo los asesinatos se cuadriplicaron, murieron 481 personas, entre policías, militares y  pandilleros.

En Brasil y Guatemala, ante el clima irracional de impunidad, los propios agentes del Estado empiezan a tomar la justicia por manos propias. El nuevo fenómeno de grupos paraestatales rememora los nefastos escuadrones de la muerte de épocas pasadas. En Guatemala acaban de desbaratar un grupo parapolicial con 19 agentes y comisarios dedicados a ejecuciones extrajudiciales.

La falta de justicia es una papa caliente a la que nadie se atreve. Para las elecciones generales que se avecinan en Guatemala y Argentina, los candidatos hablan sobre la justicia pero en su esfera política, o de educación y salud temas más fáciles de asir, pero poco se propone para combatir la impunidad. No asumen que la ineficiencia de la justicia cotidiana es la mayor causa de degradación social.

El problema de la violencia y la impunidad es complejo. Los medios de comunicación tampoco ayudan mucho. El sensacionalismo conspira contra las soluciones, en especial porque hace apología de la violencia y deshumaniza a las víctimas. En EEUU el gobierno combate esta deshumanización habiendo instaurado la Semana Nacional de los Derechos de las Víctimas del Crimen que se celebra en abril. El objetivo es evitar que se le dé más importancia a los detalles del crimen y a sus perpetradores, que a la víctima y sus familiares.
Un estudio reciente de la Universidad de Las Américas de Puebla adivina este camino. Condena al Estado mexicano por tratar de resolver el problema de la inseguridad con más policías. Los miles de agentes que se agregaron a la fuerza de seguridad en el último sexenio, fue un balde en el océano. “No se necesita invertir cada vez más recursos para aumentar el número de policías, sino en los procesos que garanticen la efectividad de sus acciones”, concluye el informe.
La universidad reclama que tanto en México como en Colombia, los países con mayor impunidad en América Latina, la inseguridad se debe combatir con más jueces, con mayores recursos económicos y capacitación para las fiscalías y el sistema de ministerio público.
La falta de justicia y la deshumanización de la violencia tienen un mayor agravante. Cuando la gente descree de las instituciones, se acostumbra al crimen y no denuncia. Cuando esto se hace habitual y la sociedad se deja ganar por el desánimo, se crea un círculo vicioso, suelo fértil para los violentos y delincuentes que doblan la apuesta. 

enero 16, 2014

Maduro y las telenovelas como chivo expiatorio

El presidente venezolano Nicolás Maduro, como varios de sus colegas latinoamericanos en los últimos años, no ha encontrado mejor excusa o chivo expiatorio para el grave problema de la inseguridad, que acusar a los medios de comunicación, en particular a la TV y sus telenovelas, por fomentar la violencia y los antivalores en la sociedad.

La ocurrencia de Maduro sería anecdótica y para no tener en cuenta si se trataría solo de una excusa para justificar la falta de acción y planificación de su gobierno en materia de seguridad. Pero el riesgo es que durante el gobierno chavista, tras la acusación del oficialismo contra los medios en el mismo sentido, se han creado leyes y decretos para imponer sanciones y censurar a los medios. Justamente, la ley de Responsabilidad Social sancionada por Hugo Chávez en 2004, bajo las mismas argumentaciones actuales de Maduro – crear un sistema de protección de la niñez ante la promoción de la violencia provocada por la radio y televisión – sirvió para cerrar televisoras, como RCTV y decenas de cables, así como cientos de radios, no para proteger a los niños sino blindar al gobierno de las críticas.

Existen estudios para uno y otro sentido sobre la mala influencia en la conducta de los niños por parte de la televisión y los videojuegos, pero de ahí hacerlos responsables de la inseguridad ciudadana hay un trecho muy largo. Si así fuera, EE.UU. debiera ser el país más inseguro y peligroso del mundo debido a la mala influencia de Hollywood con cientos de nuevas películas que hacen escuela diaria sobre violencia, escándalos, conspiraciones y terrorismo.

