En estos días, el gobierno argentino, en especial su presidente, Cristina Fernández, está tomando el toro de la inseguridad por las astas. Pero más allá de delinear políticas de seguridad para contrarrestar las estadísticas sobre mayores cantidades de delitos que en años pasados, está acusando a los medios de ser los verdaderos propagadores de la violencia, de incentivarla, o al menos de hacerla aparentar que es mayor de lo que realmente es.
Es verdad. La televisión tiene esa virtud pecaminosa de ensañarse con los hechos de sangre y con los delitos comunes, como los robos, hurtos, accidentes de tránsito, y con los graves, como los secuestros, asesinatos, violaciones, suicidios, etc… Más allá de que los periodistas puedan justificar que los medios son solo un espejo de la realidad y que tienen la obligación de retratar la realidad, lo cierto también es que hay ciertas responsabilidades ante los problemas que subyacen con el sentido de propagación y con el de imitación, particularmente.
Las conductas sociales se contagian y los medios - incluso el internet como lo hemos comentado en otro post en este blog muy responsable del contagio de casos de suicidios entre jóvenes – tienen responsabilidad en la forma que ofrecen las noticias, las muestran y les dan seguimiento. Generan muchas veces estados de incertidumbre y angustia que alteran conductas sociales.
Nunca me olvidaré los sentimientos que me asaltaron cuando llegué a vivir 16 años atrás. Después de mi trabajo regresaba al departamento que había alquilado por un mes antes de preparar el terreno para traer a mi familia. Llegaba justo para el noticiero de televisión a las seis. Por media hora todas las tardes estaba expuesto a la mayor violencia y con lujo de detalles que se generaba durante el día en Miami, y todos los canales mostraban prácticamente lo mismo, con pocas variaciones. Era atrapante, pero al mismo tiempo, llegué a dudar muy seriamente si Miami era el lugar donde debía traer a mi señora y mis tres hijos.
A defensa de los periodistas, podría decir que la televisión mostraba la realidad, eso estaba pasando durante el día. Pero lo que sucedía es que la televisión compendiaba una realidad de Miami y una óptica de violencia en media hora que no era toda la realidad. Miami, para mí, era en realidad un lugar bueno donde trabajar, tener un futuro, ir a la playa, al restaurante, al supermercado, manejar un auto, ir a las tiendas y todo en suma tranquilidad. Es decir, la realidad de la televisión era la misma pero estaba retratada en forma diferente, con un encono de violencia y desesperación.
La visión de la televisión y de la realidad tales como son no ha variado en Miami, y creo que esto se aplica al resto de las ciudades y países. Tenemos una percepción diferente de la realidad de acuerdo a lo que nos dice la televisión. La televisión potencia el grado de inseguridad que existe y sentimos.
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