No es una contradicción que
los colombianos le hayan dicho que NO a la paz en el plebiscito del domingo
pasado y que hoy, pocos días después, ese NO sea interpretado por diferentes
sectores sociales y políticos como un SI definitivo a la paz.
El NO estampado en el
plebiscito fue a las formas de los acuerdos de paz entre el presidente Juan
Manuel Santos, ahora Premio Nobel de la Paz, y los líderes de la guerrilla de las FARC, no al fondo de la
cuestión. Los colombianos quieren la paz, así como lo terminaron de expresar los
expresidentes Alvaro Uribe y Andrés Pastrana, los máximos exponentes del NO
para el plebiscito, en su primer diálogo esta semana con el presidente Santos,
después de años de distanciamiento.
El NO, en cualquier caso,
fue a los líderes de las FARC, a la cantidad de beneficios que se les había
otorgado en cuatro años de negociaciones en La Habana. Beneficios que más que a
cuenta de la paz, se interpretaron como privilegios desmedidos por parte de
ciudadanos comunes y políticos con vocación de servicio, que vieron, como viles
asesinos, secuestradores, narcotraficantes y extremistas, tendrían más posibilidades
sociales y prerrogativas políticas que aquellos que viven y han vivido apegados
a las leyes; y pagando las consecuencias por no cumplirlas.
Santos siempre recalcó que
la paz nunca es perfecta, y en ello tiene razón. La historia muestra que todo
proceso de paz conlleva injusticias a la hora de tener que poner punto final a
un conflicto. Muchos procesos de la historia reciente de América Latina
terminaron con terroristas como presidentes, tales los casos de José Mujica en
Uruguay, Daniel Ortega en Nicaragua o Salvador Sánchez Cerén en El Salvador.
Sin embargo, también es
entendible que el proceso colombiano es muy diferente a aquellos países donde
muchos engendros terroristas se justificaron ante los abuso de estados no
democráticos. Las FARC, a diferencia de otros grupos, siempre han actuado al
margen de gobiernos democráticos. Además, más allá de sus principios
ideológicos que defendieron mal con las armas, se involucraron con el crimen
organizado, en especial el narcotráfico, para sustentarse en un largo proceso
de 52 años. Aunque nadie podría objetar su ideología, pero si las formas con la
que quisieron sostenerla, todos concuerdan que las FARC dejaron de ser FARC
desde hace décadas, para convertirse en una aceitada banda de delincuentes con
fines de lucro, especializándose como traficantes de drogas y personas,
lavadores de dinero, contrabandistas y extorsionadores.
Y como todo se resuelve a
través de imágenes concretas, las que inculcaron Uribe y Pastrana fueron las
que prevalecieron durante el referendo. La gente imaginó a Timochenko
discutiendo en el Congreso de igual e igual con un legislador que hace años
forma parte de un partido y que se gana la confianza del público con actos
proselitistas y trabajando para la democracia. También lo imaginó recibiendo un
cheque del Estado para ir a restaurantes finos o comprarse automóviles, productos
a los que no todo ciudadano decente puede acceder, pese al sudor de sus
frentes.
Santos vendió imágenes
potentes pero más abstractas, paz y justicia. No fueron suficientes ni
movilizadores los puntos del acuerdo de paz que penalizan con trabajo
comunitario a quienes, en situaciones normales, recibirían cadena perpetua por
crímenes de lesa humanidad o las reparaciones monetarias que recibirían
guerrilleros y víctimas.
No creo, como muchos
afirman, que el SI perdió por la cantidad de gente que se abstuvo de participar
en el referendo. Creo, en cambio, que la abstención se debió al escepticismo y
la incertidumbre de la gente por un acuerdo de paz bastante injusto para los
justos y con privilegios sobredimensionados para los delincuentes.
Dos cosas se deben rescatar.
Primero, la actitud de Santos de convocar a un plebiscito que políticamente no
era necesario, en especial por su convencimiento de que el camino hacia la paz
reclamaba algunos sacrificios en el área de la justicia. Aún imperfecta, en el
futuro, cuando la tregua de los tiros fuera definitiva, nadie podría reclamarle
mucho a Santos. La vida sería mejor.
Segundo, los líderes de las FARC deben reconocer que son los máximos responsables del NO. La solución pasa por sus manos. Deben deponer su arrogancia y evitar tantos privilegios. trottiart@gmail.com
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