El peligro del argumento de Maduro es que ya ha dado instrucciones a la ministra de Comunicación y al Consejo Nacional de Telecomunicaciones para que revise la programación de las televisoras, acusándolas de antemano de crear inseguridad y generar violencia por la trasmisión de telenovelas, acusándolas de fomentar “antivalores de la muerte, culto a la droga, culto a las armas, culto a la violencia”.
De esta forma Maduro trata de expiar los pecados de su propio gobierno y de su predecesor que poco pudieron hacer en materia de seguridad, convirtiendo a Venezuela en uno de los países más violentos de la región con 79 asesinatos cada cien mil personas. Según la ONG, Observatorio Venezolano de Violencia, 25.000 asesinatos se produjeron en el país durante el 2013.
Es que si bien Maduro puso énfasis en la pacificación en su discurso este miércoles ante el Congreso, su atención sobre el tema de la inseguridad no ocurrió hasta el asesinato de la actriz y ex miss Universo, Mónica Spears y su esposo, crimen que levantó indignado a muchos sectores de la sociedad venezolana.

Como siempre y por todo concepto, tanto Maduro como el chavismo, son muy astutos en echarle la culpa a los demás de las deficiencias, ineficacia, omisiones y manipulaciones de su gobierno. Así es el imperio, el capitalismo, los burgueses, la oligarquía, los diplomáticos estadounidenses, los comerciantes inescrupulosos, quienes tienen la culpa de los males de Venezuela.


En realidad, más allá de la ineficiencia de su gobierno para controlar la seguridad, el orden en las cárceles o de dotar a la justicia y las fuerzas de seguridad con recursos humanos y técnicos, Maduro es responsable directo en materia de inseguridad por varios motivos. Ha armado a un grupo nacional de autodefensa que en cualquier momento puede desviarse como está sucediendo con los grupos paraestatales mexicanos de Michoacán; ha incentivado y justificado a las turbas a saquear comercios y supermercados como castigo por el alza de precios y mantiene un discurso irracional y polarizante contra la oposición y cualquier individuo que no simpatice con su gobierno.

Maduro, en lugar de echar culpas a los demás, debería estar mirando muy de cerca lo que pasa fuera de las ventanas del Palacio de Miraflores y actuar en consecuencia. Es que Caracas se ha convertido en la segunda ciudad más violenta del mundo, después de la hondureña San Pedro Sula, de acuerdo el Consejo Ciudadano para la Seguridad Pública y la Justicia Penal.

Esta ONG mexicana informó que Caracas está segunda en una clasificación de las 50 ciudades más violentas del mundo, con 134 asesinatos en 2013 por cada cien mil habitantes. San Pedro Sula tiene una tasa de 187 homicidios y Acapulco es tercero con 117. En el informe, que incluye a 50 ciudades con al menos 300 mil habitantes, se encuentras 43 ciudades de América Latina, además de tres de Sudáfrica y cuatro de EE.UU., entre ellas 16 de Brasil, nueve de México, seis de Colombia, cinco de Venezuela, dos de Honduras y una de El Salvador, Guatemala, Jamaica, Haití y Puerto Rico.
Entre las críticas que la ONG hace a los gobiernos por la manipulación de datos en materia de seguridad, sobre el de Maduro es bien concreto: “Ha demostrado que no le interesa la transparencia y la rendición de cuentas, sino el ocultamiento o la propaganda, muchas veces basada en mentiras”.
Según esta ONG, en 2013, el gobierno anunció una reducción del 17% de los asesinatos comparado al año anterior, pero demostró que “en las morgues siguió aumentando el número de ingreso de cadáveres”.

noviembre 18, 2013

Ni resignarse ni tirar la toalla ante la adversidad

Cuando la inseguridad pública, la inflación y la corrupción son desbordantes, y las crisis se repiten hasta el cansancio carcomiendo las esperanzas, la mayoría de la gente no atina a rebelarse, sino a resignarse y aceptar la realidad tal cual es.

A esa resignación moldeada por la frustración e impotencia por no poder cambiar las cosas, la psicología la denomina teoría de la indefensión aprendida. Es cuando la persona, al reconocerse incapaz para alterar el resultado, asume una conducta indiferente, pasiva y peligrosamente conformista.

Sucede en todas las sociedades. En las desarrolladas, como EE.UU., donde 11 millones de indocumentados vieron esta semana escabullir sus sueños por una reforma migratoria incumplida. En naciones estables, como Chile, donde los candidatos tratan de despabilar a votantes indiferentes que prometen gran abstención en las elecciones de este domingo. O en débiles democracias, como la nicaragüense, donde después de grandes berrinches, ya se aceptó que Daniel Ortega reforme la Constitución para eternizarse en el poder.

Muchas veces esa indefensión aprendida no es producto de la casualidad, sino inducida con intención. El caso típico es Venezuela. Es el país donde mejor se observa cómo los repetidos abusos de poder van desgastando las fuerzas de la gente que, abatida, hace suya la frase acostumbrada: “Nos merecemos el gobierno que tenemos”.

Ante esa desesperanza, el gobierno aprovecha para alimentar ese círculo vicioso de abusos y resignación. Como esta semana que, a imagen y semejanza de una Cuba económicamente discapacitada, Nicolás Maduro consiguió la ley que lo habilita a gobernar sin Congreso y decretar su “guerra económica”. Ya mandó detener la inflación por decreto e incentivó a las hordas para que desvalijen comercios de electrodomésticos, castigando así a comerciantes “imperialistas y especuladores”.

En el ánimo por controlar la economía y las voluntades, Maduro prohibió a los medios que hablen de “saqueos” so pena de cerrarlos o incautarlos, así como antes había prohibido informar sobre motines carcelarios y hechos de violencia. Un control que para los críticos se ejerce mediante amenazas e intimidación, mientras que a sus simpatizantes embarduna con clientelismo, a sabiendas de que los subsidios generan sumisión, mientras que el trabajo crea peligrosa libertad.

Pero el control puede ser solo un espejismo de bienestar, más aún cuando Cuba es el espejo. Es que la indefensión aprendida no siempre actúa como anestesia. En sus primeras etapas, esta genera resignación, indiferencia y conformismo, pero luego puede degenerar en estadios más peligrosos, como se vio con la “Primavera Árabe”, cuando las muchedumbres se desbordaron cansadas por la continua opresión.

Generalmente cuando se superan varias etapas y el sentimiento de derrota se transforma en fatalidad, trauma y enfermedad, las masas explotan apoyando cambios radicales y rupturas abruptas de sistema. De ahí que los golpes de Estado todavía no se hayan borrado del panorama mundial, como en Egipto, Paraguay y Honduras.

También ocurre que en procesos menos traumáticos, se termina por apoyar a líderes mesiánicos, “outsiders” e inexpertos de la política, desconocidos que se hacen populares con eslóganes anticorrupción y de “poner la casa en orden”, pero que al poco tiempo se desenmascaran más corruptos y abusadores que sus antecesores. La historia está llena de ellos y no distingue en ideologías de izquierda o derecha, pasando desde los hermanos Castro hasta Augusto Pinochet o desde Alberto Fujimori hasta Hugo Chávez.

Esa misma historia muestra que el sentimiento de indefensión, suele llevar a sociedades enteras a un estado de depresión y fracaso, en las que la gente no entiende por qué habiendo tantos recursos, las crisis son intermitentes y replicables de generación en generación.

Evitar esa indefensión aprendida no es una cuestión social, sino, ante todo, una responsabilidad individual. En democracia cada uno debe asumir una actitud proactiva, pese a los contratiempos. Participar de las elecciones, centros comunitarios y de cacerolazos; denunciar los malos servicios y las injusticas; alzar la voz en los medios y redes sociales, son formas de participar y hacer sociedad. No tirar la toalla, no rendirse, es el mejor antídoto contra la indefensión. 

noviembre 23, 2010

Inseguridad: pan de cada día

No hay sociedad más desconfiada que aquella que debe velar por su seguridad y no lo logra. Latinoamérica está sumergida en profundos índices de inseguridad que aniquilan el Estado de Derecho. Los índices delincuenciales así sea por causas relativas al crimen organizado o a la delincuencia común se han disparado en todos los países.

El 70 por ciento de los latinoamericanos se sienten inseguros y temerosos de sufrir algún delito, y el 90 por ciento se siente amenazado de que podrá sufrir alguna forma de delincuencia, según un sondeo realizado por la Facultad Latinoamericana de Ciencias Sociales (Flacso), con sede en Quito, denominado Gobernabilidad y Convivencia Democrática en América Latina 2009-2010.

La encuesta fue realizada por Flacso en 28 ciudades de 18 países. Tal como otras encuestas sobre las que hablé en los post anteriores, la gran desconfianza de los ciudadanos en los gobiernos, está demarcado por el desempleo, la falta de oportunidades educativas y la pobreza.

Los datos de percepción de la población son alarmantes. El 58% considera que la droga fluye libre en sus comunidades; el 60% que la policía es ineficiente ni tiene recursos para combatir el crimen organizado; mientras que la mayoría considera que la libre tenencia de armas desafía sobre manera a los gobiernos.

El estudio de Flacso remarca que la inseguridad, el pan de cada día, genera un círculo vicioso que alimenta la desconfianza en las instituciones del Estado.

marzo 29, 2009

Inseguridad y televisión

En estos días, el gobierno argentino, en especial su presidente, Cristina Fernández, está tomando el toro de la inseguridad por las astas. Pero más allá de delinear políticas de seguridad para contrarrestar las estadísticas sobre mayores cantidades de delitos que en años pasados, está acusando a los medios de ser los verdaderos propagadores de la violencia, de incentivarla, o al menos de hacerla aparentar que es mayor de lo que realmente es.
Es verdad. La televisión tiene esa virtud pecaminosa de ensañarse con los hechos de sangre y con los delitos comunes, como los robos, hurtos, accidentes de tránsito, y con los graves, como los secuestros, asesinatos, violaciones, suicidios, etc… Más allá de que los periodistas puedan justificar que los medios son solo un espejo de la realidad y que tienen la obligación de retratar la realidad, lo cierto también es que hay ciertas responsabilidades ante los problemas que subyacen con el sentido de propagación y con el de imitación, particularmente.
Las conductas sociales se contagian y los medios - incluso el internet como lo hemos comentado en otro post en este blog muy responsable del contagio de casos de suicidios entre jóvenes – tienen responsabilidad en la forma que ofrecen las noticias, las muestran y les dan seguimiento. Generan muchas veces estados de incertidumbre y angustia que alteran conductas sociales.
Nunca me olvidaré los sentimientos que me asaltaron cuando llegué a vivir 16 años atrás. Después de mi trabajo regresaba al departamento que había alquilado por un mes antes de preparar el terreno para traer a mi familia. Llegaba justo para el noticiero de televisión a las seis. Por media hora todas las tardes estaba expuesto a la mayor violencia y con lujo de detalles que se generaba durante el día en Miami, y todos los canales mostraban prácticamente lo mismo, con pocas variaciones. Era atrapante, pero al mismo tiempo, llegué a dudar muy seriamente si Miami era el lugar donde debía traer a mi señora y mis tres hijos.
A defensa de los periodistas, podría decir que la televisión mostraba la realidad, eso estaba pasando durante el día. Pero lo que sucedía es que la televisión compendiaba una realidad de Miami y una óptica de violencia en media hora que no era toda la realidad. Miami, para mí, era en realidad un lugar bueno donde trabajar, tener un futuro, ir a la playa, al restaurante, al supermercado, manejar un auto, ir a las tiendas y todo en suma tranquilidad. Es decir, la realidad de la televisión era la misma pero estaba retratada en forma diferente, con un encono de violencia y desesperación.
La visión de la televisión y de la realidad tales como son no ha variado en Miami, y creo que esto se aplica al resto de las ciudades y países. Tenemos una percepción diferente de la realidad de acuerdo a lo que nos dice la televisión. La televisión potencia el grado de inseguridad que existe y sentimos.

marzo 21, 2009

La necesidad de depurar la policía

Cuando todavía usaba pantalones cortos en mi San Francisco argentino, mi mamá me rogaba que al pasar frente al destacamento policial lo hiciera por la otra acera. “Nunca se sabe con esos tipos”, me decía, denotando la desconfianza que en aquella época recaía sobre los uniformados.
Cincuenta años después, la percepción sobre el descrédito de los policías, lejos de mejorar, se profundizó en cada ciudad latinoamericana. El clima de inseguridad, reflejado en el simple hecho de tener miedo de salir a la calle o tomar un taxi por temor a ser víctima de atraco o secuestro, se ha desmejorado aún más, ya que quienes deben velar por el orden público y prevenir el delito, se han convertido en cómplices de los delincuentes.
La apreciación es general. Un sondeo reciente en 330 localidades guatemaltecas reflejó que el 82% de la gente desconfía de los agentes de la policía. Ese desengaño alcanza al 83% en Buenos Aires, mientras que otra encuesta en Uruguay, reveló que el 56% de los comerciantes víctimas de hurto, jamás denunció el delito porque la policía simplemente no resolvería.
La inseguridad y la desconfianza policial han engendrado problemas sociales mayores, como la justicia por mano propia. En Venezuela se registraron 15 casos de linchamiento y 60 intentos durante el 2008, situación similar que afectó a Guatemala y Bolivia. En otros países, como Brasil y Nicaragua, es aún peor. Se han formado grupos parapoliciales que producen más delitos de los que tuvieron como objetivo controlar.
Debido a estos factores, en varias localidades como Villa Hermosa en México, la gente, cansada del narcotráfico y los secuestros expresos, está pidiendo a gritos que el Ejército reemplace a la ineficiente y corrupta policía. La experiencia, de todos modos, indica que los militares no traen soluciones a largo plazo, ya que suelen generar violaciones a los derechos humanos.
También es verdad que no es fácil ser policía. En la mexicana Ciudad Juárez, 80 agentes fueron asesinados en 2008, mientras que el jefe de la Policía, para evitar que se cumpla la amenaza del narcotráfico de que matarían a un uniformado cada 48 horas, debió renunciar. La fuerza de seguridad de esa ciudad sigue disminuyendo. El nuevo alcalde depuró a la mitad de una plantilla de 1.400 agentes por complicidad con el narcotráfico y a pesar de que paga los mejores sueldos del país, ofrece vivienda y seguro de vida, ni remotamente podrá reclutar a los 4.000 hombres indispensables para mantener el orden.
Cuando la corrupción es notoria e inmanejable, los gobiernos suelen responder con depuración, pero a pesar de que la limpieza se viene aplicando por décadas, como en República Dominicana donde depuraron a 27 policías por nexos con el narcotráfico, pareciera que los reclutas toman los vicios corruptos de los despedidos al poco tiempo de ingresar.
La encrucijada es grande. Hay países como Costa Rica donde el presupuesto para la seguridad pública es del 0.5% del PBI, mientras se trata del mayor reclamo social. En otros países, los policías ganan salarios por debajo de la línea de la pobreza, lo que incentiva dejarse tentar por el crimen organizado.
El clamor por más seguridad ya es protesta pública en varias ciudades. Pero lamentablemente se barajan muchos parches, sin fórmulas que combinen la prevención y la represión, la creación de una mejor cultura ciudadana sumada a mejores salarios, selección y control de los policías; mayor presencia en las calles; alianzas vecinales para combatir el crimen; endurecimiento de penas; reducción de la edad de procesamiento de menores; reducción de tiempo de los procesos judiciales; aumento del número de juzgados.
Hasta ahora hay dos caminos a imitar que dieron resultados: el que profesó el ex alcalde de Nueva York, Rudolph Giuliani, quien enfrentó los problemas de seguridad con más policías, cámaras de video, vigilancia y represión; y el que siguió el ex alcalde de Bogotá, el filósofo Mockus, quien combatió el crimen incentivando la cultura ciudadana con programas de socialización y conducta que permitieron bajar y prevenir los conflictos.
Tal vez la fórmula del éxito para combatir la inseguridad y generar credibilidad en la policía sea una combinación de ambas filosofías. Mientras tanto, la desconfianza ciudadana es una ventaja para los delincuentes.

septiembre 08, 2008

México: entre acribillados y decapitados

Ya no se puede hablar de la “colombianización” de México, porque en realidad el crimen organizado, en especial el narcotráfico, ya ha hecho que en este país supere con creces lo que sucede en Colombia.

En esta etapa los carteles de la droga en México están creando una psicosis del terror para poder ganar y “gobernar” sus territorios a placer. La reacción del gobierno, que el año pasado envió a los militares a las calles, todavía no está dando resultados muy concretos. Lo que tampoco es una tarea fácil, porque el narcotráfico ha infiltrado y corrompido a las instituciones, incluyendo a las Fuerzas Armadas. Justamente, uno de los carteles más temidos es el de Los Zetas, conformado por ex militares desertores que los hacen por dos razones: para cuidar el propio pellejo y el de sus familias porque son continuamente amenazados si no saltan de bando, y porque traficando o protegiendo a los contrabandistas cobran tres, cuatro o cinco veces más su salario.

Esta tarde llegué a México y las sorpresas son espeluznantes. Ayer, un grupo comando del crimen organizado acribilló a siete policías en el estado de Michoacán, no muy lejos de la zona del Distrito Federal. En ese mismo estado ya hubo otras masacres de policías en semanas recientes, lo que lleva a una cifra de 197 uniformados asesinados este año, de un total de 3.051 personas acribilladas en todo el país a manos del crimen organizado.

Las noticias indican que en Sinaloa apareció decapitado un agente de tránsito que había sido secuestrado días pasados. Esta modalidad, morbosa, al estilo de aquellas guerras pasadas en que los vencedores mostraban como trofeo las cabezas de sus vencidos en sus picas, pretende crear un clima de terror y ansiedad colectiva.
En otro estado, en Tabasco, los militares capturaron a una banda de secuestradores compuesta de siete personas, y ya no causó sorpresa que tres de los maleantes hayan sido también militares en su pasado reciente. En Veracruz, la Procuraduría General de Justicia indicó que capturaron a los responsables de un veterinario y un ganadero: entre ellos, el comandante de la Policía Municipal de una localidad. El jefe policial confesó que participó del secuestro y que cobraba 5.000 pesos (unos 500 dólares) por “limpiar la carretera” (para que sus “cuates” pudieran emboscar a quienes plagiarían, y un porcentaje del rescate. Pero lo peor del caso, es que también confesó que le habían ofrecido desertar y ser integrante de la banda, pero prefirió quedarse porque dentro de la corporación “servía más”.

A diario explotan noticias en Perú, Argentina, Brasil, Centroamérica, por no citar a todos, sobre la participación de narcos mexicanos en numerosos delitos violentos, tratando de ganar sus territorios y negocios. México, que todavía sigue siendo un país de paso y no de producción de droga como los es Colombia, sin embargo, ya se ha convertido en un país consumidor. Y ese es el problema, ya que no solamente el narcotraficante mexicano está exportando violencia, sino consumo.

La “mexicanización” de muchos países ya hace rato que empezó. Y si los gobiernos siguen escépticos ante este fenómeno, no faltará mucho en que las calles se llenarán de decapitados y de militares y policías desertores.

septiembre 01, 2008

La impotencia frente a la inseguridad

Como en muchos países del mundo, la gente se está rebelando en contra de los gobiernos debido a la falta de ineficacia del poder público para combatir la inseguridad. Este fin de semana, los mexicanos, cansados de la impotencia que significa vivir en medio de la violencia, salieron a las calles de todo el país hastiados por la ola de violencia y de un gobierno incapaz de neutralizarla.

Siempre recordaré a mi amigo Jesús Blancornelas, director del semanario Zeta de Tijuana, y quien tuvo que soportar el asesinato de tres de sus periodistas y un atentado en su contra, cuando me dijo: “Lo que sucede en México es que el crimen está organizado y la policía desorganizada”, una manera de adjudicarle su condición de corrupta, infiltrada y vendida al narcotráfico.

Los mexicanos están cansados del crimen y dijeron ¡basta ya! después de que esta semana se encontraron más de una quincena de personas decapitadas y continuó en forma rampante el número de secuestros. El sábado por la noche, los mexicanos cantaron el himno nacional y pidieron a gritos que se vayan todos los encargados de Seguridad Pública del gobierno, incluyendo el presidente Felipe Calderón, que por más que sacó a los militares a las calles en la zona fronteriza con Estados Unidos para combatir el narcotráfico, todavía no ha podido producir una sola victoria.

La inseguridad es un tema que, hoy por hoy, las encuestas la sitúan como la epidemia mayor de América Latina, especialmente porque ataca al ciudadanos común y porque utiliza y corrompe a los jóvenes, el segmento poblacional más vulnerable, como queda demostrado en México. Quinientos diez mil seiscientos estudiantes de un total de 3.700.000, el 13.8 por ciento, dijo haber sido víctimas de secuestros, violaciones, robos o asaltos, riñas o peleas, incidentes de tránsito y detenciones.

Pero el mismo sondeo, el primero de nivel nacional sobre Exclusión, Intolerancia y Violencia en Escuelas Públicas de Educación Media Superior, realizada por el Instituto Nacional de Salud Pública entre jóvenes de 15 a 19 años de edad, muestra que 481.000 estudiantes dijeron formar parte de una pandilla.

Los países que no saben proteger a sus jóvenes, comprometen el desarrollo.

PD: Si hoy fueran las elecciones presidenciales en Estados Unidos:
Votaría por los Republicanos. La nominación de Sarah Palin me gustó. No sé por qué todavía, pero me basta para inclinarme a favor de los Republicanos.

Tensión entre la verdad y la libertad

Desde mis inicios en el periodismo hasta mi actual exploración en la ficción, la relación entre verdad y libertad siempre me ha fascinado. S...