lunes, 11 de mayo de 2015

Matar por matar

En Guatemala matan mujeres, en Brasil ambientalistas, en México periodistas, en El Salvador policías, en Honduras abogados, en Colombia militares, en Argentina jubilados, en EEUU negros y en Venezuela por una bicicleta.

Las sociedades están más violentas que nunca según las últimas mediciones. Se han incrementado superlativamente los robos con violencia. Las drogas y el narcotráfico con sus mafias conexas infiltran instituciones, lideran el crimen organizado y corroen todo.

Sin embargo, los mayores índices de violencia no son fruto de la inseguridad que producen estos grupos y otros delincuentes, sino más bien del clima de profunda impunidad que se ha enquistado en todas las sociedades. La falta de justicia constante derivó en un fenómeno cultural, cuya consecuencia más perversa es la indolencia. Nos hemos acostumbrado a vivir entre violentos y los que deciden matar por matar.

La institucionalización de la violencia acarrea problemas mayores: La deshumanización de las víctimas. En México, por ejemplo, la desaparición y asesinato de los 43 estudiantes de Ayotzinapa son solo una estadística. Rara vez salen a relucir sus nombres e historias de vida o sobre por qué protestaban, antes que los policías los vendieran a los narcos.
En Argentina, México y Venezuela se triplicaron los robos con violencia y ya se toma por habitual que alguien sea asesinado durante el hecho. En Brasil, Honduras y Guatemala, los asesinatos son selectivos, matan a quienes tenían una causa o la misión de combatir la violencia.

En muchos países los conflictos superan al Estado. En Colombia en plena negociación del proceso de paz entre el gobierno y las Farc, los guerrilleros minaron los acuerdos con una matanza de nueve militares. El gobierno de El Salvador no pudo sostener la tregua con las pandillas juveniles y en marzo los asesinatos se cuadriplicaron, murieron 481 personas, entre policías, militares y  pandilleros.

En Brasil y Guatemala, ante el clima irracional de impunidad, los propios agentes del Estado empiezan a tomar la justicia por manos propias. El nuevo fenómeno de grupos paraestatales rememora los nefastos escuadrones de la muerte de épocas pasadas. En Guatemala acaban de desbaratar un grupo parapolicial con 19 agentes y comisarios dedicados a ejecuciones extrajudiciales.

La falta de justicia es una papa caliente a la que nadie se atreve. Para las elecciones generales que se avecinan en Guatemala y Argentina, los candidatos hablan sobre la justicia pero en su esfera política, o de educación y salud temas más fáciles de asir, pero poco se propone para combatir la impunidad. No asumen que la ineficiencia de la justicia cotidiana es la mayor causa de degradación social.

El problema de la violencia y la impunidad es complejo. Los medios de comunicación tampoco ayudan mucho. El sensacionalismo conspira contra las soluciones, en especial porque hace apología de la violencia y deshumaniza a las víctimas. En EEUU el gobierno combate esta deshumanización habiendo instaurado la Semana Nacional de los Derechos de las Víctimas del Crimen que se celebra en abril. El objetivo es evitar que se le dé más importancia a los detalles del crimen y a sus perpetradores, que a la víctima y sus familiares.
Un estudio reciente de la Universidad de Las Américas de Puebla adivina este camino. Condena al Estado mexicano por tratar de resolver el problema de la inseguridad con más policías. Los miles de agentes que se agregaron a la fuerza de seguridad en el último sexenio, fue un balde en el océano. “No se necesita invertir cada vez más recursos para aumentar el número de policías, sino en los procesos que garanticen la efectividad de sus acciones”, concluye el informe.
La universidad reclama que tanto en México como en Colombia, los países con mayor impunidad en América Latina, la inseguridad se debe combatir con más jueces, con mayores recursos económicos y capacitación para las fiscalías y el sistema de ministerio público.
La falta de justicia y la deshumanización de la violencia tienen un mayor agravante. Cuando la gente descree de las instituciones, se acostumbra al crimen y no denuncia. Cuando esto se hace habitual y la sociedad se deja ganar por el desánimo, se crea un círculo vicioso, suelo fértil para los violentos y delincuentes que doblan la apuesta. 

1 comentario:

Unknown dijo...

